En San José, un pueblo uruguayo, Luis Vitette Sellanes mira Peppa Pig con su hijo Luciano, de dos años. En San isidro, Sebastián García Bolster arregla una moto de agua. En Avellaneda, Rubén Alberto de la Torre escribe sus memorias delictivas. En una casa de Alejandro Korn, Julián Zalloechevarría estudia sus apuntes para la carrera de Derecho. En un estudio de Olivos, Fernando Araujo escribe escenas para una película y una serie.
Aunque no volvieron a verse, hay algo que unirá a estos cinco hombres durante toda la vida. El 13 de enero de 2006, hace doce años, robaron el banco Río de Acassuso después de burlar a más de 300 policías.
La prensa informó que era una toma de rehenes. Los canales de noticias transmitieron en vivo. Después de varias horas de tensión, la Policía entró en el banco y no encontró a ningún ladrón. Los rehenes estaban sanos y salvos. "En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores", decía una nota escrita por el líder de la banda y que fue encontrada en la bóveda.
En ese momento, los ladrones iban camino a un escondite a celebrar y repartirse el botín millonario. Fue un robo único en el mundo porque nunca una banda había combinado una toma de rehenes con un boquete. Está considerado el mejor robo de la historia policial argentina y entre los cuatro mejores robos del mundo.
Cayeron tiempo después, delatados por Alicia Di tulio, la mujer de Beto de la Torre. Fueron juzgados y condenados, pero al poco tiempo quedaron todos libres porque la Cámara de Casación bonaerense confirmó que actuaron con armas de juguete.
En la actualidad, otra cosa une a esos cinco hombres: juran que están retirados del delito. ¿Qué es de la vida de los ladrones del siglo a doce años de cometido el gran golpe?
El líder
Fernando Araujo es el verdadero ideólogo y líder del audaz robo del siglo. Nació en San Isidro, en una familia de clase alta. Artista plástico, profesor de karate y jiu-jitsu, con estudios hasta segundo año de Ingeniería electrónica. Era el más chico de la banda. Tenía 36 años en el momento del robo.
Apasionado de los deportes de riesgo, cada tanto hace paracaidismo o vuela en parapente. Podría haber sido ingeniero, empresario, arquitecto, contador, pero un día, allá por septiembre del 2004, después de tomarse dos años sabáticos, mientras cultivaba marihuana en un indoor y pintaba cuadros, se le cruzó por la cabeza una idea: robar un banco. Y no paró hasta lograrlo.
El plan era verse rodeado. Que la policía desplegara 300 hombres alrededor del edificio y pensara que todo ocurría en la planta baja con los ladrones y los 23 rehenes, pero lo importante pasaba en el subsuelo, donde rompían las cajas de seguridad con un artefacto especialmente diseñado por ellos.
Robaron unos 25 millones de 145 cajas de seguridad sin que la Policía se diera cuenta.
Conocí a medio centenar de asesinos y gángsters: pistoleros románticos, estafadores de poca monta, juerguistas sin alma, rufianes con más balas que futuro. Ladrones en cuyas memorias se ocultaba el latido de una ciudad maldita. Pero nunca había visto a un tipo como Araujo, misterioso y a la vez transparente; transgresor y al mismo tiempo respetuoso de las reglas sociales; tan obsesivo y calculador como espiritual: cuando lo detuvieron en San Juan le encontraron cuatro libros de Osho.
Araujo se convirtió en el mejor ladrón de bancos del país, pero no pertenecía al mundo del hampa. Estaba más cerca del otro lado, el de los honestos. Era la concreción llevada a su máximo extremo del hombre que fantasea con robar un banco pero nunca lo hace. Era como si él estuviese en el medio, parado entre lo bueno y lo malo. Y podía ir a los dos extremos sin hundirse o perpetuarse. Meterse en ese mundo prohibido y salir cuando quisiera y volver al mundo de lo permitido. Pero no estaba en ninguno de los dos lados. Era como un pasajero sin destino. O como "Ladrón sin destino", aquella serie de los setenta donde Robert Wagner iba por la vida "robando a los malos y seduciendo a mujeres bonitas". Había sido el ladrón de bancos perfeccionista y también el sensei respetado por sus discípulos o el artista que pasaba horas absorto pintando en su atelier.
Cuando escribí el libro "Sin armas ni rencores. La historia del robo del siglo", ocurrió un fenómeno extraño: varios lectores (entre ellos escritores, actores, un deportista olímpico de judo), me pedían que los contactara con Araujo porque habían quedado fascinados con su historia y su manera de actuar.
Por entonces, productores y cineastas lo buscaron para comprar los derechos de su historia. Pero Araujo estaba radicado en Europa. Ahora regresó al país, contratado por la empresa norteamericana Mar Vista para la realización de una película y una serie tipo "Breaking bad". Araujo escribe escenas para la película del "robo del siglo", que comenzaría a rodarse este año.
En todo este tiempo cosechó la amistad de personalidades de la talla del músico Andrés Calamaro, el ex tenista Gastón Gaudio, del bandoneonista y baterista Fernando Samalea y del cineasta Luis Ortega. Justamente se lo vio en algunas jornadas de rodajes de "El ángel", la película del asesino Carlos Robledo Puch que fue dirigida por Ortega y producida por su hermano Sebastián, KyS y Pedro Almodóvar.
