"Hasta ese día, acá no pasaba nada. Ni la muerte", exagera Daniel Flores, un camionero que vive a la vuelta de General Paz y Avellaneda, en Gualeguaychú. El 29 de diciembre de 2017 se levantó antes de que amaneciera porque debía ir a buscar en su camioneta las frutas y verduras que iba a vender en su local. No escuchó ninguno de los dos disparos que mataron a Fernando Pastorizzo.
"Fue acá", dice mientras señala un pedazo de tierra, a metros de un camión rojo, en una zona casi sin iluminación, poco habitada y rodeada de casas bajas. En ese lugar, Nahir Galarza, la acusada, jura que no recuerda lo que pasó. Dice que dos explosiones la dejaron aturdida. "La mente se me puso en blanco, como apagada", declaró en el juicio.
Sus acusadores, en cambio, están convencidos de que la joven de 19 años sacó el arma 9 milímetros de su padre policía y le disparó por la espalda, y a quemarropa, a Pastorizzo. Y que luego, con la víctima en el piso, lo remató de un balazo cerca del corazón. Ese fue el trágico desenlace del viaje que habían hecho en moto desde su casa hasta la casa de su abuela.
A seis meses del crimen de Pastorizzo, de 20 años, el lugar donde fue asesinado mantiene la paz aparente que tenía antes del hecho, como si la muerte y los tiros no hubiesen mutilado esa parte de un paisaje que por las noches es pacífico, oscuro y poco habitado.
"Acá vivimos laburantes, jubilados, tipos que se duermen cuando oscurece y se levantan antes de que amanezca", dice Daniel Flores.
Así habla del barrio Rocamora, a unas 25 cuadras del centro de Gualeguaychú. Allí hay vecinos que duermen con la puerta sin llave. En la misma zona, hace unos años, hubo otro crimen: un mecánico fue asesinado a puñaladas en un presunto ajuste de cuentas.
"Acá fue lo de la gurisa", dicen taxistas o remiseros cuando pasan por ese lugar y llevan a un pasajero que no vive en Gualeguaychú.
Dos días después del crimen, Gustavo Pastorizzo, el padre de Fernando, pasó por ese lugar casi de casualidad. Tenía decidido tirarse de un puente.
"Vi un charco en el que todavía quedaban manchas de sangre. Me tiré de rodillas, metí las manos en la sangre y en el barro y sentí algo que no puedo describir bien. Fue como si me hubieran inyectado una dosis de fe. Algo épico. Una creencia luminosa. Fui otro. Y me olvidé del puente. Creo mucho en lo místico, en las señales. Y ahora estoy lleno de fuerza y de optimismo", confesó.
"La madrugada del crimen no escuchamos nada y lo raro es que yo me levanté después de las cinco, más o menos a la hora en que lo mataron al gurí. Y sólo vi a dos policías que pasaron por las calles de tierra. No escuché los disparos y puedo asegurar que con los diez vecinos que hablé, ninguno de ellos escuchó nada, y eso que acá hay una paz de cementerio", dice Flores a Infobae. Su esposa, Adriana Rivero, asiente: "Es como si no hubiese pasado nada, pero pasó".
En el lugar casi no hay signos de vida. Una mata de pasto, una flor marchita, restos de la faja de "escena del crimen", huellas de moto y autos en las calles de tierra.
"Esa madrugada no escuché nada, ni el ladrido de los perros, si es que los hubo", cuenta María José , que atiende un kiosquito en su casa, a una cuadra.
"El que dicen que escuchó los disparos es un chico con capacidades diferentes y una curandera que no habla con ningún vecino", cuenta.
Para la Justicia quedó claro que hubo dos testigos. Uno de ellos es el dueño de una parrilla situada a dos cuadras, que barría cerca del lugar cuando escuchó los tiros.
El otro es el llamado "testigo de Dios". Es el remisero que declaró haber visto a Nahir en la escena del crimen.
El fiscal Sergio Rondoni Caffa consideró que ese testigo fue clave. "Justo pasaba por ahí, ya sea por la casualidad, la causalidad, los astros, Dios o lo que quiera creerse", dijo en su alegato.
Rubén Virué, el abogado querellante de parte de la madre de Pastorizzo, Silvia Mantegazzo, tomó la posta y consideró la aparición del remisero fruto de la "Providencia de Dios".
Sebastián Arrechea, abogado que representa a Gustavo Pastorizzo, padre de Fernando, admitió no ser creyente, pero siguió en sintonía y hablo de la "gracia de Dios".
Para los acusadores, Nahir urdió un plan para matar a Pastorizzo y fue por eso que lo llevó a ese lugar, que conocía bien porque ahí vive su abuela.
"Es un lugar inhóspito, con galpones y pocos habitantes, oscuro, ideal para lograr impunidad. El remisero no sólo escuchó los disparos, sino que vio a Nahir agachada cerca de Fernando, pero no para asistirlo, sino para buscar las vainas de la pistola y así lograr el crimen perfecto", dijo el abogado Virué en su alegato.
La Fiscalía y los querellantes pidieron que Nahir sea condenada a prisión perpetua. José Ostolaza, abogado defensor de Nahir, solicitó la pena mínima por el delito de homicidio culposo (matar involuntariamente). Es decir: pretenden que sea condenada a tres años. El veredicto será el martes 3 de julio. Los argumentos del fallo se darán ocho días después.
Hasta el día del crimen, Nahir era una joven estudiante de Derecho que soñaba con ser abogada penalista y con viajar a los Estados Unidos. Su padre, Marcelo Galarza, era un avezado policía de calle. Fernando Pastorizzo se había anotado en la universidad. Sus padres estaban orgullosos de eso.
Fue así que el 29 de diciembre de 2017, en Gualeguaychú, la vida de un grupo de personas cambió para siempre.
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