Vio la posibilidad de irrumpir en los medios y no lo dudó. Fresca y desprejuiciada, decidió salir en defensa de Wanda Nara frente a los supuestos ataques de los vecinos del Chateau de Libertador. Y aprovechó las cámaras para visualizar su propio deseo de convertirse en cantante. Se llama Jaqueline Szmid, es arquitecta, está casada con un empresario dedicado a los accesorios de celulares al que apodó como “el chongo Beto” y tiene dos hijos: Tiffany (4) y Brad (1). Su vida, a la vista de todos, estaba resuelta. Sin embargo, a sus 40 años, logró hacerse conocida como La Mami Jacky. Y, después de que le dedicara un tema, hasta la actual novia de L-Gante le dio su bendición.
—Tras su aparición pública, todo el mundo piensa que usted es una persona adinerada...
—Yo nací en la Capital Federal, pero vengo de una familia de clase media. Mis abuelos eran inmigrantes de la colectividad judía, italiana y española. Y se hicieron de abajo. Así que no vengo de cuna de oro. Mi papá, Mario, tiene 80 años y todavía trabaja en su negocio haciendo artículos de Navidad y cotillón. Mi mamá, Liliana, era contadora pero después de dedicó a criar a sus hijos. Y tengo dos hermanos: el más grande es Daniel, después vengo yo y la más chica es Wendy.
—¿Cómo fue su infancia?
—Fue feliz. Justamente, en los últimos tiempos estuve haciendo un poco de introspección. Y me acordaba que, cuando tendría unos 8 años, había empezado a hacer una especie de programa producido y conducido por mí que se llamaba Tele Jacky. Cada vez que algún familiar cumplía años, yo hacía este programa en el living de mi casa, dedicado a la persona homenajeada. También hacía bingos, ponía música y repartía premios hechos por mí. Hasta hice una revista impresa con juegos. Y, cuando nació mi hermana, la empecé a usar a ella de secretaria. Esos fueron mis inicios como show woman, creo. Pero quedó ahí.
—¿No estudió nada relacionado al arte?
—La primaria la hice en una escuela pública. Y eso fue lo mejor que me pasó, porque me dio la posibilidad de conocer gente de todo tipo, desde el hijo del portero hasta el que venía en auto con chofer. ¡Imaginate! Eso me permitió conectar con las diferentes realidades y fue algo muy bueno para mí. Después, hice el secundario en la ORT, donde estudié diseño industrial. Pero a mí me gustaban mucho las manualidades. Solía reciclar cosas en mi casa y siempre miraba el canal Ultilísima, en el que había un programa que se llamaba Bricolaje. Así que un día, cuando tenía 14 años, se me ocurrió mandar una carta.
—¿Entonces?
—Les propuse que hicieran una sección llamada Bricokids, como para que hubiera un espacio para los niños. Y les gustó la idea, así que me convocaron. Con mi mamá firmamos un contrato y empecé a ir al programa. Antes de grabar les mostraba lo que iba a hacer y, cuando me daban el OK, me decían la fecha en la que tenía que ir. Pero un día, vimos a una productora haciendo al aire un trabajo prácticamente igual al que yo les había mostrado. ¡Era un plagio! Obviamente, mi madre se los hizo saber de la mejor manera posible. Pero, después de eso, no me volvieron a llamar para grabar. Me dijeron que no les había gustado lo que había pasado y que me iban a rescindir el contrato. Yo no sabía ni qué significaba esa palabra. Y, cuando me lo explicaron, me puse muy mal.
—Bienvenida al mundo de la televisión...
—La verdad es que, hoy, me doy cuenta de lo mucho que me marcó eso. Me shockeó y me decepcionó. Me frustré a tal punto, que hasta dejé de hacer manualidades en mi casa. La crueldad con la que se manejaron conmigo me hizo pensar que los medios no eran para mí.
—¿Y qué la llevó a estudiar una carrera tan difícil como arquitectura?
—Un poco fue esa mala experiencia, pero otro poco fue por los mandatos familiares. Yo quería ser cocinera o chef, como quieran decirle. Pero, obviamente, mis padres querían que yo siguiera una carrera de renombre. Así que me anoté en la UBA y después me cambié a la UB por una cuestión de organización. Y me recibí.
—¿Ejerció como arquitecta?
—Sí. Mi primer trabajo fue en el Faena, que tenía una carpa completa para todo lo que era el diseño de los departamentos. Después trabajé en otros estudios de arquitectura. Pero un día decidí que no quería trabajar más en relación de dependencia, así que me lancé sola. Y justo en ese momento surgió la posibilidad de entrar a ayudar en la empresa familiar, donde estuve como 9 años hasta que quedé embarazada. En el medio, además de quedar en el casting de Masterchef y de que me rajaran el en primer programa, lo que fue mi segundo desencanto con la televisión, había conocido a mi marido...
—Cuénteme su historia con Beto.
—Me lo presentó una amiga, porque él era amigo de su esposo. Me dijo: “Tenés que conocer a alguien, está soltero. Si te interesa te paso su Facebook”. Esto fue en el 2014. Y yo la verdad es que estaba abierta al amor. Tenía ganas de encontrar un compañero de vida y descubrí que, del otro lado, él estaba en la misma sintonía. Así que nos fuimos conectando de a poco y, cita a cita, se fue dando una hermosa relación.
