El de Fernando Araujo es un caso único. Sin ser delincuente, nacido y criado en una clase alta de San Isidro, planificó el asalto más audaz de la historia criminal argentina: el robo del siglo al Banco Río de Acassuso, ocurrido el 13 de enero de 2006.
¿Cómo se le ocurrió cometer el robo que es considerado uno de los más grandes del mundo?
En 2004, en su atelier de investigaciones artísticas al que llamó One step beyond, en Olivos, Araujo pintaba, meditaba y leía desde los clásicos griegos a la obra completa de Nietzsche.
Por sus ventanas, sus vecinos podían escuchar desde música clásica hasta electrónica fina.
Pero en un momento, en septiembre de ese año, "extasiado" –según él dijo– bajo los efectos de la poderosa marihuana que cultivaba, se respondió una pregunta: ¿Cómo robar un banco causando el menor daño posible?
Lo esencial para él era no causar daño ni a los clientes del banco, ni a los rehenes. En su divague cannábico, pensó que los damnificados cobrarían no solamente lo que dice el seguro del banco sino todo lo que justificaran que tenían.
La abogada que actuó en otros robos a bancos, Nidia Sigman, había asentado fallos en este aspecto. Para la antiviolencia decidió un plan osado: la banda que lideró Araujo usó armas de juguete.
La respuesta se ejecutó como un gran plano secuencia de un director de cine: se inició actuando un robo express en planta baja y que solo tuvo como objetivo ganar tiempo para que pudieran vaciar las cajas de seguridad en el subsuelo.
Luego, fugar con dos gomones por el desagüe pluvial de Acassuso y burlar a más de 300 policías, con la prensa nacional transmitiendo en vivo cada momento. Antes de partir, Araujo dejó una nota en la bóveda: "En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores".
Se llevaron decenas de millones de dólares. La Justicia calcula que fueron 15 millones.
La idea fue tan revolucionaria y vanguardista en el plano delincuencial que, 13 años más tarde, los miembros de la banda creen que inspiró gran parte de la trama de la exitosa serie española La casa de papel.
Araujo edificó el concepto del robo con todo lo que tenía a mano, desde sus conocimientos técnicos (cursó tres años de ingeniería electrónica) hasta los mas insólitos recursos artesanales. Lo llamó "un robo filosófico y espiritual", en el que fundió técnicas de artes marciales (es profesor de jiu jitsu y karate) y conceptos del Arte de la Guerra, de Sun Tzu. Uno de ellos, esencial: "Sin armas ni violencia".
El insólito ladrón "filosófico y espiritual"
El llamado líder o sensei creía en el equilibrio natural de los actos y que todo vuelve.
He entrevistado a decenas de ladrones, pero nunca conocí a alguien como Araujo. Recuerdo que una vez me dijo: "Por supuesto que no fue una obra de caridad, pero si hacés las cosas dañando lo menos posible el equilibrio natural te lo devolverá". Y tal vez, en algún aspecto tuvo razón: fue condenado a 14 años de prisión, pero la Cámara de Casación le bajó la pena a 9 años por usar armas de juguete, pero en prisión efectiva estuvo solo un año y medio.
Araujo era un enigma. Conocer su historia y sus motivaciones era entender un poco mejor el origen del robo del siglo. ¿De qué estaba hecho el líder? Una vez me mandó un mail titulado "quién soy" en el que contaba, en pocas palabras, parte de su forma de vida:
"Nací en una familia acomodada y era lo que las maestras llamaban un alumno ejemplar. Podría haber sido contador, ingeniero, arquitecto, gerente de una empresa, filósofo, actor. A veces me pregunto cómo puede ser que una persona como yo, nacida y criada en zona norte, con estudios universitarios, fruto de una buena familia, de clase media alta, se haya dedicado a transitar por el lado marginal. Cuando uno empieza a conocer el submundo de la gente que delinque se da cuenta de que se trata de una estructura diferente, con otras necesidades. En mi casa nunca faltó nada, mi viejo es profesional, nadie de mi familia ni de mi grupo de amigos tiene antecedentes policiales. Muchos de ellos son cirujanos, artistas, músicos, contadores, poetas. No tienen nada que ver con el delito. Pero no sé, me aburrí y empecé a incursionar por ese sendero sinuoso.
"No soy creyente pero me considero un ser espiritual. Todo lo que uno da y hace en esta vida vuelve, para bien o para mal. Yo veía la vida de una manera filosófica. Nunca tuve un miramiento del no robarás por el mandato católico. Sí por el ético. A los 11 tomé la comunión con Jesucristo, a los 18 inferí que no existía. La idea del origen del universo y la idea del robo fueron las únicas veces que me generaron una serie de sensaciones en el cuerpo, que las considero señales del más acá; de mi propio interior, como dándole un visto bueno a mis ocurrencias.
