Habla con una paz que solo pueden transmitir quienes tienen bien domado su ego. Patricia Palmer fue una de las máximas heroínas de la televisión argentina, esa que superaba los 30 puntos de rating con telenovelas como Sin marido, Regalo del cielo o Dulce Ana, entre muchas otras. Sin embargo, ella siempre supo que la fama y el éxito eran frivolidades y que, lo verdaderamente importante, eran sus afectos. Llegó a Buenos Aires con una valija llena de ilusiones en una mano y una hija pequeña, Paula, aferrada a la otra. Oriunda de Mendoza, había tomado la sabia decisión de separarse en una época en la que ni siquiera existía el divorcio legal. Y, por esas cosas de la vida, también tuvo que criar sola a su hijo, Joaquín, fruto de otra pareja. Pero además, se involucró en hogares de niños en tránsito para poder brindarles, aunque sea los fines de semana, el calor de un hogar.
Lo cierto es que hoy, con 69 años y siendo abuela de dos nietas por parte de su primogénita, Lucía y Luca, la actriz podría haber sentido que su misión en este mundo ya estaba cumplida. Pero no. Mientras sigue encarando sus propios proyectos que en la actualidad la llevaron a dirigir y protagonizar Volvió una noche en el teatro Picadilly, sorprendió al anunciar que había tomado la decisión de adoptar a un joven de 18 años que nunca había tenido una familia y que pudo descubrir, en ella, por primera vez en su vida lo que era sentir el amor de una madre. Algo que, casualmente, se ve reflejado en la obra de Eduardo Rovner que ella soñaba con poder hacer realidad.
“Después de casi cuatro años al frente de Radojka, el 6 de marzo debuté junto a Dan Breitman y un hermoso elenco de actores con esta comedia con la que vamos a seguir hasta fin de año. Hacía mucho que quería hacerla porque yo lo había tenido a su autor como maestro cuando hice la carrera de dramaturgia. Y la idea era hacerla juntos. De hecho, en el 2018 me sorprendí al verla en un teatro de Praga donde, aunque yo no entendía el idioma, era increíble observar la reacción de la gente. Así que volví dispuesta a trabajar en ella. Lamentablemente, Rovner se fue de gira y después vino la pandemia, pero acá estamos cumpliendo ese sueño que había quedado pendiente”, cuenta Patricia en diálogo con Infobae.
—¿También habla de la maternidad?
—Se trata de un hombre que va todos los martes al cementerio a ver a su madre y le cuenta todas las cosas que ella quiere oír. Y, cuando empieza la obra, le anuncia que se va a casar. Así que la madre, judía, decide volver por dos días para ver con quién se va a casar su hijo...¡Quiere conocer a su nuera! Pero la particularidad es que solo su hijo la puede ver y escuchar. Y esto dispara un montón de escenas desopilantes. Porque ella se mete y opina, pero ni la novia de su hijo ni sus amigos saben que ella está ahí. De manera que es muy divertida y muy difícil de ensayar, con un personaje que es invisible para la gran mayoría.
—¿Cómo fue dirigirla?
—Tuve la suerte de codirigirla con Dora Milea, ya que sola no hubiera podido. Porque, si bien Rovner utiliza el humor como en todas sus obras para hablar de cuestiones importantes, en este caso se trata el tema de los mandatos familiares y cuánto hay en nosotros de eso que se nos inculca. Y yo creo que en cada decisión está la voz de tu papá o de tu mamá diciendo “sí” o “no”. Por lo menos en mí, eso es muy fuerte todavía.
—¿De verdad?
—Sí, claro. Lo que no estaba tan bueno, lo más esquemático, sí lo pude cambiar. Pero siempre pienso: “¿Qué haría mi papá o mi mamá frente a esta situación?”. Y la verdad es que a mí me ordena bastante pensar qué harían ellos o que me dirían que hiciera.
—Puede ser prejuicio, pero imagino que sus padres tendrían una vida más tradicional...
—Ellos eran bastante liberales. Mi papá se llamaba Reclus, por Eliseo Reclus que era el padre del anarquismo. Y era un libre pensador, un filósofo y doctor en economía con el que leía mucho y discutía sobre distintos temas. Mi mamá se llamaba Betty. Y la verdad es que los dos siempre me acompañaron en mis decisiones. Creo que lo fundamental es que tenían una gran vocación de paternar y maternar. El otro día lo hablaba con mi hermana mayor y decía: “¡Qué suerte que tuvimos!”. Nosotros éramos cuatro: Graciela, Adriana, mi hermano Reclus que falleció en 2004 y yo. Y nosotros no hicimos nada para tener a esos padres con semejante vocación, que luego nosotros reproducimos con nuestros hijos.
—¿Usted fue igual como mamá?
—Claro. Mirá: la construcción del primer septenio es la base de un ser humano. Y tener padres que estén felices de ser padres es muy importantes para la autoestima y las decisiones futuras de cualquier persona.
—Pero los padres de sus hijos estuvieron ausentes, ¿fue usted quien ocupó los dos roles?
—La realidad es que es imposible ocupar los dos roles. El rol del padre es imposible de reemplazar. ¡Ojalá hubiera podido llenar ese espacio! Una puede cubrir la cuestión económica o lo más básico, pero el padre tiene un rol importantísimo en la vida del ser humano. La psicología del hombre es la ley, es el orden, es el afuera y, emocionalmente, no se compara con la de la madre.
—¿Y se sintió culpable de no haber podido darles un padre presente a sus hijos?