—¿Están casados legalmente?
—Sí, claro. Yo me considero bastante tradicional en ese sentido. Mis viejos todavía siguen juntos y yo tengo esa idea de la familia. Así que la quería respetar. Y nos casamos hace 7 años, en 2018. Lo tengo grabado en mi piel porque fue justo para la época en que trasplantaron a mi mamá, así que fue muy fuerte para mí. Ella había empezado con problemas de salud, diálisis y demás, cuando yo tenía 20. Y, recién ahí, logró que le realizaran un trasplante hepatorrenal en la Trinidad Mitre. Con el diario del lunes es fácil hablar de esto, porque salió todo bien. Pero aquel momento fue muy fuerte para mí a nivel anímico.
—Entiendo.
—Después llegó la pandemia en el 2020, que fue justo cuando nos mudamos al Chateau. Yo ya estaba embarazada así que decidí dejar de trabajar para abocarme a la maternidad. Sinceramente, tenía esa posibilidad gracias a que mi marido tiene sus negocios y quería aprovecharla. Insisto, no es que somos herederos de una fortuna: lo poco o mucho que tenemos lo hicimos trabajando. Pero quería ocuparme a full de mis hijos.
—¿Y en qué momento surgió en usted el deseo de lanzarse como cantante?
—La primera canción que compuse se le dediqué a mi hermana, que se había ido a hacer un máster a España y yo pensé que no iba a volver. Se la hice a modo de regalo, en el 2022, y ahí me empezó a picar el bichito de la música. Y este año, ya con dos hijos, llegué a los 40 y fue un número que me interpeló.
—¿En qué sentido?
—Por un lado, dije: “Tengo que hacer un fiestón”. Porque a mí me gusta mucho celebrar. Pero, por el otro, pensé que era un buen momento como para dedicarme un tema a mí misma. Entonces tomé como referencia la canción de Ricardo Arjona, Señora de las cuatro décadas, y le respondí diciéndole que si hay un poco de grasa abdominal, ¿qué? ¡Miramos para otro lugar! Y le digo que no intentamos regresar a los 30 porque ahora los que van son los 40. Es una versión que empodera a la mujer. Y que, en mi cumpleaños, fue un hitazo. Eso me llevó a reflexionar qué era lo que a mí me divertía y me hacía feliz. Y decidí darme la oportunidad de empezar con la música. Si esto se vuelve redituable, es secundario para mí. Lo que me importa es hacer lo que realmente me gusta.
—¿Se trata de su realización personal?
—Exactamente. Pero también es un mensaje para otras mujeres. Para que sepan que nunca es tarde para hacer lo que uno quiere, sin importar lo que digan los demás. A mí, esto me remontó a los tiempos en los que tenía mi despertar artístico en el living de mi casa. Porque a mí me gusta divertir a la gente, reírme de mí misma y hacer que todos la pasen bien. Y la mayoría de la gente lo tomó con humor.
—¿Qué le dijo Beto, su marido?
—El quiere que yo sea feliz. La maternidad es muy linda, pero tiene mucho de rutina: llevar a los nenes, cambiarlos, darles de comer...Y eso, a veces, hace que no puedas poner el foco en otra cosa que no sean los niños. Pero Beto lo que quiere es tener al lado a una persona que sonría, que esté satisfecha consigo misma. Así que me apoya en todo.
—Nada peor que tener a una persona frustrada al lado, ¿verdad?
—Tal cual. Por eso digo que uno tiene que preocuparse por ser feliz. Y que es más importante darle tiempo de calidad a los hijos y no estar todo el día con ellos pero triste. Eso no sirve.
—¿Imaginaba que Wanda se iba a convertir en su pase a la popularidad?
—No, nunca. Pero, cuando vi las cámaras abajo de mi edificio, dije: “Este es mi momento”. Y fui decidida a cantar el tema de Señora de las cuatro, que fue lo que hice en el primer móvil de Socios del Espectáculo. Después me llamaron de varios programas. Y yo traté de sacar lo mejor de mí, siendo sincera y natural. De hecho, después de eso se me ocurrió escribirle un tema a Wanda y, oh casualidad, al otro día me la encontré en el ascensor y se lo cante. Fue el destino, pero a ella le encantó y me terminó invitando a su cumpleaños para que lo cantara frente a su gente. Así que, de un día para el otro, mi cara apareció en todos los medios.
—Así como muchos vecinos criticaron a Wanda, ¿hubo algún comentario negativo contra usted a partir de esto?
—Una sola persona me manifestó que no quería polemizar conmigo pero que yo no la representaba. Se ve que ni Wanda, ni L-Gante ni yo la representamos, porque ella se siente como de otra categoría.
—Pero usted no es un político al que hayan votado, como para tener la obligación de representar a alguien...
—¡Exacto! Por eso ni le contesté. Yo estoy aprovechando mi momento. Me conecté con una chica que se llama Jay, que me está ayudando con el tema de las redes sociales. Y mi idea es seguir componiendo para apuntar a empoderar al público femenino.