El delirante y macabro plan que tenía Arquímedes Puccio antes de morir y qué pasó con sus pertenencias

El líder del siniestro clan de secuestradores le propuso a sus dos últimos amigos una idea absurda antes de su muerte, que ocurrió hace seis años

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Un asadito: Puccio, algunos años
Un asadito: Puccio, algunos años antes de su muerte.

El último plan de Arquímedes Rafael Puccio no fue secuestrar, matar o cobrar rescate. Su última idea, tan delirante como sus años finales, fue una especie de burla que quería dejarles como legado a sus enemigos: a los dos amigos que le quedaban les hizo un pedido insólito, al pie de la cama donde esperaba la muerte.

-Sé que me queda poco carretel, empecé las tareas de enfriamiento. Pero necesito un favor de ustedes, mis queridos lugartenientes -les dijo al pastor que lo cuidaba y a un amigo que atendía una bicicletería en General Pico, La Pampa.

-Yo dije que iba a vivir hasta los 130 años, y realmente lo pensé. No puedo morirme a esta edad, como un débil, un tipo normal, encima solo y pobre. Hay dos opciones -les dijo con tono enigmático el siniestro líder del clan Puccio.

Sus interlocutores, más obsecuentes que amigos, lo escuchaban en silencio.

-¿Qué quiere jefe? -lo interrogó el bicicletero.

-Una, es que escondan mi cuerpo y digan que pasé a otro plano, que no morí, que fueron testigos de eso. Que crean que estoy desaparecido.

-Eso es imposible y Dios no lo permitiría -lo interrumpió el pastor.

-Si no es eso, quiero otra cosa. Les voy a dejar mi celular y van a mandar mensajes como si fueran míos, con mis palabras. Voy a dejar algunos grabados.

-¿Y por qué quiere hacer esto? -le dijo el bicicletero.

-Para que siga la leyenda, y para romper un poco las bolas.

Esta revelación, que Infobae publica en exclusiva, salió a la luz a poco más de seis años de la muerte del temible criminal, víctima de un tumor cerebral. "Las cosas fueron así", se limitó a decir Eliud Cifuentes, el pastor que lo cuidó a Puccio hasta el final.

El clan: los Puccio, en
El clan: los Puccio, en foto familiar.

"Siento que no me voy a morir nunca, tengo la energía de un pibe de 40 y proyecto como si fuera a vivir 90 años más, tengo muchos proyectos", le había dicho Puccio al autor de esta nota el 24 de mayo de 2012, hace siete años. Se lo veía vital, monologuista, orgulloso de mostrar una carpeta con fotos de sus enemigos. "Se van muriendo y yo sigo vivo", se jactaba.

El siniestro líder del clan que en la década de 1980 secuestraba y mataba empresarios en su casona de San Isidro sigue siendo noticia aun después de muerto. El 4 de mayo de 2013, a los 84 años, dejó de respirar en General Pico, La Pampa, donde vivía después de haber estado preso casi 23 años.

La primera muerte de Puccio fue el 23 de agosto de 1985, cuando fue detenido con sus cómplices, entre ellos sus hijos Daniel "Maguila" y Alejandro, talentoso wing tres cuartos del CASI, un tradicional equipo de rugby de San Isidro, y ex jugador de Los Pumas. Alejandro murió el 27 de junio de 2008 y Daniel volvió al país porque la causa prescribió. Su hermana Silvia murió de cáncer. Epifanía vive junto a Adriana, la hermana menor del clan.

Los vecinos creían que la familia era inocente. No podía ser que el señor Puccio, que los domingos iba a misa vestido de traje, hubiera arrastrado a los suyos al delito. Sintieron horror cuando se comprobó que entre 1982 y 1985, los Puccio habían secuestrado y matado a los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum.

"En las últimas horas deliraba y obviamente no le hicimos caso", dice el pastor. Pero el bicicletero dice otra cosa: "El viejo le dio el celular a alguien que no puedo decir. Y le dijo que después de morir mandara mensajes a amigos y enemigos. Yo me había hecho amigo, pero me distancié cuando le gente dejaba de traer sus bicicletas porque odiaba a Puccio. El viejo era fanático suyo, imprimía notas, aunque hablaran mal de él, y firmaba autógrafos", dice el hombre.

