"Yo tengo la esperanza de que la policía se haya equivocado y haya sido otra persona. Sobre todo por el grado de ternura que tenía para con su hija, sus tres hijos eran todo para ella. No lo entiendo", dice Alfredo M., tratando de buscarle una explicación al horror.
Lourdes, su hija de 9 años, fue degollada el miércoles por la noche en Bacacay y Terrada, a pocas cuadras de su casa, en el barrio porteño de Flores. Su esposa, Angélica G., quedó detenida por el crimen. "Habían salido juntas a comprar alfajores", le dijo el hombre a Infobae por el portero eléctrico del edificio de la calle Granaderos donde vive y es el encargado.
Una cámara de seguridad de la zona registró los últimos movimientos de la mujer antes ser detenida. Se la ve entre dos autos estacionados junto a su nena. Allí, en medio de un charco de sangre sobre el empedrado, fue encontrado el cuerpo de la pequeña Lourdes. Angélica llevaba encima el DNI de la niña: el cuchillo de caza que usó para cortarle el cuello apareció en el jardín de un edificio cercano, descartado por la mujer cuando fue seguida por una policía.
Alfredo, el marido de Angélica G., sabe muy poco sobre lo que ocurrió, a tal punto que trata de confirmar lo que se entera por diversos medios mientras habla con Infobae. Quien hace las preguntas es él.
Desde el décimo piso del edificio donde trabaja, Alfredo cuenta que su esposa, ama de casa de 48 años y madre de sus tres hijos -dos varones y la nena asesinada- cayó en un profundo cuadro depresivo en 2011, luego de que su madre se suicidara arrojándose de un piso 11.
Desde ese momento hasta hoy, Angélica fue sumando múltiples patologías, tanto mentales como físicas. Poco después de la muerte de su madre le diagnosticaron una maculopatía degenerativa en uno de sus ojos, una enfermedad que le puso plazo a la pérdida total de su visión: los oftamólogos le decían que dejaría de ver en cuatro, cinco años. Por esa ceguera parcial, ya bastante avanzada, Angélica usaba un bastón verde. "Se tropieza, se lleva puertas por delante, se golpea la cabeza", describe Alfredo.
Angélica recibió otra noticia devastadora en los últimos meses: le detectaron un tumor en la cabeza. Esta situación, cuenta Alfredo, acrecentó su angustia: en los últimos tiempos presentaba "delirios paranoides, ataques de pánico y anorexia". El marido señala que su peso actual ronda entre los 38 y los 40 kilos, que tiene un cuadro de desnutrición porque no puede asimilar los alimentos. Había estado internada 30 días en la clínica Ciudad del SUTERH y tomaba una decena de medicamentos.
"Yo la acompañaba a todos los tratamientos psiquiátricos. Estuve siempre a su lado, le suministraba todos los remedios, cuidaba que tome las dosis justas. Ella no tenía parientes, solamente me tenía a mí", sostiene Alfredo.
Según declaró el marido en la Comisaría 50 de Flores, el viernes último concurrieron juntos al Hospital Alvear porque se estaban quedando sin medicamentos, Angélica estaba particularmente intranquila. La médica que los atendió sugirió su internación, aunque fuera momentánea. Ella se negó, no quería estar alejada de sus hijos. Alfredo se comprometió a darle la medicación regularmente.
"Yo la tenía en una cajita de cristal", dice el marido. Sin embargo, Angélica lo denunció por violencia de género en febrero de este año según datos policiales. Alfredo lo niega; afirma que tenían discusiones "como cualquier matrimonio".
En la tarde de ayer, el encargado de edificio terminó de trabajar y habló con su esposa para preguntarle si se sentía bien y decirle que se iba a buscar a los chicos al colegio. Cuando volvieron, cerca de las seis de la tarde, "les preparó la leche y merendaron", afirma.
"En un momento ella les dice a los tres: 'Bueno, chicos, ¿me acompañan? Voy a ir a comprar alfajores, algo para comer'. Los dos varones no quisieron ir. Pero la nena sí. Uno pidió un brownie, el otro un alfajor tipo torta y la nena quería donas de la panadería porque le encantaban", cuenta el marido de Angélica. Fue la última vez que Alfredo vería a su hija con vida.
Así, el portero se quedó descansando en un sillón con uno de sus hijos, algo adormecido después de su jornada laboral. Con el correr de los minutos, y al ver que Angélica y Lourdes no regresaban, la preocupación lo fue despabilando. "Pensé que quizás podían haberse ido a mirar vidrieras, a comprar comida para la cena como era habitual. Pero a eso de las nueve me fui buscarlas creyendo que quizás se habían demorado en algún supermercado", relata el hombre a Infobae.
Ya habiendo regresado al departamento del décimo piso, sin novedades de su esposa e hija, a las 22:30 sonó el timbre de la casa. Era la policía. "Me dijeron: 'Baje solo'. Y ahí me imaginé lo peor".
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