-Yo no puedo seguir yendo al templo con esta vergüenza, en este estado, por una cagada que se mandó usted. Yo así no sigo.
-¿Esto qué? No pasó nada.
-¿Nada? Si usted no va a hablar yo le voy a pedir ayuda a otro sacerdote.
-No pasó nada y esto se termina acá y usted no le va a decir nada a nadie.
-Yo necesito ayuda…
-A usted nadie le va a creer.
Ese fue el último diálogo que Cecilia Califano asegura haber mantenido con el sacerdote budista japonés Ryokyu Nakayama, reverendo principal del templo de The Nichiren Shoshu, en Flores, según contó, dos meses después de que el religioso la abusara durante un viaje de peregrinación juntos a Japón.
"Él tenía razón", dice Cecilia y se queda en silencio apenas termina de repasar la secuencia. Al denunciarlo ante la Justicia, creyó que nadie le iba a creer.
La mujer de 39 años habló con Infobae en un café de avenida Carabobo al 100, a apenas una cuadra del templo de la organización religiosa japonesa The Nichiren Shoshu, en el barrio porteño de Flores, donde conoció a Nakayama en 2006.
En ese momento, Nakayama todavía no era sacerdote, ni estaba casado, ni vivía en la planta alta del templo junto a su esposa y sus dos hijas de 3 y 6 años. Ni siquiera entendía del todo el español.
The Nichirien Shoshu es un movimiento budista con sede principal en Fujinomiya, Japón, que llegó a la Argentina en 1960. Hoy casi 50 años después tiene más de mil fieles en el país, además de seguidores en Chile, Perú, Uruguay y Bolivia.
El templo de Flores es la única sede en América del Sur de habla hispana, la otra escuela más cercana está en San Pablo, Brasil. El dato no es menor: la organización convierte a Nakayama en uno de los máximos representantes del culto en la región.
La casa-escuela de los budistas está emplazada en Carabobo al 200 desde 1998 y no es la primera vez que enfrenta acusaciones, aunque sí que estas llegan desde un miembro del grupo y son dirigidas a su referente principal por un delito grave.
En 2001, a través de la revista budista EMYO (Sabiduría Infinita), una publicación producida por los mismos fieles, el culto había tenido que salir a dar explicaciones tras referirse al atentado a las Torres Gemelas en Nueva York como un acto de "justicia divina". En aquel momento la Secretaría de Culto los acusaba de "autoritarios" y de hacer "apología del crimen".
Antes de eso, en 1998 , a través de la misma revista habían expresado que "todas las demás enseñanzas (religiosas) deberán ser arrasadas" y referido a la Madre Teresa de Calcuta como "un demonio que conduce a la gente al infierno en ésta y en la próxima existencia".
Desde el templo -que entonces dejó de ser reconocido por la Secretaría de Culto– argumentaron que la revista no era oficial y que se trató de una tergiversación, un mal entendido a partir de una traducción errónea de las escrituras que llegaban de Japón y que habían hecho los fieles.
"El japonés se transmite a través de ideogramas, son conceptos, un mismo símbolo puede tener hasta tres lecturas distintas", le explicó a Infobae un miembro del templo, que recordó aquellos años como tiempos de "persecución religiosa" contra The Nichiren Shoshu.
Cecilia llegó en 2006 a la organización, cuando las acusaciones contra la agrupación budista eran cosa del pasado. Nadie hablaba de la revista EMYO y con la asunción de Néstor Kirchner en 2003 los Nichiren Shoshu habían vuelto a ocupar un lugar en la lista de cultos reconocidos en la Argentina.
Con el tiempo Cecilia acercó a su mamá, a su abuela y a su hermano a la fe budista. Sin embargo, dice, esa segunda familia que encontró a través de las enseñanzas que el monje Nichiren pregonó en el S.XIII, le dio la espalda apenas la luz que predicaban en el templo amenazó con verse teñida por la sombra menos pensada.
