La historia de "El Torta": pasó 23 años preso y ahora recicla la vida de "pibes chorros"

A los 45 años, pasó la mitad de su vida tras las rejas rejas. Sufrió mucho en "la tumba". Y volvió a su humilde barrio en Florencio Varela dispuesto a cambiar su destino y el de los chicos atrapados por el delito y la drogas

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Sergio López Mandri , “El Torta”, y a su mujer Ivana, venden pizza en Florencio Varela
Sergio López Mandri , “El Torta”, y a su mujer Ivana, venden pizza en Florencio Varela

El Torta escuchó -clac, clac- cuando los pibes amartillaban las armas a sus espaldas. Dice que sintió frío: no sabía qué podía pasar porque los pibes estaban empastillados mal y, cuando están empastillados, pueden hacer cualquier cosa porque no piensan y se sienten supermán.

Corría 2014 y los fondos del Barrio Pepsi, en el partido de Florencio Varela, eran más tierra de nadie que cualquier otro lugar. O, mejor dicho, eran tierra y precario refugio de esos y otros pibes cuando ya tenían en sus manos el pobre botín del día: celulares, algo de dinero, droga de la mala, o cualquier cosa que hubieran podido chorear o comprar con el producto de lo robado.

Esa vez era una moto robada a punta de pistola y El Torta se la estaba llevando cuando escuchó que los pibes amartillaban las armas. Se paró en seco sin soltar la moto. Tampoco se dio vuelta para mirarlos cuando les dijo:

-Mirá, si querés darme un tiro, dámelo por la espalda, así como lo que sos, un traidor a tu barrio. Pero mejor que me mates, porque donde le erraste… mejor matame.

Al Torta lo habían ido a buscar otros vecinos para contarle que unos pibes le habían sacado la moto a una asistente social que venía al barrio para trabajar en el equipo de salud. También le dijeron quiénes habían sido y que le habían puesto un arma casi en la cara a la asistente social, que se habían ido con la moto para los fondos.

-Allá, donde estaba toda la basura… -señala el Torta como si reviviera con Infobae lo sucedido hace casi cuatro años.

Pasó 23 años en la cárcel y no quiere que los chicos de su barrio tengan el mismo destino
Pasó 23 años en la cárcel y no quiere que los chicos de su barrio tengan el mismo destino

El Torta se llama Sergio López Mandri y hacía poco que estaba de nuevo en la calle, después 23 años en la cárcel. No todos corridos, porque había salido un par de veces para irremediablemente volver a caer preso.

La lista de sus delitos era la de un pesado: robo de camiones de caudales, asaltos a patrulleros para quitarles armas y chalecos a los policías, además de robos con armas aquí y allá.

Pero esa vez, cuatro años atrás, todo era distinto: había vuelto al barrio y vendía pizzas junto a su mujer, Ivana.

El Barrio Pepsi está en el kilómetro 31 de la ruta 36. En los '60 fue concebido como una urbanización bacana: copiada de un barrio de Hamburgo y con la embotelladora de gaseosas al lado. No hubo habitantes de clase media alta y la planta fabril fue cerrada en los '80.

Los monoblocks despintados están acompañados de los carros de cartoneros así como de los kioscos de venta de droga. El diseño del barrio fue concebido para una sociedad que, en el día a día, se escurre entre los dedos. Alguien decidió que el nombre apropiado para el barrio no era Pepsi sino Presidente Perón. Así figura en los papeles ahora. Sin embargo, la mayoría de sus habitantes tienen trabajos informales, hacen changas o esperan una oportunidad que pocas veces llega.

-Me vinieron a buscar porque yo estaba trabajando con otros para ver cómo solucionábamos los problemas del barrio, las carencias, y hacía poco habíamos conseguido que vinieran los equipos de salud. Los cambios se notaban porque habían vacunado y también les habían hecho un montón de anteojos a los miopes. Pero las cosas no son fáciles, hay gente que no la entiende y el de la moto era el segundo robo que había. Así que salí a buscarlos. Tenía una bronca bárbara, los quería matar –dice ahora a Infobae y hace una pausa antes de seguir -… Bueno, matarlos no, pero ustedes entienden lo que digo.

