Hace mucho calor pasadas las tres de la tarde. Y el dato es importante: no hay misericordia para el entrenamiento de rugby de Las Espartanas, en la Unidad Penitenciaria 47 del Complejo de San Martín, cerca de la guarnición militar de Campo de Mayo, pegado al relleno sanitario norte de la Ceamse.
Mucho calor y una decena de mujeres presas transpirando, sorteando conitos anaranjados, ensayando algunos pases con la pelota ovalada. El ritmo lo pone Carolina Dunn, jugadora del plantel femenino del Atlético San Andrés, acompañada de otra rugbier y de un preparador físico.
Infobae recorre el pequeño trayecto y algunas pocas rejas que hay entre la entrada del penal y el campo de entrenamiento en compañía del oficial Sergio Blanco. Curiosidad: es un homónimo del mejor full back de la historia del rugby francés, un moreno nacido en Caracas y que corría como una gacela en los años ochenta. El Blanco argentino está a cargo de todas las actividades que llevan las 70 presas de la 47.
Una guardiacárcel abre el candado para que una de las detenidas, agitada, salga del rayo del sol para sentarse a solas con los cronistas. Es maciza, tiene el pelo corto, recogido y mojado y lleva una camiseta azul y verde de algún equipo que cumplió 50 años y tiene un fantasmita como logo. Es común que muchos rugbiers regalen pantalones, botines y camisetas que espartanos, hombres y mujeres, usan para los entrenamientos.
—Soy Pato, dice.
En unos pocos minutos, Infobae se entera de que Pato es Patricia Solorza, que tiene 39 años, que lleva cuatro años y cinco meses presa, que cuando fue detenida su hija Victoria tenía apenas unos meses más que cuatro años, el límite para que las mamás puedan convivir con sus hijos mientras están presas. Además, Pato cuenta que también tiene a Alejandro, que tenía 14 cuando fue presa. Alejandro tuvo meningitis de chico.
—Tiene un retraso madurativo, es hipoacúsico, no puede escuchar y no habla, dice Pato mientras se seca un poco la frente.
Pato, cuando fue presa, pidió que le dieran prisión domiciliaria para poder acompañar a Alejandro. Su casa está en Ezpeleta, partido de Quilmes. Allí vivía con sus hijos y con Juana, su madre. Antes del infierno, sin imaginar que la cárcel sería su destino por un tiempo, Pato había hecho cursos para comunicarse por señas.
—Yo trabajaba todo el día. Pasé cinco años de secretaria en un estudio jurídico. Después empecé a vender ropa en las ferias ambulantes. Cada día en una feria distinta, en Florencio Varela, Berazategui… Así podía mantener a mis hijos.
—¿Tenías antecedentes penales? La pregunta era de cajón, porque todo lo que cuenta esta mujer que tenía 34 años al ser detenida no coincide con una carrera delictiva.
—No. Nunca había conocido una cárcel. Ni siquiera de visita, dice sin que su voz ni su rostro expresen alguna emoción.
—¿Y por qué te detuvieron?
—Por homicidio agravado por el vínculo.
Yo había tenido dos hijos, uno de ellos incluso nació a la entrada de la sala de partos. Pero esta vez no me di cuenta de que estaba embarazada
Los cronistas solemos tomar notas, entre otras cosas, para no hablar con nuestros gestos.
—¿Qué fue?
—Yo había tenido dos hijos, uno de ellos incluso nació a la entrada de la sala de partos. Pero esta vez no me di cuenta de que estaba embarazada.
Pato no derrama lágrimas, si hay gotas en su rostro son las de la transpiración del entrenamiento. Se pasa las palmas de las manos por la cara y pone lo mejor que tiene para transmitir el horror por el cual atravesó en aquellos meses en los que se deshizo del embrión, cuerpito, feto, criatura, niño no nacido –llámese como cada cual quiera llamarlo- que tenía en el vientre desde hacía cinco meses.
La familia, perpleja
Infobae habló con Juana, su madre, y con Luján y Noemí, sus hermanas. Por entonces, Pato vivía en Ezpeleta, con sus hijos en casa de la madre. Noemí también vive en Ezpeleta, mientras que Luján vive en Berazategui.
Patricia nunca había tenido una pareja estable. Fue madre soltera de sus hijos. De su último embarazo, cuyo desenlace la llevó a la cárcel, nunca dijo nada. Ni siquiera se le escapó alguna infidencia, como que había dejado de menstruar o que tenía cambios en su cuerpo. En consecuencia, para su entorno familiar, lo que pasó fue una pesadilla de la que se enteraron al momento de la intervención policial.
Su hermana Noemí cuenta que, al enterarse, fue lo antes que pudo a lo de su madre. Un vecino había alertado a la policía sobre una mujer que había arrojado una bolsa sospechosa. La policía fue al lugar, y comprobó que la bolsa contenía un feto, que fue entregado a Policía Científica.
La interrogaron a Pato, la llevaron a hacer un estudio de ADN y, dos meses después, volvieron a la casa. Esta vez con una orden judicial de detención.
Nadie de su familia sabe decir qué la llevó a hacer lo que hizo, cuál fue su motivación.
—Fuimos a ver a una abogada y nos dijo que por una causa así podían darle perpetua, que le diéramos 80 mil pesos y que iba a tratar de conseguir una condena mejor. Pero nosotras no podíamos juntar ese dinero– dice su hermana Luján.
