La noche en que Azul Montoro fue asesinada empezó como cualquier otra en la zona roja de Córdoba capital.
Azul, de 24 años, oriunda de Villa Mercedes, San Luis, se había ido hace ya varios años de su provincia en busca de un mejor lugar donde ganarse la vida a través del trabajo sexual, como deben hacerlo casi de manera forzosa la gran mayoría de mujeres trans. Vivía y trabajaba en la zona de prostitución de la capital cordobesa, rodeada de amigas que la adoraban y con quienes compartía la calle.
Su nombre de nacimiento había sido otro, un nombre de varón que ella decidió cambiar en su documento por el femenino que la identificaba. Su apellido era Espinoza, prefirió adoptar otro.
Azul estaba contenta por esos días, porque ese fin de semana de octubre había recibido la visita sorpresa de su mamá y su hermana por el Día de la Madre. El martes 17, cuando ellas ya se habían ido, lo pasó descansando junto a su caniche toy, Bianca, y sus amigas Maina y Tatiana, también trabajadoras sexuales, en la casa de Lara, su amiga más cercana, que había viajado por el fin de semana a San Juan a visitar a su familia y les había pedido que la cuidaran.
Antes de salir a encontrarse con un cliente, Azul les había dicho a sus compañeras que cerca de las 3 de la mañana necesitaba que el departamento estuviera libre para poder trabajar ahí, por eso Maina decidió irse a lo de Tatiana a terminar de maquillarse para la noche y le avisó con un mensaje a su amiga que ya podía usarlo. "Ok, reinu", le contestó ella.
A las cinco de la mañana, cuando Maina llegó al departamento de la calle Rincón al 100 se encontró con la puerta abierta, las llaves puestas del lado de adentro. Pensó tal vez que Azul estaba con alguien y que no se había dado cuenta que la puerta no se había cerrado bien. "Amiga, ¿estás ocupada?", gritó. Nadie contestaba desde adentro. Bianca, la caniche toy de Lara, lloraba.
Cuando se acercó a la habitación, vio adentro el cuerpo sin vida de Azul tirado en el suelo sobre un charco de sangre junto a la cama, que también estaba completamente revuelta y ensangrentada. Abajo de una silla, la perrita Bianca, asustada, perdía también mucha sangre. Maina salió a la calle presa de un ataque de nervios y se encontró con otras compañeras que esperaban clientes en esa zona: "Me la mataron, me la mataron a Azul", gritaba.
A partir de ese momento, las sospechas de los investigadores se centraron en un hombre que esa noche había deambulado por la zona y había sido visto con ella. Fabián Alejandro Casiva, de 23 años, con domicilio en Córdoba capital, era una cara conocida en esas esquinas, un cliente habitual. Algunas de las trabajadoras sexuales que fueron citadas por la Justicia declararon que Casiva iba a pedirles fuego o cigarrillos, que siempre tenía aspecto de estar drogado, que nunca tenía más de 200 pesos encima y que cuando era rechazado por las chicas se ponía muy agresivo e insistente.
Esa noche, Casiva habló con varias de ellas hasta llegar a Azul. Esa noche había hablado con varias de ellas y nadie había querido irse con él porque, decían, andaba con plata falsa. Con Azul quizás llegó a algún tipo de acuerdo y la llevó en su moto hasta el departamento.
Lara, que estaba aún de viaje la noche del crimen, no entiende por qué su amiga se fue con él. Todas sus compañeras aseguran en que Azul "trabajaba mucho y cobraba bien", que salía de su casa y "no alcanzaba a llegar a la esquina que ya la buscaban" y que en una sola noche podía juntar hasta 9 mil pesos.
"Ella era selectiva con los clientes. No se iba con ningún borracho ni nada, se fijaba bien", declaró una de ellas. Los relatos de sus amigas y compañeras coincidieron en que Azul tenía muchos clientes y "podía darse el lujo de rechazar". Por eso, cerca de Azul sospechan que tal vez él la engañó y le ofreció más dinero del que tenía en el bolsillo para irse con ella.
Como Azul cobraba por adelantado, creen que tal vez discutieron cuando llegaron al departamento y que ahí fue que Casiva, de acuerdo a la imputación en su contra, la apuñaló 17 veces con un cuchillo que tenía consigo, la golpeó en la cabeza, le cortó la oreja a la perra que no paraba de ladrar, robó un poco de dinero y el celular y huyó.
En las horas siguientes al crimen, mientras tanto, las amigas de Azul veían que ella figuraba "en línea" en WhatsApp y querían saber quién tenía su teléfono y seguía usándolo. Una de ellas se animó e hizo una videollamada. Del otro lado, un hombre atendió, se dejó ver y no dijo nada. Así, tomaron una captura, que ilustra esta nota.