El barrio Pepsi en Florencio Varela
El barrio Pepsi en Florencio Varela

Cuando el Torta encontró a los pibes y vio que tenían la moto, se comió la bronca y les preguntó:

-¿A cuánto la venden?

-Nos dan setecientos… -contestó uno.

-Son unos boludos. Le roban una motito a una mujer que viene a ayudar. Ahí atienden a tu mamá, a tu hermanita… Si son tan guapos, por qué no asaltan un blindado –les gritó y agarró la moto sin que los pibes atinaran a moverse.

Entonces les dijo: "La voy a devolver".

Los pibes habían amartillado las pistolas a sus espaldas pero no tiraban. En el barrio Pepsi se conoce todo el mundo y sabían quién era El Torta. Así que, pasados unos segundos que al Torta se le hicieron largos, se dio vuelta y volvió a mirarlos a la cara, uno por uno, antes de preguntar:

-Y… ¿me dan o no me dan?

No tiraron y el Torta se fue con la moto, se la devolvió a la asistente social y ahora –cuatro años después- habla con Infobae en el antiguo Centro de Jubilados del Barrio Pepsi, sede de la Cooperativa de Trabajo Re Ciclando Vidas, donde trabaja una veintena de pibes de 18 a 28 años en la recuperación de residuos.

-Me fui con la moto y una idea. Creo que ese día empezó la cooperativa – dice.

Reciclando vidas

El mate de plástico anaranjado y el estampado con repetidas naturalezas muertas del mantel de plástico contrastan con la semioscuridad de la habitación de paredes descascaradas, pintadas de gris y pobladas de cuadros y posters de un eclecticismo que no excluye las imágenes religiosas.

El mate se ceba muy dulce, al gusto del Torta, de su mujer y de dos de los dos pibes de la cooperativa que asisten a la charla con Infobae.

“Desde hace unos años empezamos a organizarnos con los vecinos para trabajar sobre nuestras necesidades. El Estado va y viene, pero sabemos que dependemos de nosotros”, cuenta
“Desde hace unos años empezamos a organizarnos con los vecinos para trabajar sobre nuestras necesidades. El Estado va y viene, pero sabemos que dependemos de nosotros”, cuenta

Afuera, el mundo del barrio sigue su curso. Es un conjunto de monoblocks que suman 1.500 departamentos en muchos de los cuales viven hacinadas tres generaciones de una misma familia.

El Torta, sin ir más lejos, vive en tres ambientes junto con su suegra, su mujer, varios de sus nueve hijos y uno de sus nietos.

A media mañana, las calles parecen caminos de hormigas, donde la gente que va y viene a veces parece chocarse. Los servicios públicos son pésimos: la luz se corta a cada rato, el agua no tiene fuerza suficiente para subir a los tanques de los edificios y el gas de cañería es un peligro.

-Desde hace unos años empezamos a organizarnos con los vecinos para trabajar sobre nuestras necesidades. El Estado va y viene, pero sabemos que dependemos de nosotros –dice pasando el mate-, y agrega: – Con los partidos y las agrupaciones políticas está todo bien, pero no dejamos que vengan a aprovecharse de nosotros cuando quieren los votos. Nos organizamos sin banderas. Si querés ponerle un nombre, somos un movimiento social.

-¿Por qué dice que el día del robo de la moto le vino a la cabeza la idea de la cooperativa? -pregunta Infobae.