La cara y la voz de la banda
Luis Mario Vitette Sellanes: la "estrella" de la banda pasa sus días en Uruguay, donde vive con su esposa Elicet y su hijo Lucciano, que tiene poco más de dos años. "Marito" fue la cara del audaz robo, por su histrionismo en los reportajes televisivos, sus ocurrencias en Twitter (tiene más de 15 mil seguidores) y por las canciones que compuso con Sergio Zajdenberg, miembro del grupo musical Los Trovadores de Venus. Vitette fue una pieza clave del asalto: además de cavar el túnel mano a mano con Araujo, fue el encargado de negociar con el policía del Grupo Halcón durante dos horas. Es el que mayor perfil mediático tuvo, lo que lo hizo cosechar de tantos fanáticos como detractores."Yo estoy retirado, y que yo sepa mis compañeros también. Ya pasó el tiempo de robar. Ahora hay que vivir lo más feliz que se pueda", dice Vitette.
Estudió teatro para cumplir ese rol fundamental para ganar tiempo, burlar a la Policía y permitirle a sus compañeros vaciar las cajas de seguridad. Recibió propuestas para ser protagonista de un documental y de una obra de teatro de humor, pero negó todos los ofrecimientos. "Tengo una contadora implacable y una billetera llena", dice cada vez que le proponen algo.
En San José, su ciudad natal, atiende una joyería "Verde Esmeralda". Sus vecinos lo definen como un hombre generoso que no olvidó sus orígenes. Grandes celebridades del mundo artístico lo pasan a visitar cuando viajan por Uruguay. Y ahora aparece como actor en un videoclip.
Su plan en lo inmediato es escribir un libro, que no tiene nada que ver con el "robo del siglo".
Vitette fue boquetero, escruchante (entrar en casas en ausencia de sus ocupantes), "hombre araña" y ladrón de bancos. Una carrera completa que, según él, llegó a su fin.
El ingeniero
Sebastián García Bolster: al principio no quería sumarse a la banda. Pero luego se convenció. A nivel periodístico tomo el apodo de "El ingeniero", pero en realidad era técnico. Se ocupó de la construcción del dique y de resolver con practicidad los inconvenientes técnicos que el líder le planteaba. No entró en el banco. Esperó desde afuera del boquete que comunicaba a la salita del banco con el desagüe fluvial por donde escaparon con 25 millones de dólares y 80 kilos de joyas.
En la actualidad, Bolster está libre, sigue trabajando en su taller, donde arregla autos y motos. No volvió a ver a ninguno de sus compañeros. Dice que fue su debut y despedida en el delito.
El primer capturado
Rubén Alberto de la Torre es el que pasó más años (ocho) en la cárcel, y acaso el que tenía mayor experiencia criminal del grupo. Fue miembro de la superbanda que en los ochenta y noventa robaba bancos y blindados. Ahora disfruta de su libertad. "Beto", como lo llaman, fue el primero en entrar en el banco, disfrazado con un delantal y una peluca, como médico. Fue miembro de la histórica superbanda. Pero su esposa Alicia Di Tullio, hermana de Pepita la Pistolera, lo delató ante los investigadores porque supuestamente pensaba fugarse con su parte del botín y una joven amante.
Fue el primero en caer preso. La Policía le secuestró un millón de dólares. No volvió a ver a Alicia Di Tullio, ni a su hijo. Ella cuida ancianos en un hospital. El 8 de enero de este año fue al santuario del Gauchito Gil en Mercedes, Corrientes, para agradecer y pedir protección, salud y que sea un año sin enemigos.
Su amigo, Julián Zalloechevarría, alias "El paisa", también está en libertad. Pasa el tiempo con su esposa y su nieto. Estudia Derecho y dice que está retirado del delito. Le gustaría abrir un restorán o bar temático sobre el robo del siglo, con un boquete y túnel incluido para que los comensales lo visiten. En el hecho se ocupó de robar los dos autos que usó la banda y fueron abandonados. Los robó, por pedido del líder, sin armas ni violencia. Además se ocupó de conducir la combi con la que fugaron y tenía un agujero en el piso que coincidía con la alcantarilla que escapo la banda. Iba a entrar en el banco, pero por una herida que tenía por un tiroteo con la Policía debió limitarse a las funciones que le encomendaron.
El último gran robo analógico
El robo al banco Río de Acassuso marco un hito en la historia. Una mezcla rara de robo y estafa. Un antes y un después. Una especie de bisagra, de transición con los delitos que vienen: robos de bitcoin, virus troyanos para tomar claves de cuentas, transferencias fraudulentas.
¿Habrá más robos analógicos? Por supuesto, todos los días. Chapuceros que le roban una cartera a una anciana o matan por un par de zapatillas. Motochorros y entraderas y salideras. Pero esos no son "grandes" robos.
Tampoco lo son, técnicamente hablando, los delitos que llevaron a la cárcel a ex funcionarios y empresarios en los últimos meses en la Argentina. Serán "incumplimiento de deberes de funcionario público, asociación ilícita, lavado de activos", pero jurídicamente hablando no calificados como robos.
El robo al banco Río de Acassuso dejó su sello como el último gran robo analógico. Así lo definió Calamaro: "Fue un asalto de generación rockera: un soplo de lirismo amoral en un tiempo donde descreemos de cualquier mecanismo estatal, político o ideológico".