En los chats grupales integrado por las mujeres transgénero de la zona, la noticia de Azul corrió rápido y la foto de Casiva también. Una de ellas lo reconoció y le escribió un mensaje a una chica del entorno de Montoro, pidiéndole que reservara su identidad: "Hola amiga, estuve viendo lo de Azul. Sé quién es el de la foto, es vecino de mi barrio. Es una bosta ese chabón, mandalo en cana de una. Vive en la Villa El Libertador".
Entre la madrugada del miércoles 18 de octubre y el jueves 19, horas después del crimen, Casiva -que tenía antecedentes de 2013 y 2016 por lesiones y amenazas contra su hermana, su mamá y su cuñada embarazada– había estado en su casa, su familia lo notó con un comportamiento extraño.
Cuando su hermana se despertó a las 7 de la mañana para llevar a sus hijos al colegio, lo vio pensativo y escuchó que decía que lo iban a ir a buscar. Ella recuerda haberle preguntado qué le pasaba y dijo ante la Justicia que notó que estaba drogado. "Me hice un hecho", le contestó él y le señaló un teléfono y unos billetes. Después la llevó a su habitación y le mostró sin decirle nada unas zapatillas y un bollo de ropa con manchas de sangre.
"No lo quise hacer", le repetía:
"No lo quise hacer".
Ese jueves, la policía de Córdoba lo encontró a Casiva en el Hospital Neuropsiquiátrico Provincial, donde había estado internado anteriormente y de donde se había fugado. Allí, le dijo a los médicos que quería internarse por sus problemas con la droga, que su mamá se lo había pedido. La policía lo revisó y le encontró encima varias pastillas, un encendedor, el teléfono de Azul y dos billetes de 100 pesos con manchas de sangre.
Fue detenido y estuvo preso hasta el 29 de diciembre a última hora, cuando el resultado de la primera pericia psicológica y psiquiátrica arrojó que Casiva era inimputable. En 2013 y 2016, había quedado en libertad por el mismo motivo.
"Los peritos tuvieron una mirada bienintencionada por sus antecedentes de consumo. Lo tomaron con ligereza", dijo a Infobae una fuente de la investigación que estuvo en desacuerdo con el resultado, que terminó con la internación de Casiva en el hospital Aurelio Crespo en Cruz del Eje. "Una persona con un brote psicótico actúa de otra manera. Él tenía un cuchillo encima, salió subrepticiamente del departamento, mantuvo conversaciones coherentes, no es el caso".
Según las nuevas pericias, todos sus comportamientos previos y posteriores al crimen indican que Casiva siempre fue consciente de sus actos.
Tras una serie de nuevas pericias de parte y oficiales, Casiva fue declarado nuevamente imputable en 2018, se le retiró la medicación y volvió a estar preso en el penal de Bouwer.
Apenas ocurrió el crimen, además, Casiva había sido solamente imputado por homicidio simple, pero, con el avance de la investigación, la Justicia escuchó el reclamo de la querella y las organizaciones sociales que la acompañan, y el fiscal Guillermo González cambió la calificación a "homicidio agravado por violencia de género": un femicidio.
A pesar de que Azul era transgénero, su documento la identificaba como mujer y el crimen, consideró el fiscal Guillermo González, a cargo de la investigación del caso, el crimen fue cometido con odio hacia esa condición. Se trata de la primera vez que se aplica este agravante en el crimen de una mujer transexual en esa provincia, ya ocurrió en la Justicia porteña con el crimen de Diana Sacayán antes de que se aplicara la figura de travesticidio. La pena máxima que prevé es prisión perpetua.
Ahora, una resolución de la Cámara de Acusación avaló la decisión del fiscal González y el caso llegará a juicio en la Cámara N°9 del Crimen de Córdoba el 31 de julio próximo en un juicio por jurados. Casiva será juzgado además por hurto calamitoso y violación de la ley N° 14.346 de protección a los animales contra actos de crueldad, por apuñalar a la caniche Bianca.
"Era como mi hermana menor, mi protegida. Estábamos siempre juntas y nos cuidábamos mucho", cuenta a Infobae Lara Godoy, la dueña del departamento donde Azul fue asesinada, pide perdón por la angustia con la que atiende el teléfono. Le acaban de avisar que es la segunda vez que alguien destroza el nicho donde está enterrada Azul, en un cementerio público de Villa Mercedes. .
"Era una persona muy valiente, muy fuerte y súper emprendedora. Había logrado tener su casa hermosa y todavía tenía muchas metas", recuerda. "En este ambiente tan duro, que es tan difícil mantenernos lejos de las drogas, nosotras compartíamos las ganas de progresar y vernos bien. Nos acompañábamos en todo".
"Ese año nos habíamos ido de vacaciones por primera vez a Río de Janeiro, después de mucho esfuerzo. Ya estábamos planeando las próximas y ella estaba juntando plata para comprarse un autito. Era una persona llena de vida", resume Lara, con la voz quebrada. "Nada me va a devolver a mi amiga pero yo quiero que ella descanse en paz. Necesito que esté tranquila".
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