Los amigos de Diego Loza se extrañaron cuando ese fanático enfermizo de Boca de 34 años no había aparecido en el asado a realizarse en una casa de Santa Rosa, La Pampa, el sábado 23 de junio. El muchacho no tenía novia, pero se desvivía por sus amigos. Era casi inexplicable que no diera aviso por su ausencia.
El misterio permaneció el domingo, ante la falta de respuesta en los mensajes de teléfono, la familia y los amigos más cercanos decidieron ir a hacer la denuncia a una comisaría. La respuesta de los oficiales fue que, por protocolo, el allanamiento de la casa se podría realizar recién a las 48 horas del último contacto. Fue entonces que los efectivos acudieron recién el lunes al único departamento del segundo piso del edificio ubicado en la avenida Luro y Emilio Zola; se encontraron con un escenario tan dantesco como insólito.
Al menos media docena de empanadas todavía estaban calientes sobre la mesa del living cuando los policías entraron en escena aquel día. También había un recipiente con cubitos de hielo. La TV estaba apagada.
Después de recorrer casi todo el inmueble, los investigadores junto a unos amigos personales del protagonista acudieron al balcón. Y allí se toparon con la noticia a la que nadie quería enfrentarse: el cuerpo sin vida de Loza se encontraba debajo de la parrilla, con las manos y pies atados con una cuerda y todo envuelto en una frazada.
Loza había recibido un disparo cerca de un tobillo, otro en un brazo y un tiro mortal en la boca, que se supone que respondió a una mera ejecución.
"Yo a Diego lo conocí practicamente desde que nací. Su padre era muy amigo de mi abuelo y nuestras familias se hicieron cercanas desde un principio. Él me llevaba 12 años, por lo que empezamos a forjar una amistad recién de adultos, en los últimos años. Ya pasaron varios días de lo que pasó, pero todavía yo sigo viendo todo negro, no puedo creer que ya no esté acá", le reconoció a Infobae Michelle Ordoñez, de 22 años, una de sus amigas más cercanas en los últimos dos años.
La amiga de Loza todavía no puede dar crédito por el accionar de los asesinos de este joven empleado municipal de Santa Rosa. El factor de las empanadas calientes, el hielo y otros datos específicos, le permitieron corroborar a la policía que los responsables del asesinato se quedaron viviendo en el departamento de Loza durante los dos días siguientes hasta la llegada de los efectivos. Aun con el cuerpo sin vida de la víctima en el balcón.
"Los tipos se quedaron viviendo en su departamento, así como si nada. No sé en qué cabeza enferma puede entrar semejante cosa. No entiendo cómo el ser humano es capaz de hacer algo así", se lamentó Ordoñez.
Y añadió: "Para entrar al edificio de Diego, hay que abrir un portón que da a la calle, que hace mucho ruido. Seguramente estos asesinos escucharon a la policía pasar por el portón y se escaparon por los techos de algunas casas de los vecinos".
El rápido proceso de investigación de la policía pampeana y el registro de una cámara de seguridad de un kiosco permitieron dar con dos sospechosos que, a priori, serían los responsables del crimen. Uno es un joven de 22 años llamado Walter Rojas Pedraza. El otro es un menor de 17 años.
La fiscala de la causa, Cecilia Martini, los imputó así por homicidio triplemente agravado por alevosía, participación de más de una persona y uso de arma de fuego.
Una vez que apareció en escena el nombre de Pedraza, los amigos y familiares de Loza se encontraron con un dato aún más estremecedor: durante el domingo 24 de junio, Pedraza publicó en un sitio de compra y venta de artículos usados en las redes sociales un posteo en el que intentaba vender (o regalar) el televisor de su víctima fatal. Los amigos de Loza no solo reconocieron el artefacto en la imagen, sino que también dieron prueba de que las paredes del fondo de la imagen eran las del hogar de su amigo fallecido.
"Creo que eligieron el departamento de Diego porque, pese a estar a siete cuadras del comienzo del centro, está en un edificio muy silencioso durante el fin de semana. En el primer piso, hay una oficina de una empresa de seguridad y en la planta baja hay un local de productos de pesca. Ese sábado no había nadie más que él ahí", explicó Ordoñez.
Loza era una persona muy social y conocida dentro de Santa Rosa. Se desenvolvía en la dirección de inspección municipal y pasaba sus días en la terminal central de ómnibus de la ciudad.
"Lo conocía muchísima gente. Por más que no parezca, Santa Rosa es chiquita y todos, de alguna manera u otra, nos conocemos. La consternación que hay en la ciudad es terrible. No se puede creer que a Diego le hicieron algo así", describió Ordoñez.
De hecho, hoy a las 18 se iniciará una marcha desde la Plaza San Martín para exigir que la justicia actúe con celeridad y eficacia contra los presuntos asesinos del joven de 34 años.
Mientras tanto, en el círculo íntimo de Diego Loza, habrá que adaptarse a la vida sin su presencia, especialmente en los momentos de reuniones de amigos.
"Él me llamaba 'Rulitos' y su vida pasaba por Boca, la música de los 80 y los asados. Si íbamos a su casa y había partido, estábamos todos obligados a tener que verlo en la tele", comentó Ordoñez a Infobae.
Y completó: "Yo ahora trataré de escuchar sus palabras en mi cabeza. Él me hablaba de los valores en la vida, de la importancia de estar cerca de la familia y de saber cuidar su trabajo. Y no había reunión en la que no hablara unos minutos de su madre Maibe. Ahora, hay que estar al lado de ella".
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