La carrera criminal de Carlos Eduardo Robledo Puch se inició como la de un hábil escruchante (entraba a robar en casas vacías) y culminó como la de un ladrón que entraba en boliches, ferreterías, supermercados o joyerías y no dejaba vivo a los testigos.
Pero su sueño mayor en el hampa era como el de todo ladrón de raza: robar un banco. Cuando conoció a Jorge Ibáñez, su amigo y cómplice, querían cometer una serie de robos que culminarían con un gran golpe.
—¿No volverías a robar? –le pregunté una vez, hace poco más de diez años, durante una de las diez visitas que le hice a Sierra Chica, donde está detenido por matar, e n1972, a once personas por la espalda o mientras dormían.
—Jamás retornaría al delito. En su momento robé para ayudar a los pobres. Fui un ladrón romántico que emuló a Robin Hood. Pequé. Era idealista y romántico. Fue eso. Fui un ladrón romántico. Porque le robé a muchos garcas.
—¿Es cierto que un día despertaste creyéndote Batman?
—Es mentira. Estaba limpiando la basura. Y se me ocurrió quemarla. Fue sólo un principio de incendio. Pero Batman me gusta.
—¿Viste todas las películas?
—Algunas. Yo inventé una motocicleta Batman. Una especie de batimoto de cuatro cilindros. Tengo ganas de elevar ese proyecto. Lo he concebido para la lucha antisecuestro. El diseño permite que vaya un policía mirando adelante y otro atrás. Para cubrir esos flancos. Hoy Buenos Aires es como Ciudad Gótica.
—¿Te hubiese gustado robar un banco?
—Soñaba con eso. Pero no me dieron tiempo a robar un banco. Sabría cómo hacerlo a la perfección. El crimen perfecto existe. Pero yo planeaba cometer un robo del siglo, como los de las películas.
–¿Cómo lo hubieses robado?
–Mejor que lo hicieron los muchachos del robo del siglo al Banco Río (de Acassuso). Hubiese sido con más inteligencia y destreza aun. Lo hubiese robado a lo Robin Hood, dándole parte del dinero a los damnificados.
–¿Solo?
–Es probable. Con habilidad.
Aunque ese día no me lo dijo, con Ibáñez buscaban concretar un gran golpe. Un golpe de esos que salen en las tapas de los diarios.
De hecho, con sus compinches Ibáñez y Héctor Somoza van al cine Lido, en la avenida Cabildo, a ver La pandilla salvaje, un western donde un grupo de bandidos asalta un banco y genera un río de sangre en un pueblo dominado por la violencia. Robledo queda maravillado con las escenas en cámara lenta de los tiroteos: los caza recompensas caen baleados de sus caballos. El cielo es anaranjado. Y la muerte es una especie de liberación.
Sin embargo, la carrera delincuencial de Robledo Puch no pareciera estar vinculada al lirismo o al romanticismo. No es como el Robledo Puch creado por Luis Ortega en la película El Àngel, que roba más por ritual que por acceder a un botín.
El Robledo real, que actuó en once meses, robaba todo lo que había a su paso. Concesionarias de autos, ferreterías, cajas fuertes con soplete, recaudaciones. Según él, su primer robo lo cometió a los siete años, cuando robó la recaudación de su escuela. También acostumbraba a robar cosas de las carteras de su madre Aída y de sus amigas.
Una tarde, robó una radio de transistores y se la ofreció a Sebastián Samban, el dueño de una farmacia que quedaba a una cuadra y media de su casa. Allí trabajó como cadete durante casi un mes. "Se la dejo en dos mil pesos", le propuso Carlos. El hombre dudó porque esa radio costaba casi el doble. Fue hacia la casa del chico a hablar con la madre. "Si mi hijo la quiere vender, que la venda. Él necesita el dinero para comprarse una bicicleta", le dijo ella.
El farmacéutico se la compró, pero en poco tiempo se quedó sin cadete y sin escuchar los partidos de Boca, equipo del que era hincha. Carlos dejó el trabajo para dedicarse al delito y la radio fue secuestrada por la Policía porque era robada. Don Samban se sintió defraudado:
—Siempre les di trabajo a los pibes del barrio para que se ganaran el mango.
Carlos parecía un pibe respetuoso y cumplidor. Pero resultó ser un peligroso psicópata. Andaba siempre solo. Le dieron demasiada libertad.
En 1968, cuatro años antes de caer por once homicidios y 17 robos, Robledo robó una moto Siambretta. Lo llevaron a un reformatorio, salió y prometió no volver a robar.
Nunca cumplió con su palabra.
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