Loreley tiene una única foto de su papá. Todo lo demás está guardado en la fragilidad -o en las trampas- de su memoria: la voz de él, su olor, el contacto con su piel, los tatuajes tumberos, las pocas sonrisas que él exhibía, sus formas de amarla, los regalos, los celos, la obsesión porque ella estudiara, la protección desmesurada que él no había tenido en su infancia de chico de la calle, pero desde atrás de las rejas.
Loreley lleva la foto de Argentino Pelozo Iturri envuelta y protegida por una toalla de bebé azul. La foto es vieja, como toda foto de papel. Su padre es el único sujeto retratado en la imagen. Está de pie en el patio de una cárcel, una de las tantas en las que vivió durante más de la mitad de su vida, desde que entró por asesinar a un policía a los 18 años hasta que apareció muerto dos décadas más tarde en un calabozo de Neuquén con huellas de tortura en todo el cuerpo, hecho que puso bajo sospecha a 15 agentes penitenciarios, acusados de asesinarlo a golpes en una causa cuyo juicio llegará a su fin en los próximos días.
Por las guirnaldas que se ven en el segundo plano de la foto, Argentino y quien capturó la imagen y todas las personas que se distinguen fuera de foco estaban en una celebración: parece verano, probablemente fuera Navidad o Año Nuevo o Carnaval. La cámara lo tomó al "Rengo Argentino", como lo conocían en todas las cárceles del país, de cuerpo entero. El hombre está parado, se lo percibe rígido, como en posición de guardia, un poco a la defensiva pero también al acecho en lo que quizá es la pose simbólica de su vida. Siempre a todo o nada.
A Argentino no se le distingue demasiado su cara porque la gorra amarilla que lleva puesta le hace sombra y opaca sus gestos, pero asoma una mueca amistosa en la humanidad de una persona que en la cárcel, entre presos y penitenciarios, tenía la más alta fama de "pesado".
Loreley Pelozo Iturri tiene 28 años, dos hijos y lleva consigo esa foto, protegida por la toalla azul. Es el único tesoro tangible de la relación que tuvo con su padre: ella en libertad, él preso. Toda la vida así hasta la muerte.
El corazón de Pelozo Iturri dejó de bombear sangre el 8 de abril de 2008, tres días después de haber sido trasladado de forma irregular desde el penal de Ezeiza al de Neuquén. Una década más tarde de aquel episodio, 15 penitenciarios (incluidos médicos, las autoridades del penal y el jefe regional del Servicio Penitenciario Federal) están sentados en el banquillo de los acusados.
La sospecha, confirmada por peritos en el juicio, es que los agentes carceleros le dieron una golpiza demencial hasta matarlo, seguida de una cadena oscura de omisiones, adulteraciones de la autopsia, aprietes e incluso la misteriosa muerte del testigo clave del caso antes del juicio, el único preso que vio cómo mataban a golpes a su compañero de pabellón.
El veredicto se prevé para antes del fin de febrero, varios meses después de comenzadas las audiencias. Los jueces Marcelo Grosso, Orlando Coscia y Alejandro Vidal deberán desatar el nudo de una historia que, para la defensa de los acusados, se trata de una muerte accidental producto de un brote psicótico.
Pero Loreley, que hasta el contacto con Infobae no había participado del juicio ni se había puesto en contacto con los abogados querellantes, está segura de que lo mataron. "Había penitenciarios y policías que lo respetaban, pero muchos lo odiaban a él", dice con la mirada fría, neutra, mientras su beba Donatella, de apenas unos meses de vida, duerme en su cochecito, ajena a la crudeza de la historia familiar.
— ¿Qué expectativa tenés con el juicio?
— Yo siempre quise que se haga Justicia. (A los acusados) Los odio con todo mi corazón, me sacaron lo que quise tener siempre. Preferiría tener un papá y no una mamá, mi papá vivió para nosotras, mi mamá no vivió para nosotras.
Loreley es hija de un amor carcelero. Su padre conoció a Lucía Cardozo, su mamá, en prisión. Los presentó el hermano de ella. Compartían el "rancho" en el pabellón y habían salido a robar juntos. La mujer también estaba presa, por robos y secuestros. Un día empezaron a visitarse y así nacieron tres hijas: Loreley, Oriana (21) y Cintia, que murió años atrás en Catamarca, a los 12 años, ahogada en una pileta mientras vivía con su abuela.