"Me apasionan los deportes de aventuras: desde escalar montañas hasta tirarme en paracaídas. Doy clases de artes marciales, entreno a deportistas en forma particular y hago masajes shiatsu. Soy aficionado a la astronomía y al ajedrez. En la vida me he cruzado con buenos vinos y extasiantes flores cannábicas. Las artes plásticas me deleitan y absortan. Me gusta desarrollar mi técnica de pintura 'reversetime' y fumar cannabis mientras escucho a Mozart, lo que me eleva a las alturas de la creación. Mi debilidad son las mujeres. Me conmoví con el manifiesto surrealista y alguna vez lloré viendo una película. Creo que una mezcla de todo eso me llevó a ser quién soy, o mejor aún, lo que hice con todo eso. Como dijo Sartre: 'Uno es, lo que hace, con lo que hicieron de uno".
¿Quién era Fernando Araujo? No iba a saberlo en una tarde ni en dos semanas ni en un mes. Estaba claro que durante un tiempo su máxima obsesión fue robar un banco. Si bien no era un ladrón pesado, de esos que derraman sangre por un botín, había protagonizado varios robos. El primero, según él, lo cometió cuando tenía cinco años. Por entonces iba al jardín de infantes del colegio San Nicolás de San Isidro. En el recreo le sacaba unos pesos de la cartera a su señorita y luego iba al kiosquito de la escuela, compraba mielcitas, gallinitas, chupetines, caramelos Sugus, y los repartía entre sus compañeros.
Recuerda que después de que lo hiciera cinco o seis veces, la maestra reunió a todos en el aula y les dijo:
–Bueno, chicos, acá hay alguien que se está equivocando, no sé quién es, pero está haciendo algo incorrecto y se queda con cosas que no son suyas.
Araujo, que estaba en ese colegio desde hacía dos años, le preguntó:
—Señorita, ¿quién es el ladrón?
Ella lo miró con dulzura, le acarició la cabeza y le dijo algo parecido a esto:
—No sé, Fernandito, yo sé que vos no sos. Te conozco de chiquito, pero este año entraron muchos chicos nuevos…
Araujo se sorprendía porque nadie sospechaba de él. Lo mismo le pasó años después, cuando robaba y seguía siendo insospechable para muchos. ¿Hasta qué punto lo conocían? ¿nadie se imaginaba que era capaz de robar por su aspecto y la clase sociocultural y económica a la que pertenecía? Acaso esas cuestiones eran el mejor disfraz o pasamontañas que encontró para robar. Se suele estigmatizar a la villa como refugio de delincuentes, aunque muchos de ellos –como los narcos poderosos- viven en countries en los que no aceptan a cualquier socio y para entrar hasta revisan el baúl del auto.
De robar a tener amigos famosos
En su periplo por las cárceles argentinas enseñó artes marciales a decenas de presos, algo inédito en la historia carcelaria mundial. Araujo fue uno de los presos mas respetados no solo por sus pares sino también por los guardias del Servicio Penitenciario Bonaerense.
Más allá de que muchas personas quisieron conocerlo, unos pocos lo lograron. Araujo se convirtió en inspiración de músicos, escritores y deportistas.
Andrés Calamaro escribió un poema en su honor titulado "El ladrón renacentista" y lo invitó como columnista de su revista digital Nervio. Estuvo invitado a la avant premier de la película El ángel, donde se le acercaron a saludarlo desde el Chino Darín, Peter Lanzani hasta Cecilia Roth, quienes conocían su historia.
Fabián Casas le escribió un poema, la banda de rock Nolbelto le dedicó la canción Fugazetta, la pizza que pidieron a la Policía en un guiño hacia la fuga. A Araujo se lo suele ver en Brumi, el restaurant del músico Zorrito Von Quintiero, viendo zapar a su amigo Fernando Samalea.
El ex campeón de Roland Garros, Gastón Gaudio, compartió asados con Araujo en la rivera de San Isidro.
Es más, el representante argentino olímpico de judo, Emmanuel Lucenti, quedó fascinado con el tratado de artes marciales que escribió Araujo. Una especie de lucha contra el tiempo, un desafío para cuerpo y mente.
En los últimos años mantuvo un bajo perfil. Se había radicado en Europa, pero de la mano del reconocido productor de cine nacional Ricardo Freixa, volvió a la Argentina contratado por la empresa de cine norteamericana Marvista y AZ films (Alex Zito y Juan Pablo García).
