No lloró como gato, como suele hacerlo por las noches. Lloró como hombre, en su celda sucia, oscura y solitaria. Desde allí, le confesó a su abogado Maxiliano Legrand.
-Sé que algún día me voy a matar por más que no quiera o no pueda. No puedo controlar a mi mano, que quiere matarme y sé qué lo hará.
El israelí Gilad Gill Pereg, 38 años, ingeniero electrónico radicado en la Argentina en 2007, está preso en la cárcel de San Felipe, Mendoza, por el doble femicidio de su madre Pyrhia Saroussy, 63 años, estrangulada, y su tía Lily Pereg, de 54, asesinada de tres tiros. Ambas aparecieron enterradas en su casa el 25 de enero de este año, día que fue detenido y dos semanas después de que ellas fueran a visitarlo. Pereg vivía con 37 gatos y en condiciones infrahumanas.
“Se quiere suicidar, está muy mal. Se aconsejó y está en evaluación un traslado a un psiquiátrico”, anticipa Legrand a Infobae.
La leyenda del “hombre gato” comenzó en marzo de 2019, cuando se viralizó un video. Ocurrió en la cárcel, en el sector de máxima peligrosidad y la celda más aislada. Se escucha un maullido desesperado. Los otros presos se quejan porque no pueden dormir. Dos guardias acuden a ver qué sucede. Uno de ellos graba con un celular el recorrido apurado por los pasillos lúgubres y húmedos de la prisión como si fuesen a registrar la aparición de un fantasma. Al abrir la celda, se encuentran con un hombre en estado salvaje, desnudo, en cuatro patas, que maúlla, los mira con fiereza y busca arañarlos.
Pereg hoy dice que extraña a sus gastos y a su casa de Guaymallén, Mendoza, a 1100 kilómetros de Buenos Aires. No está claro el móvil de los asesinatos.
Durante las dos semanas de búsqueda de las mujeres, Pereg hizo la denuncia ante la Policía por las desapariciones y hasta les pidió a los camarógrafos y a los periodistas que lo acompañaran a la villa situada a la vuelta de su casa. “Ahí viven los ladrones que las secuestraron”, dijo mientras señalaba una casa.
“Acá hay mucha inseguridad, se las llevaron. Tal vez fueron espías del Mossad o los ladrones del barrio, me quiero ir de este lugar. Pongo en venta mi casa, los interesados saben cómo contactarme”, dijo ante las cámaras.
Pereg es un hombre desgarbado, de un metro noventa, rapado (a un vecino le dijo que se había cortado el cabello porque venía de visita su madre), con cara angulosa y que siempre vestía con una remera sucia y vieja, bermudas y unas sandalias.
Su versión es que su madre y su tía estuvieron unas diez horas en su casa y luego las acompañó hacia la parada del colectivo. No dio más detalles: de qué hablaron, qué hicieron y si hubo una discusión o notó alto raro en ellas. Ante la Policía declaró que estaba preocupado ante la falta de noticias de sus parientes, las llamó al departamento donde se alojaban, a sus celulares, pero no respondieron.
Los investigadores no creyeron su versión.
Aunque tenía dinero como para vivir mucho mejor (ocultaba en un armario dos bolsos con 300 mil euros), Pereg dormía en un colchón sobre el piso, rodeado por sus gatos. No se bañaba y hacías sus necesidades en el patio. Además había gatos disecados. En su especie de fortaleza inconclusa había un muro con pintadas (“Viva Alá”) e impactos de bala. Era un lugar inhabitable para un ser humano. Suciedad, escombros, pozos en porciones de tierra, películas pornográficas (una se llamaba “En la mira”), mal olor, cucarachas, ropa tirada en el piso, botellas vacías, basura acumulada.
Uno de los policías de la División Homicidios de Mendoza que investigó el caso, y pide reserva de identidad, maneja una hipótesis:
-Una teoría es que mató a su madre porque le reclamó dinero y quiso llevarlo a Israel para internarlo. Creemos que planificó todo, hasta antes de los asesinatos denunció que le habían robado una pistola calibre 9mm y dos armas calibre 38. Lo paradójico es que al parecer él odiaba a las perras, y la que encontró los cadáveres enterrados en su predio fue una perra de la Policía. La recompensa de 10 mil dólares que ofreció la familia de las mujeres fue a parar a los entrenadores de la perra llamada Ruca.
El arma del crimen fue encontrada en su casa. Se presume que con la 38 mató a su tía, según opinaron los forenses.
