El primer ladrón que vio en su vida vestía traje, sombrero y usaba maletín para robar bancos y blindados con otros pistoleros que tiempo después fueron parte de la superbanda.
"Quiero ser como usted", le dijo el chico de 13 años, que andaba con zapatillas rotas, pantalón de gimnasia y remera vieja. El asaltante, que tenía una novia cerca de la casilla de Retiro donde vivía el chico, le aconsejó: "Pibe, mejor estudiá porque si no vas a terminar preso o con una bala en la cabeza".
El "pibe" hoy tiene 51 años, se llama Marcelo Brandán Juárez y desoyó lo que le dijo aquel delincuente. Brandán, alias Popó, no quedó en la historia criminal argentina por grandes asaltos. Su nombre quedó marcado en una de las páginas más negras: se lo consideró el líder del sangriento motín de Sierra Chica. Ocurrió en Semana Santa, del el 30 de marzo al 7 de abril de 1996.
En la revuelta, la banda Los 12 Apóstoles, liderada por Brandán Juárez y Jorge Pedraza, mató a 8 presos, tomó 17 rehenes -entre ellos la jueza María Mercedes Malere-, cocinaron empanadas con carne humana y jugaron a la pelota con la cabeza de una de las víctimas.
Tras la revuelta, los Apóstoles fueron trasladados a la cárcel de Caseros, donde encabezaron otro motín, en mayo de 1999. El 14 de abril de 2000 fueron condenados a prisión perpetua en un juicio televisado. Ellos estuvieron adentro de una jaula.
"Nos trataron peor que a los animales del zoológico, no soy un animal, cometí un error como puede cometer cualquier ser humano", dijo Brandán.
Por la peligrosidad de los acusados, el tribunal se instaló en la cárcel de máxima seguridad de Melchor Romero, donde se implementó por primera vez un sistema de transmisión de imágenes y audio con los acusados encerrados en cuatro celdas a unos 200 metros, custodiados por 150 guardias.
Silencio y muerte
Brandán Juárez nunca habló sobre esos días. Negó haber ordenado o cometido los asesinatos. A los jueces Adolfo Rocha Campos, Eduardo Galli y Héctor Rodríguez les pidió: "Están destruyendo a mi familia, la prensa dice que mi madre es prostituta, pero es gente de bien, trabajadora", les dijo con los ojos llorosos. En otras audiencias miraba fijo a los fiscales y a los jueces. Además denunció que los guardias le habían disparado con balas de goma antes de llevarlo a la audiencia.
"Nunca se sabrá lo que pasó ahí adentro, esos días", dijo. En la actualidad está detenido en la Unidad Número 9 de La Plata. Hace un año estaba alojado en General Alvear, donde en una pelea fue herido con un arma blanca y debió ser internado.
"Siempre le gustó provocar y pelear. En una época le decían falopa porque se drogaba y desafiaba a todos, desde presos a guardias", cuenta un ex pirata del asfalto que lo conoció. En 2001, un preso denunció que un guardia con rango del Servicio Penitenciario le había ofrecido dinero a cambio de matar a Brandán Juárez. El episodio nunca fue aclarado.
Brandán es acaso uno de los delincuentes argentinos más enigmáticos y temidos de los últimos 20 años. De él se dice hasta que no fue el verdadero líder del motín, pero eso también sigue siendo un misterio.
Según la Justicia, en ese motín lideró a más de 1.500 detenidos. La versión que da la banda es que durante el motín, Brandán y sus cómplices mataron a los presos llamados "arruinaguachos", acusados de violar a otros reclusos y de ser "buchones" de los guardias. El líder de ese grupo era Agapito Lencinas, asesinado por Brandán de un balazo en la nuca. "Además de ese balazo al mismo tiempo le dieron facazos", dice una fuente penitenciaria.
Pero otra versión, que saldrá a la luz en un libro de próxima publicación escrito por Jorge Larrosa y José Estévez, es que todo comenzó con un intento de fuga que terminó en ese motín.
"Arranqué a robar a los 14. Me agarró la cana y estuve dos años en un reformatorio. Fueron errores que cometí. Pero en casa no había para comer, mi viejo casi nunca estaba, mi vieja sufría. Y pensé que robando podía darle algo", dijo Brandán Juárez en uno de los informes psicológicos que figura en su legajo carcelario.
Antes de la pena por el motín había sido condenado a 16 años por robos reiterados.
"Brandán siempre fue un tipo duro, de mirada y actitud salvaje. De pibe lo veíamos en zona sur porque yo era compañero de un vecino suyo y él quería acompañarnos a cometer asaltos. Nunca lo quisimos llevar. Me encontré con él tiempo después, en una cárcel. No me conoció, pero le recordé que lo conocía de pibito. Entonces me llevó a una celda, y echó a un preso para que yo durmiera ahí. 'Si no te vas, lo arreglamos a piñas o facazos', lo apretó. En ese momento les dije que dormía en cualquier lado, pero el otro muchacho salió y me dejó dormir ahí. Brandán era bravo, pendenciero", dice a Infobae Rubén Alberto de la Torre, miembro de la superbanda, que conoce a Brandán desde hace más de 30 años.
El autor de esta nota conoció a Brandán Juárez una tarde de 2008, durante una velada boxística en la cárcel de Florencio Varela. Un preso señaló con el dedo a un hombre que miraba la pelea ensimismado.
"Ese es Popó, pero es un renegado, no habla con nadie", dijo.
Era Brandán Juárez.
