Quedó ciega a los 20 años y desafió todos los límites: su consagración como bailarina de tango y el día más feliz de su vida

“En el abrazo, estar conmigo es igual que con cualquier persona”, expresa Eliana Manzo, a días de debutar con la obra “Porteño Carajo”, la obra inmersiva con la que se presentará en el Teatro Molière. La bailarina de 36 años habló de su vida con Infobae

Guardar
Un momento de "placer total" en una reciente exhibición junto a su partenaire Claudio González en el Palacio Libertad Centro Cultural Domingo Faustino

Se desliza sobre el escenario como una gacela encantada. Y logra transmitir, con su cuerpo, lo que la música le hace sentir en su corazón. Nadie podría darse cuenta al verla bailar que Eliana Manzo es ciega. Porque, desde el primer momento en que empezó a perder la vista, ella se encargó de encontrar la manera de superar todos los obstáculos que se presentaron en su camino. Y no solo los relacionados con su limitación física, sino también los que atañen a los prejuicios de la sociedad. Hoy, con 36 años, logró formar una hermosa familia junto a su marido, el artista plástico Diego Casas, y su hijo Amadeo. Pero también logró consagrarse como una figura del tango y, los próximos 6, 7, 13, 20 y 21 de diciembre, se estará presentando con Porteño Carajo en el Teatro Molièreé.

—¿De qué se trata esta propuesta que mezcla tango y burlesque?

—Justamente, lo que me encantó de esta obra es que fusiona estos dos estilos que yo amo. Es como si el público entrara a un cabaret porteño: yo digo que es el Moulin Rouge de Buenos Aires. En el salón hay mesitas para tomar algo. Y en el show se van mezclando escenas propias del burlesque, de un alto contenido erótico, con coreografías de tango. Y todo el tiempo, la experiencia es como inmersiva. Es decir que no es solo lo que pasa en el escenario, sino que la gente también está adentro del espectáculo.

Eliana Manzo es actriz y
Eliana Manzo es actriz y bailarina (Fotos: Gentileza)

—¿Cómo fue que la convocaron?

— Me postulé sola a la convocatoria y quedé.

— O sea que en este caso no va a bailar con Claudio González, su pareja de siempre...

— No, voy a estar rotando con distintos bailarines.

— En este tipo de danza hay una persona que conduce, por lo cual la falta de visión no sería un problema. ¿O acaso le costó fusionarse con el grupo?

— En realidad, siempre es muy fácil. Yo digo que no hay que hacer un curso acelerado de cómo bailar con una persona no vidente. Simplemente, se trata de entregarse a ese vínculo y a la escucha del otro. Además, en el caso del tango, al tener ese contacto físico literal, en el abrazo y las manos, estar conmigo es igual que estar con cualquier otra persona, independientemente de que yo no vea. De hecho, cuando hay un casting, el director selecciona mi material por mi currículum y yo no pongo: “Soy ciega”. Sería como autoexcluirme.

La bailarina junto a Claudio
La bailarina junto a Claudio González, su profesor y pareja de baile

— Entiendo.

— Sí me ha pasado muchas veces que, después de que me seleccionan y yo les digo que soy ciega, me bajan la persiana. Por eso digo que no se trata de la aceptación de la discapacidad que yo padezco, como las que tienen tantas otras personas en distintas áreas, sino de la lucha contra el prejuicio del otro. Porque, en esta sociedad, parecería que no ver es una limitación absoluta. Y entonces, es como que uno tiene que estar rindiendo examen todo el tiempo. En algunos casos, mi situación despierta una admiración absoluta, que viene acompañada de mucho amor. Pero a veces cuesta que esa admiración pase a lo concreto como para que alguien pueda decir: “Te doy un trabajo” o “Quiero que estés en mi obra”. Eso sucede en los pocos casos en los que la admiración supera al miedo y la confianza y el talento le gana al prejuicio.

—¿Como ocurrió en esta oportunidad?

— Acá pedían una bailarina de tango y yo me postulé. La audición me la hizo el mismo director y guionista, que se llama Juan Cruz Argento. Y, cuando le dije que no veía, primero se sorprendió. Pero después me dijo: “Me encanta, porque es tu distinción”. Lo mismo me han dicho Diego Pérez, Lito Cruz, que fue mi padrino en la actuación, y Claudio González, que me formó de cero en el tango. Son maestros a los cuales les estoy profundamente agradecida. Y todos ellos me dijeron: “Chicas que bailen hay muchas, pero que lo hagan sin ver no. Esa es tu distinción, así que vamos a ir por ese lado”.

—Tal cual.

— Esto es lo que vio también el director de Porteño Carajo. Me dijo: “Mirá que yo quiero recalcar esto en la obra. Que la gente no solo vea un baile bonito, sino también una superación, una historia de vida que conmueva e interpele al público desde muchas aristas”.

—Al no contar con la visión, seguramente ha desarrollado más otros sentidos. ¿Verdad?