Antes de morir, Puccio llamó al autor de esta nota.

"Quiero decirle algo importante", dijo, pero el encuentro no se dio. Tiempo después, durante un viaje tras su fallecimiento, quien escribe comenzó a recibir extraños mensajes desde el número que correspondía al siniestro secuestrador. "Querido Palacios, gracias por venir a verme en mi última morada, es bienvenido. Su amigo Arquímedes", fue el primero.

Al llamar, daba el contestador. Después de concluida la visita a General Pico (donde hasta el peluquero decía que había dejado de cortarle a Puccio el pelo por asesino), y ya en el micro de vuelta a Buenos Aires, llegó otro mensaje de texto: "Querido periodista, lamento que no nos hayas visto pero sé a través de mis amigos. No se olvide de mí, escriba la verdad. Lo espero siempre".

Esos mensajes de mal gusto provinieron de su teléfono, que luego fue sacado de su circulación.

Nadie quiso hacerse cargo del entierro, ni siquiera los cuatro amigos que se le habían acercado en sus últimos años ni Graciela, su novia 45 años más joven, que lo dejó seis meses antes de su final.

"El cajón lo llevaron entre un policía y un sepulturero", recuerdan en el cementerio municipal de General Pico.

Cuando Puccio murió, nadie se presentó a la morgue judicial de General Pico a hacer los trámites para retirar el cuerpo y darle sepultura.

El cadáver del asesino estuvo una semana, hasta que la Justicia ordenó que se lo inhumara en el osario del cementerio municipal de General Pico: el cuerpo de Puccio reposaba en una porción de tierra donde iban a parar los olvidados, sin flores ni epitafios.

La lápida fue hecha de apuro, como para sacársela de encima. Nadie fue a visitarlo hasta ahora. En rigor, desfilaron curiosos impulsados por la oscura fama del muerto.

Arquímedes tras su detención.
Arquímedes tras su detención.

En resumen: su cuerpo no fue reclamado por nadie. Pero sus objetos sí.

Entre lo interesados apareció una prima que consultó en la funeraria si podía quedarse con las pocas cosas que tenía Puccio: una mesa, una cama de una plaza, una radio a pilas, una garrafa, una heladera, ropa, tres pares de zapatos, chinelas, un par de zapatillas y alpargatas. También, unos 50 libros. Entre ellos "Timote", de José Pablo Feinmann; "Operación masacre", de Rodolfo Walsh; "El golpe civil", de Vicente Muleiro, "Diario de un clandestino", de Miguel Bonaso; "1810", de Felipe Pigna; "De Perón a Montoneros", de Marcelo Larraquy; "Operación Traviata", de Ceferino Reato; "Juan Domingo", de José Ignacio García Hamilton; "La comunidad organizada", de Juan Domingo Perón; "Que al salir salga cortando", de Arturo Jauretche y "La pasión según Trelew", de Tomás Eloy Martínez.

El pastor Cifuentes, asegura que no pretende quedarse con las cosas de su amigo. "A Arquímedes lo quise mucho. Pasábamos horas leyendo la Biblia y hablando de los grandes temas de la humanidad. La policía se llevó todo, hasta la cama. Pienso que algunos libros pueden ser donados a alguna biblioteca. Y algunos pensaban que Puccio guardaba dinero de los rescates que cobró. Eso es un delirio. Murió pobre y reconciliado con la vida, en paz con el Señor, su sueño era que lo dejaran viajar para hablar con Epifanía, seguía enamorado de ella", dice Eliud.

Con el tiempo sólo logró recuperar dos libros que perteneciero a Puccio: la Biblia y El plan quinquenal, de Perón. "Algo es algo", dice el pastor, que guarda esos objetos como si fueran reliquias. Y no son más que dos de los libros que leyó el temible asesino antes de morir solo y olvidado. "Su sueño era ir a recuperarse a cuba. Cuando hablaba del Che, se ponía de pie", dice Cifuentes.

