Cuando hoy al mediodía salió con un bolsito de la cárcel de Urdampilleta, a poco más de 340 kilómetros de Buenos Aires, lo esperaban su esposa Nancy y su sobrino.
"No pienso volver más a la tumba", les dijo Luis Alberto Valor, alias el Gordo Valor, después de abrazar y besar a su compañera. Pasaron 1460 días desde aquel 6 de julio de 2014, cuando la Policía lo detuvo en San Miguel en un auto cargado de armas.
El líder de la superbanda, que en los años 80 y 90 robaba bancos y blindados, quedó en libertad este mediodía. Jura que se retiró del delito.
Pasó 33 años de su vida preso: robó 23 bancos y 18 blindados. Tiene 64 años.
"Esta vez va en serio: me retiré del choreo y a la cárcel no pienso volver más. Que quede clarito: no voy a robar más. No tengo ganas ni edad. Quiero disfrutar de mi familia. Además hoy es imposible robar un banco o un blindado por la tecnología que hay. Te filman todo el tiempo", dice Valor.
Tiene varios proyectos. Uno de ellos es su autobiografía, de próxima aparición. El otro es ser columnista especial de la revista Nervio, que el músico Andrés Calamaro -que además es el prologuista de su libro- lanzará este año.
"Los días no se me pasaban más. Cuando sabía que me quedaban cien días para salir, no paraba de contar. Quedan 99. Quedan 98. Ahora quedan 97. Se me hizo eterno el tiempo. No podía dormir. Por suerte ese día llegó", le dijo hoy a Infobae.
Una vida a tiros
Su anterior detención había sido el 31 de julio de 2009 después de una accidentada persecución policial. Valor, que según la policía estaba por cometer un robo, chocó en su auto contra una fila de árboles del country Olivos Golf Club de Pablo Nogués, en el norte del conurbano bonaerense, una porción de campos y casas de dos plantas construidas en barrios cerrados, con vista a un lago, y vigilados por guardias privados las 24 horas.
Los policías le encontraron en el baúl del coche cuatro armas de fuego y objetos robados en una casa, entre ellos una guitarra acústica. "Eso me lo plantaron, no tuve nada que ver", insiste el famoso pistolero.
En el video casero que registró su caída se lo ve con la boca ensangrentada, la mirada triste y esposado. En ese video, aparece con la ropa llena de barro y boca abajo, con la cara contra el pasto, como si fuera un niño que acaba de caer de un árbol.
En su época de apogeo criminal, cuando invertía en grandes negocios y en su casa había escondites con gruesos fajos de billetes de 100 de dólares, el Gordo Valor soñaba con abrir una cadena de bares que llevara su nombre.
Registró la marca y por entonces tenía un representante. A Valor lo animaba saber que en varios países los restaurantes llamados Al Capone o Lucky Luciano, los reyes de la mafia en los Estados Unidos de los años 20, se habían convertido en la atracción de comensales y curiosos.
El Gordo se imaginaba vestido con traje negro, sentado a una mesa del fondo, con un vaso de Martini en la mano y rodeado de retratos de Al Pacino –en la piel de Scarface– y de Marlon Brando en El Padrino, sus películas favoritas.
En compañía de su representante, una tarde juntó a sus hijos y les pidió que pensaran proyectos comerciales para ganar plata.
–Ya que los medios, los jueces y la cana dicen que soy pesado, célebre y mítico, habrá que seguirles la corriente para sacar algún beneficio –razonó el delincuente.
La idea que más le gustó era la de construir una cadena de restaurantes Valor. También se ilusionaba con ser dueño de una franquicia de bares decorados con fotos de mafiosos. Quería llamarlos La Cosa Nostra. Estuvo a punto de autorizar la venta de remeras con su nombre, muñequitos con su forma y crear la página www.superbanda.com.ar.
Recibió varias propuestas para que su vida sea llevada al cine. Ahora le gustaría que su historia sea filmada por los hermanos Luis y Sebastián Ortega.
Sin dudas, Valor es el ladrón más famoso del país. En la Argentina, decir Gordo Valor es sinónimo del hampa. Hasta los políticos lo usan como adjetivo descalificativo. Elisa Carrió, que fue candidata a presidenta opositora, llamó "Gordo Valor" al fallecido ex presidente Néstor Kirchner, sospechado de multiplicar su fortuna cuando llegó al poder.