Las tres chicas se criaron prácticamente solas, con la asistencia de los tíos que estaban en libertad. Cardozo, con prisión domiciliaria, las entregó a sus tíos. Loreley cumplió 15 y se fue a vivir sola a una casa que le había comprado su papá en Villa Martelli porque, asegura, los hermanos de su madre la maltrataban. Unos años después su madre (ahora en libertad, radicada en Uruguay) le vendió la casa a la fuerza y ella anduvo por casas de amigas y otros familiares. Hoy está casada con un hombre de 28 años que trabaja en una carpintería después de recuperar la libertad tras pasar ocho años preso por robo.
Argentino Pelozo Iturri llegó a la zona norte de niño junto a su padre alcohólico y también se crió solo, en la calle. No sabía leer ni escribir. Pedía limosna en el barrio y cuando creció se metió en el mundo de la delincuencia. Robaba, hacía escruches (entrar a casas cuando no están sus habitantes) y a los 18 cayó preso por asesinar a un policía durante una persecución. Solo salió dos veces de manera transitoria, pero se escapó y lo atraparon, por lo que perdió ese beneficio.
Loreley empezó a visitar a su papá desde muy chica. La llevaban sus tíos Martín y Daniela, hermanos de Argentino. Las esperas bajo el sol, las requisas, los maltratos de los agentes penitenciarios, el respeto que inspiraba Argentino en otros detenidos y en sus familias, todo eso absorbió desde chica. La cárcel era el lugar extraño donde vivía su papá.
— ¿Qué te generaba ir a ver a tu papá?
— Primero que nada comerte la fila. Que la policía te saque los pañales, el calor. Peleas, vi peleas, mi mamá peleó, te peleás por la fila, por el lugar, vi cómo se pasaban droga entre presos y visitantes. Y no están buenas esas cosas. O que te mueras de calor ahí adentro. Creo que no son para nadie esas cosas, no.
Loreley entraba a la cárcel y los presos la saludaban, la trataban poco menos que como a una princesa tumbera. Le regalaban objetos de valor, ropa, dinero. Afuera era igual, le tocaban la puerta hombres desconocidos de parte de su padre y le dejaban plata, electrodomésticos. Ella era muy chica y no entendía, hasta que comprendió que era la manera de protegerla que tenía su padre desde prisión, de ayudarla y de cobrar, también, la protección que él ofrecía dentro de la cárcel a esos hombres que luego mostraban su agradecimiento cuidando a sus hijas.
— A veces me daba vergüenza. Me daba mucha vergüenza a veces, mucha.
Ese pudor se trasladaba al barrio y a la escuela, donde todos sabían quién era Loreley y quién su padre.
— Sí, me daba vergüenza porque era "no le peguemos porque el papá nos va a matar". Era algo así. A veces un poco que me hacían burla porque mi mamá estaba presa o llegaba el Día del Padre y yo tiraba los regalos que hacíamos en el colegio, a veces se los llevaba a mi papá pero cuando no podía ir a la cárcel me agarraba la loca y los tiraba, lloraba sola. Y después le llevaba mis carpetas a mi papá, le gustaba.
Argentino Pelozo Iturri no sabía leer ni escribir. En prisión ocupaba todo su tiempo haciendo trabajos o en el gimnasio. Cuando Loreley lo visitaba ella le enseñaba a dividir, a leer y le llevaba los boletines para que se los firmara. "No se podía, pero mi maestra sabía y entendía que para mí era muy importante que él firmara los boletines porque siempre me decía que yo tenía que estudiar, que tenía que tener otra vida, no la vida que él había elegido", cuenta emocionada.
— ¿Tu papá nunca fue a la escuela?
— No. En la calle se crió. En la calle pidiendo hasta que empezó a robar.
— ¿Y tu abuelo qué hacía?
— Trabajaba, no sé si era borracho también, me parece. Pero sí, no tuvo lo que pedía. Como yo le dije a mi mamá: "Vos en vez de darnos lo que te faltó a vos nos tratas mal". Como que pienso que mi mamá no lo tuvo y mi papá no lo tuvo. Yo trato de darles lo que puedo a mis hijos. Como digo siempre, no hace falta materiales, hace falta amor, estar. Es lo que yo necesité, yo necesité el amor. Y es lo que trato de darles a ellos, a mis hijos.
Loreley está desempleada pero trabaja desde los 15 años. Empezó repartiendo volantes en la calle. Siempre supo que la salida de la vida que signó a sus padres no era ni escapando vía el efecto de las drogas ni saliendo a robar.
— ¿A vos nunca se te ocurrió salir a robar?