"Es raro lo que pasó con el viejo. Un día llamó un pastor de Santa Rosa para decir que se hacía cargo de los gastos y dijo que quería que se hiciera el velorio, pero desapareció. Llegó a reclamar las pertenencias. Puccio fue enterrado en un ataúd similar a los cajones de manzana. Los gastos corrieron por cuenta de la Municipalidad", cuenta una fuente municipal.

La familia

Cuando Puccio murió, un juez de paz de General Pico se comunicó con la ex esposa de Puccio, Epifanía Ángeles Calvo, pero ella no quiso saber nada. Su hija menor, tampoco.

"Puccio solía llamar cada tanto a Epifanía, pero tanto ella como sus hijas le cortaban, lo odiaban y eso lo hacía llorar mucho", cuenta Eliud Cifuentes, el pastor que lo cuidó hasta su muerte. No es el pastor que llamó para reclamar las cosas de Arquímedes. En la vida de Puccio hubo dos pastores: uno que lo recibió en General Pico cuando salió en libertad. Y el otro que lo recibió en su casa tras su mudanza a General Pico.

Cifuentes llegó a revelar la confesión que le hizo Puccio antes de morir: "Me dijo que su esposa les puso a sus hijos en contra, y que disfruta del dinero que él guardó en una cuenta de Uruguay". ¿Será el botín por los secuestros cometidos? Ese es uno de los secretos que el líder del tenebroso clan se llevó a su tumba.

Una sobrina de Puccio dijo que no quería ocuparse del entierro pero pidió las pertenencias del ex secuestrador. "No sabemos qué quiere hacer con las pocas cosas de Puccio. Pero su pedido fue desestimado. Lo insólito es que un día llamó un hombre para preguntar dónde estaban los objetos del asesino porque quería ver la posibilidad de comprar algunas cosas. Le dijimos que eso no corresponde y se ofendió", dijo una fuente judicial. A poco más de cinco años de la muerte de Puccio, se decidió que sus pertenencias fueran repartidas entre sus amigos, pero la mayor parte de las cosas se las llevó un enigmático hombre.

Hubo una disputa por sus objetos, pero no se llegó a un pleito judicial. "Entre sus amigos discutieron por ver qué se quedaba cada uno", admite un ex integrante del último entorno de Puccio.

No se sabe quién se quedó con su faca y con el cuaderno donde anotaba los nombres de sus enemigos, con fotos incluida. Entre ellos, la jueza María Romilda Servini y el ex juez Alberto Piotti. "Muchos de ellos se van muriendo y yo sigo vivo", dijo sin saber que le quedaba poco tiempo de vida.

Caluori entrevistó a Puccio varias veces. Incluso le hizo la última nota antes de su muerte. Hace dos meses se cruzó con Jaime René Guastavino, el dueño de la pensión donde vivía Puccio. Al principio tenían una buena relación, pero discutieron (no se saben los motivos), y se volvieron enemigos. Puccio llegó acusarlo de violador y lo denunció a la Municalidad de General Pico para que le clausuraran la pensión. Es más: cuando lo visitaba algún periodista, solía decir en voz alta, para que escuche Guastavini: "¿Así que le contó al gobernador lo del canalla que regentea esta pocilga?". Buscaba generarle terror a su enemigo.

Empanadas: Puccio en La Pampa.
Empanadas: Puccio en La Pampa.

En una nota que le dio a Caluori, Guastavino le hizo una revelación: "Puccio me dijo que mató a 58 personas y que yo iba a ser el más fácil, además me dijo que me iba a descuartizar, por eso fui con un revolver a matarlo", le dijo Guastavino. Un día fue decidido a matarlo con su arma, pero al llegar a la pieza de Puccio lo encontró con varios policías –entre ellos un comisario- porque los había llamado. "Me quitaron el arma, pero yo lo mataba si o si, si el comisario no me decía nada, yo lo mataba, si fui a eso. Pero el hombre me pidió que no disparara y le obedecí".

