"Me partió la vida, a mí y a mi familia. Estaba en el equipo de las Olimpíadas de Matemática, podría haber sido útil a la sociedad, era bueno, tenía una legión de amigos. Era un chico que despertaba a la vida".
La voz de Federico Storani se resquebraja como una hoja seca cuando evoca a Manuel. La entereza de su reclamo de justicia se desarma en el momento en que pronuncia el nombre su hijo. El adolescente, de 14 años, murió la noche del 31 de marzo de 2016 cuando la lancha en la que viajaba por el Delta junto a su mamá -también fallecida- y otras personas recibió el impacto de otra embarcación, piloteada por el comerciante Pablo Torres Lacal, actualmente en libertad.
Storani lleva una larga temporada de vacío y dolor, 36 meses en los que dedicó su vida a encontrar pruebas para demostrar que Torres Lacal estaba fuera de sí y que no le importó el peligro mortal que generó al navegar de noche, a toda velocidad, llevando en zigzag su embarcación por el Canal Vinculación, de Tigre.
Después de dos años de una investigación exhaustiva del fiscal Mariano Magaz, el expediente descansa desde diciembre en el despacho del juez de Garantías Diego Efraín Martínez, a la espera de la definición de fechas y formas del juicio oral, ya requerido por el investigador.
Magaz acusa a Torres Lacal de triple homicidio simple. Además de Manuel Storani, murieron como consecuencia del choque su mamá Ángeles Bruzzone y un amigo del imputado, Francisco Javier Gotti. De ser hallado culpable, el acusado, de 51 años, podría recibir una pena máxima de 25 años de prisión.
"El fiscal Magaz reconstruyó el accidente, actuó de manera diligente y excesivamente detallada. No tengo nada que decir. Elevó la causa con la imputación por el triple homicidio que produjo Torres Lacal. Pero el juez la tiene dormida", protesta el dirigente radical en una conversación con Infobae.
Manuel y Ángeles viajaban junto a cuatro personas en la lancha Mad II. Venían de festejar un cumpleaños en un restaurante en medio de las islas del Tigre. Según consta en el expediente, entre las 23 del 31 de marzo y las 00:15 del 1º de abril, mientras navegaban por el Canal Vinculación, apareció de repente la lancha Shark II, timoneada por Torres Dacal, quien iba acompañado por Gotti y por otro amigo, y se dirigían a un bar en el Delta.
De acuerdo con los testimonios de los sobrevivientes la lancha de Torres Dacal venía rápido y en zigzag por el medio del cauce. Impactó contra Mad II casi sin que los tripulantes de esta embarcación la vieran venir. Los análisis de los peritos incorporados a la causa estudiaron el instrumental de la Shark II y demostraron que venía a la velocidad máxima.
Alejandro Gabriel Obludzyner viajaba en la lancha junto a Manuel Storani y su mamá y contó que observó la lancha de Torres Dacal de frente segundos antes del impacto. El sobreviviente relató que le advirtió a Lucas Sorrentini, a cargo del timón, sobre las maniobras peligrosas de Shark II, que se divisaba tenuemente gracias al claro de luna que iluminaba el río.
"Mirá ese loco", le dijo Obludzyner a Sorrentini, y al cabo de unos segundos, el timonel intentó girar bruscamente para evitar el choque pero fue imposible. Ante el fiscal Magaz, el hombre declaró que su teoría es que el conductor de la otra embarcación no los vio. "Todo pasó muy rápido, el impacto fue sorpresivo, recuerdo como un resplandor blanco que era la embarcación casi encima nuestro", contó.
La lancha de Torres Lacal dio en el medio de Mad II, pero del lado donde iban Manuel y Ángeles. El cadáver del chico fue hallado después de tres días de búsqueda intensa en la zona.
"Los partió por la mitad y siguió y terminó 50 metros después arriba de la tierra, para que te des una idea", dice Federico Storani, quien pone en duda el estado de Torres Lacal al momento de manejar la lancha: "Venían pasados".
Llamativamente, los análisis toxicológicos de Torres Lacal dieron en cero, aunque David Hernán Di Rico, el tercer tripulante de su lancha, admitió que habían tomado dos cervezas.
No obstante, otros testimonios instalan aún más la duda sobre qué pasó con las pericias en el organismo del imputado. Dos testigos de la guardería de donde el hombre sacó su lancha remarcaron que el conductor de Shark II estaba "exaltado".
