"Esto nunca pasó. Ni en los 50 años de la marca abrimos la fábrica a la prensa", dice Luis Stella, presidente de Bersa Sociedad Anónima. Hoy, Bersa cumple 60 años y Stella ve cómo un montón de periodistas y fotógrafos recorren por primera vez la histórica planta sobre la calle Magallanes en Ramos Mejía, con 110 operarios y una capacidad de producir casi 100 mil pistolas por año para mercados de todo el planeta, luego de dos millones de armas vendidas en toda su historia.
"Es un mercado competitivo", dice Stella, mientras mira una mesa con sus diversos modelos de sus pistolas, centrados en las series TPR y Thunder, principalmente con calibres de 9 milímetros y 380. El mercado le exige, apunta Stella: Bersa prepara un nuevo modelo cada dos años.
El último, la Thunder 9 XT Pro, fue creado en 2016, una 9 milímetros de gran porte, casi cinematográfica, es pesada a la mano, con casi un kilo de aluminio. El simbolismo pesa también. La 9 milímetros de Bersaes básicamente sinónimo de pistola en el país pero sus productos terminan en una paradoja: en manos de las fuerzas de seguridad o en manos de delincuentes, con homicidios cometidos por ambos.
Producir una Bersa, con precios para el mercado minorista de 10 mil a 24 mil pesos, no es barato. Stella estima una inversión de 18 millones de pesos en los últimos dos años para modernizar su maquinaria. El aluminio 70-75 para hacer sus armas, un metal de calidad suficiente para ser empleado en la industria aeronáutica y en satélites, no es comprado en el país, Bersa alterna a valor dólar entre proveedores sudamericanos y europeos para producir sus empuñaduras, correderas y cargadores, una pistola puede tener hasta más de 90 componentes en total.
Entre los primeros pasos elementales, por ejemplo, se encuentra el mecanizado de las piezas: máquinas computarizadas Okuma de producción estadounidense toman y corrigen cerca de 150 medidas internas de las empuñaduras. Luego, las medidas son corroboradas por un segundo aparato con su correspondiente operario.
Así, los aparatos llegan al sector de ensamblado. Las correderas son pulidas no a mano, sino por un robot dentro de una celda diseñado por la firma argentina EK Roboter de automación industrial. También pasan por un área de pavonado para mejorar el metal.
Un operario se encarga de colocar a mano el número de serie. Así, tras el pintado de las piezas principales -con pistolas rosas incluidas- una serie de operarios ensamblan las pistolas y revisan sus partes hasta considerarlas aptas para la última evaluación: cada arma es probada en un polígono de tiro propio dentro de la planta misma por dos operarios que disparan un cargador completo por pistola, con otro que llena los cargadores.
Se prueban hasta 300 piezas por día, las vainas llenan bolsas de consorcio en un pasillo contiguo. Las armas aprobadas se envían a empaque, con destinos como el mercado civil de armerías en Estados Unidos -el principal nicho comercial de Bersa-, Polonia, Uruguay, Perú, o las fuerzas de seguridad nacionales.