El hombre que atiende en la agencia de quiniela en un barrio de Santa Fe es de pocas palabras. Cuando le preguntan por un pálpito o por el pozo mayor, se hace el distraído. Es probable que algunos de sus clientes ignoren que ese comerciante supo lo que es tener en la mano más de un millón de dólares. Pero le duró poco. El quinielero es Mario César Fendrich, el enigmático empleado bancario que un día vació el tesoro del Banco Nación y se fugó. Hoy, 9 de enero, se cumplen 23 años de su caída, después de disfrutar, según se creyó, parte del dinero con una amante 15 años más joven que su esposa. Volvió a la sociedad con las manos vacías. El botín nunca apareció y ni siquiera el insólito ladrón, un hombre que era intachable, pudo explicar que pasó con los billetes.
Después del golpe y de los años de cárcel, Fendrich puso con un amigo una fábrica de artesanías de yeso, luego se dedicó con otro hombre a sembrar frutillas en tres hectáreas cerca de Coronda, pero con el tiempo esa actividad no le resultó beneficiosa y la descartó. Hace unos años trabajó como parrillero en un club barrial. Los tiempos cambiaban: pasó de contar miles de billetes a cobrar unos pocos pesos por unas hamburguesas o choripanes.
Pero ahora atiende un local de quinielas y regalería. "La atiende él, con cara de póker. Queda a cuatro cuadras de la casa de mis padres. Mi padre, de hecho, fue compañero de escuela suyo y siempre lo definió como un buen tipo", dice a Infobae una actriz rosarina que pidió reserva de identidad.
La mujer cuenta que Fendrich "es dueño y atiende una agencia de lotería y quiniela. Lo que más me fascina de todo esto es que en la pizarra donde anota con tiza blanca el monto de los premios o pozos acumulados de la semana, donde debería decir MILLONES siempre se lee MILLÓN".
La historia del subtesorero infiel
Mario César Fendrich era el primero en llegar a su trabajo y el último en irse. Sus compañeros del Banco Nación de Santa Fe lo respetaban y sus jefes confiaban en él. Pero el subtesorero no llegó a la tapa de los diarios por ser un empleado ejemplar y rutinario.
El viernes 23 de septiembre de 1994, Fendrich saludó a su esposa y le dijo que después del trabajo se iba a pescar con sus amigos. Pero el plan era otro. Sin que nadie lo viera, robó una fortuna del banco y se convirtió en el prófugo más buscado del país. Antes de escapar, no pudo con su prolijidad de bancario y le dejó una nota a su superior, Juan José Sagardía:
—Gallego, me llevé tres millones de pesos del tesoro y 187 mil dólares de la caja.
¿Fue un arrebato inconsciente, el último intento de salvación de un desesperado o un golpe calculado milimétricamente? Para los investigadores, Fendrich planeó el robo hasta el último detalle. El viernes en que se convirtió en un audaz ladrón, abrió el tesoro con una copia de la llave del gerente. Desconectó las alarmas, guardó la plata en una caja de madera y programó el reloj trigonométrico de la puerta de la bóveda para que se abriera cuatro días después: el martes por la mañana. Por último, se fugó en su Fiat Regatta rojo.
El lunes 26, el tesorero Juan Sagardía, que volvía de una licencia porque había participado en un congreso, no pudo abrir el tesoro.
Pensó que Fendrich, su reemplazante, había cometido un error de cálculos. Algo que podía pasar. Pero a todos les llamó la atención la ausencia del subtesorero, que siempre llegaba a horario y ese día aún no se había presentado a su trabajo. Por eso llamaron a su casa. «Estoy por hacer la denuncia porque todavía no volvió de pescar», dijo angustiada la esposa de Fendrich. La incertidumbre se convirtió en sospecha.
Las autoridades del banco y la Policía intentaron abrir la puerta del tesoro, pero fue imposible. Hubo que esperar un día para que se develara el secreto. ¿Dónde estaba Fendrich?¿El dinero seguía en la bóveda? El martes, el misterio llegó a su fin: Fendrich se había llevado 3.200.000 pesos (o dólares, porque era la época del uno a uno). Había dos sacas intactas que contenían otros 2.000.000 de pesos, pero el subtesorero las había dejado. Fendrich se llevó 30 mil billetes de 100 pesos. Con su sueldo de 1200 pesos tendría que haber trabajado 222 años para ganar el dinero que robó de un día para el otro.
¿Ídolo o villano?
El caso generó comentarios de todo tipo. Para algunos, la acción de Fendrich era injustificable. Para otros, el hombre representaba una clase media postergada que hacía malabares para llegar a fin de mes. Un hombre gris que estaba cansado de cumplir órdenes.
