Fue ella la que decidió ponerle punto final a la relación. Corría el año 1975 y Amelita Baltar, que por entonces llevaba varios meses viviendo con Astor Piazzolla en Italia, decidió hacer sus valijas para volver a la Argentina. Tenía un motivo más que justificado: su hijo Mariano, fruto de su primer matrimonio con Alfredo Garrido, la extrañaba horrores y lloraba cada vez que recibía una de sus cartas. Así que era lógico que ella quisiera regresar junto a él. Pero, además, había algo que se había roto para siempre en el corazón de la cantante. Aunque, para entonces, el compositor todavía no lo sabía.
Ella no era, hay que decirlo, como las típicas mujeres de su generación que soñaban con ser esposas y madres perfectas. De hecho, reconoció que se casó con tan solo 21 años de edad solo porque era la única manera admitida por la que podía irse de la casa de sus padres. Así que no tardó mucho en separarse, algo que no era mirado con buenos ojos por la sociedad de la época. Y, desde entonces, empezó a disfrutar libremente de su sexualidad. “Yo siempre viví como viven los hombres”, decía.
Eso sí: que nadie se metiera con su hijo. Ella podía ser habitué de los mejores clubes nocturnos porteños y sabía lidiar con la infinidad de candidatos que la revoloteaban, mientras comenzaba su carrera como cantante de folclore. Pero su prioridad, sin ninguna duda, era su hijo. Y quien quisiera estar a su lado lo tenía que saber. Aunque, a decir verdad, después de haber pasado por el Registro Civil y de haber caminado al altar vestida de blanco “como Dios manda”, Amelita no tenía ninguna intención de repetir esa experiencia.
Lo cierto es que, en cuanto la vio por primera vez, el creador de Balada para un loco cayó rendido a sus pies. Y no solo por su belleza, sino también por su talento. Así que no dudó en convocarla para protagonizar la ópera tango María de Buenos Aires, seguro de que trabajando junto a ella tarde o temprano terminaría por seducirla. Ella, sin embargo, ni siquiera lo conocía cuando se lo presentaron. Y la primera impresión fue bastante negativa. “Yo que en ese momento tenía 27 años y era una nena bien, me decepcioné. Estaba no muy bien vestido, era un poco gordito, estaba algo peladito... ¡y me llevaba 20 años!”, explicaba Baltar.
Que la cantante estuviera noviando con un amigo en común no fue impedimento para que el célebre bandoneonista pusiera en marcha su plan. La empezó a invitar a su casa, con el pretexto de escuchar su “tesitura”. Y ella lo sorprendió con sus dotes musicales. “¡Qué oído tenés!”, le decía él. Pero Amelita sabía muy bien cuáles eran sus intenciones. E insistía en que era “un hombre muy grande” para ella. Igual, le aceptó una cena en Hoyo 19, un restaurante que quedaba en Las Heras y Ayacucho, a pocas cuadras de su casa. Y, como justo era el cumpleaños del músico, siguieron la noche en una boîte que quedaba en frente del Hotel Alvear. Y terminaron tomando whisky en el domicilio de Piazzolla.
De todas formas, pasaron varios meses hasta que el compositor pudo lograr su cometido. Fueron muchas las veces que concluyeron las veladas brindando en la casa de Astor sin que la cosa pasara a mayores por la negativa de la cantante. Y la misma Baltar reconoció que fue el alcohol el que, un día determinado, la ayudó a bajar la guardia y dejarse llevar por el instinto. “Ahí pasó algo que no me disgustó... ¡Pero yo siempre salía con muchachos más jóvenes! Para mí era un viejo, por eso le decía que no. Y así fue como empezamos nuestra historia”, recordaba.
Piazzolla, quien hacía un par de años se había separado de su primera esposa, Dedé Wolff, ya tenía dos hijos grandes: Diana y Daniel. Y él tampoco parecía dispuesto a reincidir en el matrimonio. Así que Amelita y Astor comenzaron una relación sin convivencia. Pero la realidad es que, sea por la pasión o por el trabajo, pasaban casi todo el tiempo juntos. De manera que el compositor decidió comprarle a su amada un departamento al lado del suyo, para que ella pudiera mudarse allí junto a su pequeño hijo. Y ambos, que además formaban una dupla tanguera inigualable, se convirtieron en la pareja del momento.
Sin embargo, había una pregunta recurrente que los ponía en veredas opuestas. “¿Van a tener hijos?”, les consultaban una y otra vez. Y la cantante estaba dispuesta a darle a su primogénito el hermanito que el nene tanto le pedía. Pero Piazzolla no quería saber nada con volver a ser padre. Así que, cuando Amelita quedó embarazada, le dijo: “Ya tenés un hijo, si querés otro andate a tu casa y ponele Baltar”. Esa frase la destruyó. Se imaginaba sola, sin trabajo y con un bebé. Y sintió que no iba a tener la fuerza suficiente como para salir adelante. Así que le hizo caso Astor y abortó. Pero nunca se lo perdonó.
La relación siguió como si nada hubiera pasado. O, por lo menos, en apariencia. Hasta que, un día, Amelita se animó a ponerle punto final. Temía que la exitosa carrera que había construido al lado de Piazzolla se derrumbara de un instante a otro. Pero no le importó. Con el pretexto de venir a festejar el cumpleaños de su hijo, dejó a Astor solo en Europa. Y regresó a Buenos Aires, donde volvió a experimentar el sabor de la libertad.
A los pocos meses, el autor de Adiós Nonino volvió a buscarla dispuesto a retomar la relación. Pero Baltar ya había tomado la decisión de comenzar una nueva vida. En su arrogancia, quizá, él le dijo que se iba unos días en Brasil para que ella pudiera pensar una respuesta. Pero, en ese ínterin, ella conoció a Ronnie Scally, su tercera pareja formal, con quien sí pudo cumplir su deseo de volver a ser mamá gracias a la llegada al mundo de Patricio. “Cuando volvió y le conté que ya estaba con otro, casi se muere”, reconoció Amelita.
Es verdad que Piazzolla sufrió mucho por el amor de Baltar. Algunos dicen, incluso, que llegó a pensar en lo peor agobiado por los celos, ya que no podía evitar pensar que esa mujer tan codiciada lo engañaba. Y que, cuando cayó en la cuenta de que la había perdido por su egoísmo, le empezó a mandar infinidad de cartas diciéndole que quería casarse con ella para revertir la situación. Pero ya era tarde. Amelita le había cerrado la puerta de su corazón y ya no quiso hablarle nunca más.
Astor, por su parte, conoció a la locutora y cantante lírica Laura Escalada en 1976, cuando fue a un programa de televisión. Para él fue otro flechazo aunque, esta vez, pareció ser correspondido. Así que, dispuesto a no repetir sus propios errores, se casó con ella de inmediato. Y fue la mujer con la que convivió por más de quince años, hasta el final de sus días.