Antes de que tuviera un ACV y un médico le diera seis meses de vida por un tumor cerebral, Arquímedes Rafael Puccio tenía un deseo: volver a Buenos Aires para reencontrarse con Epifanía Calvo, su ex mujer. La había llamado varias veces. Pero ella nunca quiso hablar con él.
"Quería reconciliarse, pero ni lo escuchó cuando él intentó despedirse antes de su muerte, solía llamarla a la esposa y a las hijas, pero le cortaban y él se desplomaba en la mesa y lloraba como una criatura", dice Eliud Cifuetes, el pastor que cuidó hasta sus últimos días en General Pico, La Pampa, al temible secuestrador.
Pero otro amigo cree que los llamados tenían otro objetivo. "No se resignaba con perder la plata que había ganado con los secuestros. Quería recuperarla. El decía que ese dinero estaba en una cuenta en Uruguay y en otro país extranjero que nunca mencionó", cuenta el hombre que compartió asados y picadas con Puccio y pide que su nombre y apellido no sean publicados.
"Me pone en contra a mis hijos, pero bien que disfruta de la guita que quedó en dos cuentas del exterior y del alquiler de la casa de San Isidro", dice que le comentó Puccio en 2012 una tarde de mates y torta frita en la pensión de mala muerte que alquilaba. Puccio estuvo preso 23 años.
El líder del tenebroso clan Puccio, que secuestraba y mataba empresarios en su casona de San Isidro, se llevó varios secretos a la tumba. Murió el 4 de mayo de 2013 a los 84 años. De la banda quedan pocos con vida.
Su hijo Alejandro -talentoso rugbier del Club Atlético San Isidro- murió de neumonía el 27 de junio de 2008. El 8 de noviembre de 1985 había sobrevivido después de tirarse del quinto piso del Palacio de Tribunales y caer sobre un puesto de la DGI. El coronel retirado Rodolfo Victoriano Franco había muerto tiempo antes. De Roberto Díaz, que hasta hace tres años daba notas, no se sabe nada: se le perdió el rastro. De Guillermo Fernández Laborda, el lugarteniente clave Puccio, hay una noticia reciente: sufrió un ACV en la cárcel de Devoto. "Le quedó medio cuerpo paralizado y apenas puede hablar", le dijo a Infobae un compañero de Laborda, que solía tener una participación activa en el Centro Universitario de Devoto (CUD).
El único sobreviviente del grupo criminal que mantiene el apellido es Daniel Rafael Puccio, alias Maguila,que volvió al país porque la causa prescribió. Su hermana Silvia murió de cáncer en 2011. Epifanía Angeles Calvo vive junto a Adriana, la hermana menor de la familia, en San Telmo. Los tres fueron fotografiados por la revista Gente en ese barrio, pero según se cree, Maguila, de 58 años, vive en San Luis.
La casa del horror, situada en Martín y Omar 544, está alquilada. Hasta hace dos años, según prueba un video conseguido en exclusiva por Infobae, mantenía el sótano donde secuestraban a las víctimas. Hasta quedaba una de las cadenas con las que las aprisionaban. "A Epifanía se la vio más de una vez en la Catedral de San Isidro, pensar que fue una de las postas que usó la banda para cobrar un rescate", dice una vecina.
Uno de los misterios del caso que conmocionó al país e inspiró una serie y una película es si la esposa de Puccio y sus dos hijas estaban al tanto o participaban de los secuestros. "Las mujeres de la casa sabían todo lo que pasaba en esa casa. Era una familia muy enferma", le dijo hace dos años la jueza del caso, María Romilda Servini de Cubría, a Infobae.
El sótano de los Puccio
"La muerte de Arquímedes no significó el fin de la impunidad. Maguila estuvo preso solamente dos años. Eludió la condena que había recibido, 13 años de prisión, salió del país, volvió en 2013 y ahora está libre como si nada. Para nosotros, su madre tuvo que ver con los delitos, pero más allá de que llegó a ser detenida, no lo pudieron probar", dice a Infobae la abogada Rogelia Pozzi, viuda del empresario Eduardo Aulet, una de las víctimas del clan.
