"Mamá bení rápido que nos matan la Policía", (sic) decía uno de los mensajes de texto enviado a las 18.26 del jueves 2 de marzo de 2017 desde el teléfono de uno de los jóvenes detenidos en la celda 1 de la Comisaría 1ª de Pergamino.
"Ana venite ya pa la comisaría que me van a matar se armó quilombo… Movete está prendida la comisaría ya venite", advertía, de modo desesperante, el mensaje de whatssap enviado, casi a la misma hora, por otro de los detenidos a su mujer.
Los vecinos de la comisaría escuchaban gritos y, cuando salieron a las puertas de sus casas, vieron un humo denso, negro, que apestaba casi hasta la asfixia.
Minutos más tarde escucharon explosiones que las pericias posteriores identificarían como de aerosoles y de un televisor.
Poco después, los gritos de los detenidos de la celda 1 se apagaron mientras el fuego no se detenía. Los presos encerrados ahí murieron asfixiados y sus cuerpos terminaron carbonizados por las llamas.
La Comisaría Primera de Pergamino es un edificio antiguo, sólido, ubicado en Dorrego 636, en la misma manzana donde funciona la sede municipal. Dos años y cuatro meses antes, en una ceremonia donde estuvieron todas las autoridades, se colocó un cartel que rezaba: "Aquí se cometieron crímenes de lesa humanidad en el marco del terrorismo de Estado".
Allí, hace ahora exactamente un año, en las celdas de la Primera había 19 detenidos. Siete de ellos perdieron la vida en medio de la más terrible desesperación, los 12 restantes se salvaron casi milagrosamente y sufrieron torturas físicas y psicológicas mientras sus compañeros de calvario se asfixiaban.
Al hecho se lo conoce como la Masacre de Pergamino y fue el más cruento ocurrido en una comisaría en toda la historia de la Policía bonaerense a excepción, claro está, de los crímenes y desapariciones realizados durante la última dictadura.
Por las muertes y torturas del 2 de marzo de 2017 hay seis policías imputados. Uno de ellos, Alberto Donza, el comisario a cargo de la seccional, aunque parezca insólito, está prófugo. Uno solo está preso y los cuatro restantes esperan el juicio en libertad.
Pelea, castigo, fuego y muerte
A las seis de la tarde el calor del verano era agobiante ese 2 de marzo, más todavía en las celdas 1, 2, 3, 6 y la de contraventores, donde los 30 grados de temperatura ambiente se potenciaban por la falta de ventilación y el hacinamiento. El cielo amenazaba lluvia, pero en el reducido espacio de su encierro, los detenidos ni se enteraban.
Los 19 hombres estaban encerrados por un castigo indiscriminado luego de la pelea entre dos presos que –tal como los mismos detenidos habían advertido a los carceleros- no debieron estar en la misma celda porque tenían rencores viejos y era de cajón que se iban a ir a las manos.
Aunque la pelea ya había terminado, los policías de guardia decidieron castigar a todos los detenidos impidiéndoles salir al patio común.
En las celdas casi no podían moverse y empezaron a reclamar, primero de manera pacífica y luego con gritos y golpes en las rejas, para que los dejaran salir. No obtuvieron respuesta.
En la celda 1, Sergio Filiberto (27 años), Franco Pizarro (27), Fernando Latorre (24), Alan Córdoba (18), Juan José Cabrera (23), John Claros (25) y Federico Perrota (22) casi no podían moverse, los siete arracimados en el reducido espacio detrás de las rejas.
Alguno de ellos –o quizás más, nunca se podrá saber– arrancó pedazos de gomaespuma de un colchón y los encendió para llamar la atención de los policías de guardia. De nuevo nada. Entonces, la tragedia se precipitó.
Un informe de la Comisión Provincial de la Memoria –querellante en la causa- que reconstruyó lo ocurrido a partir de los testimonios de los detenidos y los peritajes realizados, estableció que "los policías que cumplían funciones en la dependencia tomaron conocimiento de este primer foco de incendio. No obstante, hicieron caso omiso al reclamo de los detenidos de las demás celdas para que ayudaran a apagar el fuego ya que sus vidas estaban en peligro por el humo tóxico que desprendía el material no ignífugo de los colchones de gomaespuma".
Los colchones de gomaespuma están prohibidos desde hace años en las cárceles y en las celdas policiales por el peligro que representan. Sin embargo, la realidad en unas y otras pone en evidencia que en la mayoría de los casos esa disposición es letra muerta.
De acuerdo con los testimonios, poco después de iniciado el fuego el oficial Alexis Eva se acercó al sector de las celdas y trasladó a solamente dos de los detenidos al tiempo que dejaba a uno de ellos en la celda 6 y a otro en la de contraventores.
