En las 263 páginas del fallo con el que esclareció la muerte de Santiago Maldonado y eximió de responsabilidad penal al auto imputado alférez Emmanuel Echazú y a la propia Gendarmería Nacional, el juez federal de Rawson, Gustavo Lleral, no dejó prueba sin ponderar, testimonio sin sopesar ni elucubraciones sin refutar.
Su exhaustivo dictamen sintetiza los 16 meses de frenética pesquisa, desde que se perdió rastro de Santiago el 1 de agosto hasta anteayer, cuando se concluyó con el último análisis pericial sobre su DNI, hallado en perfecto estado, lo que atizaba, entre otros planteos de la familia Maldonado, la teoría de que el cuerpo de Santiago había sido plantado.
La celeridad con la que se conoció la resolución y especialmente su redacción hacen suponer que el fallo ya había sido medularmente plasmado, quizás bastante tiempo antes de que se agregara ese último elemento de juicio.
Es que el magistrado arribó a la "verdad real" —como la denominó— por un copioso cúmulo de pruebas científicas contrapuestas con testimoniales que juzgó clave. Todo ello ratificado por trabajos de campo posteriores a la necropsia y a las conclusiones de la junta de peritos que terminaron de despejar hendijas de duda. Entre éstos están la recolección de muestras adicionales dentro del Pu Lof y las poco difundidas inmersiones de buzos de la Prefectura Naval en diciembre del año pasado, que relevaron la profundidad, complejidad y extensión del pozón del río Chubut. Es decir, la escena primaria del hecho: el lugar donde languideció y emergió, producto de su descomposición, el cuerpo de Santiago Maldonado.
Entre aquellos testimonios considerados clave, en su fallo Lleral expuso los dichos del mapuche Lucas Pilquiman, el testigo E, y el de su hermana Ailinco. Este último, según reveló, le señaló el lugar donde podría hallarse el cuerpo de Santiago, mientras que el primero le arrimó la convicción de que Maldonado se ahogó en soledad sin que nadie pudiera observar aquella trágica escena.
En su huida hacia el río, librado a su suerte, sin saber nadar, con su ropa y calzado mojados convertidos en un plomo y equivalentes a un tercio de su peso corporal, Santiago—sostiene el juez— libró una batalla desigual: la temperatura extrema del agua, el extenso pozón en aquel remanso del río de más de dos metros de profundidad y el caos de raíces tejiendo "coladores" convirtieron a ese lecho en una trampa mortal.
Ni los gendarmes -que cuando Santiago se lanzó al río recién llegaban al barranco que antecede a la rivera- ni Lucas Pilquiman -quien ya lo había dejado atrás en el cruce a nado cuando Santiago supo que no podía cruzar- fueron testigos de la tragedia.
"Santiago Andrés Maldonado—dice Lleral—sucumbió en aquella hondonada de más de dos metros de profundidad, de la que nunca pudo salir. Y allí falleció ahogado, en aquél mismo lugar donde pretendió ocultarse, víctima de un cuadro de asfixia por sumersión coadyuvada por hipotermia".
"Ha quedado demostrado—continúa—que hasta su hallazgo el 17 de octubre de 2017, el cuerpo de la víctima permaneció en el mismo lugar en el que murió, inmerso en el hondo pozón de grandes dimensiones, atrapado por la gran cantidad de ramas existentes en el lugar. Así las cosas, ha quedado de plano descartada la sospecha de que los funcionarios de la Gendarmería Nacional Argentina hayan participado de la desaparición y fallecimiento de Santiago Andrés Maldonado. La víctima no fue detenida por aquella fuerza de seguridad ni llevada a lugar alguno aquel 1 de agosto de 2017. Ningún gendarme tomó contacto físico con Santiago, ninguno lo vio sumergirse en el río Chubut y ninguno lo vio desaparecer en esa hondonada donde lo esperaba la muerte".
Pero antes de exponer esas conclusiones, Lleral habló de "intercambio de hostilidades" entre gendarmes y mapuches. Bosquejó el perfil humano de Santiago a partir de la declaración de su hermano. Enumeró a todos los testigos relevantes que pasaron por la causa. Diseccionó sus dichos. Marcó contradicciones. Descartó testimoniales iniciales, como las adjuntadas por la PROCUVIN, por parte de testigos encapuchados que ventilaron su versión de manera anónima en la tranquera del Pu Lof.
También rebatió bajo el tamiz jurídico de la sana crítica la "apresurada aseveración"—según indicó— de la palinóloga Leticia Povilauskas, perito de la junta médica, a partir de la cual se intentó reinstalar la incongruente teoría de que el cuerpo podría haber sido plantado. Describió el celo y el blindaje con el que la comunidad resguarda el predio desde un puesto de guardia. Y volvió sobre lo medular: analizó los resultados de cada uno de los expertos que desde la entomología, la geología, la palinología y desde la observancia de la especialista del departamento de diatomeas que participaron de la autopsia. Los análisis de las distintas variedades de microalgas halladas en cavidades cardíacas y en sus ropas, coincidentes con las muestras obtenidas en ese ecosistema resultaron una evidencia indubitable, según el juez.
