El 27 de junio de 2017, los carceleros del pabellón 7 del penal marplatense de Batán encontraron entre el griterío uno de los espectáculos más grotescos que puede ofrecer una celda: los ojos vidriosos de un preso que se colgó hasta morir. "Asfixia por ahorcamiento", marcaron en la ficha, para enviar el cuerpo a la morgue. Héctor Anselmo Sánchez, "El Nene", condenado a reclusión perpetua por el Tribunal Oral Criminal N°3 de Lomas de Zamora, podría haber pedido su libertad condicional recién en el año 2046 de acuerdo a registros judiciales, cuando fuese ya un anciano. En el último extremo de un tirante, "El Nene" tal vez había decidido ganarle al tiempo.
Sánchez estaba distinto a lo que el periodismo policial recuerda de él, había cambiado con el tiempo desde que una foto suya con los dientes chuecos y una camiseta de Racing llegó a la prensa en febrero de 2004, en una Argentina todavía destruida, enardecida, para convertirlo en el demonio policial de ese verano, un violador y asesino de niñas de Villa Tranquila en Avellaneda, un barrio pobre de fábricas cerradas, un femicida mucho antes de que existiera el término en el Código Penal argentino, un sádico.
Se lo veía más gordo en los meses antes de que se quitara la vida, había perdido el pelo y se vestía con un equipo deportivo, un dentista tras las rejas le recomendó una prótesis. No era un preso difícil, para nada: su concepto carcelario era impecable. Considerado un interno "clase C" de baja peligrosidad en el código del Servicio Penitenciario Bonaerense, Sánchez se había sacado un diez en conducta desde que entró al sistema, cada año, sin falta.
Se había anotado en la escuela primaria para terminar sus estudios básicos, pasó por varios talleres, no protagonizaba peleas a trompadas o punta de faca, nunca se le incautó nada preocupante que ameritara una nota en su legajo de encierro de casi 1100 fojas. Atesoraba que su familia lo visitara, que se acordara de él: se negaba a que lo trasladen por comparendos judiciales pedidos por sus defensores cuando sabía que llegaban a verlo desde lejos.
Tampoco hablaba del ángel negro que según su confesión ante el fiscal Carlos Hassan le había dado las órdenes en su cabeza para violar y estrangular hasta la muerte a Yessica Mariela Martínez, "Marela", de 9 años de edad y Mónica Vega de 13, para después enterrarlas bajo una losa de cerámicas en el pozo de un viejo aljibe en la casa de la calle Dean Funes al 391 que había tomado junto a su hermano Hugo, "El Bebe", condenado como su cómplice.
El cadáver de "Marela", que vivía con sus padres a 20 metros de la casa de Dean Funes, justo a la vuelta, había estado al menos tres días a la intemperie antes de entrar al pozo según los forenses de la morgue judicial de Lomas de Zamora. Su padre, Víctor, un electromecánico que tenía una rencilla previa con Sánchez, reconoció al cuerpo por un buzo rojo que llevaba.
No había ángel negro en su cabeza en la cárcel: Sánchez había abrazado la fe evangelista al menos de la boca para afuera, la misma que abrazó su madre, Norma Haydée, tras la muerte del padre de Sánchez cuando él tenía nueve años de edad. Lo habían alojado en el pabellón de presos cristianos en el penal de Sierra Chica en uno de sus traslados, un buen lugar para refugiarse. "El Nene" llegó a decir que prefería estar ahí, que le temía a otros presos fuera del pabellón que prefería no nombrar. ¿Paranoia, tal vez?
Así, Sánchez comenzó a pedir traslados en los últimos, hábeas corpus, uno tras otro, una sucesión de celdas que había empezado en Olmos. Su suicidio parece algo difícil de explicar en la línea de tiempo de su vida tumbera. No encajaba con el perfil. Sánchez, a simple vista, parecía alguien mucho más proclive a dañar a otros.
Había violado antes de "Marela" y Mónica: lo condenaron en 1999 a seis años de cárcel que pasó en el penal de Olmos por atacar a una menor en Quilmes tres años antes. Ya se había distanciado para ese entonces de Cecilia, su primera mujer que conoció a los 16 años, con la que tuvo dos hijos a los que veía cada tanto.
Salió en libertad condicional en 2002 luego de cinco años y cuatro meses para irse a vivir a Claypole con su hermano Mario, el primero al que designó en la lista de visitas penitenciarias tras matar a "Marela" y a Mónica. Trabajó con él en carga y descarga de camiones, después en una pizzería, bebía y se drogaba, cocaína, pastillas. Salía con una mujer al momento del doble crimen, llamada Antonela, de la que se sabe poco y nada.
Eventualmente, tras caer preso y confesar, Sánchez se sentó y habló ante un psicólogo penitenciario. No había fantasías demoníacas en su relato que Infobae logró recuperar casi quince años después. "Interno que se presenta a la entrevista en forma tranquila, sin demostrar preocupación por su situación", anotó el especialista. "El Nene" contó cómo había comenzado a drogarse a los 13 años de edad, de cómo se había convertido en un rastrero, robando bicicletas, ropa, de cómo buscaba "un acercamiento afectivo con su madre y hermanos, necesitando el cariño y contención de ellos", escribió el analista, un grupo familiar al que definió como "de características abandónicas."
El análisis continúa: Sánchez, aunque decía haber encontrado "la paz de Dios" y se abocaba a rezar en el pabellón evidenciaba "indicadores de ansiedad, posicionamiento expectante y nerviosismo", algo tal vez normal.
"Antecedentes de desorden conductual", anotó luego el especialista, "dependencia afectiva, vulnerabilidad e impulsividad", "escaso capital ideativo" fue otro término en el informe. Las conclusiones fueron peores: "rasgos psicopáticos marcados, falta de remordimiento, baja tolerancia a las frustraciones."
No habló de sus crímenes, no quiso hacerlo ante el psicólogo, aseguraba que le producía daño. Hizo, sin embargo, algunos comentarios al pasar. Dijo que a "Marela" la mató "por venganza contra el padre, cuestiones de plata." La violación y muerte de Mónica Vega, no tuvo ni siquiera una razón tan vil. "No me acuerdo muy bien porque estaba borracho y drogado", aseguró Sánchez.
Durante los días posteriores al crimen, un periodista y un fotógrafo de la revista Gente encontraron a Norma Haydée, la madre de Sánchez, llorando en su casa del barrio Don Orione. Norma hablaba de Dios, no podía entender cómo su hijo había violado y matado dos veces, sollozaba. Otros periodistas llegaron después. Según sus vecinos, la madre de "El Nene" sigue ahí hasta hoy.
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