–Siempre los chorros o malvivientes somos los que vamos de caño. ¿Nadie dice nada de los políticos que robaron millones sin usar un arma? Nadie habla de esos porque donde hay poder hay impunidad. Están todos libres. Son los ladrones de guante blanco.
Valor era un ladrón sencillo, si es que hay ladrones sencillos. Nunca ostentó, aunque se daba algunos lujos: le gustaban las joyas y la platería. Tenía anillos de oro brillante, artesanías y un cristo de madera en una plataforma engarzada en oro que se lo obsequió a su hija. Su familia nunca supo qué hacía con el dinero que robaba.
El mito dice que solía cerrar burdeles para él y sus amigos, que salió con un par de vedettes famosas y que compró casinos y hoteles 5 estrellas en varias provincias y los puso a nombre de un testaferro. Pero sus amigos lo desmienten. "La fama es puro cuento", suele decir Valor. Le gusta parafrasear el tango.
Cuando daba los mejores golpes, vivía en un chalet de General Rodríguez. Por las noches, se apoyaba en el barcito del living y se servía un vaso de whisky. En esa casa –que tenía una piscina y un nogal de 60 años– uno de sus hijos se llevó una sorpresa: una mañana corrió un mueble de roble, esos que se hacen cama, y al abrir una tapa de madera encontró dos fusiles.
Superbanda, escape y fama
El video casero dura 48 segundos y puede verse por youtube: Valor salta con destreza uno de los muros de siete metros de la cárcel de Villa Devoto mientras dos mujeres que viven en un departamento de enfrente no pueden creer lo que están viendo desde el balcón:
–¡Mirá cómo se tiró el cana! –dice una de ellas con sorpresa.
–¡No, no es un policía. Es un chorro! ¡No ves que los de blanco son chorros y se están escapando! –le responde la otra con temor.
La tarde del 16 de septiembre de 1994, Valor protagonizó una fuga histórica del penal de Devoto con sus amigos La Garza Hugo Sosa Aguirre, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco. Se disfrazaron con los guardapolvos de los médicos del hospital penitenciario; Pacheco se vistió con la chaqueta gris de guardia. Cuando llegaron a la muralla externa, disparó al cielo, al piso y enfrentó a dos guardias.
–¡Entregate Valor, estás rodeado! –le gritó el guardia Luis Parada.
–Negro, entregá las llaves que está todo copado –le dijo Valor.
Los cinco presos bajaron por las sábanas blancas anudadas que habían colgado horas antes y huyeron a los tiros en dos autos que los esperaban en la calle Bermúdez. La fuga les costó una condena de siete años. "Me escapé porque vi una puerta abierta. Tenía miedo de que me mataran", dijo Valor tiempo después.
Se había convertido en integrante de la superbanda en 1986, cuando el líder era el Cabezón Carlos Soto. La tarea del ex tornero de San Fernando era reclutar miembros en las villas del conurbano. Soto murió en un tiroteo con la policía; lo reemplazó Pedro Tato Ruiz, que también murió asesinado por las balas policiales.
Valor no desaprovechó la oportunidad. En 1991 pasó a liderar un ejército de más de 50 hombres que sabían disparar fusiles FAL, ametralladoras, Itakas y escopetas. La superbanda robó más de 50 bancos y camiones de caudales. Cada golpe llevaba varios días de planificación, pero se ejecutaba en menos de diez minutos.
–Robábamos –reveló Valor–5 blindados por mes. La superbanda respetaba los códigos de la calle y la vida de la gente. No mataba, no violaba, no secuestraba. No le afanábamos a un pobre. Robamos mucho dinero: teníamos para vivir en un 5 estrellas, pero lo hacíamos en un fitito bajo el puente. Había que vivir oculto. La superbanda es pasado. Es irrepetible. Estoy arrepentido de haber robado, pero ya pasó y no puedo cambiar el pasado.
La nueva generación de delincuentes, víctimas de la pobreza y de una droga llamada paco (hecha con las sobras de la cocaína), desconoce los laureles de Valor. "Están perdidos. Nadie les ha dado nada. Están fuera de la sociedad", ha dicho Valor, que mientras estuvo libre daba charlas en un internado de menores en conflicto con la ley.
Pedía que lo llamaran Don Luis, aunque reconocía que algunos de esos chicos habían visto su foto pegada en los pabellones más peligrosos de las cárceles argentinas. Idolatraban su imagen recia. A Valor le da cierto pudor: no se cree más que nadie. Él también siente que es un producto de esta sociedad. Pero a la edad en que debía tener un libro en la mano, tuvo un arma. "Si hubiese estudiado, como me pedía mi vieja, quizá ahora estaría como gerente de una empresa", dice Valor.
