En la calle 116 de Tolosa, al otro lado de la vía, hay una abundancia de mascotas. A lo largo de los cien metros que separan las intersecciones de las calles 529 y 530, el paseo de perros quedó establecido por los vecinos como la cuota de oxígeno para una cuadra cuyo único inmueble de atención al público es un pequeño consultorio odontológico, cerca de una esquina.
La cuadra se llenó de gente el martes 26 de febrero. Policía Bonaerense, bomberos, mucha prensa y curiosos. Por primera vez, las mascotas del barrio no fueron las protagonistas de la escena pública. Paradójico: el show se lo robaron los canes de rastreo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que cumplieron un rol determinante en el hallazgo del cuerpo de Daniela Cicchini, una mujer de 49 años que estuvo desaparecida durante 8 meses y fue encontrada sepultada en el propio patio de su casa.
Como presuntos autores del crimen, quedaron detenidos su hija de 17 años, de iniciales M. H. C., y el marido de la adolescente, Claudio Santa Cruz, de 45 años, con quien tiene dos hijos de 4 y 3 años. La misma joven había denunciado la desaparición de su mamá en junio de 2018. Eran marido y mujer efectivamente: según fuentes en la Justicia platense, Daniela emancipó a su hija para que se casara con el hombre, con quien comenzó una relación en la adolescencia.
M.H.C finalmente confesó, al grito de "¡Yo la maté!", durante una entrevista con investigadores policiales. De todos modos, todavía resta investigar si la hija de la víctima fue efectivamente la autora del homicidio de su propia madre. También, queda descifrar el papel de su marido y padre de sus hijos en esta historia.
Miércoles 27 de febrero, un día después del hallazgo del cuerpo. Es plena mañana y el frente de la casa con numeración 203 está cubierta por la sombra. Una fachada con predominancia de un amarillo sucio. Las dos ventanas, con sus persianas bajas, cuentan la peculiaridad de estar protegida por dos rejas diferentes: una por barrotes y la otra, por delante, con hierros cruzados y pequeñas hendijas, similar a las de las ventanillas de venta de entradas de los estadios de fútbol.
La puerta, blanca, posee una mancha transversal negra, producto de un viejo principio de incendio. Hay una faja policial de clausura en su marco y una factura de gas doblada debajo de una de las ventanas.
A unos diez metros hacia el centro de la cuadra, también sobre la vereda impar, hay una casona de principios de siglo XX. Allí vive una abuela que debe acariciar los 90 años. Ya casi no baja a la calle, le cuesta demasiado bajar la escalera. El sonido de una charla debajo de su hogar le generó el interés suficiente como para salir al balcón. Ella prefiere no dar su nombre.
"No voy a decir nada. Yo no sé nada de nada", explica con mucha gesticulación con sus brazos. Habla desde el balcón hacia la vereda, como si fuera un discurso. Pasan dos segundos, y arranca: "Es que yo conocía a los padres de esta mujer que mataron. Vivieron mucho tiempo acá. Ellos venían de afuera y eran excelentes personas. Excelentes personas -repite-. Pero, bueno, al final las cosas inesperadas pasan. Y una, en algún momento se tiene que hacer cargo por las cosas que hace. Acá o en otra vida", explica.
La familia Cicchini es oriunda de la ciudad de Lobos; los padres de Daniela llegaron con ella a la casa número 203 hace más de 35 años.
De acuerdo a la mayoría de los vecinos, Daniela Cicchini había tenido fuertes trastornos emocionales durante gran parte de su vida. Incluso, según fuentes policiales, la mujer se encontraba bajo tratamiento psiquiátrico al momento de su desaparición. Algunos dicen que sus padres le regalaron esa casa para que pudiera insertarse mejor a la sociedad, poder formar parte de una comunidad.
La casa 203 también tiene una puerta lateral y un pasillo, desde donde se puede percibir que el aire se torna ácido. Se siente un leve olor fétido. Aún 24 horas después del hallazgo del cuerpo, todavía está presente el aroma residual de un cuerpo que estuvo enterrado durante ocho meses bajo cemento. No es insoportable, posiblemente no se trate del olor más desagradable, pero sí uno de los más particulares: resulta difícil encontrar una equivalencia.
Al fondo de ese pasillo vive una mujer de unos 55 años, con pelo castaño oscuro, un carácter muy fuerte y una indignación completa con todo el asunto.
