La increíble historia de los nazis que convivieron con guerrilleros en la cárcel de Devoto

Los nazis habían fabricado armas para la Triple A y terminaron vendiéndolas a los Montoneros. Uno de ellos había pertenecido a la Juventud Hitleriana de la Argentina y finalizó repudiado por su hijo militar

Guardar
La cárcel de Devoto
La cárcel de Devoto

Eran seis alemanes o descendientes de alemanes que rondaban los cincuenta y un noruego grande como una marsopa y un corte de pelo con flequillo que lo hacía parecer al padre del Felipito de Mafalda.

Uno de los alemanes presumía de haber revistado en las filas de la Wehrmacht y, al fin de la Segunda Guerra, haber sido un enlace con los jerarcas nazis.

Los vínculos con Odessa, los ex SS, podían ser parte de una leyenda. Lo que resultaba indiscutible era el motivo por el cual, en agosto de 1976, llegaron al penal de Villa Devoto.

El noruego y algunos alemanes eran mecánicos armeros y fabricaron armas en talleres clandestinos que terminaron vendiendo a una organización revolucionaria aunque el plan original era proveer a la Triple A.

Estos alemanes habían estudiado y diseccionado la Ingram Mac-10, una pistola ametralladora muy compacta, con un cargador de 20 disparos de 9 milímetros. Un arma capaz de ser portada entre una camisa y una campera. Un arma con la cual los pistoleros de la Triple A habían eliminado a muchos adversarios.

López Rega junto a María Estela Martínez de PPerón
López Rega junto a María Estela Martínez de PPerón

El hecho es que en julio de 1975, el jefe de esa organización parapolicial, José López Rega, se fue a España con el cargo de embajador itinerante y sus seguidores quedaron sin el amparo oficial ni vínculos directos con los jefes de la Policía Federal.

Esa fue la oportunidad perdida por los armeros alemanes y como ya habían fabricado una buena cantidad de metralletas buscaron otros compradores que resultaron nada menos que los Montoneros.

El infierno

El atentado de un comando montonero que costó la vida del general Cesáreo Cardozo, al frente de la Policía Federal, fue el 18 de junio. El ministro del Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy ponía al frente a su sucesor, el general (también de Caballería, como Harguindeguy) Arturo Corbetta.

Apenas dos semanas después, otra bomba de un comando montonero explotaba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal donde murieron 23 policías. Al rato, un grupo de oficiales de la Federal quiso tomar revancha y pidieron el traslado a esas dependencias de guerrilleros presos en Villa Devoto.

El recién asumido general Corbetta, acompañado por un grupo de militares, se les interpuso en el camino con un argumento que parecía de otro planeta: "No voy a autorizar ni permitir una represalia de este tipo".

Todo sucedía en horas. Harguindeguy le pidió la renuncia a Corbetta y puso en su lugar al general Edmundo Ojeda. Pocas semanas después, un grupo de oficiales de la Federal cargaron en camiones a distintas personas que estaban detenidas en la Superintendencia de Seguridad Federal y los llevaron al norte bonaerense, a la intersección de las rutas 6 y 8. A la morgue llegaron los cuerpos despedazados de 20 hombres y 10 mujeres.

Pabellón dos

Alrededor de 30 presos, la mayoría miembros del PRT-ERP y de Montoneros, estaban alojados en el pabellón celular 2 de Villa Devoto. En el pabellón 5 había también algunos miembros de las organizaciones guerrilleras, pero convivían con algunos del Comando de Organización y de la Triple A, organizaciones protegidas por el gobierno de María Estela Martínez de Perón, a las cuales los militares corrieron de la escena. El trabajo sucio lo hacían ellos y en los primeros meses de la dictadura, la represión ilegal cobraba miles de víctimas.

En una celda del pabellón dos convivían Pedro Cazes Camarero, dirigente del PRT ERP, Jorge García Orgales y uno de los cronistas de esta nota.

Hacía mucho frío porque ya habían sacado los sacrosantos Branmetal: los calentadores a mecha alimentados a kerosene ya no formaban parte del kit de los presos.Sin embargo, había un rebusque que debía hacerse con suma cautela. Dado que las celdas tenían enchufes, los presos fabricaban un calentador eléctrico con un tubo de desodorante y dos pedacitos de hoja de afeitar. Los cables se hacían con pedazos de tubo de dentífrico y con ese dispositivo puesto en un recipiente con agua, era posible tomar unos mates. Yerba, por supuesto, recontrarecalentada al poco sol que permitían las rejas. Por esos días, el rancho era minimalista y algunas veces ni llegaba. Por día, cada preso recibía tres pancitos tamaño miñón pero tipo fonda.