Pese a que los investigadores les adjudicaron el crimen de un policía, los integrantes de la superbanda siempre negaron ese hecho. "La plata con sangre no sirve", era su frase de cabecera.
Todos los integrantes del grupo tenían reglas. No traicionarse era una de ellas. También sabían cuánto pesaba un millón de dólares: 11 kilos, 400 gramos.
Los delincuentes tenían sus códigos de lealtad: cuando uno de ellos caía preso o era abatido por la policía, los que estaban vivos o libres se comprometían a llevarle dinero a la familia del compañero caído en desgracia.
Después de la famosa fuga de Devoto, Valor estuvo prófugo 244 días. En esa época necesitó de la ayuda de sus amigos. No dormía más de dos noches seguidas en un mismo lugar, no hablaba por teléfono y se cortaba el pelo él mismo para no ir a la peluquería. Fue el hombre más buscado del país.
La madrugada del 18 de mayo de 1995, Valor y su esposa Nancy dormían en una pieza de un templo umbanda de Villa Lugano cuando más de 60 policías irrumpieron a las patadas, encabezados por el Chorizo Mario Rodríguez, referente de la llamada Maldita Policía:
–Gorda de mierda, no se te ocurra abrir la boca –le advirtió a la mai umbanda que escondía a los Valor.
–Me voy a entregar. ¿Me vas a matar? –le preguntó el Gordo mientras se levantaba de la cama.
–No te voy a matar, Luisito -le respondió Rodríguez. Después lloró de la emoción. Tenía en sus manos, por tercera vez, al pez gordo.
La Policía le adjudicó a la superbanda el frustrado robo del camión blindado en La Reja, ocurrido en 1994, y donde fue asesinado el sargento Claudio Calabrese. Valor y sus hombres siempre negaron haber dado ese golpe abortado por un grupo de policías que venía siguiendo
al camión desde hacía varios días.
"Los canas tienen más plata que los ladrones. A nosotros nos venían a cazar cuando teníamos los bolsillos llenos", acusó Valor.
Por ese hecho fue condenado en 1999 a 20 años de prisión. Durante el juicio, sus compañeros le cantaron el feliz cumpleaños (en una de las audiencias cumplió 46 años), pero el presidente del Tribunal los retó: "Señores, esto no es un salón de fiestas".
Cuando le llegó el turno de presentarse ante los jueces, Valor dijo: "Soy tornero de profesión". Sus compañeros rieron. El juez los volvió a callar.
Después de la caída
Desde que el 7 de diciembre de 2007 –día en que salió en libertad después de 15 años– Valor se sentía perseguido todo el tiempo. Sospechaba de un linyera que había comenzado a dormir en la puerta de su casa porque el hecho de que se cubriera con una frazada nueva y comiera todo el tiempo le hacía pensar que era un policía infiltrado.
Una tarde durante un control vehicular cerca de su casa, un policía lo hizo detener y le pidió los documentos.
–¿Usted es el Gordo Valor?
–No, ni en pedo –respondió el famoso ladrón y siguió su camino.
El 31 de julio de 2009, Valor fue detenido por la policía después de un tiroteo y una persecución de 8 kilómetros por la Panamericana. Iba con un acompañante. Valor estrelló el Peugeot 206 de su esposa –que conducía a más de 100 kilómetros por hora– contra un árbol del country Olivos Golf Club. Los policías le encontraron dos pistolas 9 milímetros, un revólver Magnun 357 y una escopeta calibre 12.70.
También tenían una guitarra y un DVD, presuntamente robados en una casa de Tigre.
Para muchos, Valor representa un estilo de ladrón que está en vías de extinción. A más de 30 años de la formación de la Superbanda, Valor dice que no le quedó plata, sino sólo un pasado delictivo que regó de tiros las calles calientes del conurbano.
En los 80, la Policía lo catapultó como "Enemigo público número uno". Ese mismo mote recibió Al Capone, que contrabandeaba alcohol durante la Ley Seca y cayó no por matar sin piedad sino por evadir impuestos.
Ahora, Valor dice que el robo es pasado. "Hubo un tiempo en que no podía parar de robar. Nací pistolero y moriré pistolero, aunque ya no tenga armas ni cometo más robos. Eso es algo que se lleva hasta la tumba".
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