C. estaba un poco alborotado y no quería calmarse. Había despertado a los tiros a varios vecinos en el complejo de casas del barrio Santa Rita en Boulogne en la mañana del viernes 21 de agosto, se movía agitado en el pasillo que separa las casas de dos plantas. Iba, venía, gritaba pistola en mano, un caos.
Los vecinos lo conocían bien a C.: con 34 años y familiares en el Santa Rita, había pasado su adolescencia entre las banditas de rateros de la zona que acostumbran ir al Bajo San Isidro o a La Horqueta a robarles a los vecinos de clase alta, asaltos de poco vuelo, un par de teléfonos, una cartera, aparecía con frecuencia en la fiscalía del distrito a unas veinte cuadras del Santa Rita. Llegó a ser condenado según un investigador judicial en la zona, también llegó, supuestamente, a animarse a asaltos de más envergadura.
En el pasillo, nadie lo cruzaba. Juan A., que había pasado diez años en la cárcel por homicidio, lo conocía a C., lo consideraba su amigo. Le pidió que se calmara, pero C. no quiso saber nada: le disparó en la ingle frente a al menos cuatro testigos consternados para luego correr hasta la mitad del pasillo, tirar otra vez al aire, amenazar un poco e irse corriendo. Mientras tanto, alguien filmaba desde su ventana con su teléfono.
Juan no murió, sobrevivió al ataque tras ser trasladado al Hospital de San Isidro: la víctima declaró ante el fiscal distrital Facundo Osores Soler y señaló a C. como el responsable de balearlo, aseguró que simplemente lo cruzó para que no matara a nadie.
C., por lo pronto, ya había dejado el barrio. El tiro en la ingle le garantizó una imputación más suave: el fiscal Osores Soler lo acusó de lesiones graves agravadas por el uso de arma y no de tentativa de homicidio. Su pedido de captura podría ser formalizado en los próxiimos días. El video que el vecino filmó, mientras tanto, empezaba a viralizarse desde los grupos de Facebook del barrio.
El fiscal toma con pinzas la versión de Juan A. de por qué recibió una bala en la ingle de un picante al que llamaba su amigo ante la falta de contraste. Se hace difícil tener otros relatos del hecho, nadie se anima a hablar. ¿El ataque fue un ajuste de cuentas? ¿Tuvo un trasfondo narco, quizás, una disputa territorial? "La Santa Rita es el Unicenter de la falopa", se ríe alguien que conoce bien los movimientos del barrio.
En julio de este año, la Federal ingresó al barrio para arrestar a una banda de transas en la zona para encontrar seis armas de fuego, entre ellas una ametralladora, más cocaína, marihuana y pasta base, en una causa a cargo de la UFI de Drogas del municipio. "Lo de Juan fue pelea, seguro", dicen cerca del Santa Rita: "Si era un tema de narcos, nadie se animaba a filmar".
Los tiroteos en el Santa Rita y en Fuerte Apache, en todo caso, son dos ejemplos de algo mucho mayor: la costumbre bonaerense de matar.
Fuera de los homicidios en ocasión de robo, las disputas territoriales narco cobran nueva intensidad en territorio bonaerense.
El viernes pasado, dos ex ladrones se mataron entre sí en Fuerte Apache: un vecino filmó cómo la hermana de uno de ellos lloraba mientras encontraba su cadáver con dos tiros en la cabeza. El doble homicidio involucraba una una pelea por el control de la zona para vender drogas.
El signo es parecido para el triple crimen de Esteban Echeverría, con tres adolescentes de nacionalidad paraguaya cortados con vidrios y apuñalados en Monte Grande. En junio, también en Esteban Echeverría y a cincuenta cuadras del hecho, tres hombres y una mujer terminaron muertos en una balacera de más de treinta disparos. "Vos sos transa", se oyó antes de las detonaciones en el barrio 9 de Abril.
Morir por una discusión, por nada, es otra corriente en la provincia: Gonzalo Martín, de 17 años, fue asesinado anoche en La Plata en una fiesta convocada por Facebook tras discutir con un hombre que lo golpeó con la culata de una pistola .9 mm para después tirarle a quemarropa en el mentón. La casa del presunto agresor fue incendiada por una turba. A fines de agosto, también en La Plata, la martillera pública Sabrina Antonioli fue masacrada a golpes de maza supuestamente por un albañil que había trabajado en su casa.
A comienzos de este año, la gobernadora Vidal celebraba en público que la tasa de homicidios provincial había bajado un 20 por ciento en dos años. En 2017, la Provincia registró 992 homicidios dolosos contra 1.150 en 2016 y 1.240 en 2015 de acuerdo al Ministerio de Seguridad de la Nación.
Sin embargo, la cantidad de lesiones dolosas, carátulas como las del caso del barrio Santa Rita, aumentan: 36.333 hechos en 2016 y 37.098 en 2017. De vuelta a la tasa de homicidios, ciertas zonas de la provincia ya registran aumentos: un informe del diario La Capital de Mar del Plata contabilizó 35 asesinatos en lo que va del año en la ciudad costera, una cifra que ya supera a la del año pasado.
Los penales del Servicio Penitenciario Bonaerense son el fenómeno final, los lugares donde todas estas tendencias terminan. Estadísticas internas del SPB de comienzos de este año aseguraban que un 9,53 por ciento de sus casi 40 mil presos en aquel entonces estaban imputados por homicidio -una cifra menor a la cantidad de abusadores sexuales, por ejemplo-, otro 4,7 por ciento imputado por portación de arma de fuego y otro 3 por ciento por lesiones.
El número mayor es para los ladrones con pistola al cinto: 32,7 por ciento del total imputado por robo agravado.
En 2017, el Servicio Penitenciario provincial recibió a 982 acusados por homicidio simple o calificado, otros 491 por tentativa. En lo que va de 2018, hay otros 615 presos acusados de matar, otros 275 por intentarlo.