Tenía 40 armas registradas a su nombre, pero sólo aparecieron dos. A muchas las compraba en las armerías, pero no las pasaba a retirar.
-La gente es lo peor. Viviría lejos de las personas. No tendría contacto con ellas. Sólo con los animales. Ellos me entienden. Y yo a ellos. Somos lo mismo. Un pelo de cualquiera de mis gatos vale más que un ser humano -dijo Pereg.
“El caso de Gil Pereg es extraordinario –opina Legrand-. Similar al del asesino el Loco Pierre Riviere, analizado por Michel Foucault. Pereg es muy controversial en cuanto trasunta una curiosa situación. A pesar de las pericias que lo declaran insano, la opinión pública considera que el imputado finge su patología. Para el observador inexperto, Gil Pereg no es un insano. Paradójicamente, la sociedad no distingue un delirio de un discurso normal. El Doctor Mariano Castex, nuestro perito de parte, habla de delirio perfecto. Sus razonamientos no son absurdos prima facie, sin embargo apenas ahondamos en el análisis surge lo bizarro, surge la locura”.
Legran le dijo a Infobae que Pereg sigue con la idea de suicidarse. El último episodio ocurrió hace casi diez días: los guardias lo bañaron obligatoriamente y Pereg dijo que quería suicidarse. “Soy como los gastos, odio al agua, me hace mal”, afirmó.
Una de las leyendas que circuló en torno a él es casi un gag: se dice que un preso le quiso enviar alimento para gatos y que otro intentó meter una rata en la celda aislada.
Otros presos intentaron atacarlo con fierros, desde un agujero de su celda hermética, pero no llegaron a lastimarlo. Los motivos del odio de los otros reos son claros. En los códigos del hampa argentina no se perdona al que mata a la madre. Y en el caso de Pereg hay otro ingrediente extra: por las noches maúlla y despierta a sus compañeros. Y además no se baña, hace sus necesidades en la celda y los otros presos deben limpiarla.
Ante los jueces, les hizo un pedido tan insólito como desesperado:
-Necesito compañía. No puedo estar solo las 24 horas. No soy una persona, soy un gato y necesito estar acompañado por gatos, no por personas. No puedo tener contacto con personas. Piensan que soy un loco, no pueden entender que alguien pueda vivir como yo, como un gato. La solución mínima es que me traigan a la celda dos o tres gatos. Aunque eso no va a solucionar mi problema. Yo estaría bien con prisión domiciliaria, vigilado por muchos policías, o toda la Policía, todos armados. Yo no haría nada. No me quiero escapar. Quiero que me traigan a todos mis gatos. A mis 37 gatos. Mis 37 hijos. No sé cómo los están cuidando. Si están bien o están mal.
Los magistrados lo miraban absortos.
Pereg les hizo otro pedido increíble:
-Otra solución es mandarme al zoológico y ponerme en una jaula con todos mis gatos juntos. Son mis hijos. No puedo estar con personas. Sí en una jaula con 37 gatos. Quiero estar con ellos. O sino que me envíen otra vez a mi casa con mis hijos y pongan los policías que quieran para custodiarme. Pero ahora, en la celda, que ustedes llaman habitación -y es una celda-, miro la pared me explota la cabeza. No sé dónde están y pienso en ellos.
Ninguna de sus solicitudes fue aceptada.
Para tres de los cinco peritos psicólogos y psiquiátricos que lo examinaron es un esquizofrénico que debe ser internado en un manicomio. Y que actuó por emoción violenta: sospechan que su madre o su tía le dijeron algo que lo enfureció.
El psiquiatra forense Mariano Narciso Castex, uno de los peritos que lo examinó a pedido de la defensa, dictaminó que padece licantropía; es decir: un ser humano que se siente animal. Al menos seis casos como este fueron analizados por la Universidad de Harvard (hombres que se creían monos, chanchos, lobos y perros) y Sigmund Freud se refirió en su libro Tótem y Tabú al niño que se creía gallo.
-Es inimputable de acá a la China.
La metamorfosis
La casa de Pereg fue construida en una zona de villas de emergencia. Enfrente hay un cementerio. El barrio que eligió para edificar una propiedad e invertir en negocios no es el indicado. No hace falta ser un experto en finanzas para determinarlo. “Ahí está su primer acto de locura al llegar a esta ciudad. Construye en medio de una zona peligrosa, rodeada de una villa en la que habitan muchos delincuentes y además es una zona muerta, sin crecimiento, y no lo digo porque haya comprado frente al cementerio”, dice Maximiliano Legrand.
