Lucila Frend y las sospechas eternas: el crimen imperfecto que permanece impune

A 11 años de un crimen que atrajo la atención de todo el país, se estrenó "Acusada", una película inspirada en el caso

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Una mujer argentina de 32 años, mientras empuja un cochecito de bebé, pasea por las calles de Barcelona. Su hijo todavía no cumplió un año. Ella, con sus ojos claros, lo mira con ternura y preocupación. Sabe que, a pesar de no cumplirse ninguna efeméride, de no haber ninguna novedad resonante en la causa judicial, volverán a perseguirla los fotógrafos, el teléfono sonará insistentemente con pedidos de entrevistas, los periodistas la buscarán, su nombre aparecerá de nuevo en los medios. Las dudas volverán y las sombras habitarán, una vez más, su vida cotidiana. El pasado volverá a caer sobre ella. Lucila Frend deberá vivir con las sospechas, sin importar lo que la Justicia haya determinado.

Lo que vuelve a poner la atención sobre ella, en este caso, es el estreno de Acusada, la película dirigida por Gonzalo Tobal y protagonizada por Lali Espósito. El film, a pesar de la negativa del realizador, está inspirado en el caso policial que tuvo a Lucila Frend como principal sospechosa. Las similitudes son múltiples. Hasta hay pequeños guiños (parecidos físicos, hábitos, alguna anécdota) que la asocian con el caso que solo quienes lo conocen en profundidad podrán descubrir.

El 10 de enero de 2007, hace más de 11 años, Solange Grabenheimer, de 21 años, fue encontrada muerta en su casa. La habían asesinado de varias puñaladas. Su cuerpo se encontraba en el piso, al costado de su cama. Todavía tenía puesta en la boca la placa de descanso; el asesino la había sorprendido durmiendo. En la casa no faltaba nada ni había signos de violencia. Las puertas y ventanas estaban intactas: no se había forzado ninguna de las vías de entrada.

De inmediato, los investigadores sospecharon de Lucila Frend, la mejor amiga de Solange. Ambas, amigas desde la infancia, compañeras de colegio, vivían juntas en ese PH de Vicente López. Esa noche de enero de 2007, Lucila estaba en el cumpleaños de una prima. Ante la ausencia de Solange demostró preocupación. Contó que su compañera de vivienda no le había respondido algunos llamados durante el día y pidió que la acompañaran a buscarla a su PH. Hacia allá fue con el novio de Solange y algunos amigos. Al llegar, Lucila no quiso ingresar. Dijo que la angustia se lo impedía. Los que sí entraron a la vivienda fueron testigos del horror. Encontraron el cuerpo de Solange en medio de un gran charco de sangre.

En muy poco tiempo, los investigadores, con el fiscal Alejandro Guevara a la cabeza, apuntaron hacia Lucila. Un cúmulo de indicios la señalaban. La familia de la víctima, desde el primer momento, señaló a Frend como culpable. La Justicia acompañó esas sospechas y Lucila fue la única imputada en el proceso.

Las pruebas parecían acumularse en su contra y todas sus actitudes comenzaron a ser puestas bajo el halo de la sospecha. Las voces de los amigos se acumulaban y producían un coro inarmónico. Algunos sostenían que la convivencia entre las dos jóvenes era normal; otros afirmaban que Solange deseaba mudarse, que Lucila tenía un interés sexual no correspondido en su amiga, que la situación entre ellas era tensa.

Para el fiscal, Lucila siempre fue su primera y única opción. Sospechó de ella desde el primer momento, desde aquella noche de enero del 2007, la noche del hallazgo macabro. Lucila, luego de mostrarse preocupada y alertar sobre la ausencia de Solange a lo largo de ese día, no ingresó a su hogar. Adujo una profunda angustia y temor. El novio de Solange fue quien primero vio su cadáver. La encontró en el piso boca abajo. Luego, los agentes policiales dieron vuelta el cadáver. Pero esa misma noche, el fiscal le pidió a Lucila que ingresara a la vivienda para constatar si el homicida había robado algunas pertenencias. Ella ingresó al cuarto de su amiga y la vio ya en la nueva posición en que los investigadores la habían dejado. Sin embargo en su descripción habló del horror que recorrió su cuerpo cuando descubrió a su amiga boca abajo. Ese comentario encendió las alertas del fiscal que, desde ese momento, se empecinó en demostrar la culpabilidad de Frend. Sin embargo, los asistentes técnicos, los peritos y profesionales no colaboraron demasiado.

Lucila no contaba con una gran coartada. Según ella, ese día había salido hacia su trabajo (era empleada en un laboratorio farmacológico) a las 7.30. Su empleador probó que ella ingresó al trabajo pasadas las 8.30. Durante el día, Lucila llamó a Solange y le mandó algunos mensajes de texto sin obtener respuesta. Hasta se comunicó con su trabajo para preguntar por ella. Recién a las 23, en el cumpleaños de la prima, decidió ir a buscarla. Cuando esa mañana Lucila partió hacia su trabajo, ella declaró que creía que Solange aún dormía.

Solange había llegado la noche anterior a su casa a las 22.30, se había bañado, le había mandado un mensaje de buenas noches a su novio y se había ido a dormir. Nunca más despertó.