Eva no hizo caso de los pedidos de auxilio que venían de la celda 1, donde el fuego comenzaba a propagarse, encendiendo las cortinas que cubrían las rejas. En ese momento, otro de los policías, Brian Carrizo, que cumplía la función de imaginaria, se alejó del lugar.
Según los mensajes de texto que los detenidos (algunos de ellos víctimas fatales) enviaron a sus familiares, el fuego se inició a las 18.15. En esos mensajes daban cuenta del inicio de un foco de incendio y pedían que se acercaran rápidamente a la comisaría, ya que los agentes no hacían nada para detener el fuego.
Lo mismo testimoniaron algunos de los sobrevivientes y aseguraron que, ante la inacción policial, fueron los propios presos quienes trataron de apagar el fuego, pero que no pudieron hacerlo porque no tenían agua en la celda: la llave de paso del pasillo estaba cerrada y nadie se las abrió.
Los bomberos recién llegaron a las 18.45, cuando el fuego se había propagado por toda la celda 1. Según consta en el expediente judicial "su tarea de rescate fue obstruida continuamente por los funcionarios policiales: no colaboraron con la entrega de las llaves para que pudiesen abrir y controlar el fuego. Además, como no habían sido alertados sobre la gravedad y dimensión del incendio, debieron reorganizar el plan de rescate una vez que llegaron al lugar y detectaron la gravedad de los hechos".
De acuerdo con los registros de mensajes de texto enviados por los detenidos de la celda 1, el último de ellos está datado a las siete de la tarde. Poco después los siete detenidos estaban muertos.
Testimonios sobrecogedores
Mientras tanto, los otros 12 detenidos, encerrados en las celdas cercanas, reclamaban que los sacaran. Varios de ellos tenían síntomas de asfixia. Finalmente los sacaron a golpes y los llevaron al patio, donde los policías, lejos de brindarles asistencia, seguían propinando golpes de puño y patadas a los sobrevivientes.
Infobae tuvo acceso a los testimonios brindados por cuatro de esos sobrevivientes, que hoy forman parte de la causa y cuyos nombres se mantendrán en reserva. Las versiones son coincidentes.
"En eso abrieron la celda y nos sacaron afuera para el patio… que ahí pude ver que los que nos sacaron eran los del GAD (N. de R.: Grupo de Apoyo Departamental, un equipo especial destinado a prestar apoyo a las comisarías en caso de disturbios) porque tenían escrito el nombre atrás en la espalda. Que nos sacaron a palazos, que cuando iba por el pasillo hacia el patio nos decían que saliéramos agachados y en fila, y yo a uno le dije que parara porque no podía caminar ya que cuando estaba agachado debajo de la cama se me cayó encima de la pierna el cable de la luz y el tubo reventó al lado. Ahí el policía me contestó 'dale que no vas a poder caminar' y ahí me empuja para el pasillo, y mientras voy avanzando para la salida me pegan varios palazos en la espalda y en la nalga de punta. Después nos pusieron en el patio boca abajo esposados, y en un momento vomité negro y ahí intenté levantarme y vino un policía que no vi y me pisó fuerte donde me había dado un palazo con un pie en la espalda y me dijo 'te dije que te quedaras quieto'", relató uno de ellos.
"Estaba el grupo GAD y en vez de sacarlos, agarrarlos de la mano como corresponde, nos iban sacando a palazos a nosotros, y se escuchaba cómo gritaban esos chicos. Y bueno, yo digo, los están sacando a los de la 1 y les están pegando y después cuando estábamos ahí, estábamos por allá, porque nosotros estábamos tapados, porque no queríamos ni respirar, porque sentíamos ardor cuando respirábamos. Y por allá siento que decían 'acá no hay nadie más', y yo le empecé a decir 'guardia, guardia estamos acá'. Y viene y nos saca. Se veía una lucecita de pura casualidad", testificó otro de los sobrevivientes.
Los testimonios sobre los golpes que los policías les dieron a los detenidos mientras los "rescataban" de las celdas, se repiten una y otra vez en la causa judicial.
"Salieron dos adelante mío, yo sentí que eran dos, ya te digo no se veía, no vi quién era que salía, no vi quién abrió el candado, sé que eran compañeros míos porque salieron de mi celda, salió uno y yo sentí que le empezaron a pegar. Entró el GAD ese, el anti disturbio, y siento que empiezan a pegar palazos en la espalda porque dicen 'con la cabeza gacha', agachan la cabeza y le pegan en la espalda, sale el segundo y le pegan. (Nos pegaban) de malditos por el incendio, no sé qué pensaban ellos pero nosotros nos estábamos ahogando y encima nos re cagaron a palos. Y cuando yo lo pecheo el hombre -y se ve que como no me pudieron pegar porque yo salí corriendo- viene atrás mío, y me pegan una en la pata y una en el brazo", coincidió un tercero.