Lo mismo contó el hombre que les cargó nafta en el río Luján. Relató que la lancha de Torres Lacal "llegó a fondo y bajaron la marcha porque si no, chocaban; se habían pasado del canal donde está la estación de servicio, después volvieron -retrocedieron- e ingresaron para cargar nafta".
El testigo dijo que cuando regresaron a la marina para cargar nafta también tuvieron que bajar la velocidad porque si no, chocaban con el surtidor. Y que él se acercó y les dijo: "Muchachos, anden más despacio porque por acá anda gente sin luz". Según el hombre, uno de los tripulantes estaba fumando una pipa "con olor a marihuana".
"Noté que uno de ellos no estaba bien, el que manejaba la lancha, pero por la actitud no estaba tranquilo… estaba como 'exaltado, caminaba por la lancha todo el tiempo", detalló, aunque aclaró que si bien no le sintió aliento a alcohol sí notó que "no hablaba bien, por el tono de voz".
Federico Storani hizo su propia investigación paralela y le cuenta a Infobae que tiene testigos de identidad reservada que se presentarán en el juicio para revelar datos sobre la personalidad del acusado y detalles de lo que pasó minutos después del incidente donde murió su hijo.
De todos modos, aunque es cauto, confiesa que sospecha de la actitud del juez Martínez. "Mi hija, que es abogada, se presentó apenas encontramos a Manuel como particular damnificada pero el juez no la aceptó inmediatamente. Eso nos impidió vigilar algunas diligencias extrañas que ocurrieron en esas horas", dice el ex ministro del Interior durante el gobierno de Fernando de la Rúa.
Horas antes del incidente, Torres Lacal y sus dos amigos habían sido expulsados de una fiesta. Ese episodio sumado a los testimonios de los trabajadores de la guardería de la lancha y de la estación de servicio dan indicios que serán aprovechados por el fiscal Magaz durante el juicio, que él pretende que sea por jurados.
"Todos tuvieron dosaje alcohólico positivo menos el tipo que conducía, que aparece en cero alcohol en sangre. Hay sospechas de adulteración de los análisis, y seguro hubo maniobras elusivas, a él lo internaron rápidamente, hubo cosas raras", remarca Storani.
Esas rarezas incluyen, para el líder radical, la lentitud con que el juez Martínez (que el último jueves citó a Torres Lacal para definir si será juicio oral o por jurados) se está tomando el caso.
—Torres Lacal mantuvo su vida normal,;según muestra en sus redes sociales siguió viajando. ¿Alguna vez se comunicó con usted para hablar de lo que pasó?
—Jamás se comunicó conmigo ni mostró arrepentimiento. Aparece en redes sociales tomando champaña. Tiene un local en la calle Giribone, tiene una casa en un country, hacía ostentación de que se iba a comprar un helicóptero… Dios nos guarde si este tipo maneja un helicóptero.
Para Storani, Torres Lacal "es un tarambana, es de los indeseables que uno no quiere para esta sociedad, de los que viven de joda, se merquean y no cuidan la vida de los demás, por la descripción que me da todo el mundo. A mí me partió la vida, a mí y a mi familia".
—¿Cómo se sobrelleva una situación así?
—Soy un perro de pelea. Y por supuesto que me puse a investigar. Encontré testigos, hice mucho laburo y para mí fue revivir mil veces la situación con un enorme dolor, y seguir con mi vida. Para mis hijas era su hermanito menor. Ese enero habíamos estado de vacaciones en Córdoba, estaba integrado. Es un dolor múltiple, el abuelo materno murió al mes, murió de pena, lo tenía como el preferido. Ni te digo lo que me escriben sus amigos del colegio, tenía una vida muy sana. Apuntaba a ser una persona interesante, era buen estudiante, buen compañero, querido por todos, y un tarambana te lo arrebata.
Este domingo, cuando se cumplan tres años de la muerte, Storani irá con su familia hasta el cementerio de General Rodríguez, donde los restos de Manuel descansan junto a los de su mamá. Es un ritual que repiten cada 31 de marzo y cada 26 de octubre, cuando sería el cumpleaños del chico. El corazón de Storani está partido. Lo dice su cuerpo, lo expresa su voz.
—¿Podría perdonar a Torres Lacal? ¿Qué sentimiento le genera?
—No me gana ni el odio ni el perdón. Yo no lo perdono, pero no tengo un problema de venganza. Está el tema de la anomalía manifiesta de no dar mayor celeridad a la causa, y no quiero que prescriba, como pasó con otros casos. Lo mío es un tema de justicia, se lo debo a mi hijo, se lo debo él.
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