Sin embargo, la impericia de los técnicos que debían determinar el horario de la defunción jugó en favor de la acusada. El forense que primero entró en contacto con el cuerpo en el departamento no pudo determinar la hora exacta porque no le tomó la temperatura al cadáver: no llevaba un termómetro consigo. Quien tomó la prueba de humor vítreo (otro modo de determinar el horario de fallecimiento) lo hizo mal y la prueba contaminada tuvo que ser desechada.

Luego entraron a jugar los peritos de partes y los oficiales. Todos dieron horarios distintos y demasiado amplios que no aportaron ninguna certeza. El rango horario variaba entre las 7 y las 13. Es decir, siempre había un amplio espectro horario que libraba de culpas a Lucila.

Quien asesinó a Solange no había sido muy prolijo. Se limpió las manos ensangrentadas en las sábanas, olvidó un encendedor que luego retiró bajo la pierna de la víctima (Solange no fumaba), asesinó a Solange en la cama y luego la depositó en el suelo. Sin embargo, ninguno de esos rastros sirvió para identificar fehacientemente al culpable. De nada sirvió la convicción del fiscal y la de la familia de Solange, quienes siempre apuntaron hacia Lucila.

El día del crimen había llovido. Si alguien hubiera ingresado desde el exterior, aun sin forzar puertas o ventanas, hubiera dejado rastros de barro o arenilla. No se encontró nada de eso en la vivienda. Pero, debe recalcarse, que la investigación adoleció de fallas evidentes. El fiscal hizo participar a Lucila de la reconstrucción del crimen como testigo y luego la imputó. En ese acto se produjo uno de los hechos más controvertidos de la causa. Según la Justicia, Lucila tomó un cable del piso y simuló un estrangulamiento a un policía presente en el acto. Algunos dicen que de esa manera entendieron cómo habían sucedido los hechos. Ella sostiene que solo puso en práctica lo que detalladamente le solicitó el fiscal que hiciera pese a sus negativas. Mientras algunos especialistas sostuvieron que había habido estrangulamiento con un cable, otros afirmaron -con idéntica convicción- que las marcas en el cuello fueron fruto de cortes y marcas con un cuchillo. Mientras algunos peritos dijeron que el homicidio lo produjo alguien con una gran fortaleza física, otros aseguraron que los 55 kilos de Lucila bastaban para la tarea. En lo que la mayoría coincidió fue en que el homicida probablemente haya sido zurdo. Como Lucila Frend.

En el juicio, y en la apelación posterior en Casación, Lucila fue absuelta. Las dudas, abundantes y variadas, jugaron a su favor. Un principio sagrado del derecho penal.

Lali Espósito en “Acusada”
Lali Espósito en “Acusada”

Fue uno de los últimos casos penales que atrajo la atención de los medios y del público. Una posible asesina de 21 años. La víctima, su mejor amiga de la misma edad. Parecía el choque de dos mundos. La crónica policial necesita de esos contrastes, de esas descripciones maniqueas. Solange era extrovertida, con una amplia sonrisa, inquieta. Lucila era su opuesto, reticente, de gestos tensos y parcos, más retraída. Las versiones y los datos se cruzaban y engrosaban las sospechas. Un ex novio de Lucila intentó tener una aventura con Solange. Eso otorgaba un móvil. Pero las amigas lo hablaron entre ellas y encontraron la solución provocando juntas daños en el auto del galán frustrado (Lucila le mandó un mail a su ex: "Me clavaste el peor cuchillo. (…) Te voy a intentar matar. Fuera de joda"). La familia de Solange y algunas amigas hablaron de severos problemas de convivencia, de que ella se quería mudar. Lucila, naturalmente, negó todo resquemor.

La Justicia no encontró un culpable. Nunca pudo establecer con exactitud la hora aproximada de muerte. Ni siquiera consiguió establecer el modus operandi del crimen. Un crimen imperfecto al que la impericia de la justicia convirtió en perfecto. En el medio, las repercusiones mediáticas, el dolor de la familia de la víctima, la historia de una amistad intrincada, una sospechosa con versiones endebles, un fiscal empecinado, una investigación ineficaz y una gran parte de la opinión pública con una posición tomada.

¿Cuántas versiones resiste un crimen? ¿Cuántas teorías pueden sostenerse sobre un mismo hecho con similares evidencias? ¿Cuántas conclusiones disímiles con basamentos científicos pueden efectuarse de una misma situación?

Solange y su familia no encontraron justicia. El desgarramiento se acrecienta ante la falta de justicia, ante la ausencia de respuestas. El caso quedó irresuelto con la absolución de Lucila Frend. La impericia de los profesionales produjo, una vez más, un caso impune, un dolor abierto, crónico, al que la falta de resolución, la injusticia, solo agrega más desconsuelo.

Lucila, lejos, a un océano de distancia, intenta empezar una nueva vida. Vive en una ciudad distinta, en las redes sociales sus perfiles tienen nombre de fantasía para evitar el asedio –y las acusaciones–, formó una nueva familia, trabaja en producción de eventos. Sin embargo, sabe que no podrá librarse de las miradas acusatorias, que el pasado siempre volverá a corporizarse frente a ella, en el lugar en que se encuentre. Será por un aniversario (el fetiche de los números redondos), porque alguien la reconozca en la calle, por un artículo periodístico o por el estreno de una película.

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