Hacia el final de una serie inolvidable como Los Soprano hay una secuencia insuperable. Phil Leotardo decide declarar la guerra a Tony Soprano. Se desata una cacería que cruza de fuego las calles de Brooklyn y New Jersey, con emboscadas sucesivas donde los sicarios acechan a sus presas y las acribillan. Los realizadores están muy al tanto sobre dinámicas y escenas criminales: la violencia desbocada se nota en la expresión de horror de las víctimas tomadas por sorpresa, en la sangre que empapa los cuerpos, regando los asientos de los autos y las alfombras de las casas. En los planos detalle de los muertos se resume todo.
Ese tipo de violencia arrebatada y teatral se está viendo en los recientes homicidios que rebrotan en Rosario. Los últimos hechos absorben los rasgos de las clásicas series del mundo narco. Hace dos semanas tres hombres ligados al mundo de la droga fueron encerrados y cosidos a balazos en Granadero Baigorria. Las imágenes viralizadas por los primeros llegados al lugar congelan en las víctimas en un momento de drama supremo: los gestos de la lucidez previa a la inminencia del fin. La vida, o el fin de ella, imitan a HBO.
Uno de los muertos era Ezequiel Fernández, tenía 38 años, le decían Parásito. Era un asesino a sueldo que hace seis meses ejecutó un secuestro extorsivo por mandato de Ariel "Guille" Cantero, condenado a 22 años de prisión como líder de la Banda de Los Monos.
La simbología de Los Soprano reapareció el miércoles en la prisión de máxima seguridad santafesina. Silvio Dante, el consegliero de Tony Soprano, solía matar por estrangulamiento valiéndose de un alambre. Con ese método cuatro hombres asesinaron en su celda de Coronda a Rubén "Tubi" Segovia, un hombre joven cuya voz se escuchó en audiencias tribunalicias ordenando homicidios distintivos por su crueldad.
Segovia era también un líder narco de la zona sur rosarina que había emergido en la violencia descompuesta que dejó el desmembramiento de Los Monos.
La espectacularidad de la sangre que se abre paso atrae la atención a la vez que deja en un plano sumergido todo lo que le da vida a la violencia. Las descripciones de los hechos brutales se llevan todo pero los asesinatos no ocurren porque sí. De una manera difusa, nunca en línea recta, las ejecuciones por encargo son el signo visible de una trama económica.
Casi dos años antes que el miércoles, cuando tres hombres lo sujetaron con un cable del cuello mientras uno le hundía el facazo de gracia en el abdomen, Tubi Segovia había sido baleado por sus enemigos del Clan Funes.
En el Hospital Clemente Alvarez un policía lo reconoció y llamó a sus superiores. Los investigadores Martín Rey y Federico Ferreyra se acercaron a la cama del herido quien les ofreció un millón de pesos para que lo dejaran ir.
Tubi no prometía algo imposible. Las escuchas telefónicas que se le siguieron cuando ya estaba preso revelan cómo siguió manejando un negocio millonario desde la cárcel. Ese material probatorio que trabajan la Fiscalía de Rosario y la Procunar exhibe el patrón común de todo emprendedor de narcomenudeo. Que es canalizar sus activos hacia el mundo legal a través de un representante económico.
Quien aparece como lavador de Tubi Segovia es el gestor de una conocida mesa de dinero que funciona en un club situado a treinta cuadras del centro de Rosario. Los seguimientos de esos contactos exponen un modo reticular de acumulación de activos. Segovia dirigía una banda que robaba autos en Córdoba y los revendía en Rosario. También al revés. Conformó una sociedad fantasma integrada por su padre y una hermana con domicilio falso. El objeto social era muy amplio, como ocurre con instrumentos pensados para el lavado, que abarcaba el rubro inmobiliario, viajes y turismo.
Esa pantalla había servido para comprar taxis en Rosario cuyo rendimiento económico, por las lamentaciones de Tubi en las escuchas, no parecía ser provechoso. Sí lo eran los ingresos que sirvieron para comprar terrenos en barrios privados de Córdoba y en Chaco.
Los especialistas en blanqueo de ingresos alegan que en países que tienen una economía informal importante como Argentina lo que es fundamental para el campo del delito es el primer lavado. Desde ese primer fondo incorporado a la formalidad es posible ir justificando en actividades lícitas ingresos que provienen del campo criminal. Las intervenciones al celular que usaba en la cárcel lo exponen hablando de su control sobre bocas de venta de droga y ganancias enormes. Según fuentes de organismos de investigación de Santa Fe unos 100 mil pesos por día. Ese es el terreno del primer blanqueo. A Tubi la muerte lo encontró en pleno tránsito, cuando los procedimientos ilegales se convierten en empresas legales.
Por eso frente al estupor de su ajusticiamiento intramuros siguieron una serie de preguntas. Un verdadero "poronga" en una cárcel nunca muere de esta forma. Segovia murió a traición en un pabellón al que él mismo pidió ir porque allí estaban sus aliados. Si los propios lo asesinaron sin que mosquearan los guardias penitenciarios es porque arriba tiene que haber un jefe. Y en el escalón superior de la violencia siempre están los negocios.
La investigación preliminar por lavado de dinero de Tubi Segovia viene con paso de tortuga pero empezó al menos un año antes que la de su homicidio. Los que están detrás de la cuestión económica quieren saber quién es su jefe. No lo presumen como a un matón con custodios armados hasta los dientes. Lo imaginan más bien sentado detrás de un escritorio entre planillas de números y sistemas de gestión contables.
En lo que va del año en Rosario se registran 75 homicidios. A la misma altura de 2017 las víctimas eran 49. Habrá que esperar el análisis causal pero para especialistas de la Fiscalía General de Santa Fe las razones están insinuadas. No crecen los homicidios en riña, ni en ocasión de robo, ni por odio de género. Los que trepan son los que están ligados a economías delictivas, es decir, por motivos mafiosos. No son la clase de crímenes que producen marchas contra la inseguridad. Son facciones del hampa en reacomodamiento ante la disgregación de las bandas previas. Lo que no implica que personas y vecindarios que nada tienen que ver con estas pujas también sean alcanzados.
En la guerra de Phil Leotardo contra Tony Soprano se colaban rencores propios de una relación desgastada. Pero lo que puso entre ellos una cortina de sangre fue el único motivo que durante años, de una manera precaria y tensa, los había acercado. Los negocios. Detrás de toda la violencia torrencial que vuelve a azotar Rosario está eso.
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