-Porque yo me vi reflejado en esos pibes. Yo era chico y el contexto me llevaba a juntarme con los pibes que me fueron acercando a lugares donde venía un tipo con una bolsa de plata así – dice, y hace un gesto ancho con las manos – y el tipo te mandaba a comprar el diario…, te daba la plata, lo que ahora sería, ponele, un hornerito, esos de mil. Imaginate, yo les hacía mandados, tenía seis, ocho años… Me crié acá, con esa junta. De ahí a chorear fue un paso, y me fui haciendo un lugar hasta que terminamos metiendo un blindado acá adentro, donde la policía no se animaba a entrar. Yo me vi en esos pibes y sentí que la historia se estaba repitiendo. Yo era como ellos y terminé en la cárcel. No quería, no quiero, que les pase lo mismo.

El barrio son 1500 departamentos en muchos de los cuales viven hacinadas tres generaciones de una familia
El barrio son 1500 departamentos en muchos de los cuales viven hacinadas tres generaciones de una familia

El Torta se entusiasma cuando cuenta. Dice que a los 45 años se pasó un poquito más de la mitad de su vida entre rejas y que no quiere esa vida para los pibes del barrio. Cuenta también que los buscó unos días después del episodio de la moto y les dijo que miraran la basura.

-Ustedes se robaron una moto por setecientos pesos. Si se ofrecen a sacar la basura de todos los departamentos cobrando un peso a cada uno, juntan mil quinientos sin robar – les dijo.

Cuatro días después, golpearon la puerta del departamento del Torta. Eran dos de los pibes que habían robado la moto. Tenían un volante que repartían a los vecinos con la oferta. El Torta no podía creerlo; los vecinos tampoco. Dice que hubo que vencer temores y prejuicios:

-Los vecinos no querían abrirles, les daba miedo porque eran los mismos pibes que les robaban. Se pensaban que les iban a entrar. Entonces los pibes les decían que hablaran conmigo y los vecinos venían a preguntarme si esto era en serio – explica.

Los chicos reciclan la basura del barrio (Foto: Facebook Re Ciclando Vidas)
Los chicos reciclan la basura del barrio (Foto: Facebook Re Ciclando Vidas)

Al principio fue todo caótico, incluso hubo enfrentamientos entre los propios pibes porque nadie sabía bien cuánto recaudaban los otros y desconfiaban cuando se repartía el dinero. Hubo, incluso, un muerto.

Mientras tanto, el Torta se asesoró con otros integrantes del Frente de Liberados, al que pertenece, sobre las experiencias de cooperativas de trabajo conformadas por ex presos. Siguiendo el ejemplo de una que funcionaba en el Partido de la Costa, fue conformando Re Ciclando Vidas.

-Porque no es solamente que reciclamos basura, ése es el trabajo. Pero con el trabajo los pibes también reciclan sus vidas – dice.

Crecer y construir

Eso ocurrió hace dos años y desde entonces la cooperativa ha ido creciendo. No sólo como fuente de trabajo sino también de integración e inclusión. El Torta dice que uno de los objetivos sociales es que se acerquen los más chicos, para que no anden por la calle todo el tiempo.

-Pero mejor que eso se los cuente Emir, que es el presidente – dice.

“El Torta” y Emir Longarini, presidente de la cooperativa que ayuda a los chicos a encontrar un trabajo digno
“El Torta” y Emir Longarini, presidente de la cooperativa que ayuda a los chicos a encontrar un trabajo digno

Emir Longarini tiene poco más de veinte años, es flaco y casi lampiño. Hasta ese momento había escuchado la charla del Torta con Infobae en silencio. Sin embargo, cuando el Torta le pasó la palabra, Emir habló.

-Pintamos un paredón con los chicos del barrio. Si no, estarían robando y haciendo maldades. Nosotros los tratamos de contener acá adentro. Nos cambiamos a nosotros mismos, porque antes éramos los mismos chicos que robábamos, por eso el nombre de Reciclando Vidas. Es como volver a empezar, pero no solo nosotros sino también los pibes más chicos – cuenta.

