El 6 de julio de 1972, la conducción conjunta de FAR, Montoneros y PRT-ERP del penal de Rawson había definido que se iban a escapar.
Tres meses antes, la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse había llenado un avión Hércules con unos 50 miembros de esas organizaciones que estaban en otras cárceles y los sumó a los más de 150 militantes presos en la unidad 6 del Servicio Penitenciario Federal. Una cárcel de máxima seguridad, ubicada a 1.500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, enclavada en un pequeño pueblo de 7.000 habitantes, con un escuadrón de Gendarmería y un destacamento del Ejército con unos cien hombres a tres cuadras de la cárcel.
A 20 kilómetros está Trelew, por entonces con 30.000 almas, donde está la Base Almirante Zar de la Armada, que tenía una importante dotación de infantes de marina capaz de desplazarse en vehículos rápidos. Entre ambas ciudades está el aeropuerto donde alguna vez tuvo una casita el autor de El Principito, Antoine de Saint Exupéry, quien además de escritor era aviador y transportaba mercadería de la filial de Aéropostale en Argentina.
En el penal, Marcos Osatinsky por las FAR, Fernando Vaca Narvaja por Montoneros y Mario Santucho por el PRT-ERP habían planeado la toma simultánea de seis pabellones.
Debían reducir a los guardias y abrir las puertas sin que hubiera un solo movimiento en falso. Luego venía la parte más difícil: tomar por sorpresa a la guardia armada, la armería y poder abrir la hermética puerta de salida.
Si todo salía bien, escaparían 120 presos. Otros detenidos no estaban al tanto de la audaz operación guerrillera. Sin embargo, Santucho y Osatinsky le comunicaron al dirigente sindical Agustín Tosco sus intenciones. El cordobés de Luz y Fuerza, cabeza visible del Cordobazo, les dijo que él saldría como resultado de las luchas populares y no por un golpe comando. Les deseó suerte.
Afuera esperarían los vehículos tripulados por miembros de FAR y ERP que los llevarían hasta el aeropuerto. La operación debía estar calzada con la llegada de un avión al que debían subir para trasladarse a Santiago de Chile. Allí gobernaba el socialista Salvador Allende, quien por supuesto no sabía nada de esto. Como dato auxiliar, Chile y Argentina tenían convenios de extradición.
¿Cómo irse?
Meses antes de que los trasladaran al Sur, Santucho había conversado con Agustín Tosco sobre las posibilidades de fuga de la cárcel de Rawson.
-Che, gringo, ¿cuántos kilómetros hay del penal al aeropuerto más próximo? – había preguntado el líder del PRT-ERP.
-Ni se te ocurra, Negro. Es imposible fugarse de ahí, ni con un submarino ruso – le respondió el líder de Luz y Fuerza.
El problema no era solo tomar el Penal sino esconderse o escapar de la estepa patagónica. Evaluaron alternativas. Una era hacer tatuseras, escondites en medio de la nada misma donde se guardara abrigo, agua y comida como para quedar unas semanas. Era un recurso de los Tupamaros, pero en otra geografía. Tras varios relevamientos, descartaron esa idea.
Otra era conseguir un avión y trasladarlo de modo clandestino hacia una pista rudimentaria. Tampoco servía: entrarían pocos fugados y sería fácil presa de los cazas de la Armada.
Finalmente, decidieron que lo más conveniente era tomar un avión de línea. El ERP ponía dos hombres fogueados para esa misión: Alejandro Ferreyra Beltrán, cordobés, y Víctor Fernández Palmeiro, de Buenos Aires. Las FAR sumaban una mujer, Ana Wiessen. Alejandro no estaba convencido. Víctor tampoco, pero no tenían ningún plan alternativo para ofrecer a cambio después de dos meses de buscar por toda la Patagonia un lugar donde esconderse u otra vía de escape.
-Para el martes 15 de agosto hay un vuelo de Austral que sale de Buenos Aires, hace escala en Comodoro Rivadavia y va a Trelew –dijo Ferreyra en una reunión realizada en Bahía Blanca donde debían ultimar detalles.
Pasados 46 años, Ferreyra habló con Infobae para reconstruir los hechos desde su casa en las sierras cordobesas donde guarda recuerdos y cría algunos terneros y caballos.
-Ese es el nuestro –confirmaron Fernández Palmeiro y Jorge Marcos, quien era el jefe militar del ERP ante la gran cantidad de miembros detenidos. Era el lunes 24 de julio.
El avión era un BAC-111 con capacidad para más de 130 pasajeros y con combustible como para desviar el vuelo a Puerto Montt o incluso a Santiago de Chile.
El lunes 7 de agosto a la noche, a los tres miembros del ERP se sumaron tres de las FAR: Jorge Lewinger -el responsable operativo, que a su vez era chofer de uno de los camiones-, Carlos Goldenberg –quien manejaría el auto en el que subirían Quieto, Osatinsky, Vaca Narvaja, Santucho, Gorriarán Merlo y Menna- y Ana Wiessen, quien debía abordar el avión de Austral.
Estaba todo listo.
La fuga
A la una del mediodía del martes 15 de agosto, los presos de los seis pabellones hicieron la cola con sus platos de aluminio para comer el rancho. A esa hora, Goldenberg y Lewinger estaban en Trelew junto a los otros dos choferes. Unas horas después, los cuatro estarían a pocos metros del penal, esperando la orden para entrar y sacar a los ciento veinte presos.
Marcos, por su parte, estaba un hotel de Trelew. Su misión era plantarse a las seis de la tarde en el aeropuerto y hacer que los fugados subieran el avión.