-¿A qué se dedicaba?
-Con el dinero que le mandaba la madre creaba sociedades. Pero todo quedaba en la nada. Hasta se puso a prestar dinero. Y nadie se lo devolvía. Se sentaba en una silla fuera de su casa y los deudores les decían: “No puedo pagarte”. Y él no decía nada.
La “conversión” de humano a gato, dentro de su cabeza -y que se exterioriza en gestos y actos- se completó en Pereg en su enigmático viaje a la Argentina. Su tío Moshe dice que su sobrino se fue de Israel para escapar del manicomio.
Se radicó en Mendoza, donde buscó contactarse con la naturaleza. Se hacía llamar Floda Relith (Adolf Hitler al revés) y usaba rastas y un pedazo de cemento atado al pelo.
Luego compró un amplio predio frente al cementerio (en una zona peligrosa) y buscó invertir, pero fracasó.
A sus abogados le hace pedidos insólitos.
-¿La próxima vez me pueden traer alimento para gatitos? Pero con la bolsa sellada.
-¿Tiene miedo que lo envenen?
-No, si me envenenan, mejor.
-¿Cómo está? –le preguntan sus abogados.
-Mal. Porque soy gato y acá no puedo ser gato.
-¿Qué siente?
-Me explota la cabeza. Estoy muy mal, estoy en situación catastrófica. No soy criatura de dos patas, soy gato. Es largo de contar. El primer episodio que me hizo explotar la cabeza fue la muerte de mi abuelo. Cuando murió no lo pude entender, ni ver el cuerpo. No puedo entender la muerte. Que un día estás y al otro no hay nada, todo se vuelve negro, no puede ser posible. Otro suceso que me detonó fueron mis seis meses en el Servicio Militar de Israel. All vi el horror que puede hacer el hombre: matar a un semejante, comer animales, dañar la naturaleza. Hacer guerras. Me dieron de baja porque dijeron que estaba loco. Luego cursé mis estudios de Ingeniería en la Universidad Technion, pero volví a recaer. Me detuvieron cuando corría desnudo y sucio en el campus universitario.
-¿Lo llevaron a un manicomio?
-Si, pero los médicos me enviaron a la casa de mi madre, quien me cuidó y me llevó de comer todos los días en mi habitación. Yo me sentía a punto de morir. YA estaba del lado de los muertos. Hasta que vi una alucinación desde mi cama.
-¿Qué vio?
-A un chivo que me hablaba. Un día, en un restaurante, vi que a un grupo de comensales les daban a elegir un chivo vivo que luego mataban delante de ellos, a través de una ventana, y cocinaban. El chivo que se apareció en mi cuarto estaba vivo, ¡tenía vida! Me hablaba y me decía: “¿Por qué me matan?”. Ahí comprendí que el ser humano, o criatura de dos patas, como llamo yo a los seres humanos, hacen todo mal.
-¿Cómo siguió su conversión?
-Días después, vi un gato que me maullaba. Lo viví como una señal. Ese día decidí convertirme en gato.
Su transformación parece inspirada en La metamorfosis de Kafka, el joven que amanece en su cuarto convertido en un escarabajo. Pero él dice que no sabe quién es ese autor y que olvidó todos los libros que leyó.
-La aparición de ese gato fue el comienzo de mi metamorfosis. Días después, en mi casa se me apareció un ser de un metro, de unos dos mil años, con forma de gato, cabello largo blanco, que se presentó como “Señor Badjus”. Muy viejito. No fue una alucinación. ¡Fue real! Fue un milagro bueno de la naturaleza que me salvó de morir en esa cama. Desde entonces comencé a actuar como un felino hasta delante de mi madre: defecaba en la habitación, comía alimentos para gato, maullaba.
-¿Y ella qué le decía?
-Me apoyaba.
El traspaso imaginario de humano a gato, dentro de su cabeza, se completó en su enigmático viaje a la Argentina. No están claros los motivos de su llegada: su tío, el hermano de su madre, dice que su sobrino escapó de la mafia de las apuestas clandestinas por Internet y que la muerte de su abuelo y el abandono del padre lo enloquecieron. Y que era muy inteligente.
