El aeropuerto de Pedro Juan Caballero, la zona con más asesinatos en todo Paraguay, una tasa de muertes violentas que casi duplica al resto del país, no parece gran cosa. Una casita de tejas rojas con dos hangares, una pista de despegue y aterrizaje. El helicóptero AirBus Eco Charlie 135 de la Gendarmería Nacional Argentina está de invitado aquí, parte de un operativo entre dos países. La plantación, el objetivo final de su viaje, queda a unos diez kilómetros al norte del aeropuerto y un equipo de Infobae ocupa los asientos. El vuelo comienza sobre el monte paraguayo. La tierra entera bajo el helicóptero le pertenece a un acaudalado productor agropecuario y ganadero: se ven manchas blancas que son cebúes, charcos de agua color arcilla entre palmeras, soja y más soja, maíz, los tramos de cubiertas de motos sobre el terreno rojizo como los nervios de un bife duro.
Y poco después, no muy lejos de lo que parece un casco de estancia, de los tractores, está la espesura, palmeras altas y árboles de flores color nácar llenos de huevos de termitas, parte de la estancia que por ley debe quedar como reserva forestal. Hay claros entre los árboles, se pueden ver desde la ventana del helicóptero, zonas taladas e incendiadas para pelar la tierra roja y plantar, al menos tres hectáreas con filas torcidas de plantas verdes: a 50 metros del suelo y con cuatro aspas que agitan el viento el olor a zorrino agrio ya te toma la nariz.
La densidad es alucinante, hay cerca de diez mil plantas por hectárea, una por metro cuadrado, según cálculos de los policías paraguayos de las Fuerzas Especiales y de la SENAD, la agencia antidrogas guaraní que allana el territorio. El vuelo de helicóptero revela otros claros, otros plantíos en la zona. Las plantas se ven fuertes, altas, tienen más de un metro y medio cada una, sin plagas ni hongos, con cogollos grandes en las copas, llenos de resina.
Les quedaba un mes para cortarlas en toda su potencia después de al menos cinco meses de cría. El rinde estimado por hectárea es de tres toneladas: noventa mil kilos de porro hipotético. Todo a apenas diez kilómetros de un aeropuerto internacional.
La cosecha se veía bien, una buena temporada para la commodity ilegal más grande de América del Sur, la marihuana que fuman todos, la que fuman los brasileños, los chilenos, los propios paraguayos, los argentinos que hacen cuenquitos con sus manos y las pican con los dedos y se arriesgan en la calle o en los furgones ante un Estado que todavía se lleva detenidos en números récord a los consumidores, a pesar de lo que diga la Corte Suprema.
Si hay algo que se repite del Ecuador para abajo, más que la cocaína, más que el producto de Perú o de Santa Cruz de la Sierra, es la marihuana prensada, la de Paraguay, la de Pedro Juan Caballero.
El 80% de esa marihuana, de acuerdo a las fiscalías de la zona, tiene como destino Brasil, el principal comprador de las plantaciones de la región. Lo demás va al resto del continente. Y la marihuana que en su mayoría fuman los argentinos está teñida de explotación, miseria y sangre. El marihuanal mismo lo hace evidente.
Quedó abandonado un campamento en la espesura, una choza sucia de palos y techo de nylon negro armada por tres jornaleros con catres hechos de troncos y un caldero en el fuego, restos de torta frita en platos de metal, verduras podridas en la mesa. Los jornaleros lo abandonaron al correr espantados por los matorrales cuando vino la policía. Dejaron su bolsa de semillas de hierba, diez kilos mezclados con secante industrial e insecticida.
Una asistente del fiscal del caso, Armando Cantero Fassino, se sienta en un tronco quemado del desmonte mientras los policías talan las plantas con machetes y le explica a Infobae cómo funciona el negocio. Esos tres hombres eran, seguramente, jornaleros de la zona, hombres a los que jefes del Primeiro Comando da Capital o el Comando Vermelho -las organizaciones narcoterroristas creadas en penales brasileños que tomaron por la fuerza el submundo paraguayo-, o traficantes independientes en San Pablo, Río o Asunción, contrataron por 20 dólares al día para entrar en la tierra del estanciero, talar árboles a hacha y fuego y producir, para que carguen el riesgo entero en el lomo. Recibieron dinero como adelanto, un financiamiento básico.
Los jornaleros no son orgánicos del narco sino cuentapropistas, hombres locales de Pedro Juan, flacos y hambrientos; la asistente del fiscal todavía se sorprende después de años al verlos llegar a las indagatorias en donde hablan principalmente en guaraní con la piel pegada a los huesos. "Prensero", dicen cuando se les pregunta el oficio, por las prensas para armar los ladrillos de porro que tienen en los campamentos. Ya es un modo de vida, principalmente de hombres. Muy rara vez se ve a una mujer. Plantan las semillas a granel, en surcos, como si fuera trigo. No llevan esquejes o plantines, no hay ciencia botánica, nada sofisticado.
Todo se hace en el lugar. Los cosecheros secan la marihuana en la plantación misma, en lonas al sol, sin cuidado y luego empaquetan los ladrillos en prensas. Los cogollos más espesos absorben humedad, no se secan bien, lo que le da a la marihuana prensada su típico olor rancio de podredumbre vegetal. El kilo al por mayor, comprado a los acopiadores, puede valer unos 200 mil guaraníes, poco más de 30 dólares. En Buenos Aires, un pedazo de 25 gramos oscila entre 400 y 800 pesos, dependiendo del barrio. Matemática pura. El PCC y el Comando son capaces de enfrentarse a tiros por el espacio usurpado. Matemática con sangre.
