Nunca fue el hampa, aunque se empeñen en contar leyendas de guapos y compadritos. Era, apenas, un barrio de bajofondo donde recalaron maleantes y cafishios, en la penumbra de los prostíbulos y las decrépitas pensiones. Pasiones simples, recorridas por mujeres ajadas, por hombres valientes y mentecatos oportunistas que se acercaron a las madamas.
Osvaldo Soriano
La leyenda de la rusa María, revista Panorama
Margarita Di Tullio, alias 'Pepita la pistolera', tenía en claro cómo debía comenzar su libro. No había elegido la escena de la matanza de sus tres enemigos, ni cuando la detuvieron injustamente por el crimen de José Luis Cabezas. Su autobiografía iba a comenzar con esta anécdota: "El día que me invitaron a la mesa de Mirtha Legrand, tomé cocaína en su cara. Me metía el polvo blanco debajo de la uña del meñique y aspiraba. En un corte, Mirtha me preguntó si me picaba la nariz. Hoy me arrepiento de eso, pero venía de estar presa pese a ser inocente y mi cabeza estaba en cualquier lado".
Pero el libro nunca vio la luz. Ni siquiera lo escribió. Pepita murió el 30 de septiembre de 2009 de un ACV. Tenía 61 años. Su velorio fue una fiesta: la gente tomó champán y escuchó cumbia.
El relato del escándalo oculto del día que fue al almuerzo más famoso de la televisión argentina -muchos años antes de que Fernando Peña sacara un arma de juguete para asustar a Mirtha o Natacha Jaitt acusara a famosos de ser parte de una red de pedofilia-, simboliza cómo era la mujer más temida del hampa de Mar del Plata. Soñaba con ser famosa y conocer a los personajes de la farándula, pero no podía despojarse de la marginalidad.
Di Tullio se hizo famosa por ser una de los "perejiles" del crimen del fotógrafo de la revista Noticias José Luis Cabezas. Fue acusada de liderar la banda de 'Los Pepitos', pero no había tenido nada que ver con el brutal asesinato ocurrido el 25 de enero de 1997.
Por esa época también fue vinculada injustamente a los asesinatos de cinco prostitutas, adjudicados a un falso asesino serial inventado por la policía y bautizado como el 'Loco de la Ruta'. Su popularidad la llevó a la mesa de Legrand y al detector de mentiras de Chiche Gelblung. Su apodo se debe a un hecho ocurrido el 25 de agosto de 1985. Margarita Di Tullio dormía cuando tres hombres irrumpieron armados en su departamento. El plan de los villanos era violarla y matarla. Pero la mujer sacó una pistola de abajo de la almohada y los mató a balazos. La bautizaron 'Pepita la pistolera'. Ella odiaba ese apodo.
Por entonces estaba en pareja con el capitán de pesca Guillermo Schelling y se cree que uno de esos hombres reclamaba una vieja deuda contraída en un local de pool de Pepita.
Veinte años después apareció envuelta en otro escándalo. Llamó "buchona" a su hermana Alicia, quien delató a su marido Rubén de la Torre y a la banda que había robado el Banco Río de Acassuso el 13 de enero de 2006 junto a otros seis delincuentes.
—Me arrepiento de habérsela presentado al pobre Beto. Igual yo se la canté justa y le dije que la víbora venenosa le iba arruinar la vida. Es una arpía, una traidora, una basura, un parásito, una arrastrada…yo la desterré de Mar del Plata, hace 14 años que no la veo. La última vez que hablamos, ella no me quiso pagar una deuda y hasta me amenazó con un arma. No se la saqué de un manotazo porque estaba con su hijito, pero la cobarde no se animó a dispararme. Siempre me tuvo miedo.
De chicas ya tenían diferencias. A los 14 años, Pepita andaba a las escondidas con un noviecito. Para que su hermana no la delatara ante su madre, le tenía que comprar bombones.
—La muy turra me mandó en cana igual. Ya botoneaba desde pibita. En los Di Tullio no queremos buchones. Mientras yo me ensuciaba la ropa jugando al fútbol con los pibes, ella peinaba muñecas. Siempre fuimos el día y la noche.
Está claro. Alicia era el día. Margarita, la noche.