En las visitas, Patricia no nos miraba. Le hablábamos y estaba colgada. “¡Contanos algo!”, le decíamos, pero nada. Parecía otra. Había cambiado.
La causa quedó radicada en el juzgado de Ejecución Penal 1° de Quilmes, a cargo de la jueza Julia Márquez. La defensa de Pato quedó en manos de una defensora oficial.
Su primer destino fue la Unidad 51 de Magdalena. De inmediato, las hermanas y la madre fueron a verla.
—En las visitas, Patricia no nos miraba. Le hablábamos y estaba colgada. "¡Contanos algo!", le decíamos, pero nada. Parecía otra. Parecía que no era ella. Había cambiado. Ella era estudiosa, había hecho el primario y el secundario completos. Nosotros no sabíamos si iba a volver a ser ella– dice Luján.
Pato presentaba un cuadro de clara disociación de personalidad.
¿Sentís culpa, Pato?
Patricia cuenta que en Magdalena tuvo asistencia psiquiátrica y psicológica, que de a poco fue entendiendo que tenía que salir de ese infierno.
—Con el tiempo, y con la ayuda de mi defensora oficial, pude lograr un juicio abreviado, con una condena de ocho años y la posibilidad de tener salidas transitorias en un tiempo. Para septiembre de este año quizá pueda salir con la condicional– dice.
Pato se declaró culpable, responsable de un homicidio, con un atenuante muy importante: emoción violenta.
—Yo no fui consciente de lo que hice. Pero tengo que asumir la culpa. Para la sociedad y para el Estado soy culpable. Cuando la Justicia te dice que sos homicida tenés que asumir la culpa. Si no, la Justicia considera que no entendés lo que pasó.
—¿Y sentís culpa?
—Culpa siento.
Es inevitable el repiqueteo de dudas y preguntas. En primer lugar, los atenuantes: las pericias indicaron que Pato fue víctima de emoción violenta y que tenía claros síntomas de negación respecto del embarazo. El cuadro psíquico que presentaba no la hacía inimputable para la Justicia pero sí para sostener que estaba inestable y que tenía un bajo grado de conciencia respecto de lo que hizo.
A su vez, es imposible no pensar en el contexto. En su conversación con Infobae, Luján, su hermana, dijo algo que quizá algún día pueda saberse si es una hipótesis cierta:
—Para mí es difícil creer que ella lo hizo sola… ¿Cómo cortás el cordón umbilical estando sola…?
Me voy recuperando de a poco y espero dentro de poco estar con mi mamá, mis hijos. Especialmente Alejandro, que más me necesita
Más allá de las especulaciones, Pato hizo lo que hizo y lo asume sin vueltas. Y cuando recupere la libertad tiene sus hijos que la esperan. Victoria, que cumplió 9 años el 9 de febrero, y Alejandro, que ya cumplió 18 y no dejó de ir a una escuela especial donde terminó el secundario.
—¿Qué hacés en la cárcel?
Pato cuenta que en Magdalena había empezado a jugar al fútbol y que eso la estimuló a sumarse al plantel de Las Espartanas cuando Carolina Dunn la invitó al entrenamiento.
—Como soy gorda pensé que no iba a poder en el rugby– confiesa Pato. Además, con Las Espartanas tenemos yoga.
Carolina, por su parte, destaca que Pato es de las que está siempre, que en la parte emocional, es diez puntos. Aclara que la misión de Espartanos no es ni juzgar ni meterse en los temas procesales sino que van a compartir, a crear lazos, a romper prejuicios, a poner el hombro.
Pato está, además, en los talleres de Fotografía y Costura que dan las voluntarias de Yo no fui, una asociación civil que trabaja dentro de las cárceles y también apoya a las mujeres una vez que recuperan la libertad.
El Centro Universitario de San Martín
En este complejo penitenciario funciona una unidad académica de la Universidad Nacional de San Martín (CUSAM). Allí acceden hombres y mujeres presos, y también pueden estudiar agentes penitenciarios. De hecho ya se recibieron de sociólogos tres de ellos. Pato estudia Sociología en la cárcel y, a juicio de Carolina Di Próspero, antropóloga y profesora allí, ella es muy aplicada y participativa.
En estos casi cinco años que llevo aproveché todas las posibilidades que me brinda la cárcel: estudié Sociología, hice deportes, me esforcé para tener un mejor futuro
—En estos casi cinco años que llevo aproveché todas las posibilidades que me brinda la cárcel. Me acercan a las transitorias y a la condicional. Pero además me hacen sentir mejor, me voy recuperando y espero dentro de poco estar con mi mamá, mis hijos. Especialmente Alejandro, que más me necesita. Espero recuperar la libertad este año así que espero no terminar la carrera de Sociología en la cárcel, pero me da una base para el futuro.
Antes de terminar la entrevista, Infobae le pidió a Patricia Solarza un mensaje sobre la lucha de las mujeres hoy por la equidad, el aborto legal, el fin de la violencia. Y ella contestó de inmediato y sin perder el hilo de su reflexión.
—Las mujeres…, que sigan peleando por sus derechos. Aunque yo esté privada de mi libertad, mi deseo es que todas puedan decir basta a la discriminación, basta a la violencia de género y basta que siempre la mujer sea la más vulnerable…
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