— Jamás. Jamás en mi vida. Ni loca, ni loca, siempre trabajé. Siempre dije que quería ser mejor que mis papás. Y creo que no es una excusa si te drogas o sos pobre, o 'no tiene mamá, no tiene papá'. No, no sos pobre, tenés que usar la cabeza. Tenés que saber, yo a los 15 años no tenía zapatillas, me faltaban cosas, me faltaban cosas de higiene, salía a volantear. Caminaba y caminaba y los fines de semana tenía mi plata.
— ¿Hubiera sido más fácil para vos robar?
— Tengo un amigo, tengo amigos que robaban, se drogaban y me decían "pero qué onda, sos hija de…". Soy la hija pero yo no soy igual. Yo no soy igual, prefiero trabajar de mil cosas a estar toda una vida encerrada. Y tampoco me veo encerrada. No me veo encerrada el resto de mi vida.
— ¿Y tu viejo te decía que no robes? ¿Hablaban de eso?
— Sí, que me iba a cortar las manos. 'Yo te corto las manos me decía'. Mi mamá no, mi mamá un cero a la izquierda. No funcionó y creo que me crié sola, muy sola. Traté de ayudar a mis hermanas en lo que podía. Las bañaba, las despiojaba.
— ¿A tus hermanas? Fuiste como la mamá de tus hermanas.
— Claro. Y así, así arranqué y dije no, yo para mis hijos no quiero esto. Siempre me cuidé y dije voy a ser mamá de grande, nunca de chica. Siempre, siempre supe lo que quise.
— Y eso también te salvó de alguna manera, saber lo que querías, ¿no?
— Sí. Hice hasta secundaria. Después dejé y empecé a trabajar y trabajé. Arranqué de volantera, tuve puestos, fui barrendera acá en la Municipalidad. Y fui cajera, después arranqué cuando pude como cajera, estuve en Wal-Mart, en Día.
Su papá no fue a la escuela pero, cuenta Loreley, manifestaba su sensibilidad con la pintura. Tenía muchas obras de arte que él hacía en la cárcel y se las mandaba a la casa, pero Loreley las perdió en un incendio en su casa.
— ¿Vos crees que tu viejo era un buen tipo?
— Sí, era buen tipo. Porque mucha gente lo quería adentro igual. Pero yo a veces le decía: "No tenés que ser malo". Yo me daba cuenta que él algo tenía.
— Y si alguien te dice que no, que tu papá mató a un policía, que no puede ser buena persona, ¿cómo le explicarías?
— Primero es que por algo lo hizo, o era la vida de él o era la vida del otro. Y no sé, después él sabrá. Pero era mi papá para mí era mi papá. Era… Es así. Muchos me dicen "no, pero tu papá mató" y pero por algo era, era él o era… Como todos, o son ellos o son los otros. Como la Policía, la Policía si te mata a vos si sos chorro para ellos es uno, todo suma.
— ¿La Policía te molestó por ser hija de Pelozo Iturri?
— No, jamás. Y los chorros tampoco. Nunca. Siempre me respetaron y hasta el día de hoy me respetan, soy la hija del rengo Argentino. Y cuando me dicen así ahora ya es hermoso.
— Te da orgullo.
— Que por lo menos mi papá fue bueno en algo, ahí adentro malo pero fue algo.
Loreley se emociona cuando recuerda que las salidas transitorias que le dieron a su papá cumplieron su sueño de poder estar en la calle de la mano con él. La Justicia le permitió salir y estar con su familia en la casa de sus hermanos en Bosques, pero Pelozo Iturri no pudo con su genio y en la tercera salida se escapó de la custodia por una ventana y se fue a Villa Martelli a estar con sus hijas.
"Yo era feliz. Me iba a buscar al colegio. Era lo que soñé", se emociona Loreley. Argentino la empezó a llevar a la escuela, al cine, al shopping. "Era feliz, se ocupaba de mí, me peinaba, me decía andá a bañarte que ahí te paso a buscar. Me compraba cosas. Ibamos a desayunar, a merendar", relata entre lágrimas. Hasta que un día su papá no apareció.
Loreley recuerda que esos días con su padre, mientras iban de la mano ella miraba para atrás todo el tiempo, esperando que apareciera la Policía y se lo llevara. Un llamado telefónico le avisó que su papá había caído otra vez.
"Yo le decía que si hubiera respetado la salida transitoria podría haber recuperado la libertad, pero él vivía jugado, era así su vida, a todo o nada y yo cuando estaba con él siempre miraba para atrás", cuenta.
