"Hacela fácil y tirate al piso". Silvio Romero se había hecho pasar por un cliente y esperó el momento oportuno. Sacó un arma y ató de pies y manos a los dueños de una peluquería de Monte Grande y a otras dos personas que esa mañana del 1 de marzo de 2013 estaban en el local. "¿Dónde está la plata?", preguntaba a los gritos mientras les pegaba patadas en las costillas y las piernas y los amenazaba. "Más vale que contestes y hagas lo que te digo porque si no no vas a volver a ver a tu bebé", le dijo a una de las mujeres cuando en su cartera encontró un pañal. Robó dinero, cuatro equipos de estética, celulares, dos notebooks, perfumes, bijouterie, una cámara de fotos digital, anillos y el auto del dueño del comercio.
Seis años después, preso en el penal de Gorina en La Plata, Romero fija la mirada en un punto, hace silencio, piensa y dice que no recuerda nada del robo: "Estaba bajo consumo de drogas, muy agresivo. Estaba jugado y me comporté como un desquiciado", dice Romero a Infobae en una de las aulas del primario de la cárcel. Fue condenado a ocho años de prisión. Hoy, con 39 años, Romero atraviesa la etapa final de un proceso largo y meditado: quiere encontrarse con sus víctimas para pedirles perdón.
"Siempre me lo pregunté: ¿qué fue de la vida de esa gente? ¿Les generé un daño económico y psicológico? ¿Tengo manera de repararlo?", dice Romero. Explica que quiere pedirles perdón y que está dispuesto a pagar con dinero por el daño material que causó. Ya hizo una presentación en la Justicia para ponerse en contacto con las personas a las que asaltó.
"Me gustaría que se desahoguen, que me digan 'chorro, hijo de puta'. No espero un ramo de flores. Después de eso puede venir algo positivo", imagina sobre el posible encuentro. Dice que entendería si sus víctimas le dicen que no, pero anhela que se dé para poner un punto final, no solo al delito que cometió. "Para mí es cerrar un largo capítulo de mi vida", cuenta Romero. A lo largo de la charla hablará sobre el desamor de su padre, sus hermanos presos, el abandono de su casa, las drogas, la cárcel y el HIV.
Romero comienza: "Vengo de una familia humilde de Moreno. Mi mamá era ama de casa y mi papá albañil. No tenían una buena relación y se separaron cuando yo tenía dos años. Mi papá tenía problemas de alcohol, era violento y la maltrataba", recuerda.
A su papá lo veía solo 15 o 20 días por año en las vacaciones: "Era un infierno. Yo esperaba durante el año un abrazo de él y nunca lo tuve. Me pegaba, me insultaba. Me decía 'maricón' porque siempre fui muy mamero y él prefería estar con mis hermanos". Su padre falleció cuando tenía 12. Nunca supo la causa.
Se crió con su mamá, su padrastro y sus cinco hermanos que comenzaban a ser detenidos. "Mi vieja me paseaba por los tribunales e institutos de menores para ver a mis hermanos. No sabía por qué iba un patrullero a mi casa. En la cena ella hablaba siempre de abogados y la familia feliz que yo anhelaba era representada por un abogado. Así que cuando a los ocho años si me preguntabas que quería ser te decía abogado".
En la primaria, recuerda, comenzaron sus primeros problemas: "Mis compañeros me discriminaba por la ropa que llevaba, que tenía que ver con mi origen humilde". "Así me fui criando", rememora mientras convida mate y de fondo se escucha cumbia a todo volumen, parte del sonido ambiente de las cárceles.
A los 13, un año después de la muerte de su padre, se fue de su casa: "No tenía un lugar en mi hogar, me sentía solo", asegura.
Vivió en la calle y empezó a drogarse -marihuana, psicofármacos, cocaína- y a tomar alcohol. "Ahí comencé a vincularme con personas mayores y me inicié en el delito". Fue detenido varias veces, "siempre por robo", cuenta Romero. En 1999, a los 19 años, intentó fugarse de una comisaría. Tomó como rehenes a policías. Luego llegaron las condenas. Fueron dos en 2001 y una en 2002. Recibió una pena unificada de 18 años de prisión.
