El 18 de octubre a las 17:20, un chico, vecino del Campo Tupasy en San Miguel Oeste, dio el aviso a la Bonaerense de que algo olía profundamente a podrido en la pila de bolsas de basura entre el espacio entre el paredón del complejo habitacional y la empresa de transporte de residuos Panizza, un olor que no correspondía a la pila de pañales y restos de comida en el lugar. Había una bolsa de nylon negra, grande, cubierta por un colchón de goma espuma de una plaza, pelado, sin forro.
Así, un policía pidió algo para hacer un corte: un vecino prestó un cuchillo tipo Tramontina. El primer tajo al nylon reveló un antebrazo, con la piel desprendida por el avanzado estado de descomposición.
Por fuera del barrio, un cordón del Cuerpo de Infantería contenía a un grupo de personas enardecido, la promesa de una pueblada. El comisario general a cargo del operativo oyó un drone zumbando en la altura sobre la pila de basura entre los paredones y dio la orden:
—Por favor, tapen.
Así, los policías improvisaron un gazebo sobre el cuerpo. Había algo más que un cuerpo en la bolsa, un jogging gris oscuro, una camiseta color rosa y blanca, ropa interior, una sandalia color marrón que correspondía a un pie izquierdo. Los policías cortaron un poco más el nylon, lograron ver el cuello del cadáver, tenía un pedazo de una sábana con un estampado infantil. Adentro de las lonas blancas, el misterio se terminaba con la nariz de un chico y un cuchillo prestado.
Habían sido cuatro días agotadores. La Policía Bonaerense y el fiscal Gustavo Carracedo intentaron encontrar a Sheila Ayala con todo lo que tenían a su alcance: buzos tácticos en un arroyo cercano, perros entrenados, móviles y más móviles, efectivos en patrullaje y rastreo que tocaron cada puerta del Tupasy, un complejo de departamentos precarios de dos pisos levantado sobre un predio usurpado.
Tras el hallazgo del cuerpo, el fiscal Carracedo ordenó clausurar el ala izquierda del predio, un ciudadano paraguayo de 48 años que había sido locutor en la radio que transmitía hace años desde el barrio actuó como testigo, se convocó a efectivos de la división Casos Especiales, un comisario inspector de la división comenzó a trazar el mapa de los vecinos.
En el segundo piso, en el departamento número seis, a cuatro metros de altura de la pila de basura, el comisario inspector marcó como vecinos a Fabián Ezequiel González Rojas y Leonela Ayala, tíos de la menor asesinada, que fueron aprehendidos por el crimen poco después, su departamento allanado.
¿Cómo había llegado el cuerpo de Sheila hasta ahí? Los perros entrenados de la Bonaerense habían olido la puerta del departamento número 6, las cámaras de la empresa Panizza no tomaban el túnel entre los paredones, un canal de noticias había filmado con sus cámaras el hueco entre los paredones dos días antes del hallazgo del cadáver y el colchón no estaba en la pila de basura, el video era parte de la causa.
El domicilio de González Rojas y Leonela había sido registrado el martes mismo sin resultados. Un médico legista que revisó a los sospechosos encontró una herida "compatible con rasguño" en el brazo derecho de González Rojas con una data de "cinco días", un tiempo compatible con el tiempo de desaparición de Sheila.
Mientras tanto, el cuerpo de Sheila era trasladado a la Morgue Policial de San Martín para su autopsia. Sus resultados preliminares trascendieron poco después: asfixia mecánica, ausencia de signos de abuso.
Hoy, Infobae accede al reporte completo del análisis del cadáver: es parte del pedido de prisión preventiva firmado pedido por el Juzgado de Garantías Nº3 para Fabián González Rojas, un documento de 70 carillas con una larga lista de pruebas.
El análisis estableció de inmediato la data de muerte debido a la avanzada descomposición: este dato le sirvió al fiscal Carracedo para imputarle el asesinato de Sheila a su tío cuatro días antes de la aparición del cadáver. El forense a cargo de la necropsia habló de la tela de sábana en el cuello "anudada con un solo nudo sobre el lateral izquierdo, que rodea y da vuelta", con una lesión de tres centímetros de ancho. Habló de los diversos hisopados, de la ausencia de lesiones en múltiples órganos y en el cráneo, de las huellas dactilares tomadas por necropapiloscopía.
Las lesiones, puntualmente, estaban en las costillas. "Fracturas de arcos costales de 2, 3, 4, 5, 6 derechos e izquierdos a nivel de su articulación condrocostal", la unión entre el cartílago y el hueso de la costilla, "las que podrían tener relación con la circunstancia de haber sido arrojada del balcón del departamento del segundo piso propiedad de los imputados.
Sheila, tras ser asesinada, fue lanzada desde un altura de acuerdo a esta hipótesis, y su caída le provocó fracturas de costillas a la altura del pecho. Sin embargo, el reporte del hallazgo del cuerpo en la bolsa usa el término "decúbito dorsal": es decir, acostado, boca arriba. ¿Alguien lo movió tras la caída si es que fue arrojado? ¿O alguien la golpeó ferozmente antes de morir?
La semana pasada, José Núñez y Carlos Blomberg, abogados defensores de González Rojas, presentaron un pedido en el Juzgado de Garantías Nº3 para que se cite a un nuevo testigo en el caso, un albañil paraguayo de San Miguel como el único detenido por el brutal femicidio de Sheila. Este nuevo testigo misterioso, aseguran fuentes cerca del caso, tendría un relato que podría cambiar la historia en la causa.