La nueva vida en libertad de Jorge Corsi, el condenado por corrupción de menores más famoso de la Argentina

El psicólogo y principal acusado del caso de los "boy lovers" hoy es un jubilado de Palermo de 70 años. El nuevo registro genético de violadores, la paradoja de su libertad y qué dijo el informe judicial en su contra

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Corsi ingresa a su casa
Corsi ingresa a su casa el viernes 9 por la mañana. (fotos: Enrique García Medina)

Algunos lo cubren, quizás empujados por una lealtad extraña. "Noooooo, no vive más acá, hace años que se fue", asegura alguien en el edificio de Palermo a donde Jorge Corsi habría llevado a su víctima diez años atrás.

Otros en la cuadra aseguran otra cosa: "No se mudó, que no te boludeen. El tipo nunca dejó el barrio. Anda por acá todos los días como si nada". "Sigue acá", asevera otro vecino que dice detestarlo mientras le cuelga adjetivos desagradables con una saña particular. De repente, la cara del vecino gira. "Mirá, mirá", susurra mientras señala con el dedo a un hombre que camina: "Ahí lo tenés".

Es, efectivamente, él: Corsi, el condenado más celebre de la historia argentina por el cargo de corrupción de menores, sale de su edificio para hacer los mandados a diez años de sus delitos, sin miedo alguno, sin mirar a los costados.

Un chico de 14 años denunció a comienzos de 2008 que un grupo de hombres, entre ellos Corsi, lo captó para  llevarlo a fiestas sexuales y abusarlo. Otros cinco menores habrían sido víctimas, reclutados en puntos como un local de McDonald's, en cybers para chequear Internet o jugar juegos en red, invitados a casas para ver pornografía y recibir obsequios como ropa y artículos electrónicos.

Corsi no actuaba solo. Tenía al menos tres cómplices, la banda de los "boy lovers" se los llamó, con nombres en clave que usaban entre ellos: Corsi era "Geo", el profesor de música Marcelo Rocca Clement, condenado a once años de cárcel por llevar a un chico de viaje a Mar del Plata y violarlo durante todo un fin de semana, era "Mache".

Sus teléfonos fueron intervenidos entre conversaciones incriminadoras. "Hola, mi amor, ¿cómo te sentís? ¿Te fue bien en el examen que tenías hoy?", le dijo Corsi a un chico al que llamaba a un celular que él mismo le había comprado en un viaje a España: "Mirá que yo me preocupo por vos, no te olvides que sos muy importante para mí".

El fiscal Martín Niklison y la jueza María Fontbona de Pombo estuvieron a cargo de la investigación. Corsi fue detenido en julio de 2008 y procesado un mes después, el juez Axel López le negó la libertad condicional. Terminó condenado a tres años de prisión por el Tribunal Oral Criminal N°11 en un juicio abreviado que acordó con su defensa, lo que le evitó enfrentar un proceso oral.

El barrio está menos intenso para él, quizás más desmemoriado. Lo habían escrachado con fuerza en el edificio en enero de 2009, cuando un grupo de indignados cortó la calle mientras golpeaba cacerolas y discutía con la Federal. La actriz Ana María Giunta estaba ahí, liderando la protesta. "Este Corsi es inteligente, un hijo de puta inteligente, mucho más  peligroso que un boludo", aseguró Giunta a las cámaras en el lugar. Le pintaron graffitis en la entrada, Corsi terminaría tapiando su balcón en el octavo piso para que no lo filmaran desde el edificio de enfrente.

La fama persiste: su nombre está automáticamente ligado en la mente de muchas y muchos a uno de los delitos más aberrantes. De todas formas, Corsi camina tranquilo.

Hoy, con 70 años de edad, no cambió mucho físicamente, su cara es básicamente la misma que en 2008, cuando era una constante en la televisión o en las páginas policiales.

Se lo ve más corpulento, más saludable, un poco panzón, mucho mejor de aspecto que cuando salió del penal de Ezeiza en agosto de 2014 tras pasar más de tres años encarcelado con una operación cardíaca que lo postró varios meses en una cama de hospital. Estaba flaco en aquel entonces, con la espalda encorvada, demacrado, llevaba las pocas cosas que tenía en una bolsa ecológica mientras pisaba la calle al salir.

Corsi lleva libre más de
Corsi lleva libre más de cuatro años y no debe rendirle cuentas a ningún patronato de liberados a pesar de la naturaleza del delito que cometió.

Aseguraba en ese entonces que no volvería a practicar como psicólogo a pesar de haber sido una eminencia en su campo con cinco libros escritos irónicamente sobre violencia familiar y maltrato infantil que se convirtieron en material de cátedra y referencia, de dirigir la cátedra de la Universidad de Buenos Aires sobre la materia. Corsi, por razones obvias, consideraba riesgoso volver a ejercer su profesión. En paralelo, psiquiatras como Enrique Stola, que trató a una de las víctimas cuyo testimonio condenó al padre Grassi, firmaban un petitorio para que se revoque su licencia.

Durante sus tres años en la cárcel en la que el Consejo Correccional lo calificó con un diez en conducta, el psicólogo trabajó y cobró el péculo penitenciario, un empleo en blanco que le permitiría completar sus años de aportes luego de 30 años de trabajar para universidades como la UBA o para la Gendarmería Nacional. Así, Corsi se retiró.

