Una menor sufrió un brutal abuso grupal en un centro de adictos: el juez absolvió a los acusados

Una joven de 16 años fue remitida por la obra social del SUTERH a un centro de tratamiento en Belgrano. Allí, conoció a tres adictos a la cocaína que la doblaban en edad. Las pericias del cuerpo médico forense y los fundamentos del polémico fallo

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La entrada del Centro Configuraciones,
La entrada del Centro Configuraciones, donde la víctima conoció a los acusados y donde habrían ocurrido varios de los abusos.

Fue un viaje en colectivo desde Belgrano a San Fernando, tres hombres y una chica, M.O. sus iniciales.

Ocurrió entre agosto y octubre de 2012, se dirigían a la casa de uno de ellos. Habían salido de un centro de tratamiento de adicciones, Configuraciones, ubicado en la avenida Congreso, en Belgrano. Los tres varones eran adictos a la cocaína, adictos con más de una década de consumo; la chica, no tanto, quizás no se podría decir si era efectivamente adicta a las drogas o no, había consumido marihuana, probado la cocaína y el LSD. Los tres varones tenían cierto status en el centro Configuraciones, dentro de su lógica interna: "referentes positivos", se los llamaba, con acceso directo a los directivos de la institución, una pequeña posición de poder. La chica no tenía esa posición de poder. "A que no te animás", le dijeron en el colectivo: "Sos pendeja, tenés que tener más experiencia", "dejala, ¿no ves que no se anima?", se burlaban entre ellos mientras le tocaban los pechos y le rozaban la vagina.

M.O., finalmente, tuvo relaciones con los tres adictos, por vía oral y vaginal, en turnos, un hombre tras otro, en la casa de uno en San Fernando, en la casa de otro en Belgrano. Los hombres jamás usaron preservativo. Los encuentros sexuales, según su propio relato, ocurrieron también en el centro Configuraciones, tocamientos, una fellatio bajo la escalera. Los hombres tenían sus mecanismos de control: aseguraban que la iban a filmar, que el mundo entero vería ese video. Amenazaban con contarlo. En el centro Configuraciones, tener sexo entre pacientes era una transgresión en la jerga del lugar, una suerte de delito interno. La joven, para estos tres hombres se convirtió en "la cachorrita", "la piba", "la pendeja", una suerte de objeto. Los apodos denigrantes no eran por nada.

M.O. había llegado al centro Configuraciones luego de rateadas y problemas disciplinarios en su escuela, con un consumo de drogas evidente. Su padre, portero, encontró una posibilidad de tratamiento en el Configuraciones, un centro de día, donde los pacientes eran depositados a la mañana y retirados a la noche y que era parte en ese entonces de la obra social del SUTERH. La anomalía de por sí era grave: M.O. tenía apenas 16 años cuando ingresó al lugar, cuando los abusos sexuales ocurrieron. Los hombres que la atacaron casi la doblaban en edad, dos de ellos tenían hijos y parejas conformadas.

El cuadro general no se ve para nada bien. Menores y mayores mezclados, abuso sexual, todo en el contexto de un centro de tratamiento para adicciones en donde uno de los sindicatos más poderosos del país deriva a la hija de uno de sus afiliados. La casa de M.O. recibió una amenaza telefónica tiempo después de los abusos: la cabeza de su madre rodaría por la calle si contaba lo que pasó.

Con el tiempo, M.O. comenzó a mostrar secuelas típicas: duchas compulsivas, miedo a salir. Contó lo que sufrió, primero a una tía. Su padre se enteró y decidió denunciarlo, un caso que recayó en la Fiscalía N°43. M.O. lo contó otra vez, a los investigadores del caso, a las ginecólogas que la revisaron, a psiquiatras del Cuerpo Médico Forense especialistas en adolescencia.

El expediente fue eventualmente elevado a juicio, un proceso unipersonal a cargo del doctor Luis Salas en el Tribunal Oral Criminal N°1 de la calle Talcahuano, con la fiscal general Mónica Cuñarro como acusadora. El delito del que fueron imputados los tres hombres fue de abuso sexual reiterado. Cuñarro subió la calificación: pidió que se integre la figura de acceso carnal en concurso real, mediante abuso coactivo intimidatorio, en una relación de poder y autoridad desigual. "Ellos eran los que mandaban, me decían 'vos andá a limpiar los consultorios' y cerraban la puerta", aseguró M.O. ante un psicólogo del Cuerpo Médico Forense: allí ocurrieron los manoseos en Configuraciones.

El alegato de Cuñarro ante el juez Salas fue duro. Pidió trece años de cárcel para los presuntos abusadores, más que la pena mínima por homicidio que prevé el Código Penal. Aseguró que M.O., iniciales de fantasía empleadas para proteger la identidad de la entonces menor, hoy de 21 años, no pudo consentir los actos porque fue "objetivada, afectada por una relación desigual de poder", que la joven "nunca consintió los abusos".

Los tres acusados declararon en el juicio ante el juez Salas: contaron sus historias de vida tristes, negaron haber mantenido relaciones sexuales con M.O. a pesar de que la joven pudo describir cabalmente sus penes en la causa. El abogado defensor de uno de ellos, ante esto, esgrimió que la joven tenía "un conocimiento bastante acabado" a pesar de su corta edad, mientras atacaba el testimonio de la víctima, apuntando a su vida sexual promiscua, a su consumo de drogas, a sus fugas del hogar. Otro abogado defensor pidió, directamente, la nulidad de todo el proceso aduciendo dificultades para ubicar los abusos en un marco temporal, un planteo que no prosperó.

En sí, determinar si hubo consentimiento o coacción, si M.O. tuvo sexo consentido o forzado con estos tres hombres en una situación completamente anómala, era la principal preocupación del juez Salas y del proceso en sí. El 17 de septiembre, Salas emitió su fallo. "Es un tema que me preocupa", aseguró el juez en diálogo con Infobae: "He sido duro en casos de abuso, pero no encontré ningún elemento para determinar la existencia de coacción". La materialidad de los hechos está comprobada según Salas: los coitos vaginales en las casas de los imputados, las fellatios y apoyaturas de miembros en el Centro Configuraciones. Sin embargo, en un tribunal de un solo hombre, sin votos en disidencia, Salas absolvió a los tres acusados.

"Estoy mal, desilusionada", dice S., la madre de M.O.: "Se me aflojaron las piernas cuando me enteré. Lo estoy padeciendo sola esto, con mi marido. Mi hija cada dos por tres pregunta qué pasa. Odia a los hombres, está arisca, resentida por dentro, el daño le quedó. Yo le diría al juez que cómo puede ser que los haya absuelto. Están las pruebas, todas las cosas que mi hija tuvo que atravesar".

Infobae accedió al fallo completo. El juez valoró para su decisión, por ejemplo, que M.O. accedió verbalmente a tener sexo. "Fue un histeriqueo", en palabras de la entonces menor, que "como aceptó la primera vez no iba a decir que no las veces siguientes". Un amigo de la joven que declaró en el juicio afirmó que M.O. le contó que "había tenido relaciones sexuales por propia voluntad". Salas valoró los análisis de los peritos psicológicos de la defensa de la misma forma en que valoró a los del Cuerpo Médico Forense: los peritos de la defensa no solo no entrevistaron a la joven -"equivaldría a revictimizarla", dijo el juez- sino que tampoco estaban especializados en adolescentes, sino en adultos.

"Me sentía una mierda", aseguró M.O., complacer era su principal objetivo. "Trastorno de personalidad no especificado", fue el diagnóstico que recibió la joven en el centro Configuraciones y que sostuvieron los peritos de la querella, el mismo que tuvieron los acusados en el centro, una suerte de vaguedad.

La pregunta se vuelve elemental: ¿podía una adolescente virtualmente quebrada por dentro en su autoestima genuinamente decir que sí? Salas apuntó de acuerdo a su valoración de la prueba que los tres acusados no podrían advertir su fragilidad  interna al ser "legos" en materia psicológica.

M.O. fue analizada por dos peritos distintos en el Cuerpo Médico Forense. Un test de Bender aplicado a la víctima reveló "inestabilidad emocional, impulsividad, ansiedad encubierta y dificultad en vínculos interpersonales, gran vulnerabilidad y fragilidad psíquica", apunta un documento del CMF. "No sé lo que voy a hacer, tengo miedo de salir, no puedo dormir, duermo muy tarde, tengo pesadillas", afirmó M.O. Hay frases peores en su pericia: "Tengo ganas de cortarme las venas, de ir a drogarme hasta morir".

"Fracasos en atravesar la etapa evolutiva adolescente", continúa el informe, que marca situaciones de violencia familiar, un hermano adicto que le robó a su familia, una prima suicida que murió ahorcándose, lo que disparó su consumo de drogas. Para al menos un perito de la Corte que la analizó, M.O. no tenía una sola chance: su consentimiento no podía ser posible. "No se encontraba en condiciones de consentir libremente los actos sexuales detallados", consignó el informe, una imposibilidad que "converge con ostensibles y abultados signos de que la niña desaprueba lo ocurrido y de que habría sido objeto de apropiación psico-sexual por parte de figuras de autoridad".

"Yo antes obedecía todo, ahora ya cuestiono. Estaba re confundida, tengo una historia con eso, de no poner límites con la persona con la que estoy, yo quiero que sientan que los satisfago… En ese momento no entendía, no pensé que era tan grave, hasta que empezaron los seminarios que decían 'hacete respetar'", continuó la joven en la pericia.

Sin embargo, a pesar de todo este cuadro de debilidad, Salas afirmó en su fallo "la ausencia de toda violencia o coerción de parte de los acusados en forma previa o concomitante a las relaciones sexuales entabladas". La pregunta es sencilla: ¿hace falta golpear o amenazar con una pistola a la mujer para violarla?

Salas también descartó los amedrentamientos a la menor para que se calle al ser algo "posterior a la realización de los actos" por lo que no tuvo, en su valoración, ninguna incidencia, a pesar del llamado recibido, de la amenaza de que la cabeza de su mamá rodaría por la calle. Su debilidad y fragilidad, según Salas, es "endógena", por lo cual "no puede ser atribuida a los acusados". Hasta ahora, no hay ninguna reparación para M.O. y su familia. "Nunca nos llamaron del sindicato", asevera su padre.

Por lo pronto, el fallo de Salas ya fue disputado: la UFEM, el ala de la Procuración dedicada a investigar y esclarecer delitos de violencia de género que intervino en el caso junto a la DOVIC, dedicada al acompañamiento de víctimas, lo recurrió días atrás en la Cámara de Casación porteña.

Mariela Labozzetta, titular de la
Mariela Labozzetta, titular de la UFEM

Mariela Labozzetta, titular de la UFEM, afirma: "Nuestra intervención tiene que ver con trabajar sobre prácticas judiciales, para fortalecer como prueba el testimonio de la víctima en los casos de abuso y violencia doméstica. Son hechos que ocurren a puertas cerradas, casi solo se cuenta con el testimonio de la víctima. Apunta a cómo el sistema de justicia sopesa el testimonio y cómo hay otras pruebas que validan ese testimonio en contexto con el resto de la prueba que lo solidifica, como los aportes de los peritos psiquiátricos".

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