En 1975, Héctor Cámpora asumió la presidencia y liberó los presos políticos. Un año más tarde, estás mismas celdas alojaron a los militantes montoneros y del ERP junto a los nazis -que habían vendido armas a la Triple -, encarcelados por la dictadura militar
En 1975, Héctor Cámpora asumió la presidencia y liberó los presos políticos. Un año más tarde, estás mismas celdas alojaron a los militantes montoneros y del ERP junto a los nazis -que habían vendido armas a la Triple -, encarcelados por la dictadura militar

De repente, una tarde, un celador abre la puerta de la celda y sin mediar explicación introdujo a un cincuentón de ojos claros, casi pelado, que caminaba muy encorvado. Llevaba una bolsita con unas pocas pertenencias y la frazada que le dejó el guardiacárcel.

-Soy Ernesto Müller –dijo- y los tres presos se presentaron con sus nombres.

El silencio duró poco aunque no eran tiempos de hablar de más. Müller sacó un Selecciones del Reader's Digest y ya no quedaban dudas. Podía ser un marciano, pero nunca un militante de una organización revolucionaria.

Como en el pabellón 2 faltaba de todo pero sobraba tiempo, nadie se puso ansioso. Con el correr de los primeros días quedaba claro que Müller tenía una úlcera gástrica que en cualquier momento se perforaba y los tres presos decidieron sacrificar un pancito cada uno para que el nuevo habitante pudiera meter algo en la panza y conjurar de algún modo la secreción ácida que tenía a maltraer al alemán.

Como modo de estimular a que contara qué lo había llevado a esa celda, los otros tres presos le contaron a Müller de su encuadramiento en el PRT-ERP y también sobre los perfiles similares del resto de la población de ese pabellón.

El régimen nazi encuadró en las Juventudes Hitlerianas a los jóvenes entre diez y dieciocho años, convirtiéndola en la mayor organización juvenil de la historia y en una enorme maquinaria de manipulación
El régimen nazi encuadró en las Juventudes Hitlerianas a los jóvenes entre diez y dieciocho años, convirtiéndola en la mayor organización juvenil de la historia y en una enorme maquinaria de manipulación

El alemán contó que vivía en Ingeniero Maschwitz y que varios de sus compañeros de causa eran de Villa Ballester. La pregunta era de cajón: ¿Qué causa? Müller contó que él era armero, que había trabajado para la empresa de los señores Ballester y Molina, que hicieron una imitación muy fiel de la Colt y que, además, había estado una temporada en Porto Alegre, donde calibraba armas en Taurus. Müller, no obstante, se definía como matricero y no como armero.

Dado que era el único de los cuatro que tenía material de lectura, el Reader's Digest fue leído en voz alta unas cuantas veces, con las infaltables notas de tiburones que atacaban a bañistas en las playas del Caribe.

Todos los días, al menos una hora, las celdas se abrían para salir al patio o compartir el pabellón. Los alemanes se juntaban y era muy difícil inmiscuirse en sus diálogos. Cada uno de ellos contó algo que luego servía para que, una vez encerrados, fuera una punta del ovillo y la historia se fuera hilvanando.

Müller, con sus pancitos extras y el buen trato, terminó contando muchas más cosas. La más impresionante, y difícil de comprobar, fue que en 1944, cuando tenía 20 años y reportaba en la Hitlerjugend (Juventud Hitleriana), le habían encomendado que se sumara a un viaje a vela que tendría como destino el Canal de Panamá. Allí les entregarían explosivos suficientes como para hacer un atentado. Por suerte –dijo Müller- el operativo no se llevó a cabo.

La Juventud Hitleriana

La Juventud Hitleriana tuvo un fuerte desarrollo en la segunda mitad de la década del 30 y los primeros años 40, cuando llegó a tener filiales en Bariloche, Córdoba y varias localidades de la zona norte del Gran Buenos Aires, con epicentro en Vicente López.