Con ese cúmulo probatorio que logró reunir en la instrucción quedó acreditado que Santiago Andrés Maldonado se ahogó en la misma hondonada del río de más de 2 metros de profundidad donde finalmente fue hallado su cuerpo 78 días después.
Tras esa arquitectura de reconstrucción minuciosa de marcado de tono argumentativo y empírico, la resolución de Lleral muta hacia el final al ensayo. Así, asoma un fuerte rechazo moral hacia las tergiversaciones, elucubraciones y manipulación de la información por parte de medios de comunicación y redes sociales. Sin disimulos, pone en evidencia la divergencia de "intereses egoístas" entre las propias agrupaciones de derechos humanos, incapaces—sostiene—de cohesionarse en una sola querella para no dilatar la causa y encontrar rápidamente a Santiago como en su momento se sugirió.
Y en ese mismo oscuro rincón también ubicó al discurso político. "Ni siquiera los organismos que defienden, sostienen y enarbolan los Derechos Humanos—afirmó—pudieron unirse en pos de un solo objetivo. Cada una de esas asociaciones bregó por lograr su propio interés a costa de la humanidad ofendida, en vez de unirse para dar respuesta a la familia sufriente".
"Desde los palcos—continuó—se mencionó tantas veces a Santiago, a quien no se conocía, solo para ganar, en el mejor de los casos, un aplauso. Y ni hablar del desarrollo de una campaña electoral, en la que fue utilizado de manera descarnada para que un ciudadano, errático en sus ideas, emita un voto en consecuencia".
Como corolario de un fallo que se reserva, además, un espacio como espejo social y también como una suerte de diario íntimo de lo observado desde su magistratura, escribe Lleral:
"Así, la verdad revelada enmudeció los repiques del desconcierto y la incredulidad, propiciados por actores mezquinos e interesados en no hallarla nunca, en demorar su encuentro o negarla definitivamente. Porque mientras el tiempo transcurría sin que hubiera una respuesta, se tejieron las más diversas conjeturas sobre la desaparición de Santiago. Recorrieron el imaginario colectivo las más variadas hipótesis de sucesos fantasiosos, desprovistos de toda realidad. Sin importar, por supuesto, las heridas de los familiares y de quienes sentían a Santiago de manera cercana a sus vidas".
"Sin embargo, la verdad se mostró sencilla, sin fascinaciones. Santiago estaba en el lugar donde lo vieron por última vez. Allí, él, solo, sin que nadie lo notara, se hundió, en ese pozo en el que minutos antes Lucas Ariel Naiman Pilquiman había evitado caer cuando se propuso cruzar el río luego de animar a Santiago a realizarlo. En ese lugar, murió ahogado, sin que nadie pudiera advertirlo, sin que nadie pudiera socorrerlo. Ni los gendarmes que los perseguían en medio del operativo, ni los miembros de la comunidad a la que Santiago fue a apoyar en sus reclamos".
"La desesperación, la adrenalina y la excitación naturalmente provocadas por la huida; la profundidad del pozo, el espeso ramaje y raíces cruzadas en el fondo; el agua fría, helada, humedeció su ropa y su calzado hasta llegar a su cuerpo. Esa sumatoria de incidencias contribuyó a que se hundiera y a que le fuera imposible flotar, a que ni siquiera pudiera emerger para tomar alguna bocanada de oxígeno. Por la confluencia de esas simples y naturales realidades, inevitables en ese preciso y fatídico instante de soledad, sus funciones vitales esenciales se paralizaron".
"Allí quedó su cuerpo atrapado, enganchado en el ramaje subacuático denso, que lo mantuvo inerte y oculto durante el tiempo necesario para que, luego de su descomposición natural interna, superara la presión y la fría temperatura del agua, hasta que se produjeran los cambios de clima. Y solo, tal como se hundió, sin que tampoco en ese momento persona alguna lo advirtiera, emergió en el mismo lugar, en el remanso del río donde se había escondido y se había producido su sumersión. En ese sitio, una rama de los mismos sauces donde quedó atrapado, ofició de sostén, lo contuvo hasta que se lo avistara y finalmente, se lo retirara. La verdad es esa".
Por último le habla—presumiblemente— a la familia Maldonado para que aún en el dolor se asuman la realidad de las cosas y de los hechos.
"Aunque insistamos en denominar a esa realidad de un modo distinto o, incluso, opuesto a su verdadera esencia y naturaleza, jamás podremos cambiarla", escribe. "Aunque se insista en presentar los hechos de un modo absurdamente diverso a su esencia, aunque se pretenda evitar o demorar la realización de medidas de prueba, justamente develadoras de esos hechos, aunque insistentemente se propongan infinitas medidas abiertamente inconducentes y dilatorias, y aunque se declare públicamente que los hechos no son como sucedieron sino como algunos prefieren que hayan sido, lo cierto es que la verdad que rodeó la desaparición y muerte de la víctima de esta causa (y víctima de todas las manipulaciones espurias que de ella derivaron), es una sola".
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