Un empleado preso de su rutina, sin porvenir. ¿Cómo no iba a tentarse con varios fajos de billetes?
El diario Página/12 publicó una encuesta en la que el 20% de los entrevistados consideraba a Fendrich un personaje «simpático».
En un sondeo de opinión de la revista Noticias, el 32,5% de los consultados opinó que el subtesorero era un ídolo. Para el 56% era un ladrón. El 11,5% contestó «no sé».
El hombrecito gris
"Mario era honesto, pero se convirtió en delincuente con todas las letras. Hizo lo peor que una persona puede hacer: manchó su apellido para siempre", dijo Sagardía, el tesorero que recibió la nota de Fendrich. El robo lo dejó sin trabajo: los directivos del Banco Nación lo echaron por "negligente". El hombre contó su verdad en un libro: El robo nacional.
El caso también inspiró una película (Tesoro mío, con guión de Daniel Guebel), dos emisiones de los unitarios televisivos Sin condena (canal 9) y Botines (canal 13). Además Fendrich entró en el Libro Guinness de los Récords por ser el autor del mayor robo individual e incruento de la historia. Además, un grupo de jóvenes creó en Facebook el grupo "admiradores de Mario Fendrich". En Santa Fe, hasta hace ocho años, una agencia turística incluía en un tour por la ciudad un paseo por el barrio de Fendrich.
En un artículo titulado "Los héroes nunca se rinden", publicado por Página 12, Osvaldo Soriano escribió que "Fendrich pasó de ser un genio a un vulgar delincuente. Resultó un mal mentiroso con esa historia según la cual se llevó la plata apretado por la mafia. Si hubiera dicho que perdidamente enamorado de una princesa tuvo que robar para indemnizar a su familia. O que robaba para la corona…".
Caída y devoción
La aventura del subtesorero duró 109 días. ¿Qué hizo durante el tiempo que estuvo prófugo? Aún es un misterio. Se dijo que viajó a Paraguay, que paseó con su amante mucho más joven que él por las playas de Brasil, que se hizo una cirugía plástica, y que apostó parte del dinero en el casino. El 9 de enero de 1995, un día después de la trágica muerte de Carlos Monzón, Fendrich se presentó ante la Justicia de Santa Fe. Su estrategia fue entregarse ese día porque pensó que el entierro de Monzón iba a opacarlo. Pero ese día, la noticia de su reaparición compartió espacio con la despedida de los restos del ex campéon mundial de boxeo. La apariencia del ex subtesorero no parecía la de un prófugo perturbado: estaba teñido de pelirrojo, se lo veía más gordo, tenía barba, lucía un bronceado envidiable, camisa sport y sandalias franciscanas. Su aspecto dejaba en claro que no había estado oculto bajo tierra. Cada vez que lo trasladaban a declarar, muchas personas le pedían autógrafos, vitoreaban su nombre, lo aplaudían o le gritaban "ídolo". Fendrich parecía imperturbable, ajeno a lo que su acto había generado. "No me siento símbolo de nada", llegó a decir.
Ante la Justicia, el bancario ensayó una coartada inverosímil: dijo que lo habían secuestrado y que los delincuentes se habían llevado todo el dinero. Nadie le creyó. Los millones nunca aparecieron.
Se dijo que Fendrich había comprado estancias en Paraguay, que un grupo de amigos lo había estafado y que un desconocido le sacó el dinero para invertir en la Bolsa.
"Era un trabajo poco grato. La rutina a uno lo absorbe, lo atrapa y lo lleva. Nunca debí haber trabajado en un banco. Ahora soy más libre", le confesó Fendrich al periodista Eduardo Parise pocos años después del robo.
En el banquillo
En el juicio oral declararon 33 testigos. Sus amigos y ex compañeros seguían sorprendidos por el mal paso del subtesorero. "Es un pingazo. Cuando íbamos a pescar, no quería que habláramos de política y de trabajo", declaró uno de ellos. Las autoridades del Banco Nación pidieron una dura condena, para darle el ejemplo a los empleados honestos.
El 12 de noviembre de 1996, el Tribunal Oral Federal de Santa Fe lo condenó a ocho años, dos meses y 15 días de prisión por el delito de peculado. Además lo inhabilitaba de por vida para ejercer cargos públicos. Para Fendrich, ese castigo era un alivio. Un amigo suyo, Rogelio Picazo, fue absuelto: estaba acusado de ser uno de los ideólogos del robo. La Justicia estuvo a punto de desenterrar las tumbas del cementerio privado administrado por Picazo, «Parque de la eternidad», porque sospechaba que el botín estaba enterrado ahí.
En la cárcel de Las Flores, en Santa Fe, el ex empleado bancario tuvo una conducta excelente. Ni en prisión logró salir de la rutina de oficinista: le encomendaron tareas administrativas en un aula del penal. Después de cuatro años, nueve meses y 20 días de encierro, salió en libertad condicional. La Justicia le puso varias condiciones que debía cumplir durante poco más de dos años: vivir con su familia, trabajar y no tomar alcohol. Pero hubo un requisito insólito: si aparecía la plata robada, Fendrich debía llamar a los investigadores para devolverla. La plata nunca apareció. Lo único que recuperó la Justicia son los 72.000 pesos que pagó el condenado por una multa que le impusieron.
A Fendrich, su paso por la prisión lo hizo reflexionar: «Acá adentro hay más códigos que afuera». En libertad abrió una pequeña fábrica de placas de yeso para cielorrasos y de fibra de vidrio para lanchas. Luego vendió objetos de bazar. Tiempo después, en una entrevista televisiva reconoció que el robo fue planeado con un grupo de amigos en la mesa de un café.
Primero comenzó con una broma. Pero al final se ejecutó el golpe. ¿Esos amigos lo engañaron y se quedaron con el dinero? Nunca se supo. "Tal vez algún día se sepa la verdad", dijo Fendrich con tono misterioso. Hace poco dijo al medio Aires de Santa Fe, enigmático: "Me obligaron a robar".
El reposo de un jubilado
El subtesorero más famoso de la historia criminal argentina, que ahora tiene 76 años, recuperó el anonimato y no quiere dejarlo otra vez. Cuando se enteró que iba a formar parte de una colección dirigida por Jorge Lanata para la revista 23, en la que había sido elegido entre los 200 personajes de la historia argentina, el hombrecito gris largó una carcajada.
"¿Es una joda? ¿Voy a estar entre San Martín, Gardel, Perón y Maradona? La diferencia es que ellos hicieron cosas buenas. A mí no me ponen por cruzar los Andes o por ganar un Mundial. En realidad no quiero aparecer ni en una tapita de gaseosa. Hasta me cambiaría el apellido. Quiero olvidarme de lo que pasó. Todo lo que se dijo es bolazo. Quiero estar tranquilo con mi familia. Escriban lo que quieran de mí. Total, ya se dijo tanto. Mi vida no tiene nada de interesante: soy un pobre jubilado. Nunca volveré a dar una nota porque se lo prometí a mi familia", dijo antes de cortar la llamada.
Vive en un barrio de clase media frente al Parque sur de la ciudad de Santa Fe, en la calle Jujuy al 2800. Su casa es de doble piso de chalet, con barandas y ventanas marrones. Según algunos vecinos Fendrich "es una persona normal, que no se mete con nadie". "Cumplió su pena y es un ciudadano más que está reconstruyendo su vida. El hecho ha quedado guardado en la memoria colectiva de la ciudad y por tres o cuatro años la comunidad lo recordó y hasta incluso algunos lo veían por la calle y le decían ídolo. Fue el robo más importante de la Argentina, porque no se disparó ni un solo tiro y una sola persona se quedó con una cifra considerable de dinero, sin lastimar a nadie", dice su ex abogado y amigo, Antonio Ciarro.
Hincha fanático de Colón, todavía se lo puede ver yendo a la cancha a alentar a su equipo de fútbol predilecto con el bronceado que da señal de que su pasión por la pesca sigue vigente, suele participar de los torneos que organiza el club de Colastiné y recorrer el río Paraná en lancha.
En unas de sus charlas con su amigo y ex abogado, le confesó que estaba arrepentido del robo: "Ni muerto vuelvo a hacer lo que hice. Sufrí mucho e hice mucho mal a mi familia".
El hombrecito gris
Su familia es su esposa y sus dos hijos, uno de los cuales es un respetado médico gastroenterólogo que trabajó en el hospital Cullen de esa localidad.
Fendrich nunca más pasó por la puerta del banco, ese edificio colonial construido en 1891 en la esquina de Tucumán y la peatonal San Martín. El ex subtesorero extraña salir a la calle sin ser observado, ir a la cancha sin que lo saluden o le pidan autógrafos, pasear por una plaza, ir a una peña folclórica o pescar en el río Paraná sin que nadie le pregunte dónde escondió la plata. Pero lo tranquiliza no tener que levantarse temprano, afeitarse prolijamente, ponerse el nudo de la corbata y salir de su casa para ir al banco a comportarse como un autómata que cumple órdenes. Haber enterrado esa rutina para siempre —una rutina que cada vez lo asfixiaba más— lo alivia.
Lo hace sentir, por fin, un hombre libre.