—Totalmente. Además, yo tuve que ir adaptándome a cada etapa de la pérdida de mi visión. Porque yo de chica veía perfecto, pero después fui perdiendo esa capacidad por etapas. Todo empezó cuando tenía 15 años. De repente, un día no leía, otro no veía las caras...

— En ese momento usted era bailarina clásica y tenía una proyección como actriz...

— No solo eso: era gimnasta de elite. Me estaba preparando para los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y entrenaba ocho horas por día, de lunes a sábado. Era una deportista de alto rendimiento, en un deporte en el que la precisión para hacer saltos mortales arriba de la viga o pasar de una paralela a la otra es fundamental. Pero, hasta ahí, veía perfecto. Y, cuando me retiré de esta actividad, empecé a notar la falta de visión al leer, por ejemplo. Tenía que estudiar los guiones de teatro y no veía las letras chiquitas. Tampoco las gráficas de las calles. Y ahí se empezaron a dar cuenta de que tenía una patología neurológica y que hacía episodios de neuritis óptica.

Eliana haciendo gimnasia en la
Eliana haciendo gimnasia en la playa

—¿Esto fue in crescendo?

—Sí, los episodios me fueron sucediendo año tras año. Y, para cuando cumplí los 20, ya estaba prácticamente ciega. Solo veía algunos colores. Me acuerdo que, en ese momento, estaba haciendo una obra con Lito. Y, si tenía que salir por una pata de escenario, por ejemplo, ponían ahí algún color que yo pudiera detectar como para poder guiarme. Pero, después, me manejaba por los sonidos. Por ahí, otra actriz hacía sonidos para que yo dirigiera la mirada hacia algún lugar. Y, así, nadie se daba cuenta de que yo no veía. Hasta que llegué a los 25 y ya no captaba ni las luces.

—¿Hoy su ceguera total?

— Absoluta.

— Habiendo nacido con una visión normal, ¿cómo hizo para ir asimilando este proceso?

— Creo que el deseo que yo tenía de ser actriz y bailarina era tan fuerte, que cuando empecé a perder la vista en lo único que pensaba era en estar arriba del escenario. Y, entonces, en cada etapa de la pérdida de la visión, lo que hacía rápidamente era generar un mecanismo de adaptación como para poder seguir haciendo eso que me gustaba. Me ayudaban mucho mis compañeras, así que era un trabajo en equipo. Y, con distintos sonidos, me indicaban lo que tenía que hacer sin que la gente en la platea se diera cuenta.

—¿Esa lucha por poder seguir haciendo lo que ama fue lo que le impidió ponerse en un lugar de víctima?

—Sí, totalmente. Porque yo tampoco quería que me vieran así. No quería ser la “pobrecita”. Quería que me siguieran dando oportunidades por mi talento y no por lástima.

— Fuera de lo laboral, ¿cómo fue su proceso de adaptación?

— El ser humano es una máquina extraordinaria. Cuerpo, mente y alma: no tenemos dimensión de lo que somos. Me acuerdo que, cuando yo veía a una persona ciega en la calle, pensaba que era imposible vivir sin ver. Creía que era la peor de todas las discapacidades, porque la vista tiene injerencia en todos los aspectos. Y, sin embargo, cuando me empezó a pasar esto me di cuenta de que estás tan ocupado en buscar la manera de hacer lo mismo que antes pero desde otra realidad, que no no te da tiempo de lamentarte.

—¿El instinto de superación es más fuerte?

—Tal cual. Por ejemplo, yo volvía a estar internada, me fui a lavar los dientes y me di cuenta que siempre ponía el dentífrico arriba de las cerdas del cepillo como lo hace el 90 o el 100% de la gente. Pero que ya no veía donde tenía que poner la pasta dental. Entonces, automáticamente, me la puse en el dedo, donde podía sentirla y medir la cantidad, y así me la ponía en la boca para empezar a cepillarme. Pero eso no me lo enseñó nadie, fue mi propio cuerpo el que fue buscando la forma de hacer lo mismo estando ciega.

Eliana junto a su hijo
Eliana junto a su hijo Amadeo

— Entiendo.

— Hoy me pasa con mi hijo, que tiene dos años y medio y todavía no habla bien. Él se fue dando cuenta cómo relacionarse conmigo sin necesidad de racionalizar el hecho de que su mamá es no vidente. Y capta que si no me trae su juguete y me lo da en la mano, yo no me doy cuenta de cuál es. O, cuando necesita que lo cambie, me hace tocar el pañal. El otro día, por ejemplo, pasó algo que a mí me emocionó. Porque yo estaba tratando de tantear con el tenedor dónde estaba el pedacito de comida y él me agarró la mano y me hizo pinchar el tomate en el plato. Y yo digo: “¿Cómo se da cuenta?” Pero esto nace de estar en el día a día con el otro, forjando un vínculo.

— Cuénteme cómo se dio la relación con su marido...