En este tiempo, dice, también lograron traer al Plan Fines a la sede de la cooperativa para que los pibes pudieran hacer o terminar el secundario. Además, hacen actividades deportivas.

-El asunto del deporte es importante. Acá hay mucha violencia, contenida y de la otra. Juntarlos para que hagan gimnasia o practiquen algún deporte les saca la violencia. Además, conseguimos que algunos, aunque la verdad son pocos, de los pibes que andan empastillados empiecen a venir. No digo que con eso los vamos a recuperar, pero bueno… -lo interrumpe El Torta.

Todos lo jóvenes ayudan para mantener limpio el barrio (Foto: Facebook Re Ciclando Vidas)
Todos lo jóvenes ayudan para mantener limpio el barrio (Foto: Facebook Re Ciclando Vidas)

Que Sergio López Mandri no sea presidente de la cooperativa, ni siquiera miembro de la comisión directiva, es resultado de una legislación que les pone trabas.

-Los liberados no podemos integrar los consejos directivos de una cooperativa hasta 15 años después de haber salido de la cárcel. Es decir, cumplimos nuestras condenas, pero seguimos condenados cuando se trata de trabajar. Lo mismo pasa con el certificado de antecedentes, que hace casi imposible que te den laburo, Parece joda, hay una ley que obliga a un cupo de ex presos, pero por otro lado el certificado de antecedente hace que te echen flit – dice.

Una de las movidas de las cooperativas del Frente de Liberados fue y sigue siendo la derogación del artículo 64 de la ley de cooperativas que prohíbe la integración a comisión directiva de quienes tienen antecedentes penales. A todas luces un contrasentido.

“El Barrio es como una cárcel a cielo abierto. Hacemos todo esto para tratar se ser libres. Estuve muchos años preso. Quiero ser libre y contagiar esa libertad”, dice
“El Barrio es como una cárcel a cielo abierto. Hacemos todo esto para tratar se ser libres. Estuve muchos años preso. Quiero ser libre y contagiar esa libertad”, dice

La charla va terminando y el mate está dulce pero frío. Antes de invitar a Infobae a recorrer las instalaciones y el patio de la cooperativa, El Torta dice que hoy lo más urgente para avanzar es conseguir maquinaria.

-Necesitamos una trituradora, necesitamos herramientas, pero no queremos que nos regalen nada. Nosotros trabajamos y si un empresario nos las da se las vamos a poder pagar. Pero hay que vencer prejuicios, temores e ignorancia… -describe.

En el patio del viejo Centro de Jubilados del Barrio Pepsi los colores del mural que pintaron los chicos –conducidos por la artista plástica Estefanía Jouliá – brillan a la luz del sol.

La pelada y los ojos del Torta López Mandri también brillan.

-El Barrio es como una cárcel a cielo abierto. Hacemos todo esto para tratar se ser libres – dice mirando el cielo azul aprisionado entre las moles desgastadas de los monoblocks -. Estuve muchos años preso. Quiero ser libre y contagiar esa libertad. Primero para que no la pierdan y la valoren, y después organizarla, para que aprovechen los tiempos de esa libertad.

El Torta prefiere no hablar de él ni hacerse la víctima. Pero pasó siete años, entre 1998 y 2005, con prisión efectiva y fue absuelto en el juicio oral. En 2007 volvió a la cárcel.

Por obra y gracia de la prisión preventiva pasó otros tantos años a la espera de un juicio. En octubre de 2013 recurrió a la medida extrema de un preso para reclamar su derecho: una huelga de hambre que duró 20 días, que empezó en un pabellón común y que debió seguir en un calabozo.

Deambuló por muchos penales bonaerenses. Cuando finalizó sus estudios secundarios en la Unidad 24 de Florencio Varela, debió pelear para que le entregaran el certificado analítico. Por eso, no pudo ser alumno regular de las clases que la Universidad de La Plata brinda a las personas detenidas.

Al año siguiente recuperó la libertad. Ahora recicla vidas.

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