Según el relato de Califano, que es cocinera, en julio de 2017, unas semanas antes de volar a Japón en un viaje de peregrinación que se realiza todos los años, ella le manifestó a Nakayama la intención de comprar unos cuchillos especiales en Tokio. Desde ese momento el monje habría empezado a hacer averiguaciones y a intercambiar mensajes con ella, más de los habituales, con el fin de conseguirlos.
Hubo cosas que hoy hacen pensar a Cecilia en algo premeditado. Entre ellas que en el hotel del barrio de Shinagawa, donde estaba previsto que pasaran la primera y la última noche del viaje, su habitación y la de Nakayama estuvieran una al lado de la otra, en el mismo piso, separadas de las del resto del grupo. Asegura que fue el reverendo el que se ocupó de las reservas y la distribución.
El día antes del regreso a Buenos Aires el clima fue abrasador en los alrededores del monte Fuji. El grupo acababa de llegar a la capital japonesa luego de pasar unos días en el templo principal de Taiseki-ji, ubicado en una zona rural donde hace más de 750 años nació el budismo de Nichiren, y todos se preparaban para su última noche asiática.
Nakayama, según la reconstrucción que hace Califano de los hechos, le insistió apenas pusieron un pie en el hotel con ir a buscar los cuchillos. Ella le pidió unos minutos para subir a su habitación a dejar sus cosas. Volvieron a encontrarse en el ascensor y cuando lo hicieron le llamó la atención que él llevara puesta una gorra negra. En todos los años que lo conocía nunca lo había visto usar algo parecido.
Al llegar a la estación de trenes vieron junto al andén a algunos integrantes del grupo, incluida la mamá de Cecilia que también había viajado, pero el monje -dijo ella- la obligó a ocultarse detrás de un cartel para evitarlos. "Pensé que estaría cansado de la gente, porque él también es una persona", interpretó. El religioso también podía estar cansado de ver al resto del grupo, cansado de la gente.
El trayecto fue de 12 minutos, recordó Cecilia. Bajaron en un barrio del que no retuvo el nombre y entraron a un edificio en el que Nakayama retiró los cuchillos que había encargado. Salieron rápido. La noche estaba cayendo y él insistió en que fueran a cenar. A la mesa llegó una cantidad exagerada de comida y ambos tomaron cerveza. "Él se emborrachó y no me dejó pagar mi parte", remarcó Califano. Volvieron juntos en el último tren hacia Shinagawa.
"Antes de entrar al hotel él compró más cervezas y yo le pregunté si iba a seguir tomando porque ya estaba borracho", repasó, sobre lo último que hicieron antes de atravesar el lobby y subir al ascensor.
Cuando llegaron al piso que compartían Nakayama le preguntó si podía tomar las dos latas de Asahi que acababan de comprar en su habitación: "Yo pensé que él tendría algún problema y quería decirme, que alguna explicación lógica tenía que haber", afirma.
"Una vez que entró se desmayó en la cama y empezó a roncar. Traté de hablarle, le dije que se fuera a su habitación, pero no respondía. Yo entonces me siento en el borde del colchón y me pongo a revisar el celular de espaldas a él, esperando a que se le pase o se despierte, pero de pronto siento que me agarra de atrás y empieza a tocarme todo el cuerpo", recuerda Cecilia.
El relato continúa: "En ese momento, Nakayama intentó directamente abusar sexualmente de mí, con violencia y fingiendo una supuesta ebriedad. Al resistirme visiblemente angustiada corriéndolo a pesar de la violencia que ejercía sobre mí, inmediatamente recobró la compostura y me dijo que se iba. Luego me dijo que no le cuenta a nadie, me repitió varias veces que no había pasado nada y que me calle la boca".