El día que la prensa reveló que Alicia era la mujer despechada, Pepita la llamó por teléfono desde su casa del Puerto de Mar del Plata. Pero no la atendió. Ella le dejó un mensaje en el contestador:
—¡Turra de porquería! ¡Botona! ¡Te falta la gorra y el uniforme! Das asco.
La carrera criminal de Pepita comenzó con hurtos menores. Luego formó su propia banda: se dedicaba a robarles a los turistas y a las parejas que iban a tener sexo en sus autos cerca del mar. También robó fábricas, industrias y negocios. Vendió droga y con el dinero recaudado abrió sus cabarets.
Allí podían verse las escenas más surrealistas como extractos de películas de Almodóvar: un enano con el pelo hasta la cintura y lentes negros saliendo, con gesto altivo, de la pieza de la mano de una morocha en minifalda; una travesti en bombacha ofreciendo porciones de pasta frola de membrillo que llevaba en un tupper; un marinero coreano cantando "El día que me quieras" mientras Pepita le tiraba desodorante de ambiente por la "baranda" a escamas que tenía en la ropa.
El bastión de Di Tullio creció en la época en que el negocio de la prostitución no era cuestionado y los comisarios y los jueces hacían la vista gorda. Tiempos en que la lucha contra la trata y la revolución después del 'Ni una menos' parecían utopías.
Pepita a veces reunía a sus chicas, se paraba en el medio de la ronda como haría un DT ante sus dirigidos, y con su vozarrón les advertía:
—No me vengan más en zapatillas y gorrita. Esto no es una fábrica. Ustedes no son costureras: son putas. A toda honra. Acá hay que poner la mejor sonrisa. Con las luces apagadas todas se ven lindas. Y la que no quiera laburar que se vaya a su casa, nadie las obliga a nada. Son libres. ¿Alguien tiene algo para decir?
Nadie, nunca, decía nada.
Pepita decía que cada uno de sus tres prostíbulos era un antro de la perdición donde los viejos pescadores intentaban apagar el fuego que han cultivado en alta mar, los perdedores buscaban hundirse aún más en su desdicha y los jóvenes iban sacarse la virginidad de prepo.
Dos años después de su muerte, 'Neisis', su puticlub emblemático, reabrió sus puertas después de que fuera clausurado por una deuda impositiva. Está claro: aunque resulte escandaloso, las autoridades municipales no lo cerraron por el ejercicio de la prostitución. La polémica tarea de recuperar ese boliche inaugurado hace treinta años estuvo a cargo de dos de sus hijos. Lucharon contra inspecciones municipales, deudas abultadas y la queja de los vecinos que firmaron un petitorio para que la tradicional calle 12 de Octubre sea una especie de Caminito marplatense en lugar de un refugio de cabarets. A eso hay que sumarle que muchas chicas abandonaron el local y emigraron a la competencia.
Neisis había mutado en una especie de pub: iban matrimonios que escuchaban cumbia y tomaban una copa mientras alguna chica bailaba en el caño o coqueteaba con un cliente. También podía aparecer algún taxiboy. Detrás de la barra, al lado de una botella de champán y una peluca rubia, había una foto gigante de Margarita –iluminada con una lucecita– con la leyenda "Nuestra Pepita". Ese cuadro era una especie de santuario: los clientes lo miraban con nostalgia y las prostitutas le rendían tributo con una copa en la mano. En otra de las paredes había un afiche con una foto de Pepita con una escopeta. Los clientes y los amigos de la madama escribieron frases en su homenaje. "Marga, que con vos no se muera la noche", dice una.
—A veces siento que mi vieja va a aparecer en el boliche o voy a escuchar la frenada de su camioneta —decía por entonces uno de sus hijos.
—Cuando muera, quiero que brinden con champán y escuchen cumbia. No los quiero tristes porque los voy a estar mirando —había dicho ella hace unos años. El cortejo fúnebre pasó por la puerta del cabaret y los vecinos del puerto la aplaudieron. Esa noche el local estuvo abierto en su homenaje. Los pescadores dejaron sus barcos con la bandera izada a media asta y fueron a tomar un trago. Las chicas, desconsoladas, no pararon de llorar.
—El que dice que tuvo sexo esa noche, miente.
Eso dice Bigote, un viejo pescador que se define como socio vitalicio del cabaret. Jura que la noticia de la muerte de la madama fue recibida con tristeza. Y nadie tuvo el ánimo como para encerrarse en una pieza a tener sexo.
