A eso de la ocho de la noche del domingo me llama mi hermana Irene. Está sollozando. Alcanzo a oír algo terrible:
–María tuvo un accidente muy grave en la bañadera…
–Pero… ¿cómo está?
–(Llorando sin consuelo) No se pudo hacer nada… Los médicos hicieron todo lo que pudieron… ¡Se murió! Avisale a tu padre…
No pude seguir hablando. No podía ser cierto. Quedé atontado, sin reacción, como nocaut. Solo podía llorar. Pensé: "Tengo que contárselo a papá". Pero no me animé. Solo con mi dolor, junté fuerzas y llamé a Marialita, la mujer de papá, le conté como pude, y me dijo:
–¡Salimos para Carmel!
Yo estaba solo en casa y sin auto: se lo había llevado al teatro Leila, mi mujer. Llamé a mi amiga Susana Cepeda Kennedy, que vivía a la vuelta de casa, y le conté:
–Voy para allá y te llevo a Carmel.
Llovía. Primero pasamos por el teatro: la obra había terminado, pero Leila ya se había ido a llevar a unas amigas de nuestra hija Victoria. Llegó apenas unos minutos después. La abracé, le conté, y salimos volando para Carmel.
Manejó Leila. Yo no podía…
Llegamos pasadas las nueve de la noche. Había mucha gente, pero ya no quedaban médicos ni ambulancias.
Subí las escaleras para ir al dormitorio. María Marta estaba en el piso, con la mitad del cuerpo en el baño y la otra mitad en el dormitorio. En el mismo lugar –me dijeron– en que la había puesto Carlos (Carrascosa) después de encontrarla a horcajadas en la bañadera.
Me arrodillé a su lado. La miraba y no podía creerlo. La acaricié y la besé. No vi en su cara nada que llamara la atención. ¿Cómo pudo pegarse semejante golpe?
Sentados en el piso, apoyados contra la pared que daba al baño, estaban mamá, mi hermana María Laura, y Dino, mi padrastro.
Mamá me consolaba:
–Quedate tranquilo, Horacito, que ya se va a despertar.
María Laura la agarraba de la mano.
Dino tranquilizaba a mi mamá.
Todo era horriblemente real y extrañamente irreal.
Las imágenes de ese domingo pasaron muy veloces por mi cabeza. Imágenes normales, banales. Desayuné, leí La Nación, hice el crucigrama. Nada especial. O algo, sí: a la tarde jugaban River y Boca…, y Leila, mi mujer, actuaba en la obra anual que hacen los padres del Colegio Saint Mary, donde va mi hija Victoria. Almorcé con Ignacio, mi hijo. Y creo que dormí la siesta…
Pero ahora ya es de noche, casi las once, y María Marta está muerta, y los recuerdos no dejan de desfilar…. Más allá de las normales peleas entre hermanos, mi relación con ella fue fantástica. Como yo no tenía un hermano varón, ella me hacía la gamba… Se ponía de arquera, o me pateaba al arco…
En cambio, con María Laura me peleaba mucho, y María Marta actuaba como componedora.
Crecimos, hubo novios, novias…
En julio de 1971, María Marta se casó con Carlos…
Siempre la admiré por su inteligencia. Se recibió de socióloga. Me acompañó en todos mis proyectos periodísticos. ¡Más de diez años! Pero le costaba mucho seguir: su trabajo solidario en Missing Children y su programa de radio en Pilar la absorbían mucho…
Las horas pasan y sigo atónito, triste, lloroso, desecho. Sentía que me dolía el alma…
¿Cómo era María Marta? Muy reservada. Rara vez contaba sus cosas. Pero sus consejos eran muy sabios. Le encantaba ser vicepresidenta de Missing Children.
No puedo creer que esté muerta. La extraño mucho… Pero tengo que reaccionar. Salir del shock. Me levanté y fui a verlo a papá. Estaba sentado en el sofá del antedormitorio con su mujer, Marialita.
Devastado, sin reacción, preguntaba qué había pasado, por qué estaba ahí, decía que no podía ser que María Marta estuviera muerta, que los hijos no pueden morir antes que los padres…
¿Y Carlos, qué? Cuando lo vi, después de abrazarlo, le pregunté:
–Gordo, ¿qué pasó?
Pero era un ente sin reacción. Hasta que me dijo:
–Fue accidente, me dijeron los médicos, y no hubo nada que hacer.
No pudo hablar más.
Y tampoco le pregunté.
Sé que amaba a María Marta. Que se conocieron de chicos. Cuando se casaron, María Marta tenía dieciocho años.
No los recuerdo discutiendo. Jamás. Eran el uno para el otro.
Ya alta la noche, todo se agita. Bajo, y en el living me cruzo con Sergio Binello, amigo íntimo de Carlos y María Marta. Hablaba por el celular. Me dice:
–Horacito, está viniendo la policía…
Me asombro. ¿Por qué, si fue un accidente hogareño? Yo no tenía ninguna duda. Y le digo:
–Dejá, yo me ocupo.
Lo llamé al comisario Casafús, con el que hablábamos casi todos los días. Y justo ese domingo, porque él es bostero, y yo, gallina.
Me atendió. Como pude, le conté lo que había pasado, y le dije textualmente y llorando:
–Por favor, si vienen, que tengan consideración y discreción, por el estado de shock en el que estamos todos, y sobre todo mis padres.
Lo juro: jamás tuve intención de impedir que actuara la policía. Es más: en su primer testimonio, el 13 de diciembre de 2002, Casafús declaró bajo juramento exactamente lo que le dije.
Después, cuando empiezan a embarrar la cancha, lo echan de la policía por sospechas de enriquecimiento ilícito, elige culparme de sus males, y cambia su declaración para ensuciarme, injuriarme, y calumniarme…
Ya volveré sobre esa historia cuando les cuente el día 28 de octubre…
Pasadas las once de la noche me llama John (Juan Hurtig, mi hermano), y me dice:
–Vení al baño. Quiero mostrarte algo que encontramos cuando levantamos a María Marta para llevarla a la cama.
Voy. En el baño estaban Yayo, mi cuñado, el marido de María Laura, Dino, mi padrastro, y John.
Me muestran un pedacito de metal color gris, achatado en una de sus puntas. Los miro. Les pregunto para qué me llamaron, y qué era eso. No tenían idea.
–Lo encontramos debajo del cuerpo de María Marta…
Por su forma me pareció un pituto. Como llamo a cualquier cosa cuyo nombre no conozco… Por ejemplo, a los sostenes de los estantes de las bibliotecas.
Lo llamamos y se lo mostramos a Carlos: él tampoco sabía qué era.
Revisé los estantes del mueble que está debajo del lavabo del baño. No faltaba ningún sostén.
Nos imaginamos que era algo de los médicos, perdido mientras trataban de reanimar a María Marta, eso nos dijo Carlos que estuvo solo unos segundos y se fue.
Nos miramos, nos pareció lógico y decidimos tirarlo. John lo tiró al inodoro…
Alrededor de las 3 AM del 28 de octubre me fui a casa a descansar para volver a la mañana del día siguiente.
En la próxima entrega les contaré del 28 de octubre, un día clave.