Brenda dice que no lo pensó. Escuchó los gritos de su mamá y después los golpes en la calle y mientras iba hacia ahí su cabeza se llenó de escenas del pasado, de cuando Emiliano Salvatierra le decía que le iba a matar a su hermano para hacerla sufrir si no volvía con él. Entonces agarró un cuchillo de la cocina y salió a la vereda y se acercó a su ex pareja, que estaba de espaldas a ella, echado encima de su hermano mientras le pegaba y le daba la cabeza contra el suelo y no lo pensó, dice, no lo pensó y lo hizo: empuñó fuerte el cuchillo y lo incrustó en la espalda de Salvatierra, el padre de sus mellizos, hasta que lo vio retorcerse como un pescado recién sacado del agua.
“Yo no lo quería matar, solo quería que lo dejara a mi hermano”, solloza Brenda León, de 29 años. La mujer se refugia en la casa de su hermano, lejos del barrio Santa María (San Miguel, conurbano bonaerense) y del hogar donde creció y vivió hasta la noche del 10 de octubre pasado cuando apuñaló a su ex.
Después del hecho durmió diez días en un calabozo de comisaría. Recuperó la libertad el martes pasado. Inmediatamente tras el cuchillazo se desató en la cuadra de su casa una tormenta, una guerra barrial de montescos y capuletos que arrasó con lo poco que quedaba de una historia de familia. Amigos y parientes de Salvatierra atacaron a piedrazos la casa de los León, que estaban todos en el domicilio porque festejaban un cumpleaños infantil. También intentaron prender fuego el lugar.
En el medio del caos la Policía sacó a salvo a la familia León y luego detuvo a Brenda. La mujer estuvo presa en una comisaría de la Bonaerense, encerrada una celda con otras cuatro mujeres que le prestaron ropa para bañarse y le compartieron su comida. Fue acusada de homicidio agravado por el vínculo pero que la jueza de Garantías de San Martín Elena Gabriela Persichini finalmente la liberó.
La magistrada puso el hecho en contexto. Comprendió que la escena del cuchillo fue, aunque no una cualquiera, una más dentro de la película de terror en que se transformó la relación entre ambos y en la que Emiliano protagonizó con golpes y maltratos a Brenda todo el tiempo y desde siempre.
Persichini no le dio prisión domiciliaria, la liberó tras comprobar inicialmente que la mujer y su entorno familiar vivían en un “estado permanente de amedrentamiento” por parte de Salvatierra. “Apenas pasó todo no quería que piensen nada raro y le dije a la Policía que me había equivocado. Declaré, conté cómo había sido, en ningún momento me escondí", aclara, con necesidad de remarcar que nunca esquivó la responsabilidad del ataque.
"Fue un impulso. Mi mamá estaba con mucho miedo, me decía que Emiliano lo iba a matar a mi hermano y me asusté mucho, mucho. Y yo vi eso y recordé que últimamente él me decía ‘te voy a matar a Pablo, te juro que te lo voy a matar’. Y bueno”, relata Brenda, los ojos en lágrimas. Hay un dolor profundo en su discurso, el dolor de la impotencia de no haber frenado antes la locura violenta de su pareja y otro dolor mucho más profundo que es la consecuencia de lo que pasó el 10 de octubre: la dirección de Servicio Local y Familia del Municipio de San Miguel decidió que la tenencia de los hijos quedara bajo responsabilidad de los abuelos paternos, en una decisión contradictoria respecto de la de Persichini.
El ataque de Salvatierra (29) a Pablo León (24), hermano de Brenda, ocurrió 24 horas después de que ella denunciara a su ex pareja por violencia de género, una decisión que no había podido tomar durante casi todo el tiempo que duró la relación. Ese día en la Justicia, León pidió una restricción perimetral para Emiliano.
Para la jueza, la violencia desatada el 10 de octubre no fue un mero intento de homicidio de una mujer a su pareja. En su fallo, Persichini deja claro que León “hizo mención al contexto de violencia preexistente familiar y de género tanto física como moral al que eran sometida ella y su familia, lo que permitiría ilustrar el escenario en el que se desarrollara el evento aquí investigado”.
Brenda y Emiliano se conocieron cuando ambos tenían 17 años. Vivían cerca, se cruzaban en el barrio y se pusieron de novios. León dice que su ex pareja siempre fue “de mal vivir”, y que en esa época robaba, por lo que la relación nunca tuvo la aprobación de su mamá. “Yo le hacía la contra y me veía a escondidas con él”, reconoce la mujer.
Antes de cumplir 19, con Emiliano prohibido en su casa, Brenda se fue a vivir con una tía y a las pocas semanas directamente a la casa de su novio con toda la familia de él. “Ahí empezó todo”, advierte Brenda, capaz ahora de poner en perspectiva su relación y detectar que la violencia existió desde el día uno.
“Era muy celoso, me cuestionaba por la ropa que me ponía, por mirar a otros hombres, yo tenía que mirar siempre hacia abajo”, relata y detecta un eslabón superior de agresividad cuando comenzó la convivencia: “Empezó con los golpes. Me iba a mi casa, llegaba de noche y me pegaba, por celos. El golpe más fuerte que me dio fue en la cara, porque un pibe me miraba y yo le coqueteaba, supuestamente. Me dio una piña en la nariz y me dejó toda la cara morada”.
En ese momento Brenda ya había vuelvo a vivir a la casa de su madre y también Emiliano había logrado ser aceptado en la casa. Después de esa golpiza, Brenda no salió de su casa por dos días hasta que pudo tapar el hematoma con maquillaje. “Hasta el día de hoy mi familia cree que estuve muchos días durmiendo. Yo no le podía contar a mi familia porque no quería que le tuvieran bronca. Y él me terminaba convenciendo de que me amaba, de que yo lo provocaba, que no era su intención", relata.
Con los años Brenda aprendió técnicas para sufrir menos la violencia. “A lo último era gritar fuerte para que los vecinos escuchen y le diera vergüenza a él”, dice. Ella creía que esa situación era normal: “No lo veía como algo malo, yo buscaba no hacer cosas que lo molestaran”.
Salvatierra nunca se detuvo. “Otra vuelta me pateó en el piso y me dejó un moretón gigante. Y después me besaba el golpe y me pedía perdón”, llora León cuando lo cuenta y le da escalofríos, dice, pensar que el Emiliano “social” era otra persona: “Siempre amable, gentil, le gustaba hacer favores a la gente, no aparentaba ser lo que era”.
El camino de retorno de Brenda comenzó el día que se enteró que estaba embarazada y se confirmó cuando los bebés nacieron. “Fue lo que me ayudó a salir del círculo de violencia. El me maltrataba delante de los nenes y eso me ayudó a salir. Por ellos terminé la relación”, dice convencida. Pero Emiliano no tenía ningún interés en terminar la relación. Cuando sus hijos cumplieron un año ella se quedó en la casa de su madre y él se fue a la de su familia. Los separaban tres cuadras y ella le pidió que cuando llevara a los chicos los recibiera su hermana para no tener que verlo.
Sin embargo, según cuenta León, Salvatierra se las ingeniaba para cruzarse con ella. “Salía él a dármelos. Intentaba convencerme de que vuelva, me prometió un montón de cosas, muy amable, y cuando él veía que yo ya no quería esa vida para mí se ponía violento, me tiraba de los pelos, me daba piñas, me daba cachetazos en la nuca”, describe.
Pocos meses después, Salvatierra se puso de novio con otra mujer del barrio, que vive frente a la casa de los León. Todavía amenazaba a Brenda. Entonces, fue contra Pablo. “Siempre me decía que él lo iba a matar porque sabía que era lo que más me dolía. Y con mi mamá hacía lo mismo”, relata.
La situación se precipitó el 8 de octubre, dos días antes de la noche del puñal. La madre de Brenda salió de la casa con su nieta, Salvatierra las vio y agarró a su hija. Según León, estaba borracho y se puso violento.
Brenda ya había iniciado una mediación para que él aporte los alimentos de sus hijos. “No se hizo cargo, los padres de él tampoco, y hacía eso, los retiraba cuando quería. Venía borracho y se quería llevar a los nenes así”, explica ella, como preámbulo de lo que pasó aquel 8 de octubre.
“Ese día le dije que saliera, que no tenía vergüenza, de comprar cerveza y no darme ni para los pañales. Agarré la botella y se la revoleé. Y me agarró de los pelos, empezamos a discutir, yo me defendí, lo rasguñé. Salió mi hermana y atrás, mi cuñado, para que ella no se meta. Emiliano pateó el portón de mi casa y se empezó a desquitar con mi cuñado. La novia cruzó a pegarme. Le dije que iba a decir la denuncia así que ellos fueron e hicieron la denuncia también”, enumera Brenda, con la voz temblorosa y resume: “Me fui a pedir la perimetral y ese mismo día a la noche pasó lo que pasó”.
La jueza Persichini comprendió la historia y le permitió recuperar la libertad bajo promesa de fijar un domicilio y estar sujeta a derecho. Brenda sigue procesada con probabilidades de llegar a un juicio por el hecho ocurrido el 10 de octubre. De ser así, sus abogados del Ministerio Público de la Defensa ya adelantaron a Infobae que pedirán el juicio por jurados, convencidos de que un tribunal popular logrará entender el infierno de León.
Mientras tanto, Brenda goza de una libertad a medias. No está en un calabozo pero no puede ver a sus hijos. Se siente castigada por el Servicio Local y Familiar de San Miguel. “Extraño a mis hijos, no me los quieren dar porque dicen que soy la violenta y ellos están con el violento. Yo acepté hacer terapia, pero la violencia era de él. Yo tenía a mis hijos impecables, sola. Soy feriante, trabajo viernes, fines de semanas y feriados. Mis hijos no se despegaban por mí para nada y no me los devuelven. No doy más con el dolor, tienen dos años recién cumplidos, están en una casa que no es la suya, no están con su mamá”, suplica.
Los chicos, paradójicamente, están con los padres de Salvatierra. Según Brenda, toda la familia de él participó del ataque a su casa el 10 de octubre. “Estaban todos involucrados ese día, la amenaza es de toda su familia y no puedo creer que mis hijos estén ahí y no conmigo”, asegura.
SEGUÍ LEYENDO: