El 6 de agosto de 2013 a las 9.38 de la mañana se produjo una explosión que aún cala en lo más profundo de la ciudad. Rosario, tierra de célebres y bohemias pasiones, encontró su peor tragedia con la muerte de 22 inocentes tras un escape de gas que originó el desenlace fatal.
Pasaron casi seis años y Adrián Gianángelo, hermano de la última víctima encontrada entre los escombros, debe encerrarse en otra habitación para hablar por teléfono. "¿Tenés tiempo? Te quiero contar bien las cosas", se escucha del otro lado. La conversación duró 42 minutos y Gianángelo, que ya no vive solo, amplía su promesa de no derrumbarse a cientos de kilómetros. "No quiero llorar", dijo.
48 horas después de la explosión encontraron muerta a Débora, su hermana, producto de la asfixia que le provocó el incendio y la imposibilidad de escapar del departamento que compartían en Salta 2141, esquina Oroño, sitio en el que también se derrumbaron los sueños de una joven de 20 años.
"Nuestra familia es de Arteaga, una pequeña localidad santafesina. Mamá se convirtió en la mujer más grande del pueblo en tener una hija. Estuvo 8 meses en cama con ella, la esperamos mucho. La cuidábamos. A medida que crecíamos, con mi otro hermano, al cual le llevo seis años, le leíamos historias. Ya de más grande le prestaba mis libros. Luego me mudé a Rosario para estudiar Derecho en la Universidad Nacional. La convencí de que estudiara lo mismo. Le contaba los casos que me daban en la facultad y le encantaba", narró Gianángelo a Infobae.
"El departamento en el que vivíamos no estaba en condiciones. La hornalla no daba más. El calefón no tenia válvula de seguridad y dos gasistas constataron que la estufa tenía pérdidas. No había rejillas de ventilación. Nosotros alquilábamos, y cuando vieron el escenario en el que estábamos nos cortaron el gas, llenaron un formulario y nos dieron un mes para reparar todo eso", explicó.
"Mi hermana firmó un consentimiento en Litoral Gas, la empresa que brindaba el servicio en el edificio, para levantar el cepo y que nos rehabilitaran el servicio. La obligaron a firmar eso para que otro inspector ingrese y constate que la obra estaba realizada", sostuvo.
"Va a volar todo a la mierda", le dijo el inspector a Adrián luego de constatar que ya no importaba su departamento, el cual sí estaba en condiciones, sino el edificio en general, el cual tenía serios problemas de gas. La solución fue cortar el servicio a todo el edificio, decisión que a los hermanos les trajo problemas con los vecinos ya que pensaban que ellos eran los responsables de la situación.
"El viernes anterior a la explosión llegué y vi a un gasista martillando una rosca, sacando un medidor, colocando un repuesto casero y pintando de amarillo un caño que estaba negro. Echaron un líquido, dijeron que no había pérdidas y lo habilitaron. Aquella decisión fue que mató a los 22 inocentes e hirió a otras 62 personas", cuenta Adrián.
Al hombre, por aquel entonces de 30 años, lo llamaron diciéndole que había explotado una caldera del supermercado que compartía medianera con el edificio. "Cuando llegué vi una llamarada gigantesca, pero no se podía entrar, era imposible. Yo quería entrar para salvar a mi hermana", dijo.
La causa
Débora Gianángelo murió el 8 de agosto y el juicio comenzó el 8 de este mes, en una causa en la que únicamente Adrián y su familia son querellantes ya que el resto de las familias acordó una indemnización a cambio de retirar las denuncias penales contra los 11 imputados.
Quienes esperarán la resolución que se conocerá el 12 de junio son los gasistas Carlos Osvaldo García y Pablo Miño. Ellos cambiaron un regulador durante la mañana de la explosión. También Gerardo Bolaños, Guillermo Oller y Luis Curaba, inspectores de Litoral Gas. Claudio Tonucci, jefe de mantenimiento de redes de la empresa, es otro de los imputados.
También son acusados Viviana Beatriz Leegstra, gerenta técnica de Litoral Gas, Carlos Repuppili, Mariela Calvillo y Norma Bernarda Bauer, administradores del consorcio del edificio. El 11° es José Luis Ayala, gasista que hizo tareas de reparación. La Fiscalía comunicó que a él y a Bolaños no los iban a acusar, ya que "no incidieron en el trágico final".
El tribunal está formado por los jueces Marcela Canavesio, Rodolfo Zvala y Juan Carlos Leiva. La fiscal de la causa es Graciela Argüelles, quien trabaja junto a Valeria Piazza. Todos están acusados por el delito de homicidio culposo.
La noche previa a la explosión
Adrián daba clases y se las rebuscaba para que a él y a su hermana no les faltara lo mínimo e indispensable para vivir y continuar estudiando. "Yo no quería que mi hermana trabajara, me gustaba que estudiara tranquila", indicó.
Tras los gastos de la reparación en el departamento, Adrián y Débora se quedaron sin nada. "La noche anterior a la explosión no teníamos nada para comer. No había un peso. Y mi hermana, no sé de dónde, puso unos fideos arriba de la mesa. Hicimos una salsita con algunos productos y recuerdo estar ahí, comiendo, y pensar que eran los fideos más ricos del mundo. En esa misma cocina apareció muerta mi hermanita. Ella estudiaba ahí".
Esa noche, Adrián y Débora miraron una película y se rieron juntos por última vez. A la mañana siguiente me iba a quedar a esperar a los gasistas. "Ella me dijo que no, que vaya a ganar unos pesos que los necesitábamos. Se quedó solita".
-¿Por qué no aceptaron retirar la denuncia?
-Siempre me lo preguntan. Nosotros somos una familia de clase media, trabajadora, siempre unidos. Y nos protegíamos uno a otros. Sabemos lo que es luchar la vida, no nos interesa la plata.
-¿Te costó afrontar la causa siendo el único querellante?
-Ningún abogado quería agarrar. Yo soy una persona común y corriente, mi familia también, la plata no la vamos a aceptar, mantenemos viva la memoria de mi hermanita, no voy a agarrar plata de los 11 asesinos que mataron a 22 inocentes.
-¿Cómo recordás a tu hermana?
-Mi hermanita…
Adrián hizo una pausa, lloró unos segundos y respondió:
-Me partió el corazón, no se lo se deseo a nadie, me la arrebataron estos asesinos. Ver a mi papá y mi mamá cómo lloraban. Ellos envejecieron de golpe. Ver a mis amigos, verlos ahí, muertos. Eran mis vecinos, pero comíamos con ellos, eran nuestros amigos. Mirá, a nadie le gusta llevar 11 personas a un banquillo, pero es para mantener viva la memoria de mi hermana y que esto no le vuelva a pasar a nadie más.
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