Una vez en el patio, los maltratos continuaron. "Y ahí ya no sé, porque yo ya estaba afuera. Le pedimos agua y querías agarrar el agua y tampoco podías agarrar agua, te tenían que dar ellos; estábamos con las manos acá atrás en la nuca, la cara negra, limpiándote la nariz, escupiendo y todo negro salía, tampoco podías agarrar el agua con las manos, no podías tomar mucha y bueno estuvimos ahí un rato hasta que se largó a llover. Estuvimos un buen rato bajo la lluvia y después nos pasaron para abajo del techo", testificó un cuarto detenido.
A todo esto, los familiares de muchos de los detenidos se habían congregado en las puertas de la Comisaría y exigían saber la suerte corrida por sus esposos e hijos sin que nadie les diera respuesta.
Una versión falsa y una realidad siniestra
En la instrucción de la causa, la versión policial de lo ocurrido fue desmentida por los testimonios de todos los sobrevivientes.
La versión de los policías que se encontraban en ese momento en la comisaría fue que habían colaborado en el auxilio de los presos y trataron de derivar la responsabilidad de las muertes en "un accionar lento y negligente de los bomberos".
La realidad es que esos policías no hicieron nada para salvar vidas. Se quedaron al margen. Pero, para sostener su versión, intentaron cambiar los horarios de los sucesos. Eso quedó inmediatamente desmentido por los mensajes de texto enviados por los detenidos de la celda 1 a sus familiares.
La investigación realizada por la Unidad Funcional de Instrucción y Juicio N° 3 de Pergamino, a cargo de Nelson Omar Mastorchio, dejó en evidencia la falsedad de la versión policial.
En base a esa instrucción, el juez de Garantías César Alejandro Solazzi imputó al prófugo comisario Alberto Sebastián Donza, al teniente primero Sergio Rodas, al sargento Brian Carrizo, al oficial Matías Giulieti, a la oficial ayudante de guardia Carolina Guevara y al oficial Leiva.
El juez de Garantías fue contundente en la imputación: "El personal de la comisaría Primera se mantuvo pasivo, impidiendo, demorando y obstaculizando las tareas de rescate de los bomberos voluntarios, para salvaguardar la vida de los internos que estaban a su cargo y cuidado", dijo y dictó la prisión preventiva a los seis policías el 3 de abril del año pasado.
El comisario Donza está prófugo desde ese mismo día y al escribirse estas líneas, el oficial Eva sigue encarcelado mientras que el resto de los imputados espera el juicio con arresto domiciliario, gracias a una excarcelación dictada por la Cámara de Apelaciones.
Las catastróficas cifras
Más allá del comportamiento de los policías, que potenciaron la catástrofe al no socorrer a los detenidos cuando se inició el incendio, la masacre de Pergamino pone al desnudo las precarias condiciones de detención que sufren los presos en la gran mayoría de las comisarías bonaerenses, cuya función no es albergarlos.
De acuerdo con información de propio Ministerio de Seguridad de la Provincia, sólo el 2% de las comisarías tienen los elementos suficientes para afrontar incendios, el resto carece de algunos de esos elementos y el 39% no tiene ninguno.
De las 458 comisarías, solo 177 están habilitadas para alojar detenidos. Las restantes 281 fueron clausuradas por orden judicial o resolución de la propia administración. Pero 112 de estas comisarías inhabilitadas alojan detenidos: lo que significa que el propio Estado incumple las resoluciones judiciales o las propias. A escribirse estas líneas 1.357 personas (1.236 varones y 121 mujeres) se encuentran detenidas en espacios no habilitados para este fin.
El propio historial de la Comisaría 1ª de Pergamino deja en claro que la masacre del año pasado era una tragedia anunciada.
En marzo de 2016 –es decir, un año antes– los presos provocaron un incendio similar, utilizando los colchones de goma espuma. Esa vez el fuego fue sofocado y la cosa no pasó a mayores. Un mes después se produjo otro incendio, con la misma fuente, en el que tampoco hubo víctimas.
A pesar de estos antecedentes, sus celdas seguían superpobladas a las seis de la tarde del 2 de marzo de 2017, cuando un nuevo incendio se cobró siete vidas. La tercera resultó ser la vencida.
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