A tres años del crimen de Lola Chomnalez: la Justicia uruguaya y la búsqueda de la verdad

La adolescente apareció asesinada en una playa de Uruguay, donde había ido de vacaciones con familiares. La Justicia uruguaya todavía no pudo dar con los responsables del hecho

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Lola Chomnalez (NA)
Lola Chomnalez (NA)

Lola Chomnalez tenía quince años cuando hace tres años decidió viajar de Buenos Aires hacia Uruguay, más precisamente al balneario de Valizas a pasar unos días de vacaciones junto a un parte de su familia. La historia es conocida: llegó un 26 de diciembre y a los dos días apareció asesinada en una duna de la zona. Tenía un puntazo en un brazo y un golpe en la cabeza. La muerte fue por asfixia. Es evidente que peleó hasta el último minuto para conservar su existencia, pero no pudo repeler al agresor. Quizás inferioridad física, quizás la fuerza del atacante, quizás, muchos quizás aún por esclarecerse.

Hoy, con más perspectiva se puede ir comprendiendo algo más lo sucedido. Una jueza suplente actuó en el caso. Pasados unos días arribó la jueza titular. Estas situaciones no son ideales, porque no siempre quienes hacen las suplencias, en las ferias judiciales, tienen el mismo expertise que los titulares y no actúan necesariamente con la precisión y la celeridad que corresponde. Esto no ayudó a una investigación con semejante rotación de aquellos que tienen la obligación de investigar. Hubo también cambios en las fiscalías que abordaron el caso (ya van tres fiscales). Otro asunto no menor que complicó el esclarecimiento de los hechos. Cada vez que ingresa un nuevo fiscal o un nuevo juez el caso vuelve hacia atrás (en el tiempo), porque los nuevos protagonistas tienen que comprender y compenetrarse con cientos de detalles. Todo eso generó una actuación poco estimulante en términos de resultados, o sea, en la búsqueda de la verdad.

La causa sigue abierta y no hay reproche penal a la vista en el juzgados. Nadie se debería ofender porque se sostenga que una causa abierta es una recriminación frontal para la Justicia actuante.

Si los que tienen que investigar no están a la altura de las circunstancias para interpretar los datos, los indicios que se les presentan, para hacer las presunciones probables, no alcanzarán jamás a estructurar elementos de convicción suficientes que permitan ambientar una imputación penal con elementos probatorios consistentes. Y si los interrogatorios no son realizados con pericia criminológica y psicológica acorde a los tiempos en que vivimos, simplemente se pierde una oportunidad única de adentrarse en el complejo mundo de una mente criminal que, muchas veces, tiene la capacidad de manipular y esconderse detrás de sus dichos.

En la búsqueda del asesino se descartaron algunos lugareños porque parecían no tener vinculación con los hechos. Todo fue dinámico y mediático. Se descartaban personas, luego parecían volver a estar relacionados con la causa (algunos y otros) por la presión mediática y esa ciclotimia fue para adelante y para atrás, con muchos de los que de alguna u otra forma tuvieron contacto con Lola en las cuarenta y ocho horas previas a su muerte.

Los padres de Lola Chomnalez en su casa (Martín Rosenzveig)
Los padres de Lola Chomnalez en su casa (Martín Rosenzveig)

Los medios de comunicación siguieron el tema minuto a minuto durante quince días. Luego, irrumpió el silencio más profundo. Otra tragedia se tragó la atención de los medios hasta el presente: la muerte del fiscal Alberto Nisman copó la atención de todo lo que estaba sobre la mesa. Así fue como Lola Chomnalez desapareció definitivamente para los medios de comunicación. Y al ser así ya casi no fue tema para nadie más. Solo su familia más íntima pelea por ella. Su madre y su padre viven el día a día sin odio pero con la imposibilidad de realizar un duelo digno hasta no saber qué fue lo que efectivamente sucedió y hasta que la Justicia no castigue al (o los) que acometieron semejante afrenta. El infierno de esos padres no es un asunto menor, es una deuda que se tiene para con ellos y que debe ser salvada. La paz solo llega con toda la verdad.

Es injusto que esto sea así, y resulta inquietante que una tarde de verano en una playa del Uruguay, siempre con gente por todos lados, una chica desaparezca sin dejar rastros, sin la mirada de algún testigo, sin una idea concreta de lo que sucedió (si hubiera sucedido al atardecer da exactamente igual). Es increíble que los involucrados no hayan sido interrogados a fondo, nuevamente, si hubiera alguna duda. Sean quienes sean.

Porque dudas sobran y el caso permanece abierto. No se entiende cómo un caso de este tenor se esfuma del mapa de nuestras preocupaciones y ya nadie se inquieta por él. Habla mal de nosotros semejante talante.

Los abogados sabemos que hay causas con una opacidad descomunal, donde lo coyuntural y la mala suerte pueden generar un caso de naturaleza dificultosa de resolver. Abundan datos, versiones, personas relacionadas, de alguna u otra manera, con la muerte de la jovencita y parecería que no siempre se suministró la versión exacta de los hechos.

La verdad solo sirve en la Justicia si la verdad material es igual a la verdad en los hechos. La verdad del expediente no le alcanza a nadie. La verdad de lo sucedido es lo único que calma, por lo menos en parte, la conciencia de todos. En ese camino hay que seguir insistiendo para que la Justicia actúe en el Uruguay y que avance en un caso que merece ser resuelto.

Por la dignidad de Lola, por su familia, por la sociedad toda que merece saber lo que pasó y por la Justicia que solo recupera presencia cuando actúa esclareciendo lo que ocurrió.

Todo lo demás es lo de menos y ya no interesa.

El autor es abogado, profesor y ex diputado uruguayo.

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