Estuvo detenido desde 1999 hasta 2009. Admite que fue un preso complicado que se hizo respetar. Salió en libertad. Le dieron por cumplidas las condenas y empezó a trabajar en un estudio jurídico. En 2012 le diagnosticaron HIV. "Eso me destruyó y me costó mucho asumir la enfermedad", recuerda con dolor. Y volvió al delito.
El 1 de marzo de 2013 entró a robar a la peluquería y centro de estética "Incanto", de Monte Grande, en el partido de Esteban Echeverría. Volvió a robar el mismo negocio cuatro meses después, el 13 de junio. Casualidad o destino, en ambos asaltos estaban las mismas personas: un hombre y una mujer, primos y dueños del comercio; una amiga de ella y una clienta.
Romero fue detenido y condenado a ocho años de prisión por los dos robos. Volvió a una unidad penitenciaria. Ya lleva cerca de 15 años de su vida en prisión y pasó por la misma cantidad de cárceles: estuvo en Olmos, la desaparecida Caseros, Sierra Chica, Alverar, Magadalena y Florencia Varela, entre muchas otras.
"Fue una tocada de fondo terrible", dice sobre la última vez que entró en prisión. Para sus víctimas también.
En el juicio en el Tribunal Oral Criminal N°7 de Lomas de Zamora los dueños del local declararon que tuvieron que cerrarlo por la pérdida económica y porque "se corrió la voz en el barrio sobre los asaltos y los clientes tenían miedo de concurrir". "Nos quedamos sin trabajo", dijo la encargada del centro de estética que contó que los equipos que Romero les robó valían 40 mil pesos y que ni siquiera había terminado de pagarlos.
La mujer declaró también que por el hecho sufrió trastornos de ansiedad y taquicardia, que no puede estar en ningún lugar cerrado porque le da miedo que entre alguien y le haga lo mismo y que durante mucho tiempo no pudo salir de su casa. La clienta que se estaba atendiendo dijo en el juicio que durante todo el 2013 no pudo volver a trabajar, que estuvo dos meses sin poder salir de su casa y medicada, recordó que estaba en ropa interior en uno de los gabinetes cuando comenzó el robo: "Sentí una vulnerabilidad y una fragilidad enorme pensando qué podía hacerme este hombre tan violento".
Romero estuvo presente en las audiencias del juicio: "Me impactó escuchar lo que hice, me desconocía. Si ahí podía arrodillarme y pedirles perdón lo hacía".
Ahora quiere reencontrarse, en otro contexto, y para cumplir ese perdón.
Nuevamente en prisión, Romero pensó: "El único que puede hacer algo soy yo". Tomó dos decisiones. Retomó la carrera de abogacía que había iniciado en 2008 en la Unidad 9 de La Plata y se recibió en tres años, en 2016. Dejó de drogarse. "Estaba en el penal de Magdalena y tenía cocaína. Me había quedado solo en mi celda porque a mi compañero lo trasladaron y tiré la droga por el inodoro", recuerda.
El proceso de desintoxicación no fue fácil –"me metía debajo de la ducha fría y hacía deportes"– y al día de hoy lo continúa. Desde entonces, julio de 2013, que no se droga. En ese proceso también comenzó un tratamiento el HIV, que hoy está en una carga viral muy baja.
En la cárcel conoció un grupo de Alcohólicos Anónimos al que se sumó. Y ahí dio el primer paso del pedido de perdón a sus víctimas.
"Alcohólicos Anónimos tiene un libro que se llama '12 Pasos, 12 Tradiciones'. El paso ocho es hacer una lista de las personas a quienes dañamos y queremos pedirles perdón. Y yo estoy acá porque generé un daño. Siempre me lo pregunté: ¿qué fue de la vida de esa gente? Les generé un daño económico y psicológico, ¿tengo manera de repararlo?", cuenta.
Así comenzó el proceso. Como abogado, Romero exploró la posibilidad de un pedido de perdón dentro de la causa. No se podía. Pero su idea continuaba. Ya había dado el primer paso: querer hacerlo.
