Apareció "Maguila", el integrante del clan Puccio que logró eludir su condena

Reapareció en San Telmo la semana pasada. Daniel Puccio, miembro del clan familiar que en los 80 secuestró y mató empresarios, nunca cumplió su condena de 13 años. Historia secreta de cómo burló a la Justicia

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Los Puccio en su casa
Los Puccio en su casa de San Isidro: Alejandro, Silvia, Daniel “Maguila”, Guillermo, Epifania, Arquímedes y Adriana. (Gente)

Daniel Arquímedes Puccio Calvo, tercer hijo de Arquímedes Puccio y de Epifanía Calvo, fue atrapado por la policía el 23 de agosto de 1985, cuando la justicia corrió el telón sobre la macabra historia del Clan Puccio: pesadilla y tragedia que aún hoy, pasado más de tres décadas, todavía estremece y roza lo increíble. Arquímedes padre, oscuro personaje ligado a servicios de Inteligencia, y de extrema derecha (nazi, en realidad), dueño de la casa de Martín y Omar 544, corazón de San Isidro, parecía el jefe de una familia ejemplar: mujer, cinco hijos, buen vecino, con un tic extraño: barrer continuamente la vereda… En cuanto a Daniel, apodado "Maguila" por el cómico gorila de un dibujo animado popular en los años 60, entonces de 24 años, poco que decir: jugador de rugby del CASI como su hermano Alejandro.

Arquímedes había inventado lo que definía como “una industria sin chimeneas y mano de obra barata”

Pero detrás de las paredes de la respetable familia latía una sucursal del Infierno. Arquímedes, su demonio, había inventado lo que definía como "una industria sin chimeneas y mano de obra barata": el secuestro sin dejar rastros; cobrar el rescate y asesinar a la víctima. El primer eslabón fue construir una celda en el sótano, disimulada con un mueble. Un atroz bunker de cemento donde los prisioneros eran sujetados con grilletes hasta su minuto final.

El sótano en la casa
El sótano en la casa familiar de Martín y Omar al 500, corazón de San Isidro, donde mantenían cautivas a las víctimas

Objetivos: personas ricas, en algún caso ligadas a la familia por amistad, y por eso mucho más fáciles de caer en la trampa.  Así, entre el 22 de julio de 1982 y el 23 de agosto de 1985, desfilaron Ricardo Manoukian, dueño de un supermercado; Eduardo Aulet, ingeniero, jugador del CASI y compañero de equipo y amigo de Alejandro Puccio (hijo mayor y "mano derecha de su padre" para los investigadores, "sumiso y con relación conflictiva con Arquímedes" para los más cercanos); Emilio Naum, dueño de una lujosa tienda de la calle Florida, y Nélida Bollini de Prado, viuda y madre de los dueños de una concesionaria de autos y una funeraria.

Los finales: Manoukian (23), 250 mil dólares de rescate, asesinado el 30 de julio: tres balazos en la cabeza. Aulet, 150 mil dólares, asesinado. Su cuerpo fue encontrado cuatro años después. Naum se resistió al secuestro. Muerto de un balazo. Bollini de Prado, rescatada por la policía luego de 32 días de cautiverio en el sótano. Y caída del Clan Puccio.

Arquímedes detenido y condenado a
Arquímedes detenido y condenado a reclusión perpetua (Télam)
Alejandro Puccio: fue condenado a
Alejandro Puccio: fue condenado a prisión perpetua; murió jurando que era inocente
“Maguila”, al ser detenido, en
“Maguila”, al ser detenido, en 1985.

Las condenas: Arquímedes, el jefe, reclusión perpetua. Su hijo Alejandro, prisión perpetua. Daniel ("Maguila"), trece años de prisión. Ninguno admitió sus delitos, pero el peso de las pruebas fue abrumador. Arquímedes, beneficiado por el 2×1, quedó libre en 2008, se refugió en La Pampa, y murió de un ataque cerebral. Tenía 84 años. Alejandro, liberado en 1997 también por el 2×1, volvió a la cárcel por un error técnico en el proceso que le abrió las puertas, y murió en el mismo año que su padre luego de varios intentos de suicidio. Guillermo, otro de los hijos, vivía en el extranjero cuando sucedió todo, y quizá lo ignoraba (sigue viviendo en Australia, nunca regresó). Silvia, una de las hijas, murió de cáncer en 2011. Adriana, la menor, tenía 13 años en la negra época en que su padre empezó la sangrienta saga. Al saberlo, cambió su apellido.