"No hablo con la prensa. Dijeron que era un monstruo, y que yo sepa los monstruos no hablan", se excusó ese día.
Tiempo después le envió una carta a los medios que decía:
"Yo sé que la sociedad me condenó y para muchos soy un monstruo, pero juro que cambié. No lo demostraré con palabras, sino con hechos. Estoy escribiendo un libro en el que contaré la verdad de lo que pasó. En tantos años privado de mi libertad, han pasado por este lugar de encierro muchos hombres que alguna vez fueron niños y no han tenido la oportunidad de tener una infancia acorde a lo que tiene que tener un niño. Yo he pagado a la Justicia y a la sociedad mis errores en aquellos momentos, por eso me siento capacitado para otorgarle a la sociedad lo mejor que yo he aprendido en el bien de los demás. Mi experiencia en la cárcel me llevó a pensar y a cambiar como para hacer un proyecto que sea útil a la sociedad".
"Brandán era un chabón raro, te asesinaba con la mirada. Fui testigo del motín. Fue horrible tener que cortar en pedacitos a un compañero", le dijo a Infobe un ex ladrón que purgó condena en Florencio Varela, Sierra Chica y Campana.
Según revela Luis Beldi en su libro sobre el motín, antes de la masacre Brandán -que tenía 28 años- había participado en otros tres motines y había intentado fugarse varias veces y también fue detenido por tentativa de homicidio.
"Tiene una personalidad egocéntrica, con rasgos narcisistas, irreflexivo, carece de sentimiento de culpa y no tiene interés por estudiar o trabajar", reveló un informe psicológico que le practicaron hace 30 años.
Fortaleza de piedra
"Bienvenido a la capital de la piedra", dice un cartel en la entrada de Sierra Chica. Pero al pueblo no lo ha hecho famoso la piedra, sino una de las tres cárceles que pueden verse al costado de la Avenida Legorburu: la Unidad Penal Número 2, que aloja a casi 2500 presos.
Es un gigante de piedra granito instalada en un pueblo bonaerense de tres mil habitantes. La cárcel es una fortaleza construida en 1881, al costado de las vías del tren, por orden del entonces presidente Julio Argentino Roca, que pretendía tener un fuerte militar para avanzar en la Campaña del Desierto.
El penal es un panóptico, sistema creado por el filósofo Jeremy Bentham en 1791: un solo guardia puede observar a los prisioneros sin que ellos lo vean; el objetivo es que crean que son observados todo el tiempo. Los doce largos pabellones están distribuidos en forma circular. Los guardiacárceles armados con fusiles vigilan desde lo alto de los muros. Cada preso pasa sus monótonos días en una pequeña celda con un pasaplato, encerrado con un candado.
En esos pabellones de 100 metros de largo, que contienen 50 celdas de cada lado, los días de la Semana Santa de 1996 fueron días en el infierno.
"Yo fui uno de los rehenes y puedo decir que probé esas empanadas. Ellos se burlaban y decían: 'tiene gusto a chorro' o 'te estás comiendo a Juancito Pérez, ¿viste que dulzón que es? Quedé traumado. Lo llamativo es que no mataron a ningún guardia, era un asunto entre presos. Lo que aprendí en tantos años laburando en cárceles es eso: los presos arreglan sus problemas entre ellos, rejas adentro, los de afuera son de palo", le dice a Infobae Jorge Kroling.
Los testigos dijeron que esos días sanguinarios, Carlos Eduardo Robledo Puch -el llamado Ángel Negro que entre 1971 y 1972 mató a once personas por la espalda o mientras dormían– corrió hacia la parroquia, abrazado a un compañero, con una Biblia en la mano.
"Me quedé en mi rancho, cuidando mis cosas. Estaba en el mismo pabellón que ahora. Nos encerramos con candado y esperamos a que todo terminara. No comimos. Pasé por diez motines en toda mi vida. Ese fue el peor. Pero lo de las empanadas y lo de la cabeza como pelota es mentira. No vi, ni hablé con nadie ni escuché gritos. Aquí había una banda que cometía muchos abusos contra los presos. Apretaban y pedían dinero. Los Apóstoles vinieron como justicieros y con la finalidad de matar al otro grupo. Por eso fue el motín. Yo estuve encerrado en mi celda. No me agredieron ni vi nada. Nos arreglamos con mate, leche en polvo, arroz, polenta", le dijo Robledo Puch al autor de esta nota, hace unos 11 años.
"Fui un apóstol, pero no maté", le dijo Juan José Murgia Canteros a Infobae. Fue condenado a reclusión perpetua por el sangriento motín. A Murgia lo acusaron de matar de un certero facazo en el pecho —como si fuera la estocada de un torero— al temible cuchillero correntino Agapito Lencinas, líder de la banda rival. Aunque otra versión es que el matador fue Brandán.
"Sobre el motín se han escrito y dicho muchas mentiras. No voy a hablar del asunto porque lo pienso contar todo en un libro que voy a escribir", dijo Murgia.
Pero nunca se publicó su libro, y ni siquiera se sabe si comenzó a escribirlo.
Entre las versiones que existen se asegura que durante el motín hubo violaciones y que un rufián pesado hizo entrar un arma a través de una abogada días antes de ser trasladado.
El motín más cruento y famoso de la historia sigue siendo un enigma. Al igual que su líder, Brandán Juárez, y todo pareciera encerrarse en el hermetismo invulnerable de una prisión. O sus palabras: "Nunca se sabrá lo que pasó ahí adentro".
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