Los jóvenes nazis se nucleaban en clubes donde, además de adoctrinamiento, realizaban diferentes disciplinas gimnásticas, las mismas que practicaban sus pares en el Reich alemán.

El acto en el Luna Park en 1938 de apoyo al nazismo convocó a 15 mil personas
El acto en el Luna Park en 1938 de apoyo al nazismo convocó a 15 mil personas

Un acto organizado en el Luna Park en 1938 da cuenta del grado de desarrollo de la Juventud Hitleriana en la Argentina. La manifestación, de la que tomaron parte unas 15 mil personas, fue considerada la más grande demostración de apoyo al nazismo realizada a nivel mundial y fue organizada por la embajada Alemana en Buenos Aires, que también proveía de fondos a varios periódicos de corte fascista como América alerta, La Tribuna de Fresco, Cabildo, El Federal, La Voz Nacionalista y El Pampero.

Una investigación realizada por el periodista barilochense de ascendencia alemana por la rama materna, Carlos Echeverría, para su documental "Pacto de silencio", sobre la vida del criminal de guerra Erik Priebke, aporta abundantes testimonios y documentación sobre las reuniones de jóvenes nazis de todo el país que se realizaban en esa ciudad del sur argentino antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Cuando Alemania invadió Polonia, muchos de esos jóvenes –alemanes o descendientes de alemanes – partieron hacia Europa para sumarse al ejército alemán y, en algunos casos, a las temibles tropas de las SS.

No fue este el caso de Müller, que se quedó en Buenos Aires y terminó preso en Devoto muchos años después.

Repudiado por su hijo militar

La historia del plan para volar el Canal de Panamá podía ser fantástica. La que sigue, desde ya, no lo era. Una tarde vino un guardia a buscarlo y Müller salió por algo así como una hora y media. Al volver, no contó el motivo de su salida. Al día siguiente, a la misma hora, volvieron a buscarlo y al cabo de una hora y media estaba de regreso. Silencio. Al tercer día, sucedió lo mismo pero esta vez, al regresar, Müller estalló en llanto.

-Le conté a mi hijo que un grupo de bolcheviques me salvó la vida y me dijo que a él le daba vergüenza que su padre le dijera eso.

Con el correr de los minutos, quedaba más claro el conflicto de Müller: su hijo, también Ernesto, era teniente del Ejército, estaba en operaciones en Tucumán y había pedido una licencia cuando supo que a su padre lo habían metido preso por fabricar y vender armas ilegales.

El saludo nazi en el Luna Park en 1938
El saludo nazi en el Luna Park en 1938

No hubo tiempo para mucho más. Un buen día, de madrugada, la mayoría de los presos del Pabellón 2 fueron sacados para ser trasladados a la Unidad 9 de La Plata. Era la tercera tanda de traslados. Allá, ese penal estaba bajo la custodia del entonces coronel Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense y del general Guillermo Suárez Mason.

En los traslados anteriores varios tuvieron que pasar por enfermería, al menos uno de los presos murió de los golpes. La certeza de que el viaje a La Plata no sería un paseo, hizo que los tres compañeros eventuales de Müller se olvidaran de aquel hombre que usó la palabra bolcheviques para definirlos.

Los archivos perdidos

Muchos años después, estos cronistas indagaron para saber dónde podían estar los registros oficiales, ya que la Unidad 2 era una cárcel legal. Así, de boca de un hombre del Servicio Penitenciario Federal, supieron que el depósito donde estaban los archivos de esos años, había sufrido una curiosa inundación que hacía ilegible la mayoría de los burocráticos registros de nombres, causas penales y eventuales salidas en libertad. Sin embargo, esa fuente dijo que alguna documentación se había salvado y que estaba en el juzgado federal en lo penal y correccional número 12 a cargo de Sergio Torres.

Contactado el juez, puso a disposición a una persona del juzgado para ver si era posible dar con los archivos que los cronistas querían encontrar. La conversación con la secretaria del juzgado fue apenas telefónica, solo quedaban algunas carpetas de los medicamentos que repartían o de alguna solicitud de visita extraordinaria. Dado que Müller había tratado su úlcera con pedacitos de pan –dicho sea de paso, muy poco indicado para esa enfermedad- no valía la pena ir a buscar pólvora donde había pasado una inundación.

SEGUÍ LEYENDO:

Guardar