Puccio y sus secuaces cayeron hace 34 años. La noche del 23 de agosto de 1985, un grupo de policías armados con pistolas y ametralladoras irrumpió en el caserón de San Isidro. Alejandro Puccio (26 años) y su novia Mónica miraban una película. Una hora antes, Arquímedes Puccio, 56 años, el líder de la banda, había sido detenido junto a Maguila, de 23, en una estación de Parque Patricios, cerca de la cancha de Huracán, donde planeaba cobrar un rescate de 250 mil dólares.
–¡Ustedes creen que soy un pelotudo! Mi casa está llena de dinamita. Si entran, van a volar en pedazos por el aire –les dijo Puccio.
Pero fue un ardid: los policías se dirigieron a su casa, derribaron la puerta y fueron al sótano de hormigón, cuya entrada estaba tapada por un ropero. Bajaron los 18 escalones de madera, pasaron por una bodega con 500 vinos y se encontraron con una celda casera: sobre un catre, entre cuatro paredes cubiertas de papel de diario, la empresaria Nélida Bollini del Prado sobrevivía encadenada desde hacía un mes. Al lado había un ventilador y un fardo con paja. Sus secuestradores querían hacerle creer que estaba en un campo.
También fue detenido su hijo Alejandro, admirado wing tres cuartos del CASI, un tradicional equipo de rugby de San Isidro, y ex jugador de Los Pumas. Ese día, sus vecinos creyeron que los Puccio estaban siendo asaltados. No podían creer que la familia no fuera inocente. No podía ser que el señor Arquímedes Puccio, que los domingos iba a misa vestido de traje, hubiera arrastrado a los suyos al delito.
Sintieron horror cuando se comprobó que entre 1982 y 1985, los Puccio habían secuestrado y matado a los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum.
La casona de la familia se convirtió en la mansión del terror. A algunos de los secuestrados los tenían atrapados en la bañera. Antes de convertirse en pionero de la industria del secuestro, Puccio fue diplomático. Hijo de Juan Puccio, jefe de prensa del canciller Juan Atilio Bramuglia, en 1949 comenzó a trabajar en la Cancillería. Tenía 19 años, un dato que no pasó inadvertido para Perón, quien lo condecoró por ser el diplomático más joven. Tiempo después, Arquímedes fue correo diplomático en Madrid hasta que lo echaron por un presunto contrabando de armas desde Italia.
Al poco tiempo militó en la fracción ultraderechista Tacuara. Se cree que su primer secuestro fue el del ejecutivo de Bonafide, Enrique Pels, ocurrido en 1973. Nunca se pudo comprobar.
Su rol en la dictadura fue extraño: lo señalan como cuadro de la Triple A, aunque no hay demasiadas pruebas al respecto. Pero su gran negocio -"una industria sin chimeneas" como él decía- fue el secuestro extorsivo postdemocracia.
El clan seducía a las víctimas. La mayoría eran conocidos o amigos del barrio. La cordialidad era el señuelo mortal. En esa casona colonial de dos plantas y 200 metros cuadrados, Puccio coleccionaba platería y obras de arte. Sus vecinos le decían "el loco" porque barría a toda hora. "Hay que mantener San Isidro limpio", decía. Barría y hablaba solo. Lo hacía para controlar los movimientos. También le decían "Bernardo", por su parecido con el mudo de El Zorro, y "Cucú", porque cada cinco minutos se asomaba por uno de los ventanales de su casa.
Los secuaces y el enigma Alejandro
"Hasta el día de hoy lamenté no haber liquidado a Puccio y a Díaz. A Puccio porque quería matar a todas las víctimas y pedía que nos turnáramos para hacerlo. Y a Díaz porque iba a buchonear todo. Si hubiese matado a Arquímedes hubiese salvado tres vidas. De Alejandro se dice que no tuvo nada que ver. Me causa gracia. Yo lo vi disparar al zopenco ese contra la humanidad de Manoukian. La banda había hecho un pacto de sangre como la mafia siciliana. El abuelo de Puccio, Salvatore, era mafioso y siciliano", contó Fernández Laborda en 2014 al autor de esta nota.