Poco tiempo después su padre fue trasladado al penal de máxima seguridad de Ezeiza. Allí lo vio por última vez, pero en realidad, cada vez que se veían creían que podía ser la última vez.
"Siempre lo pensaba porque no sabés si salís vivo. Nunca sabés. Y si salís vivo de ahí es porque te hiciste respetar. Pero la gente que sale vuelve a entrar. Mi mamá entró y salía, entraba y salía, entraba y salía. Como que se sienten más seguros así", interpreta Loreley.
La hija de Pelozo Iturri cree que su padre temía por su muerte. Poco antes del traslado irregular a Neuquén, Argentino llamó a su tía. Le dijo que le quería contar algo, que fueran a visitarlo, pero nunca llegaron a verse.
Loreley perdió el contacto con su papá, no sabía donde estaba. Hasta que el 8 de abril la llamaron para decirle que había sufrido una muerte súbita. "Pero yo sabía por lo que le había dicho a mi tía que algo le estaba haciendo la policía, algo pasaba. Y cuando me enteré lloré mucho".
El cuerpo fue entregado a la familia mucho tiempo después en el cementerio de Florencio Varela. "Me lo dieron en cajón de manzanas, todo chiquito, yo estaba segura que no era él. Y empecé a gritarles 'lo mataron hijos de puta, lo mataron ustedes' porque era obvio que un preso jamás lo mataría. Y el cajón lo tiraron en un lugar atrás de las rejas, parecía que la bronca con él seguía hasta último momento", explica.
El celador Carlos Vergara, los agentes de requisa Orlando John, Pablo Muñiz, Javier Pelliza, Pablo Sepúlveda, Daniel Romero, José Retamal y José Quinata están imputados por el delito de "tortura seguida de muerte", que se castiga con reclusión perpetua.
Los médicos Juan Carlos Heredia y Mario Leyría, junto al enfermero Miguel Carrillao, están acusados por omisión de denuncia (prevé pena de hasta 5 años), y por falsificar el certificado médico de la defunción.
El jefe de Seguridad Interna del penal Daniel Huemul, el director de la U9 de Neuquén José Sosa y el subdirector Héctor Ledesma también son juzgados por la omisión y además por falsedad ideológica de documento público (castigo de 3 a 10 años de encierro).
Gabriel Grobli, jefe de Región Sur del SPF, quien debía hacer los trámites protocolares tras la muerte (tomar fotografías, clausurar el servicio médico, confeccionar el croquis del hecho), carga con la imputación de "omisión y encubrimiento".
Todos ellos podrían terminar en prisión si los jueces confirman la veracidad de las pruebas, cuya contundencia está explicitada en un informe médico que presentó en 2012 la Procuración Penitenciaria Nacional, donde se afirma que la muerte de Pelozo Iturri había sido consecuencia de los golpes recibidos por parte de los agentes penitenciarios. Las conclusiones fueron concisas: la muerte del detenido tenía directa relación con los tormentos padecidos y las lesiones que se constataron fueron hemorragia en el cerebro y asfixia pulmonar.
"A mí papá lo mataron y yo quiero justicia para que él descanse en paz y nosotros también", dice Loreley, que vio a su padre por útima vez en la cárcel de Olmos, cuando ella tenía 15 años. Ahora la chica fija su mirada en la única foto que tiene su papá. Las lágrimas recorren su cara.
— ¿Por qué crees que la gente como tu papá, como tu mamá, como el papá de tus hijos en su momento, por qué crees que terminan en la cárcel?
— Amor, les falta amor. Les falta un padre. Les falta una madre. Pero no para todos es justificado una madre o un padre porque yo me miro y yo no tuve mamá, no tuve papá y digo no.
—¿Decís que no podrías haber estado como ellos?
— Yo digo que mi papá debe estar orgulloso de mí y de mis hermanas porque yo la crié a mi hermana, no salimos como ellos y mi papá estaba contento y sé que está contento por las hijas que tuvo. Pero creo que le faltó, le faltó amor, atención, cariño. Porque mirás a un preso y mirás tristeza, que te piden amor.
Loreley Peloz Iturri recuerda que cada noche previa a ver a su papá no dormía. Y que cuando la visita se terminaba ella no quería irse. Sabía que podía ser la última vez. Todavía en su memoria rebota la voz de Argentino Pelozo Iturri, algo que él le decía siempre, un segundo después de abrazarse y darse un beso, el último: "'No mires para atrás cuando te vas'. Me lo decía desesperado porque yo lloraba. 'Andá y no mires para atrás'".
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