"Entre chorros me crié y entre bala moriré", dice el posteo de Facebook con fecha del 5 de mayo pasado. Junto al texto aparece la imagen de un mapa de La Plata que tiene señalizado un punto en particular: el penal de Lisandro Olmos, cercano a La Plata. Quien opera el perfil es Brian Da Silva y está preso desde marzo, acusado de ser uno de los líderes de la banda de Gimena y Macarena R., las falsas promotoras de Moreno que sedujeron a dos hombres tras un encuentro inicial en Pinamar, para montar una cita en un bar de Parque Leloir y secuestrarlos por un rescate de USD 60.000.
Esa misma noche, Brian, de 25 años, fue detenido cuando estaba arriba de la camioneta VW Amarok en la que viajaban las víctimas. La investigación a cargo del fiscal Leandro Ventricelli y la UFESE -el ala antisecuestros de la Procuración bajo el fiscal Santiago Marquevich- determinó que Brian tenía una relación con Gimena, de 21 años, madre de un hijo.
Cuando los efectivos lo revisaron todavía tenía encima su teléfono celular. El peritaje de ese aparato fue la clave para desentrañar lo que había sucedido en el caso, con conversaciones que lo implicaban y un aguantadero para la víctima en una casa abandonada en Merlo. Desde el 22 de abril que Da Silva está alojado en el penal de Olmos. Lo curioso es que su actividad en redes sociales aumentó desde que cayó preso.
Con un pequeño celular ingresado seguramente por contrabando, Brian publicó fotos y escribió estados relacionados con la mística de la delincuencia desde que llegó a la cárcel. Se lo ve con otros compañeros de celda, haciendo gimnasia o disfrutando de la tarde en los patios del penal. Todo expuesto y compartido en su perfil público, quizás por impunidad o inconsciencia. En las últimas horas, Infobae supo de altas fuentes penitenciarias que finalmente en una requisa le secuestraron el celular y como castigo será enviado a otro lugar de detención.
Da Silva no demostró, al menos en lo que casi periódicamente actualizaba desde Olmos, estar arrepentido de lo que hizo. Más bien todo lo contrario. Se muestra orgulloso de estar donde está. "Acá en Olmo cheto mal (sic)", escribió sobre una foto donde se lo ve acostado en una cama dentro de la celda, con una sonrisa de oreja a oreja y con el control remoto de un televisor en la mano.
La Unidad Penitenciaria N°1 Lisandro Olmos cuenta con capacidad para 2.240 internos aunque actualmente hay alojados 2954, una clara sobrepoblación. Es una cárcel de máxima seguridad, pero Da Silva en sus posteos parece sentirse como en su casa. Se integró rápidamente y con facilidad. A pesar de haber llegado hace poco más de 60 días, ya consiguió varias amistades que posan junto a él en las fotografías que sube.
Fuentes del Servicio Penitenciario Bonaerense indicaron que Da Silva recibe visitas de sus padres. Además, su ex novia le lleva a su pequeña hija para que pueda verla, un derecho elemental de cualquier detenido. Hace pocas semanas subió fotos de la nena a sus redes sociales y le dedicó un mensaje por su cumpleaños: "Aunque la distancia nos separe, nunca me voy a olvidar de vos. Me acuerdo de ese día que me dijiste papá y se me llenaron los ojos de lágrimas".
En el expediente que investiga el secuestro de los dos hombres que fueron engañados por las falsas promotoras, hay una gran cantidad de pruebas que muestran la participación de Da Silva en los hechos. La mayoría surgen de su teléfono celular.
En una conversación de WhatsApp que tiene con un cómplice el día anterior al secuestro, el presunto líder de la banda le dice "mañana tengo que trabajar". Y, con suma inexperiencia, le adelanta lo que va a hacer explícitamente: "Unos chavones (sic) están viniendo de afuera con una banda de billetes (…) para hacerlos pelota. Para darle masa a cara de perro. Ahí traen una chata para laburar, una trucha para que la cortemos enfrente de mi tío". El recluso tiene antecedes por hurto, robo y robo en poblado y en banda.
Da Silva era asiduo visitante de un lugar clave en la investigación. Se trata de un edificio de dos plantas en Paso del Rey -a metros de donde fue el encuentro entre los dos secuestrados y las falsas promotoras- que hace años funcionaba como una parrilla y que en los últimos meses pasó a ser el bunker de la banda. Incluso el mismo día del secuestro, una hora antes todos los delincuentes que participaron en el hecho se reunieron ahí para terminar de organizar los detalles. Además, desde la ventana del primer piso de ese lugar se ve perfectamente el punto de encuentro donde las mujeres citaron a los dos hombres para luego engañarlo y entregarlos.
Infobae recorrió la zona de la parrilla que queda al lado del río Reconquista. Un policía de calle que pidió reserva de identidad contó lo que para los vecinos no es ningún secreto: "Por lo que pudimos saber la banda se movía hace rato por la zona. Cuentan con armas e incluso con ropa de policía. En el barrio todos sabían que ahí paraban ellos. El secuestro no fue el primer delito que cometieron".
En el teléfono de Gimena R., el número de Da Silva estaba agendado como "Gordito". Por el historial de mensajes se estima que ambos se conocían hace tiempo. Lo que están tratando de averiguar los investigadores es si el primer encuentro entre las mujeres y la víctima fue casual o estuvo premeditado y orquestado por Da Silva.
En las conversaciones públicas que tiene en algunas de sus fotos, Brian le va contando a sus familiares y amigos su situación: "Hola amigo. Estoy en cana mal", escribió a pocos días de haber ingresado a Olmos. En los comentarios de otra foto cuenta sobre una promesa: "Me dijeron que la otra semana parece que lla (sic) en la calle". Eso finalmente no sucedió.
Además de secuestrarle el celular, el Servicio Penitenciario Bonaerense les inició un sumario interno a los guardias que tenían que custodiarlo. Las fotos no son solamente adentro de la celda. Hay fotos en lugares comunes y en un lugar destinado a recibir a las visitas.
La vida de Brian Da Silva seguirá transcurriendo entre rejas pero ya no en el penal de Olmos. Las autoridades dispusieron su traslado de penal como castigo. Será alojado en la unidad N°30 de General Alvear, la misma de donde se escaparon los Lanatta y Víctor Schillaci.
En todo caso, que un preso tenga un smartphone no es ninguna rareza: en los últimos dos años se secuestraron más de 53 mil teléfonos en los penales bonaerenses y federales.
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