"Qué te puedo decir… Lo que te puedo decir es que desde que esa mujer había desaparecido yo empecé a vivir más tranquila. Fue una tortura tenerla de vecina durante tantos años. Yo tengo acá a mi hija y a un nieto de 5 años, laburamos todo el santo día. ¿Sabés lo que es despertarte durante años a las 3 de la mañana por los gritos e insultos de una vecina? Todo el tiempo", expulsa con bronca.
"Vos no sabés lo que fue esto cuando ella vivía con sus cinco hijos. Los cagó a palos toda su vida. No sabés lo que lloraban esas criaturas. Qué querés que te diga, nene, la verdad que si no la mataba la nena, la iba a terminar matando otro. Es así", sentenció la señora, sin la más mínima pena.
Los vecinos del barrio casi no conocían a la hija de 17 años de Daniela, que lleva el apellido de su madre. Después se fue durante unos cinco años (se cree que a Lobos) y regresó hace poco más de un año, para compartir techo con Cicchini. La familia necesitaba "que alguien la cuidara" a Daniela.
Justo enfrente de la casa 203 se ubica el consultorio odontológico del barrio. Allí atiende la dentista Mónica Laura Curuchet, quien charla casi apoyada al cartel de su oficina, con un estilo algo kitsch de letras en cursiva clásica doradas sobre un fondo negro.
"Yo a Daniela la conozco desde hace muchísimo. Durante muchos años fui su dentista. Incluso la atendía cuando venía a una consulta con su nena, que entonces era chiquita", explica.
"La verdad-, afirma y baja el tono de voz considerablemente- Yo la verdad que no tengo nada que decir en contra de ella. Nuestra relación siempre fue amable y nunca tuvimos ningún tipo de problemas. Pero sí sé que en su casa sí había problemas, especialmente con los novios que encontraba en los bailes. Era normal ver patrulleros en la puerta de su casa. Les puso varias perimetrales a algunos de sus novios y sí sé de muchos que intentaron agredirla. Uno, de hecho, trató de prenderle fuego la puerta de la casa".
Gente que viene y va
Los problemas con las parejas de Cichini se hicieron vox pópuli en esa zona de casas bajas de Tolosa. Incluso, trascendieron las fronteras de la calle 116, entre 529 y 530. Laura es una señora de unos 55 años, tiene una camiseta blanca muy sucia. Lo mismo sucede con sus pantalones de jean. Como todas las mañanas desde hace 6 años pasea a una perra de color negro y blanco, similar a un Yorkshire. "Yo no soy de esta cuadra, pero vivo a dos calles de acá", le dice a Infobae con voz de alcohol. Agrega que no tiene amigos y que conocía a Cicchini por sus escándalos con los novios. "No lo quiero decir porque es muy despectivo. Pero algunos la llamaban 'La Conejera'. Cada día aparecía con un novio nuevo".
La hija de Cicchini denunció la desaparición de su madre, que se mantenía económicamente gracias a una pensión, el 15 de junio de 2018. En su momento, aseguró que había visto por última vez a su mamá el 7 de junio, cuando la mujer de 49 años se marchó a la casa de Alejandro, un joven de Berisso al que había conocido semanas antes, en un boliche.
La adolescente invitó a los representantes de la comunidad vecinal de la zona para que la ayudaran con la búsqueda de su madre. Se realizaron campañas e incluso se llegó a llevar a cabo una breve manifestación en la calle.
Con el tiempo, el comportamiento de la hija de Daniel y su marido durante los meses posteriores a la desaparición tomó un cariz perverso.
Al menos tres vecinos consultados por Infobae confirmaron que la joven de 17 años llevó a cabo en varias oportunidades ferias americanas en el pequeño palier del frente de la casa.
En esos eventos, vendió la ropa de su madre. Algunos lo tomaban en su momento como un intento de despojo de aquellos recuerdos de su mamá, aún desaparecida.
Mientras tanto, durante los días posteriores a la desaparición también se vio a Santa Cruz, el marido de la chica, entrar y salir de la casa con una carretilla y material de construcción.
A lo largo de la última década, la calle 116 y las aledañas padecieron un incremento notorio de la delincuencia y la inseguridad. Muchos vecinos sospechan que los delitos son cometidos por residentes de un asentamiento cercano, llamado "Barrio El Mercadito".
