Es uno de los presos más enigmáticos del país. Y de mayor perfil bajo, aunque su alias es casi una delación: lo llaman "La máquina de matar".
En su celda guarda un sobre con fotos en tono sepia. Allí se lo ve a un niño de ojos celestes, cabeza rapada y ceño fruncido que aparece serio. Posa con uniforme y arma de juguete, junto a su madre en un campo de girasoles y con sus conejos apilados en cajas de cartón.
El escenario es Tambov, Siberia, donde en 1919 una rebelión de campesinos se levantó contra los bolcheviques durante la Guerra Civil Rusa.
A los 50 años, Klimov Stelmaj Volodymyr sigue rapado y con la mirada fija. Tampoco sonríe. Y no tiene motivos. Añora los recuerdos de su infancia y los 40 grados bajo cero de su ciudad.
Ahora lo tienen a maltraer, según él, la cumbia villera a toda hora, las chapas de la cárcel de Florencio Varela, que parecen cocinarse a fuego lento cuando la temperatura supera los 30 grados, y una condena a cadena perpetua.
"El ruso mete miedo, nadie se le anima a sostenerle la mirada. Es capaz de hacer un arma con una lapicera", cuenta uno de los guardias de la Unidad Penal Nº 24 de Florencio Varela.
Ahora Klimov está en la cárcel de General Alvear, donde hace poco más de tres años se fugaron los hermanos Martín y Cristan Lanatta y Víctor Schillaci.
Klimov tiene conducta ejemplar pero que no lo entusiasma hacer artesanías o estudiar Derecho, como a muchos de sus compañeros. "Sigue detenido y nunca obtuvo ningún beneficio para salir", confirma a Infobae una fuente del Servicio Penitenciario Bonaerense.
En el patio, el musculoso Klimov hace ejercicio sobre una barra oxidada. Parece un gimnasta, aunque se lo podría comparar con el ruso Ivan Drago, el temible rival de Stallone en Rocky IV.
Para los jueces que lo condenaron, es un asesino profesional, que mató a sangre fría.
Él dice que aquel 18 de noviembre de 2003, en una esquina de la localidad bonaerense de San Martín, sólo se limitó a defenderse de dos rusos y un ucraniano que le tendieron una trampa.
«Me debían 2.500 dólares, pero en lugar de devolvérmelos me quisieron matar. Cuando estaban por dispararme, les gané de mano y los maté desde el piso», cuenta en un castellano claro. Fueron dos disparos a cada uno. En la cabeza.
"Dijeron que maté con alevosía, pero en mi país se mata así. Me entrenaron para disparar de ese modo. Me defendí. Si hubiese querido que el crimen quedara impune lo podría haber logrado porque sé cómo hacerlo", afirma.
Las víctimas fueron Alexander Nescuva y Tatiana Pendak. Una tercera persona sobrevivió.
"Pensé que iba a contar la verdad y que actué en legítima defensa, pero mintió y me acusó. Ellos eran espías de la KGB", denuncia.
Klimov muestra fotos y documentos de su paso por el ejército ruso. Dice que en 1985 combatió para la Unión Soviética en Kabul contra los talibanes de Afganistán. Con orgullo, exhibe una medalla que logró como soldado especial de primera clase, experto en manejo de armas y granadas, adiestramiento de perros, conducción de tanques y escalada de montaña.
"Fui francotirador y aprendí a desarmar explosivos. Me hirieron muchas veces y tengo varias cicatrices y piel injertada", se jacta.
"En la guerra, que fue por el petróleo, muchos de mis compañeros volaron en medio de explosiones o ráfagas de ametralladora", cuenta.
También dice que formó parte de la Policía Militar durante 16 años e integró el Grupo Especial de Operaciones y Búsqueda de Prófugos de la cárcel de máxima seguridad de Moscú.
"En comparación con las cárceles rusas, el penal de Varela es un sanatorio. Allá los muros son mucho más altos, hay rejas por todas partes y alambrados electrificados con 2.500 voltios. Escaparse es ir a la muerte. Al fugitivo se le lanzan los perros. Yo los perseguía en el helicóptero. Teníamos la orden de matar. No podían volver vivos. Algunos morían mutilados por los osos, que nos ahorraban el trabajo", recuerda.
Una de esas búsquedas, que concluyó con seis presos asesinados, asegura que le hizo ganar enemigos de la mafia rusa.
"En 1993 un camión aplastó a mi mujer y a mi hija de diez meses. Luego, en medio de apuestas clandestinas, asesinaron a mi hermano, campeón de boxeo", confiesa mientras dibuja en un papel la secuencia del camión que mató a su familia.
En 1999 dice que escapó de la mafia. Llegó a la Argentina con un amigo y trabajó como custodio privado de un empresario que solía pasearse con su maletín lleno de dólares. Tras la condena, su primer destino fue el penal de Sierra Chica, donde tres presos lo amenazaron con una faca. Dice que les dio su merecido, a mano limpia, y los mandó al hospital.
"Sé defensa personal, artes marciales, y con un movimiento puedo inmovilizar a alguien. Muchos presos me tienen miedo y ni siquiera se animan a dirigirme la palabra. Cuando practican boxeo con una bolsa me voy para no lastimarlos".
Después de desplegar su currículum sellado a sangre y balas, la pregunta es inevitable.
-¿A cuántas personas mató?
-En mi foja de servicios del ejército ruso figuran más de 300 enemigos caídos en combate. En la Argentina maté a 2. Y me encarcelaron de por vida.
Klimov guarda las fotos en una bolsa y cuenta que extraña a sus padres. "Espero volver a verlos algún día, antes de que se mueran", dice mientras camina por el pasillo hacia su celda. A su paso, sus compañeros hacen silencio. Saben que ese hombre serio carga más crímenes que todos los presos del pabellón de máxima seguridad.
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