"Estoy bien, jubilado", le dice a Infobae, mientras se despide al entrar a su casa. Su nueva vida, su rutina, es, precisamente la de un jubilado: va al lavadero a media cuadra de su edificio, a pagar las cuentas a un Pago Fácil, cobra sus haberes del ANSES en un banco a unas diez cuadras de su casa.

Tuvo un blog tras salir de prisión en el que posteaba artículos sobre "la historia marketinera" que los medios contaron sobre él, tuvo una cuenta de Twitter con apenas 25 seguidores en donde tuiteaba frases sueltas de vez en cuando para limpiar su nombre y le respondían con insultos. "El grado de prejuicio en mi contra es tal que cualquier cosa que diga estará sujeta a escarnio", le dijo a un periodista que lo llamaba. Se decía en 2017 que trabajaba como remisero, aunque sus vecinos nunca lo vieron estacionar un auto en la cuadra.

Hoy, a cuatro años de volver a ser libre, el psicólogo no polemiza con nadie. Va y hace los mandados, paga las cuentas en bermudas y mocasines y  medias altas, otro jubilado de Palermo.

El consenso general de la psiquiatría y psicología moderna es que un pedófilo es básicamente irrecuperable. "No hay evidencia científica de recuperación de abusadores sexuales, por lo que es de esperar que así como corruptos condenados no pueden acceder a puestos del Estado, profesionales de la salud condenados no puedan atender a pacientes, pues hay un alto nivel de riesgo por ser el abusador básicamente manipulador y ejercer un perverso poder", razonó Enrique Stola al ser consultado por Página/12 luego de que Corsi saliera de Ezeiza en 2014.

Fragmento de una pericia a
Fragmento de una pericia a Corsi: la reincidencia “no se descartaría”.

Corsi fue evaluado y tratado por diversos especialistas a lo largo de su encierro. Un fallo de la Cámara Federal de Casación Penal de diciembre de 2013 contiene opiniones dispares. "Aunque no medie reconocimiento ni arrepentimiento es consciente del efecto que podría tener una recaída en su accionar", aseguró un informe.

Otra especialista afirmó que el psicólogo presentaba "un trastorno de personalidad, con afectación desviada en la esfera psicosexual", con "un nivel de autocrítica laxo y superficial" y que "las características de personalidad descriptas conforman un funcionamiento estable y cimentado, cuya posibilidad de cambio a nivel estructural es mínimo, lo que permite señalar que no se descartaría la reiteración de conductas".

Sin embargo, a pesar de su condena, a pesar del consenso de la psiquiatría, a pesar del informe en su contra, Corsi ya no debe rendirle cuentas a nadie tras agotar su pena, como ninguno de los casi 10 mil presos por abuso y violación en cárceles de todo el país según el Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena deberá hacerlo tras cumplir la suya.

Corsi dialoga con el autor
Corsi dialoga con el autor de esta nota. “Que me citen”, afirma. (Enrique García Medina)

La ley argentina considera a un condenado por un delito sexual contra menores de la misma forma en que considera a un ladrón o a un homicida o a un estafador. "Post-cumplimiento de pena no se controla a ningún condenado", apunta una alta fuente en el sistema penal. El DCAEP, creado en 2017 por la Corte Suprema para reemplazar al viejo Patronato de Liberados, controla a aquellas y aquellos con libertad condicional, juicio a prueba o prisión domiciliaria de acuerdo a la Ley 27.080 que lo reglamenta, pero el seguimiento de pederastas y violadores condenados no está previsto de forma compulsiva o sistemática.

Hoy, el Ministerio de Justicia comienza un plan ambicioso: tomar muestras bajo orden judicial del ADN de más de 22 mil delincuentes sexuales en todo el país, libres o presos con el nuevo Registro Nacional de Datos Genéticos. Tener una condena firme es el requisito: Corsi acordó un juicio abreviado con el TOC N°11.

"Que me citen", dice Corsi, sin perseguirse. Pero Corsi no podrá ser citado para que le metan un hisopo en la garganta. No se trata de letra chica, sino todo lo contrario.

El Registro Nacional solo tomará según su propia regulación muestras de condenados por abuso simple o con acceso carnal, los artículos 119 y 120 del Código Penal. Corsi, a pesar de toda su prensa, recibió su pena no por abuso sino por promoción de la corrupción de un menor, llevarlo a participar en un acto sexual, un delito vinculado pero distinto.

El abuso había sido parte de su imputación original, sin embargo no llegó hasta el abreviado. La víctima que lo denunció, querellante en el juicio y representado por el abogado Javier Moral, llegó al proceso ya mayor de edad. Había logrado mantener en reserva su identidad durante cuatro años: sus 18 años cumplidos garantizaban que declarase en juicio, una revictimización. Así, se llegó a un acuerdo.

El daño sufrido impactó con fuerza en la vida del joven que lo denunció: perdió tres años del colegio secundario, realizó terapia durante años para sobrellevar lo que vivió con Corsi. Pudo terminar el colegio eventualmente, luego una carrera universitaria. Hoy, está casado y es padre de un hijo, con un trabajo en una empresa de seguros.

Su identidad sigue sin conocerse públicamente. Continúa en terapia hasta hoy.

 
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