Firmó un contrato de varios ceros para la realización de una película del robo que se filmará este año con dos de los mejores actores argentinos.
Una superproducción al mejor estilo hollywoodense. Lo contrataron como productor ejecutivo y asesor pero al poco tiempo terminó como coautor del equipo de guionistas. Araujo entró en el mundo del cine por la puerta grande.
El líder habla desde Dubai
La pregunta que siempre me quedó pendiente era por qué había cometido ese robo. Araujo venía de una familia sin necesidades económicas. O sea, si no es por el dinero, me preguntaba, qué lo había motorizado a cometer semejante acto.
En la actualidad está instalado en Vicente López, en un atelier al cual denomina Atelier de investigaciones artísticas One step beyond II. Y eso me planteó otro interrogante que me gustaría responderme: si en 2004 en su atelier One step beyond se le ocurrió la idea del robo, ¿qué estará pensando hoy en One step beyond II?
Con estas premisas traté de ubicarlo para buscar una entrevista con él. Y digo "tratar" porque jamás dio una nota periodística. Me costó establecer contacto. Estaba de vacaciones en Dubai. Lo que sigue es la transcripción de la charla que tuve con el vía WhatsApp:
—Hola Fernando, ¿me escuchás?
—A ver pará … ¿escuchas ahí?
—Perfecto.
—Diga…
—Dentro de unos días se cumple el aniversario del robo, me gustaría entrevistarte…
—Uhhhh, qué tipo monotemático…
—Mirá, no quiero molestarte ni sacarte mucho tiempo, pero quería que me respondieras al menos un cuestionario
—A ver… te ubico en tiempo, espacio y acción descriptiva. Estoy en este momento esperando un vuelo a Nepal, desde el aeropuerto de Dubai, comiendo un Tabbouleh…
—¿Un Tabbouleh?
—Sí, una ensalada, pero el problema no es ese, ¿sabés cuál es?
—No.
—Que lo estoy acompañando con un Makbus, un plato de carne que se come caliente… O sea, tratá de ser breve y conciso.
—Te llamo en un par de horas…
—En un par de horas estoy viajando a Nepal sin wifi, redondeá.
—Okey, es rápido… ¿Estás de vacaciones?
—Sí, me vine una semana al Oriente Medio.
—¿Cómo viene la película del robo?
—Perfectamente, en unos días estoy de regreso porque en febrero empezamos la preproducción.
—¿Cómo te sentiste escribiendo el guión de la película?
—Eternamente agradecido a Patricio Vega, que fue mi inspiración para conocer este nuevo arte de guionar películas, y al resto del equipo autoral de guionistas por darme un espacio y confiar en mí.
—Me contaron que van a actuar dos estrellas del cine nacional. Adelantame algo.
—Imposible, hasta que los productores no me den la venia no puedo decir nada al respecto. Lo único que te puedo decir es que va a ser dirigida por el genio de Ariel Winograd.
—¿Seguís meditando?
—Sí, dos veces al día.
—Estás viviendo en un atelier de investigaciones artísticas al que denominaste One step beyond II, ¿podrías definirme lo que es un atelier de investigaciones artísticas?
—Qué pregunta… es muy profunda, se me va a enfriar el Makbus…
—Redondeá…
—Ufff (Araujo se toma unos segundos para pensar), tal vez… tal vez la mejor definición es la que le di a mi sobrina. Una vez vino a visitarme, era la primera vez que venía y mientras subíamos en el ascensor hacia el atelier me preguntó: "Ayy, no entiendo, tío, ¿qué es un atelier de investigaciones artísticas? ¿Qué diferencia hay con una casa normal?". "Qué pregunta", le respondí. Y le pregunté la edad porque la había olvidado. "¡Tío, no sabés mi edad! Cumplí quince, tonto", me respondió. Y le dije: "Está bien, ya estás apta para recibir esta información. Abro comillas: "Un atelier de investigaciones artísticas es un lugar que está básicamente acondicionado para poder exacerbar mis estados de locura". Cierro comillas, punto, subrayo todo en negritas". "¿Qué?", dijo anonadada. "Es como una nave espacial que me permite concentrar en un tema específico". Y ella cerró: "No entiendo, tío". Bueno, eso, un lugar acondicionado para concentrarme. Es mucho más extenso pero lo dejamos para otro día, ¿sí? Vos seguro entendiste.
—Sí, claro, pero me surge una duda, si en 2004 en un atelier pensaste el robo perfecto…
—Ajá..
—… ¿qué estarás pensando en este nuevo atelier?
