El sangriento motín de Sierra Chica, en la Semana Santa de 1996, tuvo dos escenas simultáneas que reflejan el horror de esos ocho días en el infierno.
En una, un grupo de presos del pabellón evangelista, con el mítico asesino Carlos Robledo Puch a la cabeza, corrió aterrorizado a refugiarse con Biblias en la parroquia del penal. En la otra, los temibles Doce Apóstoles, tomaban rehenes –tres de ellos evangelistas- y mataban a sangre fría a sus enemigos.
Robledo y los otros que se salvaron no llegaron a ver que sus compañeros jugaron a la pelota con la cabeza de uno de los asesinados ni que cocinaron empanadas con relleno humano.
Algo une a Robledo con los "apóstoles de la muerte": la reconversión religiosa. Cinco de ellos los se hicieron evangelistas. Uno de ellos, en libertad, es un pastor que predica el evangelio.
En el caso del llamado Ángel Negro que mató a once personas por la espalda o mientras dormían (lleva 46 años preso) predicó en la cárcel hasta que el capellán del penal, Pedo Oliver, lo convenció de que volviera al culto católico. Pero duró poco: cuando se enteró de que el cura vivía frente al presidio con la puerta sin llave y solía albergar a los recién salidos, Robledo le hizo una propuesta:
–Curita, cuando salga en libertad, ¿me pude llevar a su casa?
–Lamentablemente no. ¡La gente va a pensar mal! Pueblo chico, infierno grande.
Hace un mes Robledo aceptó la visita de un pastor. Su regreso al pabellón evangelista está cerca.
Los casos de Robledo y los cinco "apóstoles" son los más notorios de una realidad que cumple 35 años: los presos que deciden hacerse evangelistas. En la jerga tumbera se los llama "los hermanitos".
El primero fue en la Unidad Penal Número 1 de Olmos, en 1983, a partir de la iniciativa del suboficial penitenciario Juan Zucarelli. En la actualidad, datos oficiales a los que accedió Infobae, 13.289 presos de un total de 38 mil, distribuidos en 55 cárceles del Servicio Penitenciario Bonaerense, son evangelistas. Y hay una cárcel, la 25 de Olmos, en la que sólo alojan a presos evangelistas.
El 37 % de los presos no son católicos. Según datos oficiales, el 99% son evangelistas y el resto se divide en mormones, judíos, musulmanes, adventistas y umbandas.
"La experiencia con los 'pabellones no católicos', como se los llama por una vieja resolución, es muy positiva. Se recibe a cualquier persona sin importar el delito que haya cometido. Los índices de violencia han disminuido notablemente. No hay incidentes entre ellos. Incluso internos que recuperaron la libertad se hicieron pastores y predican por los barrios y no volvieron a delinquir. En los pabellones, el que no cumple las reglas, es trasladado a otro sector", dice a Infobae el Jefe del Departamento de Culto No Católicos del SPB, Luis Madera.
EL área se oficializó en 1991. En los últimos diez años hay un 75% más de presos evangelistas.
Las reglas:
1. Respetar a las personas que conviven en la misma celda.
2. Trabajar todos los días.
3. Estudiar.
4. Respetar a las autoridades del Servicio Penitenciario Bonaerense.
5. Leer la palabra de Dios en diferentes grupos.
6. Participar en eventos religiosos.
7. Respetar a sus familiares en todo tiempo.
8. No gritar, pedir las cosas de buena manera y educado.
9. Colaborar con la limpieza del pabellón.
10. Y sobre todo respetar a toda religión.
Hay un mito en torno a estos pabellones: que muchos se hacen los evangelistas para pasarla mejor. Son los de mejor conducta y, por ejemplo, cuando montan una obra de teatro o pasan una película en la cárcel, los evangelistas corren con ventaja porque son convocados para esas actividades.
Pero hay otra realidad: esos pabellones son refugio para femicidas y violadores.
Un ejemplo fue el del femicida Fernando Farré, que el 21 de agosto de 2015 mató de 74 puñaladas a su mujer Claudia Schaefer. Según su abogado, Adrián Tenca, ni bien fue alojado en la cárcel de San Martín pidió ir a un pabellón evangelista, donde "rezaba todos los días y estaba mal anímicamente".
Otro asesino, Jonathan Luna (26), acusado de matar a Micaela Aldana Ortega en Bahía, está en un pabellón evangelista.
"Estaba con problemas de adicción y caer en un pabellón evangelista me ayudó mucho. Hay ciervos, conciervos, concertistas y atalayas. Yo soy atalaya. No se puede fumar, ni pelearse, ni mentir y mucho menos hacer vagancia. Al que no cumple, lo rajan", dice Juan Manuel Echavarría, detenido en Florencio Varela.
No todos los relatos sobre los pabellones evangelistas son positivos. Es el caso de Cristian Lanatta, que junto a su hermano Martín y su amigo Cristian escaparon el 27 de diciembre de 2015 de la cárcel de General Alvear, donde cumplían una condena a cadena perpetua por los crímenes de Sebastián Forza, Diego Ferrón y Leopoldo Bina, cuyos cuerpos fueron encontrados en General Rodríguez el 13 de agosto de 2008.
"Mi caso es una cama gigantesca. Hasta en su momento, un fiscal mandó a un pastor para que me hiciera la cabeza para acusar a mi hermano. Es todo una locura. Usan a muchos pastores para eso. Y hay mucha corrupción con los que se hacen los evangelistas, terminan haciendo su negocio", dijo Lanatta a Infobae.
Pero el testimonio más insólito, que si bien fue desmentido por fuentes penitenciarias algunos internos dicen conocer, lo da uno pirata del asfalto que cumple condena en Florencio Varela:
"Los hermanitos andan todo el tiempo cantando o tocando la guitarra, se hacen los buenitos pero tienen todo el poder. A veces manejan los penales. Hace unos años pasó una tremenda. En Olmos habían hecho piezas en los buzones para las visitas íntimas. Había un tal ciervo Hugo que hacía pasar a los que tenían la pareja más linda. El guacho había instalado una camarita. Y vendía las imágenes a una página de internet. Cuando los presos se enteraron se armó una batahola. Casi destrozan al pabellón de los evangelistas. A mí por suerte no me filmaron. Además me can mal. No creo en Dios. Sólo en mí mismo".
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