Lo turbio se escribe sobre lo turbio en esta historia. Es decir, hay que ser un verdadero atrevido, hay que tener muchas agallas para secuestrar a la familia de uno de los presuntos traficantes de paco más pesados y perseguidos del conurbano bonaerense y pedir millones de pesos de rescate. Bueno, el 15 de septiembre de 2015 alguien tuvo esas agallas.
Claudio Alberto Pérez, "El Cabezón", ciertamente no estaba acostumbrado a recibir llamadas de este tipo. Pérez oyó el teléfono sonar ese día por la tarde en su casa de dos plantas y pileta de 25 metros de largo en Monte Grande. Era un extraño quien lo llamaba con noticias un poco desagradables: le anunció que había raptado a la mujer de Pérez, Mariela Jara, alias "La Tuta", y a sus dos hijos a la salida de la escuela. Se trató de un golpe comando con tres delincuentes fuertemente armados a bordo de dos vehículos, una Ford Ecosport y un Chevrolet Astra negro.
Pérez comenzó a gritar, irritado; el secuestrador cortó la comunicación. Quizás sospechando una mexicaneada, una suerte de secuestro virtual, "El Cabezón" llamó al colegio al que asistían sus hijos: allí le informaron que no habían llegado. De inmediato, llamó a su abogado, Carlos Broitman, defensor de imputados de peso como, por ejemplo, Ibar Esteban Pérez Corradi, para avisarle del secuestro; Broitman se presentó en los tribunales de Lomas de Zamora para denunciar el hecho poco después.
El secuestro claramente no fue al voleo: el calibre de las víctimas y el despliegue táctico del ataque hablaban de una inteligencia previa. "Los secuestradores tenían handys y chalecos de la Policía Federal: sabían muy bien a quién se llevaban", aseguró una voz policial. El secuestrador que llamó a la casa de Pérez fue al menos ambicioso. Según el "Cabezón", la voz del otro lado del teléfono le pidió $15 millones.
Pérez, de 48 años, monotributista y exitoso vendedor de autos según él mismo, no era cualquier vecino de Monte Grande. Pérez fue durante años un blanco fijo de la Policía Bonaerense, con la división Drogas Ilícitas de Lomas de Zamora detrás suyo. "El Cabezón", petiso, con la piel cargada de tatuajes de calidad dudosa, fue arrestado en diciembre pasado en su casa tras una investigación encabezada por el juez Patricio Santa Marina, el secretario Augusto Peloso y el fiscal Leonel Gómez Barbella luego de más de un año de tareas de inteligencia con 25 líneas de teléfono intervenidas. En el allanamiento le encontraron varias armas de fuego y medio kilo de cocaína dentro del tambor de un secarropas.
Otros 15 miembros de su banda cayeron junto a él, incluido su hermano, Daniel, y su mujer, Jara, en otros 38 allanamientos en donde se encontraron unas cuatro mil dosis de pasta base. La acusación formal en contra de Pérez: ser el jefe de la venta narco de su barrio de origen, El Pantano, una zona carenciada en Monte Grande llamada así por su facilidad para inundarse. El producto del "Cabezón" estaba lejos de ser premium: la cocaína que supuestamente vendía estaba altamente estirada.
En agosto último, la Sala I de la Cámara Federal de La Plata confirmó el procesamiento del "Cabezón", actualmente detenido en un penal bonaerense, por los delitos de comercio de estupefacientes en concurso real con lavado de activos. Mientras tanto, la Justicia nunca dejó de investigar el secuestro de su mujer e hijos.
Leonel Gómez Barbella, el fiscal encargado de encarcelarlo en su causa de drogas, fue quien se encargó del caso. Logró un imputado por el hecho, Rubén Alberto Alvarado, de 59 años de edad. No le hizo falta arrestarlo: ya estaba preso por robo en el penal de Marcos Paz. Hubo un segundo detenido, que fue absuelto y liberado por falta de pruebas.
Hoy, el fiscal Gómez Barbella comienza a cerrar la historia: Alvarado fue elevado a juicio oral por el delito de secuestrar y cobrar rescate por el rapto de Jara y los dos hijos del "Cabezón", apenas $77 mil, unas cadenas de oro y dos relojes baratos, una pequeña miseria en comparación con los $15 millones que Pérez reconoció en declaración testimonial que los captores le habrían pedido.
En su indagatoria, Alvarado negó ser el responsable del hecho. Aseguró ser fletero, almacenero y kiosquero, también repartidor de pollos junto a su hijo. Su ficha reveló un dato curioso: había sido sargento de la Policía Federal, años atrás, hoy retirado.
Alvarado afirmó que dejó la fuerza por presiones de altos comisarios, que la investigación en su contra por el secuestro de la familia de Pérez estaba sucia. La sección Acústica Forense de la PFA y la Dirección de Criminalística de Gendarmería participaron en el caso y determinaron que la voz de Alvarado era la misma que se oyó en las negociaciones del rescate, la principal prueba en su contra.
La gran mayoría de los secuestros extorsivos en la Argentina, de acuerdo a estadísticas de la UFESE, la unidad antisecuestros de la Procuración encabezada por el fiscal Santiago Marquevich, duran unas tres horas en promedio. El rapto de Jara y los hijos del "Cabezón" se aleja totalmente de la norma bonaerense, por largo, por elaborado y por preciso.
Para empezar, los secuestradores, de acuerdo al relato de Jara, decidieron enviar a la mujer del capo de vuelta a Monte Grande para negociar la libertad de sus hijos; los gritos del "Cabezón" en el teléfono no eran un buen signo. Fue liberada en La Tablada, a donde fue llevada con la cara tapada, en la parte trasera de un auto blanco. Al soltarla, los secuestradores le dieron cien pesos para un remise y un celular en donde la llamarían en el curso de una hora y media. Las pretensiones del rescate ya habían bajado: pidieron no 15, sino $3 millones de pesos.
Finalmente, aceptaron la oferta del "Cabezón": $77 mil, algunas joyas y relojes. El pago debía realizarse cerca de un supermercado Coto en Ciudadela. Horas después, su hijo mayor llamaba desde una estación de servicio Shell en Morón, ya libre.
El secuestro de su mujer e hijos no fue el único hecho que sufrió Pérez en los últimos años. Vivía en cierta paranoia en su casa de Monte Grande, donde tenía caniles con perros bravos. Había sufrido un extraño intento de robo con asaltantes que saltaron a su jardín. Pérez, solía, por ejemplo, llamar a sus subalternos para que lo vigilasen mientras entraba a su casa a bordo de su auto cuando se abría la reja negra. Había cámaras de domo en toda la propiedad. Así su día, básicamente, pasaba en un sillón, con varios teléfonos en la mano: apenas salía, por ejemplo, para que le colocasen implantes capilares para disimular su calvicie en una reconocida empresa.
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