—Hasta los tipos duros lloramos. Nos emborrachamos, bailamos y la recordamos a la Marga. Esto, sin ella, no es lo mismo. No dan ganas de venir, pero si estoy acá es por su memoria. Brindo por ella. Salud.
—La señora Marga era una guía para nosotras. Nos enseñó muchas cosas. A no dejarnos pasar por arriba. Nos decía que nos cuidáramos de los hombres, que nosotras teníamos que tener la última palabra. La extrañamos mucho.
La que habla con emoción es una correntina que trabajó cinco años en el boliche. Durante varias noches, días después de la muerte de Pepita, ponía dos monedas de un peso en la fonola y homenajeaba a la madama con "Rosa, Rosa", la canción de Sandro.
—Vamos todos, un aplauso para la Marga que nos mira desde el cielo —decía. Un grupo bailaba en trencito y cantaba:
"Ay, Rosa, Rosa dame de tu boca / esa furia loca / que mi amor provoca /que me causa llanto / por quererte tanto, sólo a ti".
Una de las anfitrionas del lugar era Nemeca, decana de la prostitución, de 59 años.
—En toda la costa no hay una mujer que haga en la cama mejores cosas que yo —se jactaba. Vestida de negro, regordeta, rubia de pelo largo, ojos saltones delineados y labios rojo carmesí, Nemeca siempre le estará agradecida a Pepita. Cuenta que hace unos años le fue a pedir trabajo. De otros lugares la habían rechazado por ser vieja, pero la madama más famosa de Mar del Plata le dio un abrazo y le dijo: "Bienvenida".
—Muchos me pagan para que les haga de psicóloga. Te hablan mal de la mujer porque los cagó con un vecino o a veces piden una caricia porque ya ni se les para. Necesitan hablar con alguien, que los mimes. A mucho hombres les quité la virginidad. Si digo mil, me quedo corta. En 35 años habré estado con diez mil tipos. Y nunca me enamoré de ninguno. Cada vez que desvirgamos a un hombre, nos ponemos contentas porque eso, en nuestro mundo, trae suerte.
Una noche, Nemeca confesó que en su pasado había sido maestra de Lengua y literatura:
—Enseño a leer, a escribir y a coger. No soy ninguna bruta. ¿Sabías que leí toda la obra de Edgard Allan Poe, de Arthur Conan Doyle y Lovecraft? Acá, la noche es densa. Se corta con una hojita de afeitar. En todos estos años aprendí que no hay dos noches iguales. La noche tiene eso que le falta al día: te sorprende siempre. Pero estoy vieja y ya no puedo competir con las pendejas. El año que viene me retiro. Voy a dejar la noche antes de que la noche me deje a mí.
Después de decir eso, Nemeca fue hacia uno de los sillones. Ahí, acurrucado, un tipo se había quedado dormido por la borrachera. Ella se acercó, puso la cabeza del cliente sobre su falda y lo acarició como una madre sobreprotectora.
—Hoy, más temprano, le prometí que lo iba a cuidar. No le pienso fallar.
—A la vieja la extraño con el alma —dice uno de los hijos de Pepita. Entre las anécdotas que recuerda de su madre, hay una que vivió cuando tenía nueve años. Después de pelear con un compañerito de escuela, el padre del chico lo subió a una camioneta y lo llevó a su casa para darle un escarmiento.
—Mi hermano vio todo y le dijo a mi vieja. ¡Me llevaban secuestrado! Pensé que me iban a matar. De pronto, la puerta hizo ¡pum, pam! Y apareció mi vieja, que la había roto de una patada. "Dejá a mi hijo", le gritó al tipo. "Soy policía", dijo él. Fue peor. Mi vieja, que era una leona, le dio unos bifes. Al rato, apareció mi viejo con una Magnum .44. Respiré aliviado. Una vez agarré por separado a mi vieja y a mi viejo. Les pregunté qué pretendían de mí. ¿Sabés qué contestaron? Que querían que fuera un hombre de bien.
El prostíbulo se llamaba Neisis, estaba en una calle angosta del puerto, sobre una loma. Como ocurrió con el bar sórdido del cuento La Retirada de Bonaparte, de Charles Bukowski, un día lo cerraron y no lo abrieron nunca más.