Luego vivió una experiencia que define que lo conmovió profundamente. A principio de marzo, en el marco de una salida autorizada por la Justicia, participó de la inauguración en Quequén, cerca de la ciudad balnearia de Necochea, del Paseo por la Paz para recordar a Melisa Nuñez, una joven de 19 años que murió en abril de 2015 por un derrame de productos tóxicos.
Estuvieron juntos la mamá de Melisa, Mercedes Fernández, y Fernando Cañada y Emiliano Cañada, los dueños de la empresa que provocó el derrame. Por fuera de la causa penal y civil, víctima y victimarios iniciaron un proceso de restauración.
"Hablé con uno de los señores y me dijo 'Estoy arrepentido y se que no alcanza, pero si me quedo con eso tampoco alcanza'. Y la mujer me dijo que eso le hace bien a todos y que no tiene rencor", cuenta Romero.
Con esa experiencia en su cabeza, al volver a la cárcel de Gorina -que es de régimen abierto- se puso en contacto con Mario Juliano, juez penal de Necochea y promotor de "Víctimas por la Paz", la entidad que acercó a la mamá de Melisa y los empresarios.
Juntos exploraron la posibilidad del acercamiento con las víctimas de Romero, que publicó una carta en cuenta de la red social Facebook que tituló "La paz está en nuestras manos". Y este lunes Víctimas por la Paz presentó ante el juez penal de Lomas de Zamora Roberto Conti, que lleva la causa de Romero, el pedido para intermedie en el contacto con sus víctimas.
-¿Entenderías si no aceptan encontrarse con vos?
– Claro que lo entendería. Estoy preparado para recibir un cachetazo pero no me ofendería. Y no quiero que me bajen la pena ni ningún beneficio.
-¿Qué recordás de las víctimas, del robo a la peluquería?
-No me acuerdo nada de los hechos. Los até, les pegué. Estaba jugado, no estaba en mis cabales. Me comporté como un desquiciado.
-¿Hablaste este proceso de pedir perdón con otros presos?
-Con algunos sí. Es un tema difícil y muy emblemático. En las cárceles hay una atmósfera rara. Te pueden decir que sos un arrepentido, que buscás un beneficio. Lo mismo pasa con las drogas. Si no te drogás sos un careta. El contexto no ayuda porque hay una idea de que el preso no pide perdón. Pero creo que hay muchas personas que quieren transitar este camino. Pero la cárcel no ayuda al proceso de reflexión.
-¿Qué les vas a decir a las víctimas si aceptan el encuentro?
-Quiero contarles mi vida, mis procesos. Y que sepan de mi voluntad de perdón. Quiero escuchar lo mejor y lo peor que tengan para decirme. Y no quiere ponerme como una víctima. No me gusta vivir desde la víctima.
-¿Qué significa para vos pedir perdón?
-Ponerle punto final a una vida.
Silvio está en pareja, tiene tres hijos y un nieto. Su mujer está cerca de recibirse de abogada y planea su futuro para cuando deje la cárcel. "Voy a trabajar como abogado. Pero mi sueño es trabajar en una organización de derechos humanos en barrios populares y trabajar sobre el consumo de drogas en los chicos. Quienes pasamos por eso y por la cárcel podemos transmitir más que cualquier especialista", sueña.
Para Romero "la droga como un consumo irresponsable" fue lo que lo llevó al delito. "Eso activa la esquina, el ventajeo, las malas relaciones", agrega. Y cuando habla del tema vuelve a su padre. "Si eso no te marca, ¿qué te marca?", se pregunta sabiendo la respuesta.
Su condena vence en junio de 2021. Ahora tiene salidas monitoreadas con una tobillera para ir dos veces por semana a la Universidad de La Plata donde estudia sociología. Y está haciendo la diplomatura en derecho procesal penal. Entre julio y octubre espera dejar definitivamente la cárcel con la libertad condicional.
"En la vida pasé de todo: desde dormir en una estación hasta que mi papá me tire un ladrillazo. No puedo cambiar lo que no me dio la vida, pero si puedo cambiar lo que puedo hacer yo. Y estoy tranquilo y sé para donde voy. Voy para reconstruir mi historia. Hoy rechazo el delito totalmente", dice con el anhelo de que su pedido de perdón cierre una historia y empiece otra.
SEGUÍ LEYENDO