El 24 de julio de 2008, Buenos Aires amaneció con una temperatura que calaba los huesos. Los colombianos Edilson Duque Ceballos, alias "Monoteto", y Alexander Quinter Gardner, almorzaron en Nordelta, donde estaban instalados, y verificaron los últimos detalles de la operación. Debían acordar un negocio vinculado a sus actividades en el país cafetero.
A las siete de la tarde salieron en un vehículo de alta gama rumbo al destino fijado. Llegaron al estacionamiento G 2 del shopping Unicenter en un Volkswagen Vento, en el que también viajaba Julián Andrés Jiménez Jaramillo, y estacionaron. Los tres pertenecían a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), grupos paramilitares ligados al narcotráfico. Habían arribado a la Argentina tiempo atrás, escapando tras haber sido acusados de traicionar en una operación al grupo. Eso en Colombia era una sentencia de muerte. En la Argentina, lo sabrían esa tarde, también.
A la hora señalada y tras recibir una llamada telefónica, salieron del auto. No tuvieron tiempo de reacción. Desde una moto que los había seguido, dos sicarios bajaron y dispararon una ráfaga a cada cuerpo. Fueron 14 balazos. Monoteto y Quinter Gardner murieron al instante. Jiménez Jaramillo que se había quedado dentro del auto, logró escapar rumbo al shopping. Un mes después declararía cinco horas como testigo y apenas terminó y lo dejaron ir, se tomó un vuelo a Colombia y jamás regresó. Sabía bien lo que hacía: poco tiempo después fue acusado de entregador.
La causa, tras casi 10 años, llega a juicio esta semana con una particularidad soprendente: en el banquillo de los acusados estarán un ex jefe de la barra brava de Boca, Richard William Laluz Fernández, alias el Uruguayo, acusado de haber sido el cerebro del doble crimen y actualmente con prisión domiciliaria, y un ex hombre fuerte de la de River, Víctor Hugo Ovejero Olmedo, alias el Pelado, que para la fiscalía habría sido uno de los sicarios que apretó el gatillo 14 veces a repetición y que espera el juicio en prisión.
Sí, por primera vez dos capos de las barras más grandes de la Argentina irán juntos a juicio en un caso que demuestra la íntima conexión que existe entre los barras y el narcotráfico.
La investigación, hasta llegar a la conexión barra, tuvo múltiples giros. De hecho, al principio avanzaba un paso y retrocedía dos. El fiscal Luis Angelini, a cargo de la investigación, siempre adujo que su superior, el ex fiscal general de San Isidro, Julio Novo, ponía trabas a su trabajo. Pero siempre mantuvo a los barras en la mira. Y finalmente, el fiscal federal Fernando Domínguez, que quedó a cargo del caso, pudo confirmar la hipótesis barra y elevó a juicio al Uruguayo Richard y al Pelado Ovejero junto a otras tres personas: el zurdo Jorge Moreyra, puntero de la Villa Zabaleta de la Capital Federal y también al asistente de paravalanchas de la Bombonera, el empresario farmacéutico Martín Lopez Magallanes, que fue investigado también en su momento por el triple crimen de General Rodríguez, y Carlos Luaces, quien fue ejecutivo clave de Federal Aviation, una de las empresas aéreas de los hermanos Gustavo y Eduardo Julia, quienes afrontaron un proceso en España por tráfico de una tonelada de cocaína.
Lo que el fiscal Domínguez expuso y ahora deberá sostener el fiscal de juicio Marcelo García Berro y juzgar el Tribunal Oral 1 de San Martín, es la relación entre las organizaciones vinculadas al narcotráfico y las barras bravas.
Para él, no sólo en este caso, los delincuentes que los domingos se apoderan del fútbol trabajan como coordinadores y ejecutores de homicidios que responden al tráfico de estupefacientes. Es más, determinó en su investigación que la trama tenía que ver con el cartel colombiano Valle del Norte, uno de los más poderosos de Latinoamérica. De hecho, uno de los testigos será Henry López Londoño, alias Mi Sangre, condenado a 30 años de cárcel en Estados Unidos por narcotráfico, tras ser extraditado de la Argentina.
Pero también lo que la noticia deja al descubierto es que hombres ligados a las barras de River y Boca son investigados por supuesta actuación conjunta en hechos criminales. Esto ratifica lo que hace tiempo se viene remarcando: las barras son integradas, cada vez más, por gente que proviene del delito común y que no hacen diferencias de color de camiseta a la hora de unirse para actuar.
En el caso del Uruguayo Richard, ingresó a La Doce como custodio de Rafael Di Zeo, cuando salió de Devoto, tras purgar una pena de siete años de prisión. De allí trepó hasta convertirse en uno de los jefes hasta que en una pelea interna de la barra en el cabaret Cocodrilo, el 10/3/11, recibió dos balazos en la espalda que lo dejaron parapléjico.
Mientras, Ovejero Olmedo paraba con la facción La banda de Palermo de la barra brava de River y se presentó oficialmente como nuevo jefe de Los Borrachos del Tablón en agosto de 2007 tras el crimen de Gonzalo Acro, pero su mandato fue fugaz: tres semanas después la mesa chica que lo apoyaba quedó detenida por aquel hecho y prefirió bajarse del paravalancha antes que convertirse en una nueva víctima.
Ahora ambos enfrentan un juicio por doble crimen agravado, que los puede condenar a 25 años tras las rejas. Ya sin el poder del fútbol, ya sin la impunidad que suele dar el mundo de la redonda.