Wiessen también estaba en Trelew para abordar el avión en esa escala. Ferreyra y Fernández Palmeiro estaban de saco y corbata en dos mesas distintas del bar del aeropuerto de Comodoro Rivadavia, esperando el momento de embarcar junto con otros sesenta y cuatro pasajeros
A las 18.10, los altoparlantes del aeropuerto de Comodoro Rivadavia informaron que el vuelo de Austral con destino a Buenos Aires y escala en Trelew saldría a las 18.30.
Un rato antes, en Rawson, alguien parado frente al penal había hecho una señal con el pañuelo para confirmarles a los presos que el avión había salido de Buenos Aires hacia Comodoro.
A las 18.22 llegó la señal y a las 18.30 empezó la toma del penal. En diez minutos, sin tirar un tiro, habían reducido a unos sesenta guardias; los ciento veinte presos se estaban pertrechando.
Cuando uno de los grupos operativos fue hacia el puesto armado que estaba a unos cien metros del edificio de la cárcel, cerca de la salida, un guardiacárcel sospechó del grupo que llegaba, agarró su arma y les dio la voz de alto. Cuando el suboficial se preparó para tirar, desde el grupo le dispararon una ráfaga de FAL. Eran las 18.45. En la puerta de la Conserjería, camino a la salida de la cárcel, cayó muerto el cabo Juan Valenzuela, la única víctima del copamiento.
Los disparos generaron confusión: solo Goldemberg con el Falcon se quedó. El resto de los choferes se retiró. El auto con siete pasajeros salió camino al aeropuerto.
Aterriza el avión
A las 18.50, el avión aterrizó en Trelew. Ana Wiessen supo que debía demorar la partida porque algo había salido mal y era imprescindible esperar. Fue hasta el mostrador de Austral.
-Vea, está por llegar mi equipaje, no sé por qué se demoró…
A los pocos minutos, Ana decidió subir al avión ya que no había funcionado la excusa. Fernández Palmeiro fue a la cabina, Ferreyra y Wiessen se ocuparon de pasajeros y tripulantes. El comandante del boeing escuchó:
-El avión está tomado por un comando conjunto del ERP y las FAR. Vaya hasta la cabecera de la pista y deje los motores en marcha…
Los 96 pasajeros y cuatro tripulantes escucharon una voz femenina muy amable:
-Por favor, quédense sentados y pongan las manos sobre el respaldo de los asientos de adelante. No se preocupen, todo va a salir bien.
El ex-teniente Julián Licastro, uno de los pasajeros, no sabía de qué se trataba. Cuatro gendarmes que estaban de civil pero armados no hicieron ningún gesto de resistencia.
A los pocos minutos, se acercó un auto a toda velocidad. Al no ver el avión los siete guerrilleros del Falcon creyeron que el boeing ya se habría ido. Corriendo, Fernando Vaca Narvaja entró al hall del edificio. Estaba vestido de teniente, el uniforme que había usado para la toma del penal. El coronel Luis Perlinger, que había sacado a Illia de su despacho en 1966, que esperaba otro avión, lo paró para reprenderlo.
-Teniente, tiene las charreteras al revés.
-Disculpe, señor –contestó Vaca Narvaja y volvió hasta el Falcon.
El auto se metió en la pista, a cien por hora, hasta donde estaba el boeing. Una vez que los siete estuvieron adentro, decidieron esperar diez minutos por si llegaban otros. Pero pronto podían aparecer los marinos de la Base. Entonces le ordenaron al piloto que levantara vuelo:
-Al aeropuerto de Santiago de Chile.
Cruzando la cordillera
No era seguro que el gobierno de la Unidad Popular los dejara seguir viaje a Cuba, donde pedirían asilo político.
Los otros 110 presos que trataban de fugarse tenían el penal bajo control, pero estaban a pie. A falta de los camiones llamaron taxis. Al rato, en cuatro coches, subieron los 19 militantes que seguían a los 6 primeros en las listas de prioridades para la fuga.
A las 19.45 llegaron al aeropuerto: el boeing había despegado unos minutos antes. Los fugitivos tomaron posiciones en el edificio: eran 14 hombres y 5 mujeres. Un batallón de infantes de marina, comandado por el capitán de corbeta Luis Sosa, llegó pocos minutos después.
El sitio duró horas. Por teléfono, los militantes dijeron a los sitiadores que estaban dispuestos a entregarse en presencia de un juez, un médico y la prensa. Cumplido el pedido, a las 21, tres de los guerrilleros fugados dieron una rueda de prensa y se entregaron.
Aunque les habían garantizado que los llevarían a una comisaría o al penal, al rato el capitán Sosa ordenó que los llevaran a la base Almirante Zar.
Mientras tanto, el boeing llegaba a Santiago de Chile con los seis fugados, el chofer del Falcon y los tres que habían tomado el avión.
Empezaba otra etapa. El miércoles 16 a la madrugada las tropas del gobierno habían retomado el control del penal de Rawson. Los presos quedaron encerrados en sus celdas. En la base naval, los 19 prisioneros fueron puestos en calabozos.
El impacto político de la fuga fue tal que el dictador Alejandro Agustín Lanusse declaró "zona de emergencia" a Trelew y Rawson y puso al mando al jefe del Estado Mayor Conjunto, contraalmirante Hermes Quijada.
Había controles en las calles, hasta los periodistas fueron maltratados. El cronista Horacio Finoli, de Associated Press, fue baleado cuando iba en un auto.
El enviado de Clarín, Armando Vidal, le pidió explicaciones al general Jorge Ceretti, jefe del V Cuerpo de Ejército.
El militar lo dejó helado cuando le retrucó:
-¿Usted puede informarnos cuántos periodistas cayeron ya en Vietnam?
Faltaba exactamente una semana para el 22 de agosto de 1972, el día que pasaría a la historia por la Masacre de Trelew.
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