—(risas) ¡Nada ilegal! Eso se acabó. Desarrollo cine y pinto cuadros.
—Contame como es un día tuyo.
—Me levanto a las seis, desayuno, camino a paso veloz diez kilómetros por la costa de Vicente López, luego escribo escenas para la película y para una serie, almuerzo, voy una hora al gimnasio de mis amigos Beto y Pamela, vuelvo al atelier, sigo con los guiones y más a la tardecita algunos días hago yoga Bikram y otros nado. Por la noche, generalmente pinto cuadros.
—¿Algún día pensás exhibir tus obras?
—No sé.
—¿Cómo andas del corazón?
—Perfecto, chequeo semestral.
—No, me refiero al amor. Me contaron que estás en pareja con una conocida actriz a que duplicás en edad.
—Cierto y falso. Nos estamos conociendo y pasándola bien con una mujer, pero no la duplico en edad. Está dentro de la regla de la mitad más siete.
—¿La mitad más siete?
—¿No conocés la regla de la mitad más siete?
—No, siempre con teorías raras vos.
—Ah, bueh, te falta mucha chocolatada. Escuchá: ¿cuál es la edad ideal de la pareja de un hombre?
—Bueno, depende… no hay una edad, en el amor no hay edad…
—Error, ¿qué edad tenés?
—40.
—Okey, ¿estarías con una mujer de dieciocho años? O sea, sí, estarías unas noches, sexualmente hablando, pero ¿podría ser tu pareja, tu compañera? Hay dos generaciones de diferencia, al poco tiempo no tendrían mucho que hablar.
—Sí, puede ser. ¿Entonces?
—¿Entonces? La edad de tu compañera es la mitad de la tuya más siete. Tenés 40, la mitad es veinte, más siete veintisiete. Veintisiete es la edad óptima de tu chica. Ves la juventud en ella pero también la posibilidad de compartir más cosas. Fijate, yo tengo cincuenta, la mitad es veinticinco, más siete da treinta y dos. ¡Mi chica tiene esa edad! Es una fórmula genial, ¿o no? Por ejemplo, para un tipo de sesenta está bien una de treinta y siete. Pero fijate cuando somos adolescentes, también funciona. Un chico de dieciséis necesita una de quince, uno de catorce necesita una de catorce. Es genial, fijate que a esa edad uno se relaciona con chicas de su edad.
—Nunca lo había pensado.
—¿Viste?
—¿Cuál es tu lema en la vida?
—La virtud que se sabe virtud, se anula.
—¿Te considerás más un artista y teórico que ladrón de bancos?
—Ninguna de las dos cosas.
—Escribiste el poema que dejaron en el banco. ¿Escribirías un libro de poemas?
—No, eso dejáselo para los que saben como Fabián Casas.
—¿Qué te molesta de la gente?
—Que me pidan plata y flores.
—¿Qué te gusta de la gente?
—Su risa… Se me enfría el Makbus, ¿cerramos?
—La última…
—No, siempre es la última.
—En serio, la última, respondé sintético…
—A verrrr…
—No entiendo algo. ¿Por qué lo hiciste? Antes del robo no te faltaba nada, viajabas en Mercedes Benz, tenías un buen pasar, vivías en un barrio privilegiado. Si no fue por la plata, ¿por qué fue?
—¿Vos querés que sea sintético con semejante pregunta?
—Dale, es algo que nunca te pregunté.
—Se me enfrió el Makbus nomás. Mirá, he gastado un dineral en terapia tratando de responderme esa pregunta, ¿y sabes qué? Creo haber encontrado dos respuestas.
—Qué interesante, decime
—Me están llamando para embarcar, lo dejamos para otro día.
—No me dejés con la intriga.
—¡Chau! Tengo que irme. La seguimos en Buenos Aires.
Y así me quedé, con la duda encima. No sabía si en realidad tenía que embarcar o era uno de sus juegos. A Araujo siempre le gustaba jugar al misterio. Porque tenía misterio.
Era amante del paracaidismo y tal vez por allí estaba la respuesta, la adrenalina. Tal vez en el robo del banco buscó la misma sensación que tenía cuando se tiraba en paracaídas. Era llegar al borde del precipicio, perderse en el vértigo de la caída libre con el viento, casi cortándole las orejas y la presión empujándolo hacia abajo, hasta que de golpe se sentía adentro de una burbuja surfeando el aire como si fuese agua. Al fin todo cedía hacia la levedad y el repentino silencio. Como si no quedara nada.
Ya lo decían los indios norteamericanos: salta al vacío, ya aparecerá el suelo.
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