-Algunos de sus vecinos reconocen que quisieron robarle porque usted descuidaba el dinero…
-¿Dijeron eso? ¡Es verdad! Y otros me apedreaban la casa porque de noche maullaba con fuerza y chocaba dos ollas para alimentar a mis gatos. Esos gritos eran para convocar al Señor Badjus, un gato anciano de dos mil años que me protegerse de mi mayor pesadilla: los ghoulies, monstruos pequeños que se comunican por las cañerías cloacales de todo el mundo y emergen en los inodoros para matar.
Esos seres aparecen en una saga de cuatro películas. Pereg cree que la vio cuando era niño. Pero está convencido de que los ghoulies existen.
-¡Son malos! ¡No hablo con ellos porque son mis enemigos! Quieren matarme y comer a mis gatos. Salen de los inodoros. Hacen así: ¡Pum! Como la bala de un cañón. Son monstruitos que hacen (pone cara de malo) ñañañañañañ, ñañañañañaña, ñañañañañañañaña. Acá en mi celda van a aparecer y tengo terror. En la celda me tiran agua, me quieren atacar, escucho voces y todas me quieren matar.
-¿Badjus cuándo aparece?
-Aparece los días de noche, cuando hay nubes.
Pereg y sus voces personifican a Badjus y a los ghoulies. Grita, maúlla (a veces su maullido es hipnótico y hasta su mirada se vuelve cristalina e inocente), golpea la mesa, se estremece, se sube a la mesa y actúa como gato bueno y gato malo, imita el sonido monstruoso de sus enemigos. Pasa del lamento o la desesperación a contar que de noche en su cabeza oye el pedido desesperado de su madre pidiéndole que la rescate de sus secuestradores.
Su mente es un eco, o el destello de un eco dinamitado, que refleja todas esas voces.
En las entrevistas intenta no hablar de los crímenes que le adjudican. Pero en un momento es inevitable hacerle la pregunta:
-¿Usted mató a su madre y a su tía?
-¡Cómo va a decir eso! ¡Mi madre está desaparecida!
Pereg teme a la muerte, pero quiere morir si no puede vivir con sus gatos.
-Son mis hijos. Sé los nombres de todos. Al que más quise se llamaba Bombadil. Me quiero matar, pero al mismo tiempo quiero estar vivo porque quiero mantener el sufrimiento que me aqueja para mantenerme con vida. Por más que quiera evitarlo, mi mano va a querer matarme, quiera o no quiera. ¿Sabían que yo tenía relaciones con mi madre? Buscaba crear una raza híbrida: quería concebir hijos y criarlos como gatos. Y que mi madre fuera madre de esos gatitos y a la vez abuela. Pero ella no funcionaba para tener hijos. También tuve relacione sexuales con las gatas. Nos turnábamos con Badjus. No sé si algún hijito gatito es mío. Los de Badjus eran grises y chiquititos, pero nacían muertos porque Badjus es único.
-¿Para eso iba al cementerio?
-Iba porque me gustaba ver a las criaturas de dos patas muertas. ¡Y pensé que esas criaturas de dos patas muertas ya no pueden hacer más daño a los vivos! Y ahí comprendí el ciclo de la vida y de la muerte. Ellos, los humanos, roban la tierra, la destruyen, hacen daño a la naturaleza, viven matando a la tierra y cuando mueren la tierra los tapa a ellos.
-¿Iba solo al cementerio?
-A veces iba solo. Pero después llevaba a mis hijos, mis gatitos, y les enseñé a pisotear las tumbas, a hacer agujeros con las manos y las patas y hacer pis y caca sobre las tumbas de las criaturas de dos patas muertas. El cementerio es el lugar más sano, el lugar de la justicia. Porque las criaturas no comen más vacas, no comen más pollos, no comen más cerdos, no usan más bolsas de plástico, no usan más cajas de cartón.
-¿En su casa quería fabricar un cementerio?
-No sé, puede ser. Alquilé esa casa porque estaba frente al cementerio.
-¿Es cierto que pensaba construir un túnel subterráneo para llegar al cementerio?
-(Mirada de curiosidad) ¿Quién le dijo eso?
-Lo declaró un vecino suyo por televisión.
-¿Cómo era ese señor?
-No recuerdo. Sólo dijo que lo vio a usted midiendo los pasos desde su casa hacia el cementerio…
-¡Tiene razón! Pensé que nadie lo había advertido - razona Pereg con sonrisa más infantil que desafiante.
-¿Por qué quería hacer eso?
-Porque quería llegar a los muertos sin que nadie nos moleste. Ellos y yo. Llegar a ellos…
-¿Para qué?
-Para mirarlos a los ojos. Para sentir el verdadero olor de la muerte.
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