“Maguila” fue condenado a 13 años de prisión. Pero huyó y esperó oculto durante años a que su causa prescribiera

Pero "Maguila" escribió un segundo, largo y extraño capítulo. La justicia lo condenó -recién en 1998- a 13 años de prisión porque, según las pruebas, sólo participó con su padre en el secuestro de la viuda Bollini de Prado. Es más: la policía los atrapó en una estación de servicio, mientras intentaban hablar por teléfono con los hermanos Prado para exigir el rescate. "Maguila", entonces, fue a parar a la cárcel. Pero cumplido los dos años en prisión, fue dejado en libertad el 1° de febrero de 1988 por el tiempo transcurrido sin recibir sentencia firme. Diez años después, cuando la pena le fue impuesta, desapareció.

Paciente, con la estrategia de la araña, esperó, oculto, que su causa prescribiera. Y el 23 de marzo de 2013 se presentó en el séptimo piso del tribunal de Lavalle 1171 -oficina 207-, y reclamó el certificado de la extinción de su pena a 13 años de prisión. En un papel fotocopiado y sellado -un simple trámite burocrático-, se la otorgaron: fue su pase a la libertad. Y a la impunidad. Luego, volvió a desaparecer, como durante la década en que maquinó y cumplió su plan.

En 1996 le escribió una carta a la viuda Bollini de Prado, su víctima: “Hubiera preferido pedirle perdón personalmente, pero es posible que usted no quiera verme”

"Maguila" Puccio nunca pagó su crimen. Burló su condena. Y la Ley lo ampara: una pena prescribe cuando transcurre más tiempo (sin que se encuentre al prófugo) que el máximo previsto para el delito imputado. En su caso lo condenaron por secuestro, cuya pena máxima es de 15 años. El 29 de agosto de 2011, el juzgado de Instrucción N°49, a cargo del Dr. Facundo Cubas, declaró la extinción oficial de la condena. Dos años después, "Maguila" pasó por Tribunales, y en un certificado impreso en hoja A4, se llevó su libertad.

¿Adónde estuvo antes, y adónde después? Su desaparición bien pudo ser tema de una novela. Llovieron las versiones. Según algunas, estaba en Brasil. Según otras, en Nueva Zelanda jugando al rugby. Pero también en Porto Alegre, en un equipo de rugby de veteranos. La más precisa en datos juró que había recalado en Loma Verde, San Luis: un paraje cercano a la ruta 1, entre Cortaderas y San Miguel, a 22 kilómetros de la villa de Merlo. Al parecer, dedicado a tareas rurales o a la equitación. Pero el padrón electoral acercó el posible paradero al barrio de San Telmo. En una de las planillas de la Escuela Guillermo Rawson, Puccio Calvo, Daniel Arquímedes, matrícula 14907825, circuito electoral 0002, sección electoral 0001, vivía en Humberto Primo 343, CABA.

“Maguila” hoy. La semana pasada
“Maguila” hoy. La semana pasada Gente lo encontró en San Telmo. “Vino porque su madre estaba enferma”, aseguran los amigos.

Pero en realidad, la única certeza de su existencia fue una carta que recibió en 1996 la viuda Bollini de Prado, su víctima salvada cuando la muerte era inminente, en donde "Maguila" le pedía perdón: "Hubiera preferido trasmitirle esto personalmente, pero es posible que usted no quiera verme. Sé que además de pedirle perdón tengo una deuda con usted y su familia. Me encuentro a su entera disposición para servirle en todo aquello que esté dentro de mis posibilidades, y aunque exceda a éstas, realizaré mis máximos esfuerzos para cumplir lo que usted necesite".

Su desaparición fue un gran misterio: se dijo que estuvo en Brasil, Nueva Zelanda y en un campo en San Luis. Nunca se supo la verdad

Un fantasma, sí. Pero por lo menos hasta la semana pasada, cuando la revista GENTE (nota de Miguel Braillard, fotos de Enrique García Medina) logró fotografiarlo en San Telmo: primera imagen en décadas. Tiene 54 años, poco pelo, y aunque aún robusto, es imposible compararlo con  "Maguila", el gorila que inspiró su apodo. Aparece con su madre, Epifanía Ángeles Calvo (84), y su hermana Adriana (45). ¿Qué hará en adelante? Imposible saberlo. Tal vez decida ser un vecino más del barrio, y no le importe que, al verlo, los que han pasado el medio siglo revivan el espanto que los Puccio, su casa y la celda del sótano estremecieron a todo un país. O tal vez, fugitivo por necesidad antes, siga ese rumbo quién sabe en qué punto del planeta. Quizás en Brasil, donde los pocos que admiten conocerlo bien afirman que pasó sus últimos años. "Vino porque su madre no se encontraba bien, pero se vuelve a Brasil", afirman hoy.  En todo caso, ya no importa. El tiempo, que desdibuja los hechos, y la memoria, que suele hacer lo mismo, dejarán atrás la horrenda, increíble historia del hombre que barría la vereda y pasaba por el jefe de una familia ejemplar. Sólo los archivos son capaces de recobrar el asombro y el dolor.

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