— Estamos juntos hace ocho años. Yo estaba buscando trabajo y me llamaron de la Municipalidad de Vicente López para ofrecerme un puesto como profesora de teatro. Era para dar clases en colegios y en barrios vulnerables. Y me preguntaron si necesitaba estar siempre en un mismo espacio. Entonces yo les expliqué que no, que podía rotar de lugar, pero que necesitaba una pareja pedagógica por cualquier cosa que sucediera. Porque, estando con chicos, si de repente uno le hace algo a otro que yo no podía ver, podía ser un problema. Y bueno, me pusieron al lado al profe de arte.

—¿Fue un flechazo o el amor surgió con el tiempo?

—En el primer encuentro que tuvimos, empezamos a charlar y resultó ser que él vivía a una cuadra de mi casa. Literal: yo vivía en una esquina y Diego en la otra, cruzando la vereda. Así que me empezó a pasar a buscar para ir a trabajar todos los días. Y, en un momento, le dije: “Mirá que yo tengo una bicicleta doble, si querés podemos usarla para ir a las clases”. Obviamente, él que ve bien iba adelante y yo lo acompañaba pedaleando atrás. Y con esa cosa romántica de la bici empezamos a ir y venir y nos fuimos conociendo. Hasta que surgió el amor. Y hoy tenemos un hijo.

— Qué linda historia...

— Ojo: no todo es color de rosas.

— ¡En ninguna pareja!

— Claro. Y a veces le tengo que decir: “Diego, ¿te acordás que yo no veo?”. Porque, como tengo este espíritu independiente y no me gusta quedarme quieta, siempre estoy buscando la forma de poder hacer todo: desde limpiar o cocinar hasta cuidar al nene. Y, por momentos, no se da cuenta de que necesito ayuda. Porque uno también tiene que lidiar con sus propias angustias. Por ahí, parecería que está todo superado, pero la realidad es que es un día a día. Yo me levanto, abro los ojos y no veo. Así que, a partir de ese momento, empiezo a enfrentarme con distintas barreras. Desde tener que viajar en colectivo un día de lluvia, en el que la gente está distraída y no te registra, a tener que hacer tiempo y no poder llevar a Amadeo sola a la plaza.

Manzo y su marido, en
Manzo y su marido, en bicicleta

— Con respecto a su hijo, más allá de los miedos de cualquier madre, ¿sintió algún temor por lo que le podría demandar su crianza?

— En realidad, el deseo era tan fuerte, tan fuerte, que pudo más que todo. Yo siempre quise ser mamá. Lo soñaba. Y creo que el momento más feliz de mi vida fue el parto. Cuando me pusieron a mi bebé en la panza no podía más de amor. En ese momento no pensé: “No veo, ¿cómo voy a hacer?”. Yo soy muy creyente, creo en Dios, en las energías, en la gente... Así que siempre supe que alguien me iba a ayudar. Y la verdad es que el vínculo lo voy construyendo con Amadeo. El otro día, por ejemplo, fui a una actividad en el jardín, en la que había que ir rotando de espacio. Y él me agarraba la mano y me llevaba de un sector al otro, haciéndome tocar lo que había en cada uno de ellos. Y no me choqué a nadie, porque él mismo me guió. Fue un momento maravilloso.

Guardar

Últimas Noticias

Los secretos de Elvis Presley, el hombre más imitado del mundo: cómo fueron los últimos días en su mansión

El ídolo musical, nacido el 8 de enero de 1935 en Memphis. Cumpliría 90 años hoy. Marcó un estilo inconfundible que a casi cinco décadas de su muerte siguen intentando copiar unas 400 mil personas de todo el planeta

Los secretos de Elvis Presley,

A 97 años del nacimiento de Ante Garmaz: el hombre que venció prejuicios e impuso la moda en la televisión argentina

Nacido en Croacia el 7 de enero de 1928, comenzó su carrera de modelo en Buenos Aires y logró crear un estilo particular como conductor de su programa televisivo

A 97 años del nacimiento

El regreso de T.O.P: de cantante de K-Pop a actor en la segunda temporada de “El juego del calamar”

Tras años de controversias y ausencia, Choi Seung-hyun, exintegrante de BIGBANG, vuelve a los reflectores con un papel que resuena profundamente en el aclamado drama surcoreano, según Paris Match

El regreso de T.O.P: de

De la pobreza extrema al éxito: los multimillonarios que transformaron la adversidad en riqueza

En un informe especial Forbes destaca las trayectorias de líderes como Oprah Winfrey y Harold Hamm que superaron dificultades y sus vidas se transformaron en inspiración

De la pobreza extrema al

Las famosas nunca blanqueadas y las mujeres ignotas que robaron su corazón: los amores de Sandro

Roberto Sánchez, el hombre detrás del ídolo, siempre trató de mantener en privado sus relaciones sentimentales. Sin embargo, en sus últimos años de su vida, se casó con Olga Garaventa y se lo contó al mundo entero. El cantante murió hace 15 años

Las famosas nunca blanqueadas y