Roberto Díaz, de 79 años, dijo a Infobae que Puccio lo obligó a matar a Aulet. "Toda mi vida me arrepentí de haberme metido en esta porquería, Puccio nos arrastró a todos, metió hasta a su familia. Tenía un poder de convencimiento muy grande. Además te amenazaba. La banda tenía otros miembros. Herculiano Vilca era el albañil que había preparado el sótano. Una vez Puccio le hizo hacer un cajón con las medidas de Gustavo Contepomi, el entregador de Bollini de Prado. Incluso pensé que había un cajón para cada uno de nosotros. A todos nos infundía temor y discordia hacia el compañero. Creíamos que todos podíamos traicionarnos. Todo era traición sobre traición. Odio sobre odio. A Puccio pensé en matarlo, pero no me animé. Su plan era seguir secuestrando gente, tenía contactos que le pasaban información de futuras víctimas: llegó a tener una lista".
Sobre Alejandro, coincide con Laborda: "Estaba metido hasta las orejas. Era flor de turro. ¿Qué hicieron con la plata de los rescates? Ni idea. A mí me dieron migajas por mancharme las manos. Creo que metió a los hijos en la banda para que la repartija fuera mayor para él. Un ejemplo de lo ratón que era: tenía una rotisería y en vez de darnos de comer pollo, nos ofrecía galletitas de agua".
Sin embargo, para algunos, la participación de Alejandro Puccio en el caso es uno de los enigmas. Su abogado y amigo, Miguel Buigo, aún sostiene que fue inocente. "Le tocó ese padre con el que dejó de hablar el 23 de agosto de 1985. Hasta pedía ser trasladado de cárcel para no estar cerca suyo. Alejandro fue víctima, no secuestrador. Sólo fue condenado en la primera causa, la de Manoukian. En la de Bollini de Prado la querella pidió su sobreseimiento. Y la única prueba que dicen que hay es que segundos antes del secuestro lo vieron parar el auto de la víctima, a quien conocía de una confitería y habían navegado una vez juntos. No eran amigos. Pero el mismo chofer de Manoukian dicen que habían secuestrado a un tío de la familia y por eso seguían un protocolo. Bajo ningún punto de vista paraban el auto. Aunque fuera un conocido".
"Alejandro no estaba en el jet set de San Isidro. Lo que muestran la película y la serie es falso. Es ficción. Terminé siendo amigo de Alejandro. Cuando lo detuvieron miraba una película y jamás hubiese involucrado en nada raro a su novia. Además ese año fue goleador del CASI y pilar de los Pumas. ¿Iba a arruinar su brillante carrera por algo tan macabro?", dice Buigo a Infobae.
También cuenta que en el entierro de Alejandro en el cementerio de Avellaneda, en 2008, sobraban manijas del cajón. "En su época de éxito lo seguían los amigos y las mujeres, en su muerte no había manos para llevar el ataud", dice.
A su padre Arquímedes le pasó algo similar. Nadie quiso hacerse cargo del entierro: ni siquiera los cuatro amigos que se le habían acercado en sus últimos años ni Graciela, su novia 45 años más joven, que lo dejó seis meses antes de su final.
"El cajón lo llevaron entre un policía y un sepulturero", recuerdan en el cementerio municipal de General Pico. Cuando Puccio murió nadie se presentó a la morgue judicial de la ciudad a hacer los trámites para retirar el cuerpo y darle sepultura. El cadáver del asesino estuvo una semana, hasta que la justicia ordenó que se lo inhumara en el osario del cementerio municipal de General Pico.
El cuerpo de Puccio reposa desde entonces en una porción de tierra donde iban a parar los olvidados, sin flores ni epitafios. La lápida fue hecha de apuro, como para sacársela de encima. Nadie fue a visitarlo hasta ahora. En rigor desfilaron curiosos impulsados por la oscura fama del muerto.
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