Tras la secuencia en el hotel, la mujer rompió en llanto, ultrajada en el cuerpo y la confianza por quien hasta ese momento y durante 12 años había sido su guía. "Él empezó a pedirme perdón, 'yo me voy' y 'así vamos a estar bien', me decía . Yo me quedé tres horas metida en la ducha llorando", aseguró sobre los minutos que siguieron.
Desde ese día, Cecilia asegura que no pudo volver a tener relaciones sexuales con un hombre.
A su regreso de Japón, Cecilia siguió yendo alrededor de dos meses más al templo de Flores e inclusive participó de un viaje a Córdoba con el grupo religioso. "Yo pensé que me iba a decir de hablar en algún momento, yo lo veía entrar y sentía vergüenza", confió sobre las sensaciones contradictorias, confusas, de los primeros días, en los que no se animaba a contar lo que le había pasado. "Yo cuando rearmé todo en mi cabeza, me dí cuenta de que me había tendido una trampa. Lo tenía premeditado y es eso lo que yo tengo que demostrar ahora", siguió Califano.
Unas semanas después, Cecilia juntó fuerzas, escribió todo en un chat y lo mandó a sus compañeros de The Nichirien Shoshu por WhatsApp. Las respuestas fueron denigrantes, sin empatía alguna. "Vos en Tokio andabas vestida como puta", "¿Qué tenías puesto?" y "lo que pasó es que vos te enamoraste de él" fueron algunos de los mensajes que llegaron a sus redes sociales.
La mayoría de los seguidores del templo la bloqueó en Facebook y también asegura haber recibido amenazas en privado. La profecía de Nakayama se cumplía: nadie le iba a creer.
Luego de que sus propios compañeros le dieran la espalda intentó escribirle al reverendo principal del templo budista de San Pablo, en Brasil, el más cercano a la Argentina, y también a los de Canadá y Singapur, entre otros, pero no recibió respuestas. Fue entonces que decidió ir por la vía judicial y denunciar penalmente al monje.
Hoy, Cecilia se encuentra en una encrucijada similar a la de Thelma Fardín, la actriz que denunció por violación a Juan Darthés: el abuso que afirma haber sufrido ocurrió en otro país. La jurisdicción jugaba un papel fundamental que ponía su denuncia más cerca de ser desestimada que tenida en cuenta por un juez.
Sin embargo, no se rindió. Califano hasta llegó a enviar una notificación del hecho a las máximas autoridades de Migraciones y hoy intenta que la Justicia cite a declarar al monje para indagarlo sobre lo que pasó en Tokio.
"Ella hizo primero una denuncia en una comisaría que derivó en una causa por abuso que está en trámite", explicó Jaime Acosta, uno de los abogados de Califano.
Para su sorpresa y la de sus letrados poco después, su caso fue cruzado con una causa por trata de personas radicado en el Juzgado Federal N°1 de María Servini, generado a partir de una denuncia anónima contra Nakayama y el templo de The Nichirien Shoshu. La investigación está a cargo de la fiscal federal Paloma Ochoa, que se reactivó a raíz de la denuncia de Cecilia.
"No se descarta que se hayan perpetrado abusos cuando ellos volvieron a Argentina, se está buscando una respuesta además de las autoridades nacionales", completó el abogado, que enmarcó: "El reverendo fue su maestro por más de 10 años, hubo un trabajo muy fuerte para que ella se anime a contar".
Este mes Cecilia realizó junto a un grupo de activistas, amigos y personas que se solidarizaron con su causa un escrache en la puerta del templo en avenida Carabobo. Hubo pintadas, carteles y banderas. Nakayama no estuvo ahí o por lo menos no se dejó ver. Fuentes cercanas dijeron que no se encontraba en el país.
En sus cálculos privados, similares a los de Juan Darthés, el sacerdote Nakayama invierte la carga: asegura no solo que Cecilia estaba enamorada de él, sino que la acusación en su contra podría ser una jugada de un poderoso culto rival para desprestigiar a Nichiren Shoshu.
Fotos: Nicolás Aboaf
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