Además dijo que Puccio tenía una cuchilla de importantes dimensiones y un revolver. Lo de la cuchilla es cierto: se trata de una faca que Puccio conservaba tras su paso por la cárcel y mostraba orgulloso a quienes lo visitaban.

La faca tumbera de Puccio.
La faca tumbera de Puccio.

"A mí Puccio me regaló varias cosas, diploma, libros, y cosas que no recuerdo. Pero la mayor parte de los objetos que tenía se los llevó un amigo que tenía y solía visitarlo. Parece que antes de morir pidió que ese hombre tuviera sus cosas, una especie de misterioso heredero que dejó de ser visto en la ciudad", cuenta Caluori.

Una joven llamada Mirella, vecina de Puccio en la pensión, guarda aún los poemas que Puccio le escribía. "Me llamaba la chica del balde porque una vez me regaló un balde, se la pasaba barriendo o diciendo piropos", dice. Cuando mantenía cautivas a sus víctimas, Puccio salía a la vereda a barrer. Esa costumbre la mantuvo toda su vida. De hecho acostumbraba a mandarles fotos autografiadas a sus amigos o a los periodistas en las que se lo veía barriendo la vereda.

En plena "Pucciomanía" por la serie El Clan y la miniserie Historia de un clan, en 2015, en Mercado libre apareció una venta llamativa. Alguien subastaba un cuadro pintado al óleo titulado "Los pequeños pintores".

El precio era insólito, por no decir escandaloso: tres millones de pesos. Y la explicación del objeto no era mucho menos insólita: "Cuadro original de Arquímedes Rafael Puccio y sus hermanos. Pintado por su madre en 1941 en el atelier de su casa de Villa del Parque y presentado en la exposición de artes plásticas, de la Dirección Nacional de Vialidad, como lo atestigua su etiqueta en el reverso del cuadro. Su madre fue una gran pintora, en 1925 tuvo un premio: mención especial en la XV Exposición del Salón Nacional de Bellas Artes, como figura en el catálogo ilustrado de la exposición".

En el aviso explicaba que el profesor de Isabel Ordano, la madre de Puccio, había sido el gran maestro Pio Collivadino.

"Sus padres fallecieron antes de que Arquímedes fuera detenido y tuvieron la suerte de no enterarse de las fechorías que realizaba su hijo. El cuadro siempre fue resguardado de la luz solar, por ésta casa la pintura se encuentra con los colores vivos, originales. Tanto el marco como su pintura, se encuentran en excelente estado. Es triste que alguien sea famoso haciendo el mal. El coleccionista que lo quiera comprar sabrá por qué lo hace, los motivos pueden ser inciertos. Todos los cuadros que pintó su madre, en muchos de los cuales estaban sus hijos, se perdieron en un incendio en una exposición, este cuadro no se perdió. Lo ponen a la venta allegados a la familia de Arquímedes, que lo conocían antes que éste se dedicara a los secuestros".

La cruz de cemento sobre
La cruz de cemento sobre su tumba.

El cuadro no fue lo único llamativo de esta historia. Un día, otro vendedor cuya identidad no quiso dar a conocer ofreció por Internet una carpeta con manuscritos hallados en el sótano de una quinta de Don Torcuato, donde Puccio vivió en los años 90, cuando tenía arresto domiciliario. Según pudo saber Infobae, ofrecía ese material a cambio de 150 mil pesos. Eran notas de Puccio escritas a mano, documentos supuestamente firmados por Juan Domingo Perón en la época en la que Puccio era cónsul en Madrid.

A los 19 años había sido condecorado por Perón por ser el diplomático más joven del país.

"Son cartas, documentos, fotos y escritos que llevan su firma y también la de Perón. hasta ahora nadie ofertó nada por este material", dijo el enigmático vendedor.

Antes de morir, Puccio dijo, agonizante: "Como dijo un emperador romano, lo tuve todo, pero no me quedó nada". Aunque no prosperó su deseo de seguir "vivo" o en modo fantasma, la leynda negra de Puccio sigue viva y oscura. Como siempre.

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