Lo cierto es que al miedo a los robos se le sumó una crisis constante en el liderazgo de la única comisaría de la zona, la Sexta de Tolosa, ubicada a tres cuadras de esta calle. En el período entre 2012 y 2016, ese destacamento vio pasar a 12 comisarios. Ese suceso llevó en 2016 a integrantes de la Asamblea Vecinal de Tolosa a presentar un reconocimiento en la publicación Guinness World Record como "la jurisdicción que acumuló una mayor cantidad de comisarios en el menor tiempo en todo el mundo".
Los vecinos conformaron una asamblea, instalaron un sistema de alarmas. Daniela formó parte del consejo.
Alejandra, que vive en una imponente casa con rejas negras, jardín delantero, un garage descubierto en el frente y que fue asaltada dos veces en los últimos tres años, recuerda con cariño y empatía las reuniones con Cicchini. "Era muy participativa y siempre estaba dispuesta a ayudar a lo demás con las cosas que se necesitaban en el barrio. Daniela era una mujer muy especial. A veces venía a las reuniones y se ponía a comentar problemas de su vida que eran demasiado personales. Nosotros le teníamos que estar diciendo 'Dani, esas cosas no son para hablar con los vecinos. Te las tenés que guardar'", recita, con tono pedagógico.
"A mí es alguien que me dio pena. Nunca tuvo a una persona cerca que la pudiera ayudar a sentar cabeza. Y su vida fue así, siempre con problemas. Y al fin y al cabo, nos cuidamos mucho por la seguridad, pero en esta calle terminaron pasando dos tragedias de violencia familiar. Esta de Daniela no nos tomó demasiado por sorpresa, pero la otra -levanta la cabeza y mira hacia otro frente- la de Ciro, nos devastó. Y seguimos sin poder creer que todo ocurrió en la misma calle".
Suena inverosímil, pero el destino ubicó a la calle 116 en el centro de dos crímenes intrafamiliares gravísimos en un período de semanas.
Apenas cinco meses después de la desaparición de Cicchini y en una casa ubicada en la misma vereda impar y apenas a unos 35 metros, Juan Cruz Chirino, de 27 años, asesinó de una puñalada en el pecho a su hijastro Ciro de 11 años e hirió a su pareja Soledad Marcos en el cuello. A las pocas horas del crimen, y después de chatear con un amigo atrincherado dentro del baño de la propia casa durante ocho horas. El joven se suicidó de un disparo en la cabeza.
La muerte de Ciro sí resultó un golpe demoledor para la cuadra y para el barrio. A raíz del crimen, la gran mayoría de compañeros de su grado, en una escuela pública ubicada a dos cuadras, dejaron de ir a cursar y permanecieron fuera del establecimiento hasta el cierre del ciclo lectivo.
Un héroe
A la historia del hallazgo del cuerpo de Daniela Cicchini le falta su héroe, el responsable de haber boicoteado el crimen que durante ocho meses parecía perfecto. No se trató de esta vez de algún sofisticado especialista, sino de un detective improvisado del propio barrio.
Según le informaron fuentes de la investigación a Infobae, un vecino fue quien dio luz verde al nuevo allanamiento en la casa 203. Al parecer, al hombre le sonó en su momento extraño que la pareja de la joven de 17 años llevara material al interior de la casa después de la desaparición de Cichini.
Unos meses después, y ante una nueva tormenta en Tolosa (esa zona es de las que sufren las peores inundaciones en la ciudad), el vecino pidió autorización a los residentes de la casa para treparse a una medianera contigua.
Al asomarse, recordó sus sospechas de tiempo atrás y se encontró con mayores dudas. El patio se encontraba sucio, despintado, en pésimas condiciones, pero en un rincón rectángular del suelo, había una construcción de cemento, nueva, fresca. "¿Por qué sólo arreglaron un costado del suelo y no hicieron una refacción completa?", fue una delas preguntas que le hizo a un oficial en la comisaría a la hora de alertar sobre la situación.
La DDI de La Plata encontró así recursos para realizar un allanamiento encubierto en la casa 203, donde vivían la joven y Santa Cruz, y gracias a la ayuda de perros especializados se pudo encontrar el cadáver de Cicchini. Tenía las manos y pies atadas con una soga de nylon, con un grado de descomposición avanzada
La identidad de ese vecino, de ese detective popular es, quizás, el secreto mejor guardado por los residentes de la calle 116 y aledaños en torno al crimen de Daniela Cicchini.
En la calle 116, entre 529 y 530, nadie vio al héroe que permitió resolver el crimen. Nadie parece conocer su aspecto ni su nombre ni apellido. Tampoco se sabe si tiene algún perro con el que pasear.
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