—No, yo culpa cero porque les di todo lo que más pude a mis hijos. Y sigo dándoselos. Si hay algo que no les di, porque puede pasar, es porque no sabía o no tenía las herramientas. Pero yo soy una madre que deseó ser madre y que tengo mucha vocación de madre. Mi hija nació cuando yo tenía 21 años y a partir de ahí empecé a aprender. Ella fue mi maestra, porque me enseñó todo. Después llegó el varón, que hoy tiene 34 años, y aunque ya estaba preparada fue totalmente diferente.
—Él tiene una distrofia muscular, ¿verdad?
—Exacto. Y también fue mi gran maestro porque su enfermedad fue un gran aprendizaje en mi vida.
—¿Tuvo que resignar muchas cosas para poder criarlos a ambos?
—No sé si la palabra es resignar...Más bien es comprender y elegir. Porque también se puede estar en la misma situación y no resignar nada si uno no quiere....
—Es verdad.
—Son elecciones. Y de lo que se trata es de definir qué es lo que uno elige como prioridad en su vida.
—En su caso son sus hijos....
—Exacto. Creo que están ellos y, después, todo lo demás. Lo demás es lo otro.
—Usted ya es abuela de dos adolescentes, ¿es así?
—Claro: mis nietos ya tienen 13 y 17 años.
—¿Y cómo surgió la decisión de volver a ser mamá adoptando a un chico grande?
—También por vocación. Yo hace muchos años que estoy trabajando como psicóloga social en hogares de niños. Y bueno, eso es lo que me da esa cercanía a una temática que en la Argentina es muy grave, que aumenta a diario y que, después de la pandemia, colapsó. Así que vino por ese lado. Pero no fue de un día para al otro, yo ya venía dando vueltas con ese tema.
—¿Quería adoptar?
—No sé si tenía ganas de adoptar, pero estaba en contacto con la necesidad. Porque, por más que les cubran las necesidades básicas, en un hogar los chicos están institucionalizados y eso no tiene nada que ver con estar en una familia. Los hogares de tránsito deberían ser de tránsito. Por eso se llaman así, porque deberían estar para alojar a los niños dos o tres meses y chau.
—¿Para eso sería necesario agilizar las leyes y concientizar a la sociedad?
—Yo diría que las leyes están bien, lo que no hay es conciencia. Vivimos en un país pobre, también, y la gente tiene miedo de comprometerse con una crianza. Pero no hay campañas que fomenten la adopción, por ejemplo.
—Entiendo que, en su caso, su hijo le pidió al juez que lo diera en adopción cuando ya tenía 17 años porque quería saber lo que era tener una familia. Y que usted se anotó como madre adoptante sin siquiera conocerlo...
—La verdad es que prefiero no decir más que eso porque todavía estamos en pleno proceso judicial. Pero sí. Por eso, quiero invitar a la gente a que vea las convocatorias públicas, porque no es tan difícil adoptar. De hecho, quienes lo quieren hacer lo hacen sin ningún impedimento.
—En los últimos tiempos hubo muchos casos de famosos como Lizy Tagliani, José María Muscari, Sergio Verón o Marcela Morelo, que pusieron el tema en el tapete y echaron por tierra los prejuicios con respecto a la adopción de chicos grandes.
—Es que igual son niños. Y los niños dañados son más niños. Porque vienen de un lugar donde no han podido desarrollar su niñez.
—¿Cómo tomaron sus hijos esta decisión?
—Ese es un tema privado y, siendo personas mayores, no me corresponde hablar por boca de ellos. Pero, obviamente, todo fue consensuado en familia.
—¿Actualmente está en pareja?
—No. Pero, cuando me preguntan si estoy sola, digo que no. Yo estoy con un montón de gente amada y querida, pero ahora estoy sin pareja.
—¿Le gustaría volver a enamorarse o es una etapa cerrada?
—Yo no me cierro a nada en la vida porque siento que la vida es un gerundio. Es un siendo permanente. ¡Qué sé yo! El tiempo va haciendo las cosas.
—Pero uno va a aprendiendo y, con los años, tiene más claro qué quiere y qué no...
—Sí, por supuesto que a esta altura uno eso lo tiene más definido. Igual, yo no siento que me equivoqué con las parejas. Creo que las parejas son puentes que te cruzan de una orilla a la otra. Hay puentes más cortos, puentes más largos. Pero ninguna de mis parejas fue inútil. Al contrario, me parece que todas fueron fundamentales. Porque me enseñaron un montón y me hicieron la persona que soy. Lo de la pareja eterna, en cambio, me suena más un mandato religioso.
—¿El que nos hace creer que el amor tiene que ser eterno o no es nada?
—Yo creo que el amor es eterno, pero lo que no es eterno es la convivencia y el deseo. Yo amo a mis ex parejas. Las amo. Y ese amor sí es eterno. Si los veo por la calle, los abrazo y les deseo lo mejor porque hay una historia ahí. Pero es como los hijos, que en un momento se van a vivir solos y no te dejan de amar por eso. Con las parejas pasa lo mismo. Por supuesto que no hay fórmulas y que alguna puede llegar a seguir unida eternamente. Pero no necesariamente es así. Mirá: mi papá murió cuando yo me iba a casar con Antonio Caride y me dijo: “Si dura un mes, un mes. Si dura un año, un año. Lo importante es que vos respondas a tus sentimientos”. Yo amo al varón y me parece maravilloso estar acompañada. Pero también resulta tremendo ver a personas que siguen juntas solo por costumbre. Yo he estado con quien quise estar el tiempo que quería estar. Y cuando sentí que ya no estaba más, no estuve más.