Si los detienen, los jornaleros pueden ir a la cárcel por el mismo tiempo que el jefe narco que les pagó: de 12 a 25 años. No hay pena mínima y la ley tampoco hace distinciones.
Mientras tanto, los hombres del PCC y del Comando Vermelho, que instalaron pistas de aterrizaje en Paraguay y que cayeron la semana pasada con 75 kilos de dinamita en gel en una zona cercana a Pedro Juan, dirimen sus problemas a tiros en las calles de la zona y focos de la frontera con Brasil como Ponta Porá. La abogada formoseña Laura Casuso defendía a Jarvis Chimenes Pavao, ex PCC, convertido en agente libre del narco, uno de los capos más pesados de América Latina. La acribillaron en Pedro Juan en noviembre de 2018. "Dios me cuida", le decía a su familia en Argentina, sin contarle mucho de sus clientes.
El PCC no es algo extraño para la Argentina. Sus miembros ya fueron encontrados en los penales del Servicio Penitenciario Federal, una clase de narco mucho más sanguinaria que cualquier capo de villa porteña, mejor armada, más decidida, que negocia y después mata a traición con una capacidad de captación que incluye ritos iniciáticos tras las rejas. El PCC, de acuerdo a fuentes dentro del Estado, montó un bautismo en una cárcel del sur argentino.
Marco Alcaraz, fiscal adjunto para el área de narcotráfico a nivel nacional de Paraguay, es la figura de mayor rango sentada encima del tronco en medio del marihuanal. Alcaraz asegura que Casuso ya se había convertido en parte orgánica del PCC.
Mientras tanto, otro helicóptero aterriza en el marihuanal. El operativo es conjunto, una operación de tres países. Del helicóptero descienden Mario Abdo Benítez, presidente de Paraguay; la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich; y el secretario Eugenio Burzaco. Se esperaba la participación de Sergio Moro, ministro de Justicia de Jair Bolsonaro, que como juez metió preso al ex presidente "Lula" Da Silva. La semana pasada, Moro recorrió junto a Bullrich la villa Carlos Gardel. En rigor, el operativo se hizo un día tarde. La zona estaba cubierta de niebla.
Para Bullrich y Burzaco, cortar los cultivos antes de que salgan al mercado tiene mucho más sentido que perseguir panes verdes por los caminos. De las más de 400 toneladas de marihuana incautadas en los últimos tres años y medio en Argentina, el 90 por ciento se encontró en la ruta o en depósitos. El desmonte cannábico cuesta mucho menos en términos de horas hombre, mucha menos inteligencia criminal.
Bullrich piensa esparcir el método, que plantea una redefinición de la geopolítica con respecto al narcotráfico en la región. En los últimos años, según fuentes de inteligencia criminal, las plantaciones comenzaron a repetirse en la zona de llanuras de Paraguay no muy lejos de la frontera con Formosa.
Bullrich habla con Infobae en el vuelo de ida, un avión de la fuerza aérea. Por ahora, la alarma no es tanta. "Tenemos -continúa Bullrich- una frontera no violenta", sin homicidios por crímenes narco, sin conflictos por "quien controla la droga", como ocurre en Pedro Juan Caballero.
"Lo importante de esta acción es la erradicación de cultivos", asegura la ministra. "Los narcos tienen capacidad de escondite, generan campamentos. Ya hemos tenido situaciones similares en Argentina, con 1800 plantas encontradas en un predio del ejército en Misiones. Ahora migraron a la zona fronteriza con Formosa, son áreas más fáciles de cosechar, sin árboles".
¿Qué hace la DEA, entonces, la Drug Enforcement Agency norteamericana, qué rol juega? Su presencia en la región nunca fue un secreto. Bullrich y Burzaco se reunieron en Washington con su ex jefe, Chuck Rosenberg, a comienzos de 2016. Bullrich asegura que la DEA no interviene en el operativo con Paraguay, tras una reciente colaboración en una incautación de 264 kilos de cocaína en el noroeste argentino. Lo que sí, asegura la ministra, es que ahora hay más agentes en el país. Antes había tres operativos, ahora cinco, que reportan al agregado local y al jefe de su área en Latinoamérica. Brasil y Colombia tienen muchos más agentes.
De vuelta en el marihuanal, investigadores de la Policia Federal de Brasil vestidos de civil se preguntan por el dueño de la maconha, que todavía nadie sabe quién es. "Muy difícil averiguarlo", dice uno de ellos, en un seco portunhol.
Los ministros y el presidente despegan de vuelta. Mientras, la tala sigue, con el perímetro rodeado de hombres armados por miedo a una venganza. "Cuidado", dicen, "que puede haber una sorpresa". Quizás el monte calle mucho, pero no parece haber sicarios dando vueltas. La diaethria clymena es una de las mariposas más llamativas del continente, reconocible por una figura en sus alas rojas y blancas que se parece al número 88. Hay muchas en el marihuanal, vuelan entre los policías paraguayos mientras talan el monte a machetazos, con ametralladoras Colt M4 colgadas de los hombros.
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