“Llamame en unos días mejor. Me voy al Tigre con el nene”, dijo Jorge G. Lo vi después en su cuenta de Facebook, un fin de semana de isla y de asado y de selfies al sol. B.., su hijo de nueve años había pasado un tiempo enojado con su papá, casi sin hablarle, lo culpaba por la situación, por el desorden de vivir arrancado de la normalidad de su vida. A comienzos de agosto en los tribunales de Quilmes, Jorge se sentó frente un abogado estatal y un equipo de psicólogos junto a sus ex suegros. Llegaron a un acuerdo: B. viviría con sus abuelos maternos durante un tiempo. Parecía lo mejor. El acuerdo no duró mucho. El 3 de septiembre, el chico llegó a la casa de Jorge para vivir junto a él y sus dos hermanos, en su casa de Berazategui.
Jorge, de 36 años, se había separado de la madre de B. hace tres años, desde ese día, el chico vivía con ella. B. se adapta al cambio. “Se lo nota re contento, más activo”, dice Jorge. Él mismo se amolda a la intensidad: durante años había visto a su hijo en los días que le permitía el acuerdo que había firmado con su ex mujer en un juzgado de familia, era parte de la crianza de B. pero no era el responsable absoluto, no lo acostaba a dormir todas las noches ni lo bañaba todos los días. Jorge trata de seguirle el ritmo: “Es un cambio totalmente rotundo para mí”, asegura.
El enojo de B. con su padre eventualmente se fue.
Jorge dice: “Imaginate, el nene me culpaba por haber metido presa a la madre”.
Fue precisamente así. No es un eufemismo. Jorge llevó a una celda a la madre de su hijo con una acusación bestial.
A fines de julio, tras ver una foto en el teléfono con que su hijo jugaba al Fortnite y que había pertenecido a la madre, Jorge corrió alarmado a una Comisaría de la Mujer de su zona y entregó la foto, junto con el teléfono. “Fue cuando mi nene se vino a dormir a casa una noche. Yo nunca le reviso el teléfono, sé que tiene el Fortnite, los juegos que juegan los chicos. Entré a la galería, me puse a ver. Y encontré fotos de mi ex mujer, varias, hasta que llegué a una en particular”, recuerda Jorge.
Cinco días después, la unidad de Cibercrimen de la Departamental Quilmes de la Policía Bonaerense allanaba la casa de B. y su madre en Berazategui por orden de la UFI Nº1 de Berazategui cuyo titular es el fiscal Daniel Ichazo, arrestaron a la mujer frente a su hijo mientras secuestraban dispositivos para peritar. Su hijo, su presunta víctima, era puesto a resguardo y trasladado a La Plata para ser asistido por expertos de la División Investigaciones de Delitos contra la Integridad Sexual.
La madre de B. sigue detenida hasta hoy bajo prisión preventiva en una celda sobrepoblada en una comisaría, mientras espera que la trasladen a alguna alcaidía o penal. No ve a su hijo desde ese día, las otras detenidas, dice su abogado defensor, la verduguean, tras el arresto perdió su trabajo en una empresa de informática porteña. La foto que desesperó a Jorge data de agosto de 2018, es una selfie tomada aparentemente por su mujer. Su hijo se ve en la cama, dormido. Su ex mujer está semidesnuda junto a él, con sus genitales expuestos. Ella toma la mano de su hijo y la posa en su entrepierna.
La calificación en su contra es fuerte, insólita para una madre con su hijo como la presunta víctima: abuso gravemente ultrajante, producción de pornografía infantil. Fuentes en la causa hablan de al menos otras cuatro fotos comprometedoras.
La madre de B. no volvió a ver a su hijo hasta hoy, sería impensado que lo hiciera. El juez de la causa tiene que autorizarlo, para empezar: la posibilidad de revincularse, dada la calificación en su contra, no parece una parte posible del horizonte.
Así, Jorge cría a su hijo solo, con sus hermanos que dan una mano. “Mi nene sabe lo que pasa”, dice, pero no totalmente. Jorge -un alias empleado en esta nota para proteger su identidad y la de su hijo- no le pregunta mucho, trata de “no revolver”.
Lo cría también sin un sueldo. Jorge perdió su trabajo en una empresa porteña semanas atrás. Quedó fuera tras una reestructuración. Los investigadores del caso le habían dicho que su hijo debía comenzar “un espacio terapéutico”, dice Jorge. Lo paga de su propio bolsillo, 2400 pesos al mes. “Me voy a hacer monotributista ahora”, cuenta, “me voy a poner un almacén con mis hermanos”. Es un plan, dice. Su hijo, asegura, responde bien a la terapia. No recuerda nada. Para el fiscal del caso, B. no recuerda nada tampoco. Los supuestos abusos habrían ocurrido cuando el chico estaba dormido.
Mientras tanto, la defensa de la madre del chico a cargo del abogado Antonio Perrino pelea la prisión preventiva con una apelación que debe resolver la Sala II de la Cámara Criminal de Quilmes. Perrino aseguró en el escrito que el daño que sufrió en su encierro es “irreparable” y que “se ha producido un desequilibrio entre acusación y defensa desde el mismo inicio” con “una versión unilateral y mendaz”. “Se asemeja más a una maldad pergueñada que a una verdadera denuncia”, continúa luego. Las pericias físicas y psicológicas al chico, dice la apelación, aseguran unánimemente que B. no revela indicios de haber sido abusado.
Hay por ejemplo, una foto donde la madre de B. le introduce el pezón en la boca. Para la defensa es simple y claro: en esa foto al chico lo amamantaba, la madre lo hizo hasta que B. tenía cuatro años. La selfie con la mano en los genitales también es disputada. “La foto debe estar trucada”, asegura Perrino a Infobae. “Esa no es la mano del chico”. Asegura que se ofrecieron testigos, fotos, pedidos de informes, careos. Todo, dice el abogado, fue denegado. “El desequilibrio es palmario”, afirmó Perrino ante la Cámara.
La apelación sigue con términos incendiarios: habla de Jorge como un hombre violento, miembro de una “secta satánica” que amenazaba con quitarle a la madre a su hijo para iniciarlo en un culto con sacrificios animales. Asegura también que tiene antecedentes penales. “Las causas están cerradas, fueron por tenencia de arma”, reconoce Jorge, mientras niega haber sido violento con su ex y recuerda el acuerdo que firmó. Lo de la “secta satánica” no le genera una respuesta en palabras, contesta con un emoji de un hombre con la palma de la mano en la cara. La madre de B., mientras tanto, ya se sometió a una pericia psicológica.
Por otra parte, B. tiene abuelos maternos. ¿Por qué no disputan la tenencia del chico para recuperarla, si Jorge es supuestamente un hombre violento, un adorador de Satán? “Es una tenencia precaria con el asentimiento de la Asesoría de Menores”, dice Perrino.
El abogado recibía la notificación minutos después de responder a esta pregunta: la Sala II de Quilmes rechazó su apelación, en un escrito con fecha del martes 22. Perrino piensa apelar.
SEGUÍ LEYENDO: