Rubén Alberto de la Torre jura que el Gauchito Gil nunca le falló. Uno de los primeros pedidos que le hizo, hace 12 años, fue que su mujer se curara de un tumor. Recorrió desde Buenos Aires más de 700 kilómetros en auto hacia al santuario, en Corrientes, y le pidió un milagro. "Al poco, tiempo la operaron y se curó", cuenta De la Torre, ex miembro de la superbanda que robaba bancos y blindados. Aunque la historia con su mujer, Alicia di Tullio, terminó mal: lo delató como uno de los integrantes de la banda que el 13 de enero de 2006 robó el banco Río de Acassuso. Y fue preso.
El ex pistolero también visitó el templo cuando quedó en libertad y hace años lo hacía antes o después de un golpe. "Este año le voy a pedir por salud, protección y para que me aleje a los enemigos", aseguró a Infobae De la Torre. Es uno de los miles de peregrinos que fueron hasta Mercedes, Corrientes, donde entre hoy y mañana se celebra el culto al Gauchito Gil, el santo pagano adorado por los delincuentes y al que el submundo del hampa le atribuye el "milagro" de desviar las balas enemigas.
En Corrientes hay más de 250 policías que participan del operativo de seguridad: en 2017, más de 250 mil personas fueron a rendirle culto al Gauchito, en la Ruta 123. Se cumplen 140 años de su muerte.
En su libro Necromanías, Claudio Negrete define a Antonio Mamerto Gil Núñez, el Gauchito, como un desertor y un matrero. "Dicen que lo mataron por negarse a pelear en el bando de los liberales: los soldados de una partida lo localizaron, lo degollaron y lo colgaron cabeza abajo porque no soportaban la mirada del muerto; otras historias cuentan que lo asesinó la policía en una emboscada; que perdió la vida en un duelo entre gauchos y hasta existe una versión que sostiene que, como desertó del ejército, se vieron obligados a fusilarlo".
Hugo "La Garza" Sosa, ex ladrón de blindados, tiene otra versión: "Era un Robin Hood argentino, lo mataron un 8 de enero justo donde se le rinde culto. Les robaba a los ricos para repartirlo a los pobres. Y lo mató la policía porque se dice que la mujer de un policía se había enamorado de él. También se dice que la madre enferma del policía que intentó reanimarlo se curó gracias al Gauchito".
De la Torre cuenta que el Gauchito era Devoto de San La Muerte. "Tenía incrustada una parte de una estatuilla de San La Muerte, por eso sus asesinos pensaron que las balas no podían matarlo. Por eso lo dieron vuelta para romper esa especie de conjuro", dice el ex ladrón.
Más allá de que hubo un pedido para beatificarlo, la Iglesia no reconoce al Gauchito. Aunque su mito popular no puede negarse.
"No creo en el Gauchito. No creo en nada, ni en mí mismo. Pero tengo compañeros que le ofrendan desde balas, fierros y whisky hasta capuchas. Está lleno de santuarios rojos al costado de la ruta", dice Leonardo Mercado, uno de los líderes de la temible banda del millón, el grupo criminal que denunció a la Policía por zona liberada en un video casero en el que aparecieron con armas y máscaras.
Pero en el hampa circulan dos historias del santo profano de los hampones. Una tuvo un final trágico.
La promesa incumplida
En 2011, antes de salir de la cárcel, Diego "El Sucio" Guardo le contó a un compañero que le iba a agradecer al santuario del Gauchito Gil en Corrientes. "Le debo la libertad", le confesó. Con una banda habían matado a dos policías en el robo a un blindado.
Pero "El Sucio" sabía que era un hombre muerto. "Me van a cargar la muerte de los canas", le dijo a un amigo. Después de salvarse de aquel tiroteo de diciembre, cuando huía con la imagen de San la Muerte, se ocultó en varios lugares. A los días robó una Volkswagen Suran en Grand Bourg. Un patrullero le dio la voz de alto. Siguió a toda velocidad. Se bajó y corrió. Se metió en la casa de un remisero que arreglaba el auto en el fondo.
"Qué hacés flaco, rajá de acá. Saltá la reja y andate. Estoy laburando", le dijo el remisero. Guardo amagó con tomarlo como escudo humano pero se arrepintió cuando una perra se le tiró encima. Se sacó la remera y, según la versión policial, se parapetó detrás del Fiat Duna del chofer y disparó al mejor estilo de la Garza Sosa: con una la Glock calibre 40 en una mano y un revólver 38 en la otra. El remisero se metió en su casa. Escuchó el ruido infernal de la balacera. Los policías saltaron por los techos y mataron a Guardo de tres balazos: uno le entró en el pecho, otro en el mentón y el último en la axila. Cuando salió, el hombre lo encontró tirado en el piso, en un charco de sangre.
–Estás frito, pibe –le dijo.
Guardo, que agonizaba y temblaba, le entregó su última mirada. No era la mirada que las cámaras registraron en la famosa toma de rehenes. Era una mirada que buscaba piedad. Cuando los policías se acercaron y lo tocaron, comprobaron que su corazón no latía. Sus ojos seguían abiertos y sus manos habían caído hacia los costados. "El Sucio Guardo" acababa de morir en su ley. Para uno de sus amigos y ex compañeros de prisión, no cumplirle la promesa al Gauchito le costó caro.
El 31 de julio de 2009, el Gordo Luis Valor –ex líder de la superbanda que robaba blindados– fue perseguido por más de 10 patrulleros a toda velocidad por la ruta. Su esposa, que tomaba mate amargo con su madre, oyó las sirenas, pero nunca pensó que esas patrullas tenían una sola misión: cazar –como sea– a su marido.
Valor dice que iba a más de 150 kilómetros por hora. También recuerda que las balas atravesaron el auto de par en par y le pasaron por al lado de su oreja derecha.
"Un milagro me salvó la vida", le confesó a su mujer durante una visita, mientras en un repasador florido que había puesto sobre la mesa dibujaba las calles por donde lo persiguieron. Lo último que recuerda es que del tablero del auto se le cayó una estampilla del Gauchito Gil.
Valor no rezó en ese instante: sólo se agachó a recoger la estampilla, que había caído en el pedal del acelerador. La urgencia lo cegó: cuando se levantó para retomar el volante, vio de frente, a seis metros, una fila de árboles. No los pudo esquivar. Chocó. Si hubiese esquivado esos árboles, piensa ahora, no habría podido escapar de los policías que le estaban por cerrar el paso y no hubiesen dudado en disparar. Valor despertó a los pocos minutos, tirado en el pasto: vio las botas policiales. Su vista nublada le hizo pensar que estaba en una pesadilla confusa, como las que había tenido en todos los años que estuvo preso. Las botas lo rodearon y comenzaron a patearlo. Primero para ver si estaba vivo; después para darle un escarmiento. En la mano derecha, Valor tenía la estampilla de Gauchito Gil.
"Estás hasta las pelotas", le advirtió uno de los policías. Lo llevaron esposado, hacia uno de los patrulleros que antes lo había perseguido. Valor apretó las manos con fuerza, como si quisiera despertar de un sueño pesado. Pero al abrir las manos encontró arrugada la estampilla. En ese momento, supo que no estaba soñando. Lo entristeció el hecho de volver a la cárcel